—Te sacaron en las noticias tumbando a aquella reportera.
En aquel momento le miré a los ojos y parpadeé.
—¿Grabaron eso?
Inclinándose hacia delante, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, haciéndome sentir un escalofrío cuando recordé el barco de Kisten.
—Le diste de lleno en el trasero —dijo, ajeno a mis pensamientos—. Me encantó verte en plena acción. Otra vez.
Su sonrisa se desvaneció y me di cuenta de que era la segunda vez que me veía en las noticias; la primera, me llevaban esposada.
—Ummm, gracias por venir a verme —dije sintiendo una incomodidad creciente, como si acabara de traspasar los límites que nos habíamos impuesto.
Con una expresión seria, se echó atrás y se puso a mirar en todas direcciones excepto hacia donde estaba yo.
—¿Ya has probado el pudín?
—No, pero dudo mucho que haya cambiado desde la última vez que estuve aquí.
Él soltó una risa ahogada mientras yo intentaba decidir si me arriesgaba a quitarme la sonda. La única vez que lo había hecho, me había dolido mucho más de lo que jamás habría podido imaginar. No quería quedarme allí, y si mis constantes vitales eran normales, no me dejarían ingresada por una simple fatiga.
El sonido de Jenks, que regresaba, se introdujo en el incómodo silencio que se había creado entre Marshal y yo, y nos intercambiamos una sonrisa cómplice. Jenks era como un niño pequeño al que se le escuchaba mucho antes de que llegara. Hablaba en un tono excesivamente alto con alguien cuya voz era apenas un monótono murmullo y ambos se acercaban lentamente a la habitación. Tal vez se trataba de Ivy.
El pulso se me aceleró y, cuando la enorme y pesada puerta se abrió con un chirrido, Marshal se puso en pie. Parecía nervioso, pero no me extrañó lo más mínimo. Ivy no le tenía mucha simpatía, y la vampiresa no hacía muchos esfuerzos por disimularlo.
—¡Eh! —gritó Jenks mientras daba tres vueltas a la habitación—. ¡Mira a quién me he encontrado!
Apenas entraron, esbocé una sonrisa. Lo acompañaban Ivy y Glenn, que caminaba despacio apoyándose tanto en mi compañera de piso como en el soporte para el suero. Tenía un aspecto horrible, y no solo por el camisón de hospital. Aun así, cuando levantó la vista, estaba sonriendo, claramente complacido por poder valerse por sí mismo, a pesar de que su movilidad fuera reducida. Su rostro mostraba unas horribles manchas moradas, tenía hinchado el brazo con el que se agarraba a Ivy y los cortes cubiertos con vendajes de un intenso color blanco.
—¡Hola, Rachel! —exhaló. A continuación bajó la vista hacia las baldosas y avanzó unos pasos.
Marshal saludó a Ivy con un leve gesto de la cabeza y, tras esconder el tomate detrás de las flores antes de que Glenn lo descubriera, se dirigió hacia el sofá bajo la ventana para que el agente de la AFI pudiera sentarse en la silla más cercana a la cama. Curiosamente, Ivy se comportaba como si supiera lo que estaba haciendo, ayudándole a desplazarse y asegurándose de que no se le enredara el tubo del suero. Incluso supo cómo mantener el camisón cerrado cuando hizo amago de sentarse.
Los músculos de los brazos de Glenn se tensaron y, cuando finalmente dejó caer el peso de su cuerpo sobre el asiento, soltó un largo y sonoro suspiro.
—Rachel —dijo antes de haber recuperado del todo el aliento—. Ivy me dijo que estabas aquí y quise comprobarlo con mis propios ojos. No tienes buen aspecto, chica. Pareces tan jodida como yo.
—¿Ah, sí? —le respondí—. Dame un par de horas y te reto a ver quién da más vueltas al mostrador de las enfermeras. Te voy a dar una paliza que te vas a enterar.
Por lo que a mí respectaba, estaba mucho más hecho polvo que yo, pero su aspecto había mejorado una barbaridad desde la última vez que lo había visto, inconsciente y rodeado de sábanas blancas. El hecho de que todavía no pudiera ponerme de pie no significaba nada. Iba a marcharme de allí antes del anochecer, aunque tuviera que irme a rastras.
Ivy se acercó y el corazón me dio un vuelco. La silla en la que se encontraba Glenn estaba pegada a la cama cuando me desperté y habría apostado cualquier cosa a que había pasado toda la noche allí sentada.
—¡Hola, Ivy! —dije estirando el brazo a pesar de que sabía que no haría lo mismo—. Jenks me ha dicho que Remus te golpeó. ¿Estás bien?
El pixie chasqueó las alas desde detrás de las flores y el rostro de Ivy, que se había mostrado sereno hasta aquel momento, se crispó.
—¡Oh, sí! Solo algo cabreada conmigo misma. —Sus dedos tocaron los míos dándome a entender todo lo que no estaba dispuesta a decir—. Me alegro de que te hayas despertado —dijo quedamente—. Nos tenías muy preocupados.
—Mi orgullo se ha llevado un buen mazazo —dije—, pero en cuanto consiga levantarme, estaré bien.
Jenks echó un vistazo al otro lado de un jarrón de plástico con una expresión interrogante. Tenía las manos llenas de polen y Marshal hizo crujir los nudillos. Al darme cuenta de que todos los hombres de la habitación se sentían incómodos, me sonrojé y solté los dedos de Ivy.
—Marshal, conoces Glenn, ¿verdad? —dije de pronto—. Es el especialista en asuntos inframundanos de la AFI del que te hablé. Glenn, Marshal es el entrenador del equipo de natación de la universidad.
Marshal se acercó e, inclinándose por encima de la esquina de la cama, estrechó la mano vendada de Glenn con sumo cuidado.
—Encantado de conocerte —dijo.
No pude evitar fijarme en que, a diferencia de Nick, no había mostrado ni el más mínimo asomo de preocupación o reticencia al conocer a un agente de la AFI y esbocé una sonrisa.
—Es un placer —respondió Glenn—. ¿Hace mucho que conoces a Rachel?
—No —dijo Marshal rápidamente, pero yo sentí que merecía un reconocimiento mayor.
—Más o menos —intervine antes de que Jenks, que se había elevado por encima de las flores, pudiera decir nada—. Marshal nos ayudó a Jenks y a mí cuando estuvimos en Míchigan. Lleva en Cincinnati desde Halloween, sacando las culebras de debajo de mi casa y enseñándome a escalar rocas.
Ivy se rió por lo bajo al escuchar la referencia a Tom, y Glenn asintió lentamente con la cabeza como si estuviera evaluando la cuestión mientras su mirada se volvía más receptiva. Estaba convencido de que el hijo de puta de Nick seguía con vida (lo que, por otro lado, era cierto) y, teniendo en cuenta que mi exnovio era un ladrón profesional y tenía un expediente más grueso que el listín telefónico, no me hubiera sorprendido que el detective de la AFI lo friera más tarde a preguntas para averiguar qué sabía sobre Nick.
Ivy hizo un pequeño ruidito de interés cuando abrió la tarjeta del otro ramo de flores. Me hubiera gustado preguntarle por su pierna pero no se la veía muy dispuesta a afrontar la cuestión y sabía que no le habría hecho ninguna gracia que sacara el tema delante de otra gente.
—Cobarde —le dije a Glenn, y, cuando esbozó una cansada sonrisa de medio lado, añadí—: ¿Cómo está tu aura? —le pregunté entonces.
—Delgada. No sé cómo se supone que debería sentirme, pero me noto… extraño. Después de que te ingresaran, vinieron a verme tres brujas, y todas coincidieron en que tenía suerte de estar vivo.
Jenks soltó un bufido.
—También estuvieron toqueteando a Rachel —dijo—. Y cuando se fueron, no hacían más que cuchichear.
Exhalé lentamente y accedí a mi segunda visión, eso sí, sin interceptar ninguna línea luminosa para no correr el riesgo de vislumbrar siempre jamás. No podía hacerlo en un hospital de seis pisos. No cabía la menor duda de que el aura de Glenn estaba hecha una piltrafa. A través de los bordes rotos se filtraban algunos restos de rojo y su aspecto era más parecido al de una aurora boreal que al de una capa continua. Tener un aura llena de huecos no era nada saludable y, hasta que no sanaran, estaría expuesto a todo tipo de cosas metafísicas. Pensar que yo me encontraba en las mismas condiciones hizo que se me revolviera el estómago.
Y, para colmo, mañana, al amanecer, tengo una cita con Al
. Debía hacer algo. Seguramente Al no tendría inconveniente en darme un día de permiso, pero habría de pedir un justificante médico.
—¿Estás bien? —pregunté a Glenn, seriamente preocupada. No se parecía en nada a la persona que yo conocía. Entonces se obligó a sí mismo a sentarse más derecho y el exmilitar que había en él asomó ligeramente, con su cara recién afeitada y despidiendo un leve olor a champú.
—Lo estaré —dijo jadeando—. ¿Fuiste tras ellos?
—Sabes que sí.
—¿Y tocaste a la niña? —preguntó, y le solté un bufido—.
Don´t touch the baby
… —se puso a canturrear, haciendo que las comisuras de mis labios se curvaran ligeramente.
—
Don´t touch the baby
… —repetí percatándome de que, probablemente, fue aquello lo que hizo que cayera redonda al suelo.
—Es ella la que trae locos a los médicos —dijo Glenn haciendo amago de cruzar las piernas justo antes de recordar que llevaba un camisón «con vistas»—. Me dijeron que las banshees carecen completamente de control hasta que cumplen los cinco años. Sin embargo, ese tipo la tenía en brazos mientras hablaba conmigo.
Jenks chasqueó las alas para que le prestáramos atención.
—Nosotros también lo vimos con la niña. Su aura estaba intacta. Yo se la vi, y Rachel también.
Asentí con la cabeza, consciente de que aquello no tenía ningún sentido.
—Quizás no tenía hambre.
—Puede ser —dijo Glenn—, pero a mí me consumió a una velocidad asombrosa. Y a ti también.
Ivy fue a sentarse en el largo banco bajo la ventana.
—Dinos, ¿qué sucedió exactamente en la casa? —preguntó mirando al exterior. Habría jurado que estaba intentado cambiar de tema. Tenía la boca entreabierta y respiraba algo más rápido de lo habitual. Además, en sus ojos se percibía un asomo de… ¿culpa, quizás?
Glenn torció el gesto.
—Fui para hablar con la sospechosa sobre la muerte de mi amigo.
Sospechosa
, pensé, y consideré lo desagradable que sonaba. Para él no era «la señora Harbor», ni siquiera «esa mujer», sino «la sospechosa». Una vez más, todo apuntaba a que Mia había matado a su amigo, había mandado a Glenn al hospital y había permitido que su hija estuviera a punto de matarme.
—Lo siento —dije.
Él hizo una mueca, como si no quisiera que lo compadecieran.
—Algunas de mis preguntas no fueron del agrado de su marido, ¿Remus, verdad? —preguntó. Ivy asintió con la cabeza y Glenn continuó—: Remus quiso echarme de la casa y, cuando intentó golpearme, los dos acabamos rodando por el suelo. De hecho, había conseguido esposarlo, pero entonces…
—Tocaste a la niña —terminó Jenks desde algún lugar entre las flores.
Glenn se quedó mirándose las rodillas, cubiertas por el estampado azul diamante.
—Sí. Toqué a la niña.
—
Don´t touch the baby
—intervine intentando rebajar la tensión. No me extrañaba que Mia no dejara que la gente tocara a su hija. Ni que no quisiera tener más hijos hasta que Holly creciera y tuviera algún control. En aquel momento, era como una plaga andante. Sin embargo, Remus podía tenerla en brazos. ¿Qué sería lo que lo hacía tan especial?
Glenn movió los pies protegidos por los calcetines antideslizantes que daban a los enfermos.
—Fue la niña la que me dejó sin sentido, no Remus —dijo—. Una vez en el suelo, apenas intentaba ponerme en pie, volvía a caer. Creo que me golpeó lentamente para que ellas pudieran vaciarme por completo. De no ser por la placa, estoy seguro de que me habrían matado y se habrían deshecho del cadáver. —Al ver el horror en mis ojos, intentó sonreír—. Tú, sin embargo, tienes un aspecto estupendo —añadió señalándome con la barbilla—. Quizás las brujas tienen el aura más gruesa.
—Puede ser —respondí sintiéndome incapaz de mirar a nadie. Por supuesto que tenía mejor aspecto; yo no había tenido que soportar que un psicópata me diera una paliza para alimentar a su familia.
Marshal, que estaba junto a los pies de la cama con expresión incómoda, pareció recuperar la compostura.
—Rachel, debo irme —dijo. Evidentemente, su comentario no me sorprendió lo más mínimo—. Tengo algunas cosas que hacer esta tarde. Solo me he pasado un momento para asegurarme de que estabas bien. —Entonces agitó los pies y añadió—: Ummm… ya nos vemos en otro momento.
Glenn se reclinó sobre el respaldo de la silla y, una vez más, tuvo que parar cuando se dio cuenta de que no debía cruzar las piernas.
—Espero que no te vayas por mi culpa —dijo, a pesar de que su lenguaje corporal daba a entender todo lo contrario—. Tengo que volver a mi habitación antes de que me den por desaparecido. No les gusta que los tipos duros pasemos por delante del mostrador de las enfermeras para venirnos al ala de las mujeres.
Marshal se movió hacia delante y hacia atrás y entonces, como si hubiera tomado una decisión, se inclinó hacia delante y me dio un torpe abrazo. Se lo devolví, violenta, esperando que no intentara cambiar el tipo de relación que teníamos solo porque era vulnerable y me había ayudado con Tom. Lo de Tom era una insignificancia en comparación con lo que podía presentarse sin avisar en mi cocina. No obstante, el aroma a secuoya me resultó reconfortante y, desprendiéndome de la necesidad de volver a mis raíces, inspiré profundamente.
—Nos vemos en otro momento —insistió queriendo dejarlo bien claro—. Todavía estoy intentando resolver lo de tus clases, pero si hay algo que pueda hacer por ti, compras, recados, lo que sea, llámame.
Esbocé una sonrisa, conmovida por su preocupación. Entonces me vino a la cabeza el comentario de mi madre, que decía que era un hombre para divertirse, pero no para tener algo serio, pero también la agradable velada que habíamos pasado con ella y con Robbie. Marshal era un tipo muy majo y no se me presentaban muchas oportunidades de hacer cosas con tipos majos. No quería que corriera ningún peligro por tener una relación estrecha conmigo, pero lo que salió de mi boca fue:
—Lo haré. Adiós, Marshal. Y gracias por las flores.
Él asintió con la cabeza, dijo adiós con la mano y se marchó con la cabeza gacha dejando la puerta entreabierta.
Glenn pilló a Ivy y a Jenks mirándome con gesto de desaprobación y, tras aclararse la garganta, dijo:
—¿Te has apuntado a un curso en la universidad? Eso está muy bien. ¿Sobre el protocolo que hay que seguir en la escena de un crimen?