Blancanieves y la leyenda del cazador (4 page)

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Authors: Lily Blake

Tags: #Fantástico

BOOK: Blancanieves y la leyenda del cazador
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Ravenna se acercó. Ambos la miraron con actitud desafiante y los ojos encendidos. El mayor trató de liberarse de las manos del guardia.

—Bajo tu dominio, lo hemos perdido todo —exclamó sin apartar la mirada de Ravenna—. No desistiremos hasta que el reino sea libre.

—No todo —respondió ella, observando al atractivo joven que estaba junto a él—. ¿No es este tu hijo? Cómo osas mostrar tal ingratitud hacia tu reina —agarró la cara del joven y clavó la mirada en sus ojos grisáceos. Ninguno de los dos habló.

El le permitió acariciar su mejilla un momento. Luego, con un rápido movimiento, empujó al guardia, le hizo perder el equilibrio, le arrebató la daga y se la clavó a Ravenna en el pecho.

La estancia quedó en absoluto silencio y todos dirigieron los ojos hacia el cuchillo. Ravenna estuvo a punto de soltar una carcajada. No sentía nada. El poder que su madre le había transmitido era tan fuerte, tan absorbente, que ni la más afilada de las espadas podría matarla. Arrancó la daga de su pecho y el corte se cerró al instante. No sangraba. Ni siquiera había quedado una marca. Y la piel aparecía absolutamente tersa donde penetró la hoja.

El muchacho la miró horrorizado.

—¿Matarías a tu reina? —preguntó Ravenna, entrecerrando sus ojos azules al mirarlo. No pudo contenerse. Sintió que la rabia y la furia crecían en su interior, se mezclaban con su sangre y fluían por sus venas, haciéndola más poderosa que nunca—. Tienes belleza y coraje, pero ¿cuán fuerte es tu corazón? —susurró al oído del joven mientras colocaba la mano sobre el pecho del muchacho.

Él trató de retroceder con el rostro desencajado, pero la magia de la reina le paralizó. Ravenna sintió que los latidos del joven retumbaban en sus oídos, creciendo en intensidad a cada segundo. El padre del muchacho suplicaba clemencia, pero ella no escuchaba sus palabras, simplemente se dejaba consumir por la magia, que la arrastraba en su virulenta corriente. Se inclinó hacia atrás y canalizó toda su fuerza hacia la punta de los dedos, al tiempo que el corazón del joven aumentaba el ritmo.
Más rápido
, pensó y el corazón bombeó a mayor velocidad.
Más rápido
, repitió en su interior, y los latidos se aceleraron aún más, fundiéndose entre ellos, hasta que el ruido se volvió tan intenso que apenas podía soportarlo.

El rostro del muchacho mostraba desesperación y sus ojos aparecían enrojecidos y aterrados. Ravenna soltó el aire de los pulmones y concentró toda su fuerza en cerrar el puño. Podía sentir aquel corazón entre los dedos, como si tuviera la mano dentro de su pecho. Continuó apretando, más y más, hasta que la tuvo firmemente cerrada. El muchacho hizo una mueca de dolor mientras ella estrujaba los dedos. El martilleo de su propio pulso ensordeció al joven y por fin su corazón estalló. Entonces, se desplomó en el suelo, muerto. Su padre se arrodilló junto a él y comenzó a golpearle el pecho para tratar de reanimarlo.

Finn alzó la espada para acabar con la vida del anciano, pero Ravenna le detuvo.

—No, deja que regrese junto al duque y le hable de la generosidad de su reina —dijo casi riendo. A continuación, abandonó el salón del trono y Finn la siguió.

Ravenna apenas podía caminar. Finn se colocó junto a ella, ayudándola a dar cada paso. Sentía como si todo el aire hubiera abandonado sus pulmones, tenía las piernas débiles y los hombros encorvados, y notaba la piel del rostro cubierta de finas arrugas.

No intercambiaron ni una sola palabra hasta que llegaron a sus aposentos. Ravenna se desplomó sobre un sillón y su respiración finalmente se calmó.

Finn la observaba.

—La magia exige un alto precio —dijo con cautela.

Ravenna miró sus manos. Tenía oscuras manchas parduscas en el dorso de ambas y la piel se había vuelto fina como el papel.

—Y el coste aumenta —admitió. Incluso aquellas pocas palabras la agotaron.

Ahora lo sabía. Cada vez que empleaba sus poderes, envejecía. Esa era su batalla personal, día tras día. Pero debía ser la reina todopoderosa. Debía provocar miedo y respeto en todo el reino, sin que nadie descubriera lo rápido que su magia se desvanecía. Solo había una cosa que podía restablecerla en aquel momento.

—Ve —dijo mirando a su hermano a los ojos—. Tráeme una. Ahora mismo.

Cuando Finn regresó, Ravenna estaba encorvada, con una mano apoyada en la pared para mantenerse en pie. No se atrevía a mirarse en el espejo. No soportaba contemplar en lo que se había convertido su rostro. Se le habían formado profundas arrugas en las comisuras de los labios y alrededor de los ojos, podía sentirlas, y la piel del cuello colgaba flácida por encima de su gargantilla de diamantes.

—Tengo algo que puede ayudarte —dijo Finn. Ravenna se volvió y miró a la muchacha que se encontraba frente a ella—. ¿Qué hay más bello que una rosa? —preguntó su hermano.

Rosa trató de escapar de las manos de Finn. Tenía la piel de un hermoso color pálido, los ojos grandes y azules y el pelo rubio. Ravenna sonrió, complacida por las cualidades de aquella muchacha. Era tan joven —no llegaría ni a diecisiete años— y tan…
perfecta
.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó la chica, retorciéndose para intentar liberarse.

Ravenna avanzó hacia ella y sus pisadas retumbaron en la inmensa estancia de piedra. Necesitaba a aquella muchacha más que cualquier otra cosa. Y no solo para recuperar su juventud y su energía, sino también para recobrar la capacidad de controlar el reino. Sí, pensó mientras acercaba la mano al cuello de la joven.
El pueblo necesita a su reina
. Y apretó su garganta con los dedos. Rosa abrió la boca para gritar, pero fue incapaz de emitir sonido alguno. Sin embargo, la reina pudo sentir cómo se derramaba la esencia de su juventud, un manantial de energía esperando ser aprovechado. Se inclinó hacia atrás, dejando que aquella fuerza fluyera desde la boca de Rosa hacia la suya, llenándola de pies a cabeza. Notó que la piel se le estiraba y que la mano que aferraba la garganta de Rosa se tornaba más joven, sin manchas. Tampoco tenía ya los hombros encorvados. Se irguió y sintió la energía que recorría todo su cuerpo. De aquella manera viviría para siempre, sin envejecer jamás, manteniendo intacta su belleza.

Cuando todo hubo acabado, Ravenna abrió la mano y Rosa cayó de rodillas. La muchacha tenía las manos nudosas, el rostro ajado y arrugado, y el pelo áspero y grisáceo. Estaba encorvada sobre el suelo y aparentaba casi ochenta años. Había desaparecido cualquier rastro de la hermosa joven que había sido.

Ravenna miró a su hermano llena de júbilo. Incluso él parecía haber rejuvenecido con la nueva fuerza de su hermana. El hechizo empleado por su madre para conectarlos resultaba más evidente en aquel momento, mientras Ravenna contemplaba el rostro de Finn. Tenía la piel radiante, sus ojos brillaban con una nueva luz y daba la sensación de que era incluso más fuerte que antes. Los músculos se le marcaban bajo la camisa de hilo.

Ravenna no sintió lástima por la muchacha. Solo notaba el poder, la dulce embriaguez que la invadía siempre que arrebata la juventud a alguien. Nada podría detenerla. Era más inteligente que los hombres más sabios del reino, más fuerte que los guerreros más fieros, y más hermosa que todas las doncellas que habían pasado frente a ella.

Accedió con rapidez al salón del espejo con el único deseo de contemplar su reflejo y de que el hombre que habitaba en él le confirmara lo que ella ya sabía. Estaba ansiosa por escuchar de nuevo su voz, por sentirse reconfortada por su magia.

—Espejito, espejito mágico —comenzó—, ¿quién es la más bella de todas las mujeres? —contempló la superficie brillante y notó que el pulso se le aceleraba mientras el espejo se derretía a sus pies y tomaba forma de estatua de bronce. Su propio reflejo le devolvió la mirada desde aquel rostro liso y sin facciones.

—Mi reina —dijo el espejo—, habéis desafiado a la naturaleza y la habéis privado de sus frutos más bellos. Pero en este momento existe una mujer más hermosa que vos. Ella es la causa de que vuestros poderes mengüen.

¿Quién podía ser más hermosa que ella? ¿No les había arrebatado la juventud a algunas de las muchachas más atractivas del reino? ¿Para qué había servido? Ravenna apretó los puños. No existía ninguna mujer más bella que ella, ni ninguna más poderosa ni joven. El espejo se equivocaba —tenía que ser eso—. Se estremeció de rabia. La euforia que la había invadido tras consumir a Rosa se había desvanecido con rapidez y por completo.

—¡¿Quién es?! ¡Dime su nombre! —susurró entre dientes.

Su reflejo la miró.

—Blancanieves —respondió el espejo.

—¿Blancanieves? —repitió Ravenna, y luego tragó saliva—. Debería haberla matado cuando era una niña. ¿Es ella mi perdición?

El espejo alzó los dedos hasta su barbilla y la acarició en actitud pensativa.

—Pero… ella es también vuestro tesoro, mi reina. Fue un acierto que la mantuvieseis cerca, ya que la inocencia y la pureza, que pueden destruir, también pueden sanar. Tomad su corazón entre las manos y nunca más tendréis que consumir juventud, nunca más os debilitaréis ni envejeceréis. La inmortalidad sin coste alguno…

Ravenna se miró las manos, tratando de imaginar lo que sería no volverlas a contemplar como unos minutos atrás, arrugadas y cubiertas de manchas. ¿Cómo sería no quedarse jamás sin aliento, ni volver a sentir el peso de los años? ¿Cómo sería vivir para siempre?

Una suave risa escapó de su garganta y aquel sonido la espoleó hasta encontrarse riendo tan fuerte que casi se le saltaban las lágrimas. Blancanieves. Por supuesto. Siempre había sido ella la única capaz de otorgarle ese regalo. Existía una razón por la que la había salvado —lo había presentido todos aquellos años—. Había una razón por la que estaban conectadas. Y ahora se le revelaba en todo su esplendor…

—¡Finn! —gritó, soltando carcajadas—. ¡Trae a Blancanieves!

Siguió riendo, reconfortada por una sensación de ligereza. Cerró los ojos con fuerza y las lágrimas surcaron sus mejillas. Viviría para siempre. Solo tenía que matar a Blancanieves y tomar su corazón. Era así de sencillo, así de obvio. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Cuando finalmente abrió los ojos, estaba sola en la estancia. El espejo era como cualquier otro y reflejaba la habitación vacía. El hombre del espejo había desaparecido, pero sus palabras aún resonaban en sus oídos:
La inmortalidad sin coste alguno

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