—¿Qué quieres que haga? ¿Esposar a la niña? —preguntó. Entonces se giró y gritó—: Nos vamos.
La gente se puso en marcha y sus hombres condujeron a Remus hacia la puerta delantera. Iba con la cabeza gacha y con las manos esposadas en el regazo, tenía un aspecto derrotado. Ivy y Mia caminaban seis pasos más atrás, y Jenks y yo echamos a andar tras ellas. La niña seguía en la cadera de Mia, mirándome desde sus brazos con unos ojos tan pálidos que parecían los de un albino. Por debajo de la capucha rosa asomaban unos finos mechones de pelo rubio que me recordaron a los de Trent, y que no se parecían en nada a los cabellos negro azabache de su madre. Se estaba chupando el pulgar, y la forma en que me observaba, sin ni siquiera parpadear, estaba empezando a ponerme nerviosa. Apenas aparté la vista se puso a lloriquear, y su madre la zarandeó. La tensión hizo que se me formara un nudo en la garganta. Era demasiado sencillo.
—La estás perdiendo, pixie —dijo Mia lanzándonos una mirada por encima del hombro.
Jenks soltó una repentina ráfaga de polvo verde.
—¿Qué? —preguntó. A mí me sorprendió lo aterrorizado que parecía.
—De hecho, ya la has perdido —dijo la banshee con un hilo de voz, como si estuviera observando el futuro desde una pequeña rendija—. Lo ves en sus ojos, y esa certeza te está matando poco a poco.
Ivy tiró de ella para obligarla a darse la vuelta.
—¡Déjalo en paz! —le ordenó, y miró a Jenks con los ojos entornados por el asco—. Está intentando alimentarse de ti —dijo—. No la escuches. Es una mentirosa.
Mia se rió por lo bajo y Jenks agitó las alas acariciándome el cuello.
—No necesito mentir, y me da lo mismo que me escuche o que no. Ella morirá de todos modos. ¿Y qué me dices de ti, estúpida vampiresa? —añadió mirando a Ivy con expresión interrogante—. Te dije que eras débil. ¿Qué es lo que has hecho en los últimos cinco años? Nada. Crees que eres feliz, pero te engañas. Podrías tenerlo todo, pero ella se ha ido, aunque esté justo a tu lado, y todo porque tuviste miedo. Se ha terminado. Te mostraste pasiva y perdiste. Sí, es posible que te hayas convertido en lo que la gente esperaba de ti, pero solo porque no tuviste el valor de ser quien querías ser.
De repente, sentí que la sangre de mi rostro desaparecía de golpe. Ivy tenía la mandíbula apretada, pero continuó caminando con el mismo ritmo pausado. Holly gorjeó de felicidad. Enfadada por el hecho de que Mia hiriera los sentimientos de mis amigos, le espeté:
—¿Y qué pasa conmigo, señora Harbor? ¿No tienes nada para mí en esa bolsa llena de odio?
Ella giró sus fríos ojos azules hacia mí y las comisuras de sus labios se curvaron. Luego alzó levemente las cejas con una expresión de satisfacción y de pura maldad. Justo en ese momento, Ivy empujó la puerta de doble hoja y desaparecieron.
Seguía nevando y yo me detuve unos instantes en el frío espacio entre las dos puertas.
—Métete en mi bolso, Jenks —dije quedándome allí de pie mientras el personal de la AFI empezaba a arremolinarse delante de nosotros. El pixie parecía encontrarse en estado de choque, incapaz de moverse, de manera que estiré la mano para cogerlo.
—¡Ya voy! —me espetó chasqueando las alas mientras se introducía en mi bolso justo antes de que cerrara la cremallera. Le había puesto un calentador de manos de los que utilizaban los cazadores de ciervos de la zona y sabía que estaría bien.
Al dejar el centro comercial y pisar la nieve, sentí que las rodillas me fallaban ligeramente y aminoré la marcha para intentar localizar a Marshal. Ni rastro. Ni de él, ni de Tom, solo un montón de desconocidos que estiraban el cuello para tratar de ver algo. Al respirar, exhalaba vaho por la boca y, cuando me puse a buscar los guantes, la furgoneta de asuntos sociales pasó por debajo de la cinta que había colocado la AFI.
—¡Mia! —gritó Remus mientras dos hombres intentaban obligarlo a entrar en la parte trasera de un coche patrulla. Su voz sonaba desesperada, y vi que la banshee, que seguía bajo la custodia de Ivy, se ponía rígida. Acababa de darse cuenta de que también la queríamos a ella.
—¡Remus! ¡Corre! —chilló.
La niña rompió a llorar y Remus reaccionó de inmediato. Su rostro cambió por completo. El pánico había desaparecido, dando paso a una expresión de profunda satisfacción. Entonces pasó un pie por detrás de uno de sus captores y tiró con fuerza. El hombre resbaló y, una vez tendido sobre la nieve, Remus se abalanzó sobre él y, con ambos puños, le asestó un fuerte golpe en la garganta. Desde ahí, echó a rodar para derribar al otro agente y, antes de que pudiéramos darnos cuenta, pasó por debajo del coche y se abrió paso entre la multitud.
—¡Cogedlo! —grité viendo que se ponía en pie y echaba a correr con torpeza por culpa de las esposas.
—¡Corre, Remus! —gritó Mia, animándolo.
Ivy la empujó en dirección al agente de la AFI más cercano y se lanzó de un salto sobre el todoterreno. Aterrizó sobre el capó, y los amortiguadores chirriaron cuando se apeó de un salto. Entonces escuché el sonido de sus botas golpeando el suelo a toda velocidad, y después nada.
Aunque con cierto retraso, algunos agentes la AFI echaron a correr tras ellos, mientras que otros se introdujeron apresuradamente en sus coches. En apenas tres segundos, Edden lo había perdido. Los reporteros de los informativos se estaban volviendo locos y yo busqué un lugar donde esconderme. No soportaba las unidades móviles.
De pronto, un golpe amortiguado proveniente del aparcamiento llamó mi atención. Alguien soltó un grito ahogado y señaló con el dedo; al mirar hacia el lugar que indicaba el propietario de la manopla, descubrí un bulto de color azul sobre el asfalto cubierto de nieve.
—¿Edden? —grité, aunque el ruido de la multitud impidió que se me oyera. Era el oficial de la AFI hacia el que Ivy había empujado a Mia. La banshee había desaparecido. Al ver que un grupo de personas intentaba ayudarlo, escruté el aparcamiento en busca del abrigo azul de Mia y de un mono de nieve rosa. ¡Mierda! Sabía que no podía ser tan sencillo.
—¡Edden! —grité. Entonces divisé a Mia a menos de diez metros de distancia caminando a toda prisa con la cabeza gacha. ¡Por todos los demonios! ¿Cómo lo había hecho?
En ese momento un torrente de adrenalina me recorrió todo el cuerpo y, durante una décima de segundo, vacilé.
Es una banshee. No debería estar haciendo esto
… Pero ¿quién lo iba a hacer si no?
—¡Espera un momento, Jenks! —dije en voz alta—. ¡Edden! —grité de nuevo. El capitán de policía alzó la vista y dejé caer el bolso—. ¡Cuida de Jenks! —exclamé cuando lo cogió. A continuación eché a correr detrás de Mia. ¿
Por qué estoy haciendo esto
?
Ni siquiera confían en mí
.
—¡Señorita! ¡Oh, señorita! —dijo una reportera colocándose justo delante de mí. Sin pensármelo dos veces, la aparté de un codazo entre los gritos de la gente y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
En apenas tres segundos había atravesado el cerco de curiosos. La luz dio paso a la oscuridad, el silencio amortiguado reemplazó al bullicio, y la actividad sustituyó a una frustrante inactividad. Me había puesto en marcha y tenía un objetivo muy concreto. Mia había partido con ventaja, y probablemente disponía de un coche, pero también tenía una niña, y Holly no estaba nada contenta.
Siguiendo el sonido de una niña que no paraba de llorar, corrí entre los coches aparcados mientras la neblina grisácea de la nieve que caía rápidamente daba paso a la nada más absoluta. Los círculos de luz sobre mi cabeza brillaban de forma intermitente y corrí, persiguiendo una presa fácil y ganando terreno a cada paso que daba. El llanto de Holly aumentó levemente en el preciso instante en que avisté la figura de Mia corriendo torpemente hasta desaparecer tras un contenedor situado junto a una puerta de carga y descarga de mercancías. En seis segundos estaba allí, y me detuve en la entrada del aparcamiento amurallado. No quería recibir un inesperado golpe en la cabeza. Mis ojos escudriñaron la zona restringida y encontraron a Mia con la espalda apoyada en una puerta cerrada con candado y a Holly aferrada a ella. Una pequeña luz iluminaba su orgullosa y aterrorizada determinación y me esforcé por llenar mis pulmones de aire. No tenía escapatoria. Ivy cogería a Remus, yo volvería con Mia y todo habría acabado.
Ojalá fuera tan sencillo
.
La frecuencia de mis pulsaciones disminuyó y alcé una mano para calmar los ánimos.
—Mia, piénsalo.
La mujer se aferró a su hija con tal fuerza que la niña rompió a llorar.
—La mataréis —dijo la banshee. Su enfado se había transformado en un ataque de cólera—. No podéis ocuparos de ella. Si me la quitáis, morirá con la misma seguridad que si la ahogarais en un pozo como a un gato.
—Holly estará bien —dije dando un paso atrás. Los altos muros que ocultaban la zona de carga y descarga me rodeaban. La ausencia de viento hacía que disminuyera la sensación de frío y la nieve caía apaciblemente entre nosotras—. La gente de los servicios sociales cuidará de ella. No puedes criar a una niña en la calle. Si huyes, lo perderás todo. He visto tu casa, Mia, y sé que no podrás vivir así. No quiero que Holly se vea obligada a vivir de ese modo. Dame a la niña y regresaremos. Todo saldrá bien. Podemos terminar esto de forma pacífica.
Por muy indefensa que pareciera, no podía llevarme a una banshee a la fuerza, pero si tenía a su hija, no volvería a escapar. Le había ido ganando terreno durante un buen rato y, en ese momento, nos separaban solo un par de metros.
—¿Qué sabrás tú de la paz? —preguntó Mia con acritud, zarandeando en vano a Holly para que dejara de lloriquear—. Te has pasado la vida corriendo. Es lo único que haces; correr, correr y correr. Sabes que no puedes parar, de lo contrario, morirías.
Me detuve, sorprendida.
—Tú no sabes nada de mí.
Ella alzó la barbilla y cambió de posición a Holly de manera que ambas miraban ahora hacia donde me encontraba. Finalmente, la niña dejó de quejarse y se me quedó mirando.
—Lo sé todo sobre ti —dijo—. Puedo ver en tu interior. Fluye a través de ti. No dejarás que nadie te ame. Al igual que esa vampiresa. Pero, a diferencia de Ivy, que solo está asustada, tú eres incapaz de amar a nadie. Nunca tendrás un final feliz.
Nunca
. No importa lo mucho que lo busques, está fuera de tu alcance. Cada vez que te enamores de alguien, acabarás matándolo. Estás sola, el problema es que no quieres darte cuenta.
—No funcionará, Mia —dije con la mandíbula apretada y los puños cerrados, convencida de que estaba haciéndome enfadar para hacerse más fuerte—. Deja a la niña en el suelo y pon las manos detrás de la cabeza. Me aseguraré de que Holly esté bien.
¡Maldición! ¿Por qué no me habría traído la pistola de pintura?
—¿Quieres a mi hija? —se burló Mia—. De acuerdo. Cógela.
Me estaba ofreciendo a su niña y, pensando que empezaba a entrar en razón, extendí los brazos para cogerla. Holly gorjeó de felicidad y percibí la desconocida sensación de sostener entre mis brazos el peso de una persona completamente nueva. Mia dio un paso atrás con un fiero brillo en sus ojos y se quedó mirando el aparcamiento que quedaba detrás de mí. Se acercaba un coche, y sus faros iluminaron el callejón sin salida haciéndolo brillar.
—Gracias, Mia —dije estirando el brazo para coger la mano de Holly antes de que me diera un golpe en la cara—. Haré todo lo que esté en mi mano para que no te la quiten.
Los dedos fríos y pegajosos de Holly se juntaron con los míos e, instintivamente, mi mano los rodeó.
En aquel momento un dolor difuso me invadió. El corazón me dio un vuelco y solté un grito ahogado, incapaz de emitir sonido alguno. Un intenso fuego recorrió cada centímetro de mi piel y recuperé la voz.
Un grito gutural desgarró la gélida noche y caí de rodillas. Tenía la piel ardiendo y el alma en llamas. Era un fuego que surgía de mi pecho y se extendía hacia el exterior.
El dolor me impedía inspirar de nuevo. Podía oír los gritos de la gente, pero estaban demasiado lejos. La sangre me ardía con una intensidad insoportable y, con cada latido, el fuego me salía por los poros. Me la estaban arrancando; me estaban arrebatando el aura y el miedo que sentía la alimentaba.
Escuché a Holly gorjear de felicidad, pero no conseguía moverme. Me estaba matando. ¡Mia estaba dejando que Holly me matara y no podía detenerla!
Logré emitir un sonido ronco y entonces, con la misma velocidad con la que había llegado, el dolor desapareció. Sentí que una oleada negra que recorría mi cuerpo al mismo tiempo que mi pulso se desvanecía. Holly gorjeó y sentí que la retiraban de mis brazos. Al desprenderme del peso de su cuerpo perdí el equilibrio y, lentamente, me derrumbé sobre el asfalto. Aun así, la oleada negra seguía recorriendo mi cuerpo y era como si pudiera sentir el aterrador vacío de mi interior, creciendo cada vez más. No podía detenerlo. Ni siquiera sabía cómo hacerlo.
Mia me ayudó a tumbarme y, agradecida por su pequeño gesto, me quedé mirando sus elegantes botas. ¡Dios! Debían de costar más que mis tres últimos meses de alquiler. Podía sentir el frío aire de la noche directamente sobre mi alma y, finalmente, Holly me arrebató los últimos restos y la marea negra se redujo a un leve goteo hasta detenerse por completo dejando solo un vacío y mortecino calor.
Intenté respirar, pero no fue suficiente. El contacto de la nieve con mi piel me dolía y gimoteé.
—No permitiré que me quiten a Holly —dijo Mia poniéndose en pie—. Sois unos animales inmundos, y la mataríais, aunque fuera de forma accidental. He trabajado muy duro por ella. Es mía.
Mis dedos se crisparon haciendo rodar una piedrecita gris entre mi fría piel y el asfalto. Mia echó a andar y desapareció, y sus pisadas se desvanecieron rápidamente. Entonces escuché el sonido de la puerta de un coche al cerrarse de golpe y después el coche marchándose al ralentí. Todo lo que quedó fue la nieve que caía, y cada copo dando un ligero golpecito al aterrizar sobre mis párpados y mis mejillas.
No podía cerrar los ojos, pero no pareció importar cuando los dedos dejaron de moverse y, finalmente, la pesada oscuridad me sofocó.
Se percibía un débil olor a antiséptico, y el ir y venir de una voz que hablaba desde la lejanía expresándose en un tono profesional. Más cerca, se escuchaba el murmullo de una televisión, aunque solo se oían los sonidos más graves, como si se encontrara detrás de una gruesa pared. Estaba sumergida en un agradable estado de duermevela, confortable y somnoliento. Había sentido frío y dolor, pero ahora sentía calidez y un profundo bienestar, y estaba encantada de zambullirme en una actitud de indolencia.