—Para. —Alzando una de sus delicadas manos como si quisiera detener mis palabras—. Lo sé. —Entonces se me quedó mirando con la mandíbula apretada y suficiente rabia en sus ojos como para evitar que me moviera—. Piscary tenía razón —añadió con una amarga carcajada que me dejó helada—. El muy cabrón estuvo en lo cierto desde el primer momento. Pero yo también. Si Mia no hubiera hecho que me sintiera avergonzada, no hubiera reunido el valor suficiente para joder a Art y permitirme a mí misma amarte.
—Ivy —¡Oh, Dios! Ivy nunca abría su corazón de aquel modo voluntariamente. Había debido de pasar mucho miedo por mí la noche anterior.
—Eres como un maestro vampírico, ¿sabes? —Ivy se retiró hasta la esquina del sofá y se quedó mirando, con una expresión casi de enfado—. Consigues que sienta pavor, incluso aunque me muera por acurrucarme en tu alma y sentirme segura. Estoy loca al desear algo que me da miedo.
—No quiero hacerte daño —dije, sin saber muy bien adónde nos iba a conducir aquella conversación.
—Pero lo has hecho —repuso con los brazos rodeando sus piernas encogidas y la barbilla alta—. Y lo volverás a hacer. Y lo peor de todo es que no me importa. Por eso digo que estoy enferma. Esa es la razón por la que ya no te toco. Me he vuelto adicta a tus pequeñas mentiras piadosas. Quiero amor, pero no podré seguir viviendo conmigo misma si te permito que vuelvas a hacerme daño. No quiero acabar identificando el dolor con el amor. Se supone que no debe ser así.
En ese momento me vino a la mente el momento en que Farcus había jugueteado con mi cicatriz. Demasiado cerca. Se había acercado demasiado. Me había utilizado como una cerilla para encender su propia libido. El dolor se había transformado en placer. ¿Era realmente pervertido si resultaba tan placentero?
—Lo siento, Ivy. No puedo darte más —susurré.
Ivy se giró hacia la ventana y descorrió levemente la cortina para mirar hacia el exterior.
—No te estoy pidiendo que lo hagas, miedica —dijo suavemente mientras volvía a cerrar sus emociones—. No te preocupes. Me gusta cómo están las cosas. No te lo he contado para que te culpes, sino porque pensé que debías conocer el motivo por el que el marido de Mia es inmune a los ataques de las banshee. Le regalé el deseo porque se lo debía. Me dio el valor para luchar por lo que quería. Que lo consiguiera o no es lo de menos. La única forma que tenía de agradecérselo era dándole la posibilidad de amar. Y creo que de verdad lo quiere. Al menos, dentro de lo que una banshee es capaz de amar.
En ese momento liberé los brazos; los estaba cruzando con tal fuerza que casi me cortaba la circulación.
—Está enamorada de un jodido asesino en serie —dije, alegrándome de que la conversación cambiara de rumbo.
Ivy esbozó una sonrisa lánguida bajo la luz de las farolas. Su mano soltó la cortina y la sombra volvió a ocultar su rostro.
—Eso no lo hace menos verdadero. Holly no es especial. Remus, sí. Lo siento. No debí regalárselo. No tenía ni idea de que lo utilizaría para matar gente. A pesar de su fuerza, es un monstruo. Le debo un favor, pero estoy decidida a apresarla.
Poniéndome en pie, estiré el brazo para ayudarla a levantarse. Estaba deseando darle un abrazo para que se liberara de aquella horrible rigidez.
—No te preocupes. No sabías que lo utilizaría para hacer el mal.
—Sigue siendo culpa mía.
Mi mano tocó su hombro, pero la retiré cuando Jenks entró de nuevo por debajo de la puerta dejando tras de sí una estela de polvo dorado y se alzó para ponerse a nuestra altura.
—Glenn está en el pasillo —dijo con un inusual brillo en los ojos que se percibió en la habitación en penumbra.
—Bien —dije débilmente, mientras alcanzaba el bolso. Tenía la cara ardiendo y me llevé la mano a la mejilla.
—¡Oh! —exclamó el pixie, revoloteando inseguro en la oscuridad—. ¿Me he perdido algo?
Ivy me cogió la bolsa, tras tirar con fuerza para que la soltara.
—No —dijo girándose hacia mí—. Espera a que te traiga una silla de ruedas.
—Ni hablar. —Me había confundido, y en ese momento no sabía cómo evitar que me llevara por ahí como una inválida—. La silla no entraba en los planes.
—No consigues estar en pie sin tambalearte —dijo Ivy.
Negué con la cabeza. Había tomado una decisión y no pensaba ceder.
—No puedo escaparme en una silla de ruedas —dije con los ojos puestos en el suelo hasta que estuve segura de que no iba a perder el equilibrio—. Tengo que caminar. Aunque sea muy, muy despacio.
Jenks se situó delante de nosotras. Parecía Lawrence de Arabia con alas.
—De ninguna manera, Rachel —me espetó con los ojos guiñados por la preocupación—. Tienes menos fuerza que la erección de un hado.
—Puedo hacerlo —exhalé. Entonces vacilé unos instantes y sacudí la cabeza.
Esa ha sido buena, Jenks
. Cuando eché a andar hacia la puerta, llevaba la cabeza gacha mientras repasaba mentalmente mi lista de tareas: convencer a Al para que me diera un día de permiso; rehacer el hechizo para resucitar temporalmente a Pierce; recordarle a Marshal que no íbamos a ir más allá en nuestra relación solo porque, uno, había estado a punto de morir, dos, le había dado una buena tunda a Tom, y tres, habíamos disfrutado de una agradable cena con mi familia. También tenía que intentar de nuevo el hechizo localizador, por no hablar de que debía buscar pistas sobre el asesino de Kisten, examinando cuidadosamente los archivos para averiguar los nombres de todo aquel con quien Piscary había compartido sangre o cama durante el periodo que pasó en prisión. Podía hacerlo. Podía hacerlo todo. ¡
Oh, Dios
! ¿
Cómo voy a hacer todo eso
?
Jenks volaba de espaldas delante de mí mientras me desplazaba desde el sofá hasta la cama, pasando por el armario, sin duda calibrando mi aura.
—¿Has avisado a Glenn de que nos vamos? —pregunté dándole un manotazo a Ivy cuando amenazó con ayudarme a avanzar a pequeños pasos.
—Sí —respondió Jenks posándose jadeante en mi hombro por culpa del peso constante de su ropa—. Le debes un gran favor, Rachel. Le iban a dar el alta mañana.
Me aferré al bolso y miré a Ivy, aplastando mis sentimientos de culpa.
—Entonces, vámonos.
Ivy hizo un gesto de asentimiento y, tras tocarme levemente el hombro, se encaminó hacia el exterior.
—Nos vemos en el ascensor, Rachel —exclamó Jenks, saliendo disparado de la habitación justo antes de que la puerta se cerrara de golpe tras Ivy.
Una vez sola, me apoyé en la pared, exhausta. Respiraba con dificultad y avanzaba muy lentamente. Pero no pasaba nada. En realidad, había hecho aquello un montón de veces con mi madre, cuando quería irme a casa y todavía no habían tramitado el alta voluntaria.
Escaparse del hospital es como montar en bicicleta
, pensé mientras escuchaba a Ivy hablar con la enfermera del mostrador. Entonces recordé que, en realidad, no sabía montar en bicicleta.
—Al ascensor —susurré fijándomelo como objetivo. Una vez allí, podría descansar. Subir y bajar hasta que me sintiera con fuerzas para salir caminando. Esperé junto a la puerta casi cerrada, escuchando furtivamente. Era casi medianoche y, teniendo en cuenta que me encontraba en la sección humana, no se oía nada. Perfecto.
—¡Llamen a una enfermera! —gritó alguien e, inmediatamente después, se oyó un ruido metálico, como si algo hubiera chocado contra la pared. Jenks empezó a gritar y me acerqué algo más a la puerta para asomarme por el resquicio. Entonces se oyó el gemido de una voz masculina, y un pesado celador pasó por delante a toda prisa agitando sus rastas.
Abrí la puerta con el peso de mi cuerpo estremeciéndome cuando sentí cómo la madera pintada me arrebataba el calor a través del abrigo.
Entonces miré hacia la derecha, siguiendo el sonido del revuelo, sonriendo a Glenn, que estaba tirado en el suelo al final del pasillo. Ivy se encontraba con él, acompañada de Jenks, dos celadores y una enfermera. El chico que repartía la comida también estaba con ellos.
Mientras observaba, Glenn volvió a gemir convincentemente. Lo saludé con dos dedos, haciéndole el gesto de las orejas de conejo, y él me correspondió sacándome el dedo mientras su sonrisa se transformaba en un quejido de dolor. Jenks tenía razón, le debía un gran favor.
Con el pulso acelerado, caminé renqueante hacia el ascensor que se encontraba a la vuelta de la esquina. Ni siquiera tenía que pasar por delante del mostrador de las enfermeras. Poco a poco conseguí acelerar un poco el ritmo y erguir la espalda mientras combatía la fatiga y la leve sensación de ir caminando a través de una gruesa capa de nieve, intentando parecer sosegada en vez de sedada.
Cuando doblé la esquina, el ruido que había a mis espaldas se debilitó. El pasillo estaba vacío, pero no me atrevía a utilizar la barandilla que estaba a la altura de mi cintura. Además, tenía el ascensor justo delante. Entonces pulsé el botón una y otra vez hasta que se encendió la luz.
Las puertas se abrieron casi de inmediato y el corazón me dio un vuelco cuando vi que se bajaba una pareja. Tras mirarme de soslayo, alzaron la vista al oír los gemidos de Glenn. La curiosidad les pudo cuando me acerqué tambaleante a la parte trasera del ascensor y me apoyé en la esquina apretando el bolso contra mi pecho. Cuanto más deprisa me movía, más me dolía, lo que resultaba muy frustrante, teniendo en cuenta que me desplazaba a paso de tortuga.
Inspirando de forma superficial, me quedé mirando las espaldas de la pareja mientras las puertas se cerraban.
Jenks
, ¿
dónde estás
?
Habías dicho que nos veríamos aquí
.
El pixie entró como una flecha en el último momento y estuvo a punto de estrellarse contra el fondo del ascensor.
—¡Rachel! —exclamó entusiasmado, y el vértigo se apoderó de mí cuando me llevé las manos a los oídos.
—¡No grites! —dije.
Él bajó para quedarse suspendido a la altura de mis ojos.
—Lo siento —se disculpó, aunque su expresión decía lo contrario. Siguió mi mirada recelosa hacia el panel oscuro, y luego voló hasta él y apretó el botón del piso inferior con los pies. Escuché el gañido de la maquinaria poniéndose en marcha y empezamos a descender.
»Glenn es muy bueno —dijo mientras se giraba para posarse en mi hombro—. No creo que se den cuenta de que te has ido hasta que consigan a alguien que lo lleve a su habitación.
—Genial.
En ese momento cerré los ojos para combatir el vértigo. Tenía miedo de que el ascensor se moviera demasiado rápido como para que mi estómago lo soportara, pero no podría bajar por las escaleras ni aunque consiguiera arrastrar el aura conmigo a medida que descendíamos.
—¿Qué tal vas? —preguntó en un tono seriamente preocupado.
—Bien —respondí sin moverme del rincón—. Es solo fatiga —añadí entrecerrando los ojos para conseguir enfocarlo bien. Entonces sentí como si todo a mi alrededor se recompusiera de golpe cuando el ascensor se detuvo con un ruido metálico y el aura se me recolocó. Inspiré profundamente y expulsé el aire despacio—. Tengo un montón de cosas que hacer. No puedo pasarme el día vagueando en una cama que se mueve arriba y abajo.
Jenks soltó una carcajada y me aparté de la pared cuando las puertas se abrieron. Si todo salía como habíamos previsto, Ivy debía de estar allí esperándonos, y no quería que pensara que era una quejica.
Efectivamente, la vampiresa se encontraba justo detrás de las puertas y, tras echarme una mirada de arriba abajo, entró a toda velocidad y apretó el botón para cerrar la puerta.
—¿Todo bien? —preguntó.
—De maravilla.
Ivy intercambió una mirada con Jenks y presionó el botón del vestíbulo con una serie de golpecitos tan rápidos que casi no se distinguían entre sí. ¡
Vaya
!
Estamos un poquito nerviosos
, ¿
no
?
Esta vez el descenso fue peor, y cerré los ojos y me apoyé en la esquina mientras el ascensor cogía velocidad y recorría prácticamente toda la altura del edificio.
—Rachel, ¿te encuentras bien? —preguntó Jenks. Hice un pequeño gesto con los dedos por miedo a lo que pudiera suceder si asentía con la cabeza. El estómago me dolía horrores.
—Demasiado rápido —exhalé preocupada por el recorrido en coche hasta mi casa. Si nos veíamos obligados a ir a más de treinta kilómetros por hora, iba a echar hasta el hígado.
Empecé a temblar y me aferré de nuevo al bolso, sintiendo cada músculo que había contraído cuando el ascensor se detuvo de golpe. A continuación se abrieron las puertas. Aliviada, abrí los ojos y vi a Jenks suspendido delante del sensor para evitar que las puertas se cerraran. Los leves sonidos de un vestíbulo casi vacío penetraron en el cubículo e Ivy me cogió del brazo. Habría protestado de no ser porque realmente lo necesitaba. Juntas empezamos a salir del ascensor. ¡Dios! Me sentía como si tuviera ciento sesenta años, con el corazón latiéndome a toda velocidad y las rodillas fallándome.
No obstante, el lento desplazamiento empezó a sentarme bien y, cuanto más avanzábamos, más convencida estaba de que hacíamos lo correcto. Miré a mi alrededor, disimulando, intentando distinguir lo que no era en absoluto casual, como habría dicho Jenks. Había algunas personas atravesando el vestíbulo, incluso a medianoche, y las luces de la entrada iluminaban la vegetación cubierta de nieve convirtiéndola en una masa informe. Se podía definir casi como bucólico, con las luces de color ámbar de la grúa.
¿
La grúa
?
—¡Eh! ¡Ese es mi coche! —exclamé al verlo aparcado junto al bordillo en la zona reservada para la recepción de pacientes. No obstante, según parecía, no iba a seguir allí mucho tiempo.
Al oír mi voz, dos personas miraron desde las ventanas de vidrio laminado. Estaban observando cómo el tipo de la grúa disponía lo necesario para llevarse el vehículo, y entrecerré los ojos al descubrir que se trataba de la doctora Mape y del policía de guardia. Un enorme vampiro de la SI. Genial. Jodidamente genial.
—Plan B, Ivy —dijo Jenks metiéndose de nuevo en el ascensor.
—¡Ese es mi coche! —grité de nuevo. Acto seguido, solté un grito ahogado cuando Ivy me obligó a darme la vuelta y me empujó hacia el interior del ascensor. Mi espalda chocó contra el fondo y me llevé la mano al estómago.
—¿Quién te ha dado permiso… —pregunté jadeante sintiendo un nuevo ataque de vértigo— …para coger mi coche?