Betibú (4 page)

Read Betibú Online

Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

BOOK: Betibú
11.2Mb size Format: txt, pdf, ePub

El teléfono suena otra vez y, ahora, Brena atiende a tiempo. Jaime Brena, quién habla, dice. Comisario Venturini, le contestan del otro lado. Comisario, repite Brena. ¿Cómo vas, querido? Yo bien pero pobre, mi comisario, ¿y usted? Igual que vos. A Jaime Brena le da gusto escuchar esa voz. Responde a algo parecido a un reflejo de Pavlov y su cuerpo se pone alerta, tenso pero excitado, casi feliz; alguna sustancia —¿adrenalina?— se dispara dentro de él. Tengo algo para vos, Brena, dice el comisario. ¿Algo que me va a costar un asado con tinto del mejor? Un asado con champán, te va a costar. Escucho, dice Brena. Aunque lo hace por gusto porque sabe que en Sociedad no va a entrar ninguna información que pueda pasarle hoy el comisario Venturini, ni ninguno de sus contactos. Todavía no les dijo, todavía no se atreve a desactivarlos, son contactos de toda la vida. Sus notas de Sociedad salen sin firma, así que más allá de la gente de la redacción, por ahora y para el resto él sigue siendo el periodista más destacado dentro de Policiales del diario. Lo escucho, comisario, dice, y toma un papelito rosa del taco para anotar lo que Venturini le está por decir. Apareció muerto alguien que vos conocés muy bien, pero no te asustes que no lo querés ni medio, Brena. ¿Quién? Chazarreta. ¿Chazarreta? Degollado. Qué coincidencia. Tal cual. ¿De buena fuente? Estoy parado frente al cadáver, mirando el tajo mientras llega la policía científica. ¿Dónde? En su casa, en La Maravillosa. ¿Y qué hace usted tan lejos de su jurisdicción? Una de esas casualidades de la vida que después te cuento, vos conocés esta casa, ¿no?, lo entrevistaste acá la última vez. Sí, conozco la casa. Lo encontró la mucama, la mujer habló veinte minutos corridos sin decir mucho que sirva y ahora está en shock. ¿Hipótesis? Muchas, pero nada que valga la pena, mucha carne podrida, estaba esperando que vos me dieras tu impresión, Brena. Es que me toma de sorpresa, comisario, déjeme digerir la noticia y en un rato lo llamo. Oka, querido, yo voy a seguir en la escena del crimen un rato más, llamame cualquier cosa, no te digo que te vengas porque el fiscal ya está por caer y acá no dejan pasar ni al loro, después de lo de la otra vez… Entiendo. Mirá que te di la exclusiva. Se agradece. Llamame. Lo llamo, comisario, ¿algo más? Sí, Dom Pérignon, Brena, tira, pechito, molleja, y Dom Pérignon. Así va a ser.

Jaime Brena cuelga y se queda mirando el papel. Se pregunta qué debe hacer. Sabe que lo que tiene entre manos es un notición. En un par de horas la información va a correr en todas las redacciones, pero en esto, como en todo, el que golpea primero golpea más fuerte. Aunque algunos digan —como dijo Rinaldi en una de las últimas reuniones de tapa en la que participó Brena— que a partir de la explosión de las noticias on line en Internet, el concepto de «primicia» es más efímero que el tiempo que demanda hacer un copy paste y reenviar. A los de la vieja escuela, y él, Jaime Brena, es uno de ésos, les sigue importando la primicia. La muerte de la mujer de Chazarreta, tres años atrás, tuvo en vilo a todo el país. Y a pesar de que no encontraron pruebas suficientes para culpar al viudo, el 99,99% de la gente cree que el asesino fue Pedro Chazarreta. Y ese 99,99% incluye a Jaime Brena, que no sólo tuvo a cargo la investigación periodística del caso para
El Tribuno
sino que se convirtió en un referente del asunto para otros medios, desde el asesinato hasta que se cerró la causa. Cuando mañana aparezca la noticia en los diarios la gente va a decir: se hizo justicia, Brena sabe, aunque uno nunca esté seguro de que es lo justo, ni de nada. Aunque la verdadera justicia para alguien que no debía haber muerto sea la resurrección y no que maten a su asesino. Pero Brena duda que esa justicia se la hayan concedido a nadie, ni siquiera a Jesucristo. Se acerca al escritorio del pibe con el papelito rosa en la mano. ¿Che, tenés un minuto?, le pregunta. Entonces se da cuenta de que el pibe minimiza la pantalla en la que escribe para que él no vea en qué asunto está trabajando, y aunque le dice: Sí, decime, Brena piensa: Fea actitud, pibe, hace un bollo con el papel rosa, lo tira al cesto junto a los pies del aprendiz de periodista policial y le dice: Nada, dejá. Y desde ahí mismo, se vuelve hacia el escritorio de Karina, le enseña la caja de Marlboro que acaba de sacar del bolsillo de su camisa, y le pregunta: ¿Me acompañás? Y la mujer se levanta y lo acompaña.

Cuando salen a la calle hay por lo menos otros tres compañeros fumando. La prohibición de fumar en lugares cerrados en Buenos Aires generó una rutina de vereda que a Jaime Brena no le cae tan mal. Se sientan en el cordón. ¿Cómo andás?, le pregunta Karina y, aunque duda, la mujer se sirve el cigarrillo que Brena le ofrece. Bien, dice él mientras enciende el suyo. ¿Qué vas a hacer con lo del retiro? Todavía no sé, por momentos estoy decidido y por momentos no me veo dejando de venir acá todos los días. Brena da una pitada profunda y luego larga el humo, lento. Además estoy seguro de que Rinaldi no me va a querer dar la guita que les dio a los otros. Te merecés que te la dé, vos más que nadie. ¿Y eso que tiene que ver?, ¿merecer es garantía de algo? Tenés razón, dice la chica y se pone el cigarrillo en la boca para que Brena lo encienda. ¿Y de amores? Ahí sí, ves, me acogí al retiro voluntario, dice, y la chica se ríe. Él chasquea el criquet hasta que sale la llama y ella entonces se acerca. Eso no te lo cree nadie, Brena. En serio, quiero vivir tranquilo. ¿Con Irina nunca más? No, Dios me proteja. Los dos fuman un rato en silencio mirando el bulevar. ¿Sabés?, dice Brena, el otro día a la noche bajé a comprar algo para comer y me crucé con un tipo que paseaba un perro, lindo, grande, un labrador debía ser. ¿Y quién era el tipo? El tipo no importa, lo que importa es el perro, sentí que a mí también me quedaría bien un perro así. A lo mejor me compro uno. Ay, Brena, estás loco, no tenés paciencia para perros vos. ¿Qué sabés? Te conozco, a los dos meses lo vas a querer devolver. Bueno, un perro no es para toda la vida como el matrimonio; si no va, no va. Para mí sería más fácil desarmar un matrimonio que devolver un perro, dice ella, ¿a quién se le devuelve un perro? Vos no sabés lo que es desarmar un matrimonio, dice él. Ni quiero saberlo. Brena da la última pitada y apaga la colilla en un hilo de agua que pasa junto al cordón de la vereda, por debajo de sus piernas y las de la chica. Ella, que hoy casi no fuma, aún tiene el cigarrillo encendido y juega con la ceniza. Él la mira y luego dice: Chazarreta acaba de aparecer muerto, degollado. ¿Pedro Chazarreta? Sí. No te creo. Me llamaron recién para avisarme. Mañana es tapa, dice Karina. ¿De
El Tribuno
?, si el pibe se aviva a tiempo, duda Brena, y yo no estaría tan seguro. Sí, si el pibe se aviva. Ahora es la chica la que apaga el cigarrillo a medio fumar en el agua que corre. Casi ni fumaste, le dice él. Sí, dos o tres pitadas nada más, me duele un poco la garganta, ¿vamos? ¿Sabés por qué creo yo que las mujeres duermen boca arriba?, le pregunta Brena. ¿Por qué? Él la mira, respira profundo, se sonríe y luego dice: Nada, dejá, nada. Se levanta y le da la mano para que ella haga lo mismo. ¿Vas para adentro? Sí, ¿vos no? Voy a dar una vuelta manzana y vuelvo, ¿me hacés un favor?, le pide Brena. Sí, claro. Cuando pases por el escritorio del pibe decile que en su tacho hay un papelito rosa abollado, que lo lea, de parte mía. Sí, le aviso. Karina le agarra la mano y se queda así un instante como si fuera a decir algo más. Pero sólo termina repitiendo: Dale, yo le aviso. Y se va.

Brena podría caminar en cualquier sentido porque —él es consciente de eso— no se dirige a ninguna parte. Entonces elige ir hacia el Este, para que el sol le pegue en la espalda y no en los ojos. No hace demasiado calor, pero el reflejo de la luz del sol en esa baldosa clara hace cuarenta y cuatro años que le hace fruncir la cara. Y hoy no tiene ganas de fruncirla. Gira la cabeza a un lado y al otro para aflojar las cervicales, llena los pulmones de aire, se acomoda el pantalón en la cintura. Luego mira detrás, por arriba de su hombro, y verifica que está solo, que nadie camina cerca de él. Entonces separa la mano derecha un poco hacia delante, con el brazo extendido y el puño cerrado, y sigue caminando en esa posición, como si lo llevara tirando de su correa. El perro a él.

CAPÍTULO 04

Nurit Iscar trabaja esa tarde en el libro que está escribiendo por encargo: Desarma los nudos. Lo detesta. Es el encargo de la ex mujer de un empresario del transporte que durante y después de su divorcio vivió alternativas que considera «únicas» y encontró «soluciones del alma» que quiere compartir con los demás. No sabés la novela que vas a escribir cuando te cuente mi vida, dijo el día en que se entrevistó con Nurit, sin sospechar las veces que su escritora fantasma —y tantos otros escritores— ya había escuchado esa misma frase o similares de otras bocas. «Si te cuento mi vida, la escribís y te ganás el premio Clarín», «Cuando les cuento a mis amigos, todos me dicen por qué no escribo una novela», «Te voy a contar algo, vos anotá y tenés tu próximo libro, más que tu próximo libro: ¡tres tomos mínimo!». ¿Por qué tanta gente cree que su vida es única y yo creo que la mía es igual a la de cualquiera?, se preguntó entonces y se pregunta cada tanto Nurit Iscar. Al menos terminó la etapa de entrevistas con la «autora» y ahora sólo le queda desgrabar y escribir. Escribir. Por suerte, escribir. Eso sí. Jugar con las palabras, armar oraciones, conjugar verbos. Escribir. Y la ex mujer del transportista paga bien. Muy bien. Así que Nurit trata de no pensar demasiado en «el mensaje» que esa mujer quiere transmitir, en los nudos, en lo que significan esas palabras que ella elige, sino en cómo suenan, cómo cantan, cómo rebota una delante de la otra hasta formar una melodía que Desarma los nudos no se merece. Sigue escribiendo por las palabras. No por lo que «quiere transmitir» la ex mujer del transportista. Cuanto antes entregue el borrador terminado, antes cobra. El problema que se viene es que después de Desarma los nudos no tiene ningún trabajo en carpeta. Pero no quiere preocuparse por adelantado.

A media tarde, Nurit siente pereza, o fastidio, o lo que sea que la lleva a buscar una excusa para hacer un alto en el trabajo. La merienda, dice. Mira el reloj y se da cuenta de que la hora es adecuada, cinco y diez. En ese mismo momento, el pibe de Policiales de
El Tribuno
, que hace unos minutos terminó de desarrugar el papel rosa que había tirado Jaime Brena en su cesto de basura, tipea en Google distintas combinaciones de palabras clave tomadas de ese mismo papel. Pero nada que sirva aparece, todo es viejo, relacionado con la muerte de la mujer de Chazarreta y no con la suya. Revisa su twitter, ninguno de los que sigue escribió nada acerca del asunto. Por un momento piensa en lanzar él mismo el tweet: «¿Alguien sabe algo de que hayan matado a Pedro Chazarreta?», pero lo descarta, se da cuenta de que es alertar a los demás sobre una noticia que por el momento parece ser sólo de él. Y de Jaime Brena. El pibe le pide a Karina su número de celular, el de Jaime Brena, y a ella le molesta que él se lo pida con esa contundencia y seguridad, como si no tuviera más alternativa que dárselo. Pero se lo da de todos modos. Lo tiene siempre apagado, le dice, igual si querés intentá. Apagado, sí, maldice el pibe. Deja mensaje en el contestador de Jaime Brena y vuelve a probar con Google. Y con twitter. Para cuando Nurit Iscar tiene listas las tostadas y las pone sobre la mesa con la mermelada bajas calorías y el queso crema, el pibe ya se dio cuenta de que Jaime Brena no piensa devolver su llamado ni tampoco, tal vez, volver a la redacción por el resto del día. Y que sin su ayuda él no va a llegar mucho más lejos que lo que dice ese papel arrugado. También se dio cuenta, y esto es lo peor, de que perdió un tiempo invalorable tratando de ubicarlo. Por eso, mientras Nurit le agrega un poco más de leche a su té —no suspendió el café por el insomnio ni por la acidez sino cuando le dijeron, nunca sabrá si es cierto, que produce celulitis—, el pibe de Policiales camina por el pasillo hacia la oficina de Rinaldi: mejor ponerlo al tanto, piensa, y que él vea a qué contacto llamar. Antes de entrar en la oficina revisa una vez más su twitter en la Blackberry y ahora sí allí está, un tweet de un periodista joven que trabaja en la radio y en la televisión, tweet que además es varias veces retwitteado por otros. Apenas la frase: Degollaron a Chazarreta, el viudo de Gloria Echagüe. Y nada más. El pibe golpea la puerta de Rinaldi, espera que del otro lado digan «pase», y luego entra apurado y agradecido de que su jefe no sea adicto a las nuevas tecnologías.

Sin que ninguno de los dos —ni Nurit Iscar ni el pibe de Policiales— lo sepan, a la casa de Chazarreta acaba de llegar el fiscal y lo primero que hace es quejarse de lo concurrida que está la escena del crimen. Alrededor de Chazarreta degollado circulan: un grupo de policías de la comisaría que corresponde a la zona con el comisario incluido; el comisario Venturini que, según le explica al fiscal mientras se palmean los hombros uno al otro, estaba en una reunión de trabajo cuando llamaron para avisarle el hecho a un colega y no quiso perderse la ocasión; dos comisarios de comisarías vecinas que se enteraron del caso, no especificaron cómo; el personal de la ambulancia del servicio médico de emergencia que fue contactado por la guardia de La Maravillosa siguiendo el reglamento del country que les exige avisar con urgencia ante cualquier accidente verificado —el mismo servicio médico que llamaron cuando murió Gloria Echagüe—; los policías de homicidios que ya están labrando el sumario; los policías de criminalística que llegaron apenas unos minutos antes que el fiscal; fotógrafo; planímetra; médicos; bioquímico; huelleros; balístico, que está con el grupo aunque un degollado no lo necesite por si además hay algún tiro perdido; un vecino del country, para que oficie de testigo y firme el acta. Aunque el Código Procesal de la provincia de Buenos Aires no exija testigo, mejor curarse en salud, dijo alguno de los comisarios y los demás lo apoyaron, este caso va a tener aún más repercusión que el de la mujer y no podemos salir otra vez todos mal parados. Che, muchachos, ¿no faltará llamar a alguien más?, se burla el fiscal mientras se abre paso hasta llegar junto al cadáver. Gira alrededor del sillón, mira el cuerpo muerto de Chazarreta desde distintos ángulos, se acerca al comisario a cargo —después de preguntar cuál de todos los comisarios es el que está a cargo— y le pregunta algunos detalles mientras observa cómo el vecino convocado en calidad de testigo, nervioso y evitando mirar hacia donde está el muerto, deja caer al suelo el papel del caramelo que está a punto de comer. El fiscal le señala el papel a uno de los huelleros y le dice: Levantá esa evidencia, a lo mejor nos conduce al asesino. De inmediato el vecino se agacha a levantar el papel y en el movimiento casi se atraganta con el caramelo.

Other books

Pretty in Kink by Titania Ladley
Ella by H. Rider Haggard
Taber by Aliyah Burke and Taige Crenshaw
The Cost of Love by Parke, Nerika
Parties & Potions #4 by Sarah Mlynowski
Chameleon by Kenya Wright
Unrestricted by Kimberly Bracco