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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (22 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Cuando Iluna había alcanzado la mitad de la escala, Petra comenzó a subir, aferrándose a las sogas temblorosas con las manos húmedas. Para cuando llegó el turno de Jenna, ya estaba completamente oscuro y el cielo se hallaba tachonado de estrellas que no proporcionaban ninguna luz. Se aferró a la escala y fue hallando peldaño a peldaño por puro tacto. Una brisa ligera movía unos mechones sueltos sobre sus ojos. Jenna comenzó a practicar la respiración de la araña, aconsejada para escalamientos difíciles, y pronto sintió que sus brazos y piernas se movían con más fluidez. Cuando la escala dejó de moverse, comprendió que Petra había alcanzado la cima. Veinte peldaños más y comenzó a oír unas voces que la alentaban desde arriba. Los últimos peldaños fueron los más fáciles de subir, ya que la madera se hallaba afirmada a la roca con trabas de hierro.

—Bienvenida hermana —saludó una mujer.

Jenna alzó la vista hacia el farol que ésta sostenía. Iluminaba la escala con una fuerte luz.

—¡Más bien debería decir: bien venidas hermanas!

—Gracias —dijo una voz de pronto junto a Jenna—, aunque en la oscuridad no he tenido que trepar demasiado.

—¡Skada! —Jenna se volvió, sorprendida al ver que su hermana oscura subía por otra escala a su lado.

—Bueno, Jen, ¿y qué has estado haciendo en estos últimos días, eh?

A la luz del farol, su sonrisa traviesa era inconfundible. Sin saber por qué, Jenna se ruborizó.

—No tienes que sonrojarte por mí, hermana —susurró Skada—. Su aroma es realmente dulce.

—¡Ssssskada! —exclamó Jenna.

Emitió una risita incómoda: por supuesto que Skada lo sabía todo. Como si le hubiese leído la mente, Skada también se rió.

—No todo, hermana. Al fin y al cabo, estaba muy oscuro en esa habitación y no encendisteis ninguna vela. Sólo tengo tus recuerdos...

—¡Nunca encenderé velas! ¡Carum no lo permitirá!

—Hmmmmm. ¿Se lo has preguntado?

Se echó a reír ante la turbación de Jenna, y ésta rió con ella.

—Venid, hermanas —les llamó la mujer—. Las escalas no son buen lugar para conversar. Compartid nuestra comida. Es un festín sencillo, pero hay suficiente para tres más.

—¿Un festín? —dijo Skada—. ¡Me muero de hambre!

Subieron los últimos peldaños y la mujer las condujo hacia el edificio. Bajo la luz suave que oscilaba con cada brisa, se veía que la Congregación estaba hecha en madera y piedra, construida de tal forma que se adaptaba a las diversas superficies del peñasco, a todos los cortes y grietas que ofrecía la naturaleza. El resultado era un edificio muy extraño, pensó Jenna, con habitaciones en todos los niveles imaginables.

El comedor se hallaba en tres niveles diferentes, todos dictados por la piedra. En el superior había una gran mesa rodeada por más de veinte sillas. En el siguiente, media docena de mesas más pequeñas, con entre cuatro y ocho sillas cada una. En el nivel más bajo estaban las mesas cubiertas de alimentos. Cuando se acercaron, Jenna notó que las mesas y las sillas no estaban hechas de una sola pieza, sino que habían sido armadas.

En la cena había muchos alimentos familiares: huevos hervidos en su cáscara, hortalizas del bosque, hongos, liebre dorada y aves asadas. Pero había también una especie de bayas que Jenna no conocía, y varios pasteles cuyas frutas tenían un color extraño. No había vino, sólo agua y una leche de color algo azulado.

—¿Qué hay de Piet allá bajo? —preguntó Jenna.

—Los hombres pueden pastar como el ganado —respondió una mujer.

—Si se estuviera muriendo de hambre, le arrojaríamos comida —dijo otra—. Pero, según Iluna, no tiene el aspecto de un hombre famélico. —Se colocó una mano delante del vientre y se echó a reír.

Las otras también rieron mientras llevaban sus platos colmados hacia la gran mesa. Cuando todas estuvieron sentadas, se presentaron una tras otra, pronunciando sus nombres tan rápido que ni siquiera Jenna logró comprenderlos todos.

—Y vosotras tres —preguntó Fellina, la mujer que había sostenido el farol y uno de los pocos nombres que Jenna había entendido—, ¿qué mensaje traéis?

—Yo soy... —comenzó Petra, pero Jenna y Skada la detuvieron con una mano sobre su brazo.

—Somos hermanas de diferentes Congregaciones, pero traemos el mismo mensaje —habló Jenna—. Y es un mensaje de guerra. —Se quitó el anillo del dedo meñique—. Esto me fue entregado por la Madre de la Congregación Nill.

—Mi Congregación —precisó Petra en voz baja.

—Antes de que ella y todas las mujeres de allí fuesen cruelmente asesinadas —agregó Skada—. Por hombres.

—Hombres de Kalas —especificó Jenna. Las mujeres estaban tan silenciosas que continuó—: Madre Alta dijo que debía ir de una Congregación a otra con la siguiente advertencia: El momento del final es inminente. Dijo que las Madres de las Congregaciones sabrían qué hacer. Pero vosotras sois... —Su voz se quebró. De pronto Jenna se sintió abrumada por los recuerdos y bajó la vista hacia su plato.

—Nosotras somos qué... continúa pequeña —la animó Fellina con suavidad. Curiosamente confortada por el apelativo, Jenna miró a las mujeres alrededor de la mesa. Los rostros eran diferentes y, sin embargo, en su preocupación parecían similares a los de la Congregación Selden. Realizó una profunda inspiración latani y contó hasta diez en silencio. Finalmente habló.

—Hasta el momento, ésta es la única Congregación que he encontrado en pie aparte de la mía.

—¿En cuántas has estado?

—En dos. Pero...

—Pero tenemos informes de que diez han sido destruidas por completo —completó Petra.

—¿Diez entre cuántas?

—Diecisiete —respondió Jenna.

—Dieciocho si contamos M’dorah —agregó Skada.

—Nunca nadie cuenta M’dorah —dijo Iluna mientras desataba al bebé de su espalda con la ayuda de su hermana sombra. Comenzó a mecer a la niña lentamente entre sus brazos.

—Hasta ayer nunca había oído hablar de M’dorah —admitió Jenna.

—Yo sí; pero pensé que se trataba sólo de un cuento —agregó Petra.

—Diez. Completamente destruidas. Diez.

El número pareció dar la vuelta a la mesa y bajar hasta las mujeres sentadas en el siguiente nivel. Lentamente, éstas subieron los cuatro peldaños para permanecer de pie junto a sus hermanas.

Jenna y Skada miraron a su alrededor, aguardando hasta que todas estuvieron en silencio. Después, Jenna habló, y articuló sus palabras como lo hiciera el rey en la gran escalinata de New Steading. Ése era su pueblo. Debía hablar ahora.

—He sido llamada La Blanca, la Anna, aunque en realidad yo no lo he afirmado. Ya sea que lo creáis o no, lo que voy a deciros es verdad: vengo con un mensaje. Hay una guerra. Hombres contra mujeres; hombres contra hombres, con lo cual las mujeres sufrirán grandemente. Algo está finalizando, tal como rezan las profecías. No sé si se trata del mundo, pero sin duda el mundo de las Congregaciones está siendo destruido.

—Por completo —murmuró Petra—. Continúa, Jenna.

—No podemos permitir que ese mundo desaparezca sin luchar para conservar algo de lo que significa. Algo debe permanecer de las enseñanzas de Gran Alta. Debemos asegurarnos de que en el nuevo mundo habrá espacio para las hermanas, codo a codo.

—Codo a codo —repitió Iluna, y la frase corrió alrededor de la mesa.

—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó la mujer sentada junto a Iluna.

—Bajad de esta Congregación oculta, abandonad vuestro refugio secreto y uníos a nosotras. Luchad conmigo, codo a codo, como dicen las viejas rimas. No permitáis que los hombres luchen solos por nosotras. Porque, cuando los hombres luchan solos, la victoria también les pertenece sólo a ellos.

—¿Quieres que abandonemos este refugio secreto para morir entre extraños? ¿Entre hombres? —gritaron varias voces, y a continuación se respondieron—: ¡No!

—¡No!

La palabra la repitió furiosamente alguien de la mesa. Jenna no alcanzó a determinar quién había hablado.

—Habla por nosotras, Maltia —gritó alguien.

Al otro extremo de la mesa, una mujer y su hermana sombra se pusieron de pie. Ambas eran altas, con una cabellera negra que acababa en trenzas grises. Ambas miraron a Jenna desde el otro lado de la larga mesa.

—Yo soy la Legítima Oradora de esta Congregación —habló una de ellas al fin—. Y ésta es Tessia, mi hermana sombra.

Jenna las saludó con un movimiento de cabeza y lo mismo hizo Skada.

—Nosotras no tenemos ninguna Madre Alta como vosotras —continuó Maltia—. Nadie nos gobierna. Yo soy la Legítima Oradora, pero, aparte de eso, no dispongo de ningún poder. Así es como nos hemos apartado, hace tantos años, de las falsas enseñanzas de Alta. Hemos venido a este sitio de águilas y aire puro para adorar solamente a la verdadera Alta. La que aguarda en el salón verde, donde se ha dicho que cada final es un comienzo y también que nadie es más alto cuando todos se encuentran juntos.

—Jenna —susurró Petra—, eso es lo que enseñan los Grenna.

Jenna frunció los labios y se levantó junto a Skada.

—Comprendemos más de lo que crees, Legítima Oradora. Hemos estado en el bosque de Alta con los Hombrecillos Verdes. Hemos sido incluidas en su círculo. Hemos visto la cuna y el salón.

—¡Ahhhh! —exclamaron las mujeres alrededor de la mesa.

—Pero... —continuó Jenna, y vaciló unos momentos para lograr más efecto— no fuimos mujeres solas allí. Éramos mujeres y hombres. Petra, y yo... —Esta vez no estaba buscando el efecto.

—¿Y tu hermana sombra? —preguntó Tessia, con una expresión de astucia que el rostro de Maltia no mostraba.

—No hay sombras en el bosque —reconoció Jenna, en voz baja—, aunque hayas tratado de confundirme para que diga lo contrario.

—¡Ahhhh!

—¿Qué hombres estaban allí contigo? —preguntó Iluna de pronto.

—¡Iluna! —la reconvino Tessia con dureza—. Tú no eres la Legítima Oradora.

Iluna pareció contraerse y estrechó al bebé contra su pecho, a modo de un escudo.

—¿Quiénes eran esos hombres? —preguntó Maltia como si no hubiese habido ninguna interrupción—. ¿El barbudo del vientre abultado estaba entre ellos?

Por un momento, Jenna consideró la posibilidad de mentir y responder que sí, ya que ello podría ayudar a Piet, ayudar a su causa. Pero desechó la idea por considerarla indigna; indigna de la audiencia y del mismo Piet. Después de todo estaba hablando con la Legítima Oradora. Sus propias palabras también debían ser legítimas. Si hacía lo contrario estaría actuando como el rey.

—No —habló con la mirada fija en Maltia—. No eran hombres maduros sino tres muchachos. Alta obsequió a uno una corona, a otro una muñequera y al tercero... —Se llevó la mano a la garganta y, por unos momentos, no pudo seguir.

—¿Al tercero le entregó el collar? —preguntó Maltia.

—¡Sí! —balbuceó Jenna—. Y a causa de él ya no puede hablar.

—No querrías escuchar sus terribles verdades —le explicó Tessia—, no traerían más que la ruina. Los humanos no podrían soportar oír tantas verdades, aunque sólo serían una sombra de las palabras del Heraldo.

—Lo sabes... —comenzó Skada.

—Se trata de los Tres —siguió Maltia—. Los Jóvenes Heraldos. Los Mensajeros. Lo sabemos. Pero lo que aún no comprendemos es cómo pueden saberlo las seguidoras de la falsa Alta. Solamente está escrito en el Segundo Libro de Luz.

—¿El Segundo Libro? —la interrumpió Petra—. No existe ningún Segundo Libro.

—Es el Libro de M’dorah —afirmó Maltia—, escrito por la misma Alta cuando abandonó el bosque y vino a este peñasco para construir un santuario, un refugio donde ni siquiera las águilas se atreven a anidar.

—Donde ni siquiera las águilas se atreven a anidar... —susurró Petra—. Jenna, Alta dijo que otros habían estado en el bosque.

Maltia y Tessia se dejaron caer en sus sillas.

—Debemos pensar en esto.

—¡No tenéis tiempo para pensar! —rugió Skada, y golpeó el puño contra la mesa—. Sólo hay tiempo para actuar. Debemos bajar y regresar con nuestro ejército antes del amanecer.

—¡Skada! —la reprendió Jenna, aunque su hermana sólo había dicho lo que ella misma había temido decir.

Pero Maltia y Tessia parecían hallarse muy lejos. Se habían cubierto los ojos con las manos y estaban profundamente concentradas, practicando la respiración latani.

Con el bebé todavía apretado contra el pecho y su hermana oscura junto a ella, Iluna se levantó bruscamente y exclamó:

—Yo iré aunque nadie más lo haga.

—¡Y yo!

Dos jóvenes de rostro alargado se pusieron de pie.

—¡Y yo!

Una mujer madura con profundas arrugas en el rostro se levantó lentamente. A su lado se alzó otra mujer cuyas arrugas parecían sombras.

Maltia alzó la vista.

—¡Esperad! —gritó—. Es posible que no formemos parte de este final, y tampoco de este comienzo. No os apresuréis: Si te levantas demasiado temprano, el rocío cubrirá tu piel. No ahoguéis a M’dorah en esto.

—¿Qué hay de las otras señales? —agregó Tessia—. Sólo tenemos una, y puede estar compuesta por nuestros propios anhelos.

—Has hablado con la verdad —dijo la mujer madura—, como corresponde a la hermana sombra de la Legítima Oradora. Pero La Blanca sabe lo de los Tres Heraldos. No hay duda de que eso es señal suficiente.

—Uno no es multitud. Está dicho claramente en el Libro. —La voz de Maltia era grave.

—¿Qué otras señales? —preguntó Skada—. Decidnos cuáles son.

Tessia se rió.

—Si necesitas preguntar es porque no las conoces.

—¿Qué señales, Legítima Oradora? —Petra estaba de pie—. Hemos visto muchas, pero ¿cómo saber cuáles deseáis que os revelemos sin un indicio? Os las daremos todas, pero vosotras tenéis que darnos algo.

Jenna jamás le había oído hablar con tanta fuerza, ni siquiera cuando lo hizo en la Congregación Selden.

—¿Quién la ha ungido para la tarea? —susurró Maltia.

Tessia bramó la misma pregunta.

—¿Quién ha ungido a La Blanca para la tarea?

Petra cerró los ojos por un momento y Jenna casi pudo ver cómo los recuerdos se agolpaban en su frente. Luego abrió los ojos y miró a la ventana, más allá de Maltia.

—Mi Madre la ha ungido. Mi Madre, quien tenía seis dedos en cada mano. La que veía sin ojos. La que se alzaba sin...

—... sin pies. —La voz de Maltia tembló—. Quien hablaba sin voz. La que...

—¿La que hablaba sin voz? —le susurró Jenna a Skada—. En nombre de la Gran Diosa, ¿qué significa eso?

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