Betibú (12 page)

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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

BOOK: Betibú
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Jaime Brena vuelve a su escritorio, hoy le toca escribir sobre la inauguración de un jardín maternal de última generación en Mataderos. Se lo pidió Rinaldi, y a Rinaldi seguramente se lo pidió el Intendente. No es que Rinaldi y el Intendente sean tan amigos, pero hoy los dos detestan al Presidente de la Nación y eso los une. Si hay algo que tiene de bueno escribir sobre la inauguración del jardín maternal, reconoce Jaime Brena, es que para completarla nota a media tarde piensa ir a Mataderos. Y saber que va a pasar parte de su jornada laboral en la calle, yirando por algún barrio de Buenos Aires, lo pone de buen humor. Con qué poco te conformás últimamente, Jaime Brena, se dice a sí mismo y empieza a tipear. Te invito a tomar el té en Mataderos, le propone a Karina Vives, que acaba de llegar. ¿El té en Mataderos?, pero qué cool que estás, Brena, ¿Mataderos Soho o Mataderos Hollywood?, le dice la chica y se instala en su escritorio. Vos reíte, nena, que una de estas noches te voy a llevar a bailar a Avenida de los Corrales y Lisandro de la Torre y ahí vas a saber lo que es bueno, le advierte Brena y la hace sonreír otra vez.

En el momento en que Jaime Brena titula la nota para el Intendente, a unos metros de él, el pibe de Policiales busca en Internet datos sobre todas las personas que trabajan con el fiscal Pueyrredón a ver si tiene la suerte de conocer a alguien, mientras en La Maravillosa Nurit Iscar intenta escribir un nuevo informe para
El Tribuno
. Al pibe no le suena ningún nombre, y a ella nada de lo que escribe la conforma. Mira por la ventana: todo es verde. Cierra la cortina y prende la luz artificial para sentir que está en su casa, en el cuarto de los chicos que convirtió en su estudio desde que ellos se fueron a vivir solos, sentada en su silla y recostada sobre el almohadón con funda tejida en punto arroz que alguna vez fue de su madre. Tendría que haberlo traído, aunque sea el almohadón, para sentirse más cerca de su casa. Y alguna de las macetas del balcón; aunque sus plantas son menos llamativas que las que la rodean, son suyas. Sin embargo, en lugar de mirar la luna, como ET, y decir con voz balbuceante: «mi casa», ella, Nurit Iscar, Betibú, elige una frase más clara y contundente: ¿Y si me voy a la mierda? Interrumpe sus pensamientos y divagues un llamado de Carmen Terrada. Tenés mala voz hoy, le dice su amiga. Estoy pasando la segunda prueba de resistencia en La Maravillosa. La primera fue atravesar la barrera de entrada, ¿te acordás?, le pregunta Nurit. Sí, me acuerdo, ¿y ahora con quién te peleaste?, quiere saber Carmen. Todavía con nadie, responde ella. Contame, insiste su amiga. Síndrome de abstinencia de ciudad: me estresan los árboles, me estresa el verde, me rompe poderosamente las pelotas el canto de los pájaros a las seis de la mañana, el chirrido de los grillos, las ranas que croan toda la noche, ¿sabés lo que necesito, Carmen? Un hombre, amiga. No, cemento, mucho cemento y un café en la esquina de mi casa, responde Nurit. Y sigue: Imaginate lo que es salir a caminar por la calle y sentir que en este lugar no te podés llegar a cruzar con nadie que te conmueva, que todo lo que te rodea es naturaleza, deporte, vida supuestamente sana, y casas vacías. Porque aunque haya gente, no la ves si no es haciendo alguna actividad deportiva. Aunque sea trotando. Imaginate lo que es sentir que no puede suceder nada que te sorprenda, que no te puede pasar nada fuera de lo previsto, dice Nurit. Bueno, te pueden cortar el cuello de lado a lado, te recuerdo, ¿o te olvidaste por qué estás ahí?, pregunta Carmen. Cierto, también te pueden degollar, pero te digo que un par de días más de soledad y canto de pájaros, y yo voy a salir a la calle pidiendo que alguien, por favor, me degüelle, confiesa Nurit. Tranquila, el sábado temprano estamos ahí con Paula y nos instalamos en tu casa todo el fin de semana, le promete su amiga. Gracias, dice ella, eso me va a hacer bien. Al final, pregunta Carmen Terrada, ¿la casa tiene pileta?

El pibe tipea su nota bajo el efecto del susto que le dejó la entrada en la redacción de Rinaldi, hace apenas un rato, para dejarle claro que está haciendo mal su trabajo. Jaime Brena describe las instalaciones del jardín maternal de Mataderos que todavía no vio sino a través de la gacetilla que recibió del Departamento de Prensa de la ciudad. Y yo tengo el tupé de decirle a este pibe que no le hago la gacetilla a cualquiera, piensa y le da a las teclas con bronca. Rinaldi redacta su editorial para mañana, empieza por el título: Otra mentira del Presidente. Karina Vives desgraba la entrevista que le acaba de hacer al egipcio/italiano/mexicano Fabio Morabito. Nurit Iscar tipea su segundo informe.

«Este lugar, día a día, es ganado por el silencio. Dos muertes tan extrañas y a su vez tan similares, en la misma casa, dentro del mismo club de campo (así se autodenominan este y otros lugares similares que forman la asociación que los agrupa), desconciertan y aterran a los vecinos. Pero ellos ya no lo dicen, ya no hablan como los primeros días. Intentan pensar en otra cosa, seguir con sus vidas de siempre. Muchos, no todos pero casi, se conforman pensando: es con ellos, con los Chazarreta, no con nosotros. Como si quien entró a matar por segunda vez hubiera venido a completar un asunto que sólo afecta a Pedro Chazarreta y Gloria Echagüe. O, en todo caso, a ellos y su familia. O a ellos, su familia y sus allegados próximos. O a ellos, su familia, sus allegados próximos y sus socios de negocios. Entonces el universo se amplía. Pero no tanto. No a ‘nosotros’. A ‘nosotros’, no. ¿Y quiénes son ‘nosotros’? Todos los demás que tienen una casa en La Maravillosa y siguen vivos. Sin embargo, hay preguntas que les incomoda contestar y que, por lo tanto, no quieren que nadie les haga ni hacérselas ellos mismos. Porque todos los que viven en este lugar, aunque quieran ignorarlo, saben que las opciones no son tantas: o el asesino es alguien de adentro de La Maravillosa, o alguien que entró por la guardia y salió con autorización de algún socio, o (y esto es llamativamente lo que más nerviosos pone a los vecinos) fallaron los controles de seguridad del ingreso en el country. Hoy, a quien quiere entrar en un lugar como éste se le pide: autorización de un socio mayor de edad (un chico de 17 años no puede hacer ingresar a un amigo, ni la empleada doméstica puede dejar ingresar a nadie si no está autorizada por escrito por los dueños de casa), documento de identidad (antes se pedía sólo el número sin necesidad de mostrar el documento propiamente dicho, ya que la gente que ingresa con cierta regularidad en el country tiene su fotografía cargada en la computadora y se puede chequear que cara y foto coincidan, pero desde el último robo que hubo en un barrio cerrado vecino, por más que cara y foto sean idénticas, se pide documento), seguro contra terceros a nombre del conductor del auto que ingresa (si una persona quiere entrar con el auto de su cónyuge, estará en problemas), foto (si es la primera vez que la persona ingresa, y aunque ahora no sirva de nada ya que piden el documento; ‘lo que abunda no daña’, es uno de los tantos lemas del jefe de seguridad de este lugar; otros: ‘más vale prevenir que curar’, ‘hay que curar en salud’, ‘todo el mundo es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario’), revisión del baúl del auto a la entrada y a la salida, y ahora también revisión del capot a la salida, ¿por si una visita se lleva algo escondido entre el radiador y el motor? Vaya uno a saber. Si el vehículo ingresa de noche se agrega, desde hace unas semanas, la obligación de apagar las luces externas y encender las internas hasta que el guardia se acerque y verifique quiénes están adentro, exactamente como era el procedimiento en la época de la dictadura militar cuando se requisaba un auto. Pero así y todo, con autorización, seguro, foto, documento, baúl en orden y luces apagadas, o sin ellos, el asesino de Chazarreta entró. O estaba adentro, o un vecino lo autorizó a pasar, o pasó sin que la guardia notara nada extraño. Y eso, a ‘nosotros’, es lo que de verdad nos tiene mal.»

Nurit archiva el texto. Se lo manda a Rinaldi, pero esta vez no va con copia para el chico de Policiales. Al pibe se lo envía en otro mail que está dirigido sólo a él. Intenta un cuerpo del mensaje cordial; no sabe por qué, pero no empieza con Estimado, ni con Sr., ni nada por el estilo sino simplemente con Hola! Luego: Te envío el informe para mañana. Me gustó mucho tu nota de ayer. Un abrazo. Nurit Iscar. Y se le ocurre agregar al final del texto la siguiente postdata: PD: Si te interesa conocer el lugar donde se cometió el crimen acerca del cual escribimos los dos, podés venir en algún momento del fin de semana, o cuando mejor te convenga. Y para que no quepa ninguna sospecha de que la invitación lleva bajo cuerda alguna intención de tirarle onda a un chico que debe tener casi treinta años menos que ella, Nurit Iscar agrega en un segundo renglón de la postdata: Vení con quien quieras.

El pibe de Policiales abre el mail de Nurit Iscar que acaba de entrar en su bandeja. Le sorprende la invitación a La Maravillosa. Sin todavía leer el nuevo informe, se levanta y va hasta el escritorio de Jaime Brena: ¿Qué se traerá entre manos esta mina?, le pregunta. ¿Betibú? Betibú. Me mandó el informe sin pasar por Rinaldi y me invita a La Maravillosa. Nada, a lo mejor es buena compañera, hay también, de vez en cuando te encontrás con alguien que no está pensando sólo en cagarte para hacer carrera más rápido que vos o para ocupar tu silla. ¿Lo decís por mí? No, pibe, vos no tenés nada que ver con que yo esté donde estoy, o mejor dicho, que no esté donde debería estar, ¿vas a ir?, le pregunta. Es una gran oportunidad, no la puedo desperdiciar, pero no sé. Acordate de la primera lección pibe, calle, tenés que ir y estar ahí, aunque las calles de ese lugar sean muy distintas de las de Mataderos. ¿Qué tiene que ver Mataderos con todo esto? Nada, tengo que ir en un rato a Mataderos a cubrir la inauguración de un jardín maternal, ¿me querés acompañar? Si vos me acompañás el fin de semana a La Maravillosa. No puedo caer de colado en la casa de la mina. La mina no, Brena, Nurit Iscar, tenés que aplicar tus propias lecciones. Tenés razón, Nurit Iscar. Betibú. Y sí, podés, insiste el pibe, porque ella me dice en su mail que si quiero vaya acompañado. Pero, boludo, te está hablando de tu chica. No aclara nada, así que puedo ir con quien quiera. Yo ya conozco el lugar, dice Jaime Brena, estuve entrevistando ahí a Chazarreta, me odió después de esa entrevista. ¿Por? Porque no dije lo que él quería que dijera, porque no me pudo manipular. Era un buen manipulador el hijo de puta y ésos son los que a mí más miedo me dan. Yo de una piña me sé defender, de un manipulador me cuesta más. ¿Me acompañás entonces?, insiste una vez más el pibe de Policiales, si conocés el lugar mucho mejor, un lujo ir con alguien que conoce el terreno. Jaime Brena se lo queda mirando. Este pibe no se parece en nada a mí cuando empecé a trabajar en
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, piensa, pero hay algo en él que me tira a ayudarlo, será por eso de que nadie le niega una mano a un ciego que está por cruzar una calle, se dice a sí mismo y luego se sonríe y le confirma: Okey, vos también me estás manipulando, pibe, pero me caés simpático. Gracias, es todo un avance en nuestra relación, bromea el pibe de Policiales. Y, de última, si Nurit Iscar espera que caigas con una chica, yo te agarro de la mano y te doy un piquito. Sos muy viejo para mí, Brena. José de Zer lo habría hecho si hubiera sido necesario, concluye él, ¿ves?, ésa va a ser tu tercera lección, pibe, averiguá qué ciudad del conurbano, muy pegada a la capital, donde nació uno de nuestros mejores jugadores de fútbol, fue bautizada gracias a José de Zer y por qué se hizo famosa su frase: Seguime, Chango, seguime. Lo averiguo, dice el pibe y parece entusiasmado, me voy a terminar mi nota de hoy así después te puedo acompañar a Mataderos. Dale. El pibe se va. Brena mira a Karina, ¿ves?, acá tengo un colega que me va a acompañar a Mataderos aunque no sea cool, nena. Qué rápido me reemplazás, Jaime Brena. Vos sos irreemplazable, linda, aunque me tengas abandonado. Ella se sonríe pero no dice nada, sabe que Brena tiene algo de razón, pero no es que lo tenga abandonado porque no le importa, sino porque estar cerca de él la obliga a tomar una decisión y contársela. ¿Por qué es para ella tan fuerte la mirada de Jaime Brena? Si ella tiene padre y hermanos mayores. ¿Por qué si pudiera elegir un padre se quedaría con Brena y no con el suyo? Lo mira y le vuelve a sonreír. Él también le sonríe y tampoco dice nada, no tiene dudas de que a la chica le pasa algo, algo que todavía no puede contarle. El pibe de Policiales se levanta y vuelve al escritorio de Brena. ¿Qué pasa, pibe?, le pregunta Brena. Te debo algo, le contesta. Brena no entiende. ¿Qué me debés? Una respuesta a una pregunta que me hiciste en la primera lección de este curso acelerado de ayuda al periodista discapacitado. Eh, pará, tampoco es para tanto. El pibe sigue: Gustavo Germán González, el de Crítica, se disfrazó de plomero para entrar en la morgue y ver qué decían los médicos forenses acerca del cadáver del concejal radical, y después escribió: «No hay cianuro». No había cianuro en el cadáver, fue el primero en publicarlo. Jaime Brena se sonríe con cierta satisfacción. ¿Aprobado?, le pregunta el pibe. Sí, pibe, aprobado, vas a aprender vos, le dice Brena, vas a ver que vas a aprender.

CAPÍTULO 11

Nurit Iscar supone que sería bueno contar con algo de ayuda para el fin de semana. Sus amigas colaboran y son como de la familia, pero la casa es grande, entra mucho polvo, mucho polen de los árboles. Además, si llega a venir el pibe de Policiales le gustaría que todo esté bien ordenado y no tener que ocuparse de la comida, la bebida, los platos, el papel higiénico en el baño y demás menesteres hogareños, para poder así atenderlo, llevarlo a conocer el barrio, la casa de Chazarreta, que todavía está rodeada de cintas plásticas que impiden el paso —custodiada además por un policía de la Bonaerense y uno de la seguridad del barrio—, y cualquier otro lugar que el pibe quiera conocer. Se imagina que una forma de conseguir a alguien que la ayude con las tareas de la casa es preguntarle a la empleada de algún vecino si tiene una amiga, pariente o conocida para recomendarle. Sale a la puerta y espera a que aparezca alguna. Pero no aparece. En cambio, pasa un auto, a los diez minutos otro, quince minutos después una camioneta cuatro por cuatro. Supone que debe haber un método que le lleve menos tiempo, tocarle la puerta a un vecino, por ejemplo. Lo hace en la casa de la derecha, no sale nadie. Lo hace en la casa de enfrente, nadie. No se atreve a tocar el timbre en la de la izquierda: si de allí tampoco sale un ser vivo y hablante —no vale perros ni ningún otro animal doméstico—, la sensación de solitud la va a sumir en una angustia de la que no está segura de poder recuperarse. Si ella, Nurit Iscar, es el único ser humano en metros a la redonda, prefiere no saberlo. Deja pasar unos minutos más, fingiendo una calma que no tiene. Debe reconocer que la espera la inquieta. Para ver gente, se teme, va a tener que ir hasta la proveeduría, la cancha de tenis, el gimnasio o el bar del golf. Y Nurit Iscar quiere ver gente. Está a punto de ser tomada otra vez por el síndrome de abstinencia de ciudad cuando por la esquina ve venir a una empleada doméstica que camina paseando un perro chihuahua. Nurit Iscar respira aliviada, como si acabara de escapar de un peligro que sólo ella reconoce. La mujer parece bastante fastidiada por la tarea que le encargaron, cosa comprensible con sólo observar los movimientos histéricos del perro. Este bicho es el diablo, dice casi para sí cuando pasa junto a ella. Nurit asiente y aprovecha el acercamiento que provoca la confesión para preguntarle si conoce a alguien que pueda ayudarla el fin de semana. La mujer intenta detenerse para responderle, pero el perro ladra de una manera tal que las obliga a las dos a seguir caminando juntas. Yo tengo mi hija, le dice, pero el fin de semana no puede, el marido no la deja, si la quiere para la semana, sí, pero fin de semana no la deja. Y la mujer está a punto de empezar a quejarse del marido de la hija, pero Nurit Iscar la interrumpe y le aclara que lamentablemente ella sólo necesita alguien que la ayude unas horas el sábado y otras pocas horas el domingo, con el resto de la semana se arregla. Van a ser pocos, ella, dos amigas y un compañero de trabajo, pero aun así prefiere que alguien le dé una mano. Lástima, fin de semana el marido no la deja, repite la mujer. Lástima, dice Nurit. La empleada que sigue luchando con el chihuahua saluda a un jardinero que pasa en bicicleta cargando sobre el manubrio la cortadora de césped y, sin que Nurit se lo pida, la mujer le pregunta si él tiene a alguien. El hombre se detiene, ellas también intentan detenerse pero el perro ladra histérico otra vez y resulta imposible conversar con ese sonido de fondo. Entonces el hombre da vuelta la bicicleta y las acompaña unos metros en la dirección en la que el chihuahua quiere ir. Tenía, dice el hombre, mi mujer, pero ya consiguió, ayer consiguió, tres meses sin trabajar, duro, pero ayer consiguió. El hombre se acuerda de algo, le cuenta que los fines de semana, en la entrada, del otro lado de la barrera, suele haber mujeres que se ofrecen para trabajar por hora, que a lo mejor ahí puede encontrar a alguien, a veces los guardias las corren, pero es la calle, así que ellas pueden, ¿o no es la calle? Sí, es la calle, dice Nurit Iscar y se acuerda de ella misma discutiendo acerca de quién es dueño de una calle el día en que entró en La Maravillosa. Cierto, dice la empleada que pasea el chihuahua, yo también las tengo vistas, vienen los sábados tempranito. Y si necesita, hay hombres que se ofrecen para hacer asados o para lavar autos, lo que usted precise, dice el jardinero. Nurit agradece la información y regresa a la casa. El hombre retoma su camino. La mujer sigue detrás del perro y masculla: lástima, el marido de mi hija.

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