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Authors: Alejandro Zambra

Tags: #Cuento,Relato

Bonsái (4 page)

BOOK: Bonsái
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Dos botellas de vino y luego sexo. Las pequeñas arrugas de ella de pronto parecen más visibles, a pesar de la penumbra de la pieza. Los movimientos de Julio son tardíos, María, en cambio, se adelanta un poco al guión, consciente de las indecisiones de Julio. El temblor cede un poco, ahora es más bien un estremecimiento acompasado y hasta sensato que conduce naturalmente al juego pélvico.

Por un momento Julio se detiene en la cabellera blanca de María: parece una tela fina pero deshilvanada, inmensamente frágil. Una tela que hay que acariciar con cuidado y con amor. Pero es difícil acariciar con cuidado y con amor: Julio prefiere bajar por el torso y levantar el vestido. Ella recorre las orejas de Julio, repasa la forma de la nariz, le arregla las patillas. Él piensa que debe chupar no lo que chuparía un hombre sino lo que chuparía esa mujer que él cree que ella imagina. Pero María interrumpe los pensamientos de Julio: Métemelo de una vez, le dice.

A las ocho de la mañana suena el teléfono. La señorita Silvia, de Editorial Planeta, me cobra cuarenta mil pesos por la transcripción, dice Gazmuri. Lo siento.

La sequedad de Gazmuri lo desconcierta. Son las ocho de la mañana de un día domingo, el teléfono acaba de despertarlo, la lesbiana o no lesbiana o ex lesbiana que duerme a su lado comienza a desperezarse. Gazmuri le ha negado el trabajo, la señorita Silvia, de la editorial Planeta, por cuarenta mil pesos, hará el trabajo. Aunque María ni siquiera está tan despierta como para preguntar quién llamó o qué hora es, Julio responde:

Era Gazmuri, parece que se levanta temprano o está muy ansioso. Me llamó para confirmarme que esta misma tarde comenzaremos con
Bonsái
. Así se va a titular la novela:
Bonsái
.

Lo que sigue es algo así como un idilio. Un idilio que dura menos de un año, hasta que ella se va a Madrid. María se va a Madrid porque tiene que irse, pero sobre todo porque no tiene motivos para quedarse. Todas las minas se te van a Madrid, hubiera sido la broma de los amigos vulgares de Julio, pero Julio no tiene amigos vulgares, siempre se ha cuidado mucho de las amistades vulgares. En fin, que en este relato ella no interesa. El que interesa es Julio:

Nunca la olvidó, dice Julio. Hizo su vida, tuvo hijos y todo, se separó, pero no la olvidó. Ella era traductora, igual que tú, pero de japonés. Se habían conocido cuando ambos estudiaban japonés, muchos años atrás. Cuando ella muere, él piensa que la mejor manera de recordarla es haciendo de nuevo un bonsái.

¿Y lo compra?

No, esta vez no lo compra, lo hace. Consigue manuales, consulta a los expertos, siembra las semillas, se vuelve medio loco.

María dice que es una historia rara.

Sí, es que Gazmuri escribe muy bien. Así como te la cuento parece una historia rara, melodramática incluso. Pero Gazmuri de seguro habrá sabido darle forma.

La primera reunión imaginaria con Gazmuri tiene lugar ese mismo domingo. Julio compra cuatro cuadernos Colón y se pasa la tarde escribiendo en un banco del Parque Forestal. Escribe frenéticamente, con una caligrafía fingida. Por la noche sigue trabajando en
Bonsái
y el lunes en la mañana ya ha terminado el primer cuaderno de la novela. Borronea algunos párrafos, derrama café e incluso esparce huellas de cenizas en el manuscrito.

A María: Es la mayor prueba para un escritor. En
Bonsái
prácticamente no pasa nada, el argumento da para un cuento de dos páginas, un cuento quizás no muy bueno.

¿Y cómo se llaman?

¿Los personajes? Gazmuri no les puso nombres. Dice que es mejor, y yo estoy de acuerdo: son El y Ella, Huacho y Pochocha, no tienen nombres y a lo mejor tampoco tienen rostros. El protagonista es un rey o un mendigo, da lo mismo. Un rey o un mendigo que deja ir a la única mujer que realmente ha amado.

¿Y él aprendió a hablar japonés?

Se conocieron en un curso de japonés. La verdad es que todavía no lo sé, creo que eso está en el segundo cuaderno.

Durante los meses siguientes Julio dedica las mañanas a fingir la letra de Gazmuri y pasa las tardes frente al computador transcribiendo una novela que ya no sabe si es ajena o propia, pero que se ha propuesto terminar, terminar de imaginar, al menos. Piensa que el texto definitivo es el regalo de despedida perfecto o el único regalo posible para María. Y es lo que hace, termina el manuscrito y se lo regala a María.

Durante los días posteriores al viaje, Julio comienza varios mails urgentes que sin embargo quedan varados durante semanas en la carpeta de borrador. Finalmente se decide a enviarle el siguiente texto:

Me he acordado mucho de ti. Perdona, pero no había tenido tiempo para escribirte. Espero que hayas llegado bien.

Gazmuri quiere que sigamos trabajando juntos, aunque no me dice muy bien en qué. Imagino que en otra novela. La verdad es que no sé si quiero seguir soportando sus indecisiones, su tos, su carraspera, sus teorías. No he vuelto a hacer clases de latín. No es mucho más lo que puedo contarte. La próxima semana se lanza la novela. A última hora Gazmuri decidió titularla
Sobras
. No me parece un buen título, por eso estoy un poco enojado con Gazmuri, pero en fin, él es el autor.

Un abrazo, J.

Temeroso y confundido, Julio se dirige a la Biblioteca Nacional para presenciar el lanzamiento de
Sobras
, la verdadera novela de Gazmuri. Desde el fondo de la sala alcanza a divisar al autor, que asiente, de vez en cuando, con la cabeza, dando a entender que está de acuerdo con las observaciones de Ebensperger, el crítico encargado de la presentación. El crítico mueve con insistencia las manos para demostrar que está realmente interesado en la novela. La editora, por su parte, observa sin mayor disimulo el comportamiento del público.

Julio escucha sólo a medias la presentación: el profesor Ebensperger alude a la valentía literaria y a la intransigencia artística, evoca, al pasar, un libro de Rilke, se vale de una idea de Walter Benjamín (aunque no confiesa la deuda), y recuerda un poema de Enrique Lihn (a quien llama simplemente Enrique) que, según él, sintetiza a la perfección el conflicto de
Sobras
: «Un enfermo de gravedad / se masturba para dar señales de vida.»

Antes de que intervenga la editora, Julio deja la sala y se encamina en dirección a Providencia. Media hora después, casi sin darse cuenta, ha llegado al café donde conoció a Gazmuri. Decide quedarse ahí, a la espera de que pase algo importante. Mientras tanto fuma. Toma café y fuma.

V. Dos dibujos

Murió a contramano interrumpiendo el tráfico.

CHICO BUARQUE

El final de esta historia debería ilusionarnos, pero no nos ilusiona.

Cierta tarde especialmente larga Julio decide comenzar dos dibujos. En el primero aparece una mujer que es María pero también es Emilia: los ojos oscuros, casi negros de Emilia y el pelo blanco de María; el culo de María, los muslos de Emilia, los pies de María; la espalda de la hija de un intelectual de derecha; las mejillas de Emilia, la nariz de María, los labios de María; el torso y los mínimos pechos de Emilia; el pubis de Emilia.

El segundo dibujo es en teoría más fácil, pero a Julio le resulta dificilísimo, pasa varias semanas realizando bocetos, hasta que da con la imagen deseada:

Es un árbol en precipicio.

Julio cuelga ambas imágenes en el espejo del baño, como si se tratara de fotografías recién reveladas. Y quedan ahí, cubriendo completamente la superficie del espejo. Julio no se atreve a darle un nombre a la mujer que ha dibujado. La llama ella. La ella de él, se entiende. Y le inventa una historia, una historia que no escribe, que no se toma la molestia de escribir.

Como su padre y su madre se niegan a darle dinero, Julio decide instalarse como vendedor en una vereda de Plaza Italia. El negocio funciona: en apenas una semana vende casi la mitad de sus libros. Le pagan especialmente bien por los poemas de Octavio Paz (
Lo mejor de Octavio Paz
) y de Ungaretti (
Vida de un hombre
) y por una antigua edición de las Obras Completas de Neruda. Se desprende, también, de un diccionario de citas editado por Espasa Calpe, de un ensayo de Claudio Giaconi sobre Gógol, de un par de novelas de Cristina Peri Rossi que nunca ha leído y, por último, de
Alhué
, de González Vera, y de
Fermina Márquez
, de Valéry Larbaud, dos novelas que sí ha leído, y muchas veces, pero que ya nunca volverá a leer.

Destina parte del dinero de la venta a documentarse sobre los bonsáis. Compra manuales y revistas especializadas, que descifra con metódica ansiedad. Uno de los manuales, quizás el menos útil pero también el más propicio para un aficionado, comienza así:

Un bonsái es una réplica artística de un árbol en miniatura. Consta de dos elementos:

el árbol vivo y el recipiente. Los dos elementos tienen que estar en armonía y la selección de la maceta apropiada para un árbol es casi una forma de arte por sí misma. La planta puede ser una enredadera, un arbusto o un árbol, pero naturalmente se alude a él como árbol. El recipiente es normalmente una maceta o bloque de roca interesante. Un bonsái nunca se llama árbol bonsái. La palabra ya incluye al elemento vivo. Una vez fuera de la maceta, el árbol deja de ser un bonsái.

Julio memoriza la definición, porque le gusta aquello de que una roca pueda ser considerada interesante y le parecen oportunas las diversas precisiones dadas en el párrafo. «La selección de la maceta apropiada para un árbol es casi una forma de arte por sí misma», piensa y repite, hasta convencerse de que hay, allí, una información esencial. Se avergüenza, entonces, de
Bonsái
, su novela improvisada, su novela innecesaria, cuyo protagonista no sabe, ni siquiera, que la elección de una maceta es una forma de arte por sí misma, que un bonsái no es un árbol bonsái porque la palabra ya contiene al elemento vivo.

Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái, piensa Julio.

Por las mañanas busca, a regañadientes, un trabajo estable. Regresa a casa a media tarde y apenas come algo antes de aplicarse a revisar los manuales: procura la mayor sistematicidad, invadido como está por un atisbo de plenitud. Lee hasta que lo vence el sueño. Lee sobre las enfermedades más comunes entre los bonsáis, sobre la pulverización de las hojas, sobre la poda, sobre el alambrado. Consigue, por último, semillas y herramientas.

Y lo hace. Hace un bonsái.

Es una mujer, una mujer joven.

Eso es todo lo que María alcanza a saber sobre Emilia. El muerto es una muerta, una mujer joven, dice alguien a sus espaldas. Una mujer joven se ha tirado al metro en Antón Martín. Por un momento María piensa en acercarse al lugar de los hechos pero de inmediato reprime el impulso. Sale del metro pensando en el presunto rostro de aquella mujer joven que acaba de suicidarse. Piensa en ella misma, alguna vez, menos triste, más desesperada que ahora. Piensa en una casa de Chile, de Santiago de Chile, en un jardín de esa casa. Un jardín sin flores y sin árboles que sin embargo tiene derecho —piensa— a ser llamado jardín, pues es un jardín, indudablemente es un jardín. Recuerda una canción de Violeta Parra: «Las flores de mi jardín / han de ser mis enfermeras.» Camina hacia la librería Fuentetaja, porque aquella tarde ha quedado en la librería Fuentetaja con un pretendiente que tiene. No importa el nombre del pretendiente, salvo porque en el trayecto piensa, de pronto, en él, y en la librería y en las putas de la calle Montera y también en otras putas de otras calles que no vienen al caso, y en una película, en el nombre de una película que vio hace cinco o seis años. Es así como empieza a distraerse de la historia de Emilia, de esta historia. María desaparece de camino a la librería Fuentetaja. Se aleja del cadáver de Emilia y comienza a desaparecer para siempre de esta historia.

Ya se fue.

Ahora queda Emilia, sola, interrumpiendo el funcionamiento del metro.

Muy lejos del cadáver de Emilia, allá, acá, en Santiago de Chile, Anita escucha una más de las ya habituales confesiones de su madre, los problemas conyugales de su madre, que parecen interminables y que Anita analiza con enojosa complicidad, como si fueran problemas propios y en cierto modo aliviada de que no sean problemas propios.

Andrés, en cambio, está nervioso: dentro de diez minutos comenzará un chequeo médico, y aunque no hay el menor indicio de enfermedad, de pronto le parece claro que durante los próximos días va a recibir noticias espantosas. Piensa, entonces, en sus hijas, y en Anita y en alguien más, en alguna otra mujer a la que siempre recuerda, incluso cuando no parece oportuno recordar a nadie. Justo entonces ve salir a un anciano que camina con expresión satisfecha, calculando los pasos, tanteándose los bolsillos en busca de cigarros o de monedas. Andrés comprende que ha llegado su turno, que ahora le tocan los exámenes de sangre de rutina, y luego las radiografías de rutina, y pronto, quizás, el scanner de rutina. El anciano que acaba de abandonar el lugar es Gazmuri. No se han saludado, no se conocen ni se conocerán. Gazmuri está feliz, pues no se muere: se aleja de la clínica pensando en que no se muere, en que hay pocas cosas en la vida tan agradables como saber que uno no se muere. Una vez más, piensa, me he salvado raspando.

La primera noche en el mundo con Emilia muerta, Julio duerme mal, pero por entonces ya está acostumbrado a dormir mal, por culpa de la ansiedad. Desde hace meses espera el momento en que el bonsái se encamine a su forma perfecta, la forma serena y noble que ha previsto.

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