Bruja mala nunca muere (39 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Di un bocado a mi sandwich y me limpié la mayonesa de la comisura de los labios al notar que Nick me miraba.

—Rachel —dijo Ivy con recelo—, ¿puedo hablar contigo un momento?

Miré a Nick y noté mis niveles de ira creciendo de nuevo. ¿Qué quería ahora? Pero ya había salido de la cocina.

—Disculpa —dije entre tumbos y me apreté el nudo del albornoz nerviosamente—, la reina de la paranoia quiere hablar conmigo.

Ivy parecía estar bien, no habría problemas. Nick se apartó una miga de la cara sin inmutarse.

—¿Te importa si hago café? Me he pasado tres meses deseando tomar un café.

—Claro, lo que quieras —dije, contenta de que no se sintiese insultado por la desconfianza de Ivy. A él se le ocurría un plan genial y a Ivy no le gustaba porque no se le había ocurrido a ella antes—. El café está en la nevera —añadí saliendo de la cocina en pos de Ivy.

—¿Qué problema tienes? —le dije a Ivy incluso antes de llegar a donde estaba—. Tan solo es un tío que tiene la mano un poco larga y que además también tiene razón. Convencer a la AFI de que persiga a Trent es mucho más seguro que intentar que la SI me ayude.

No podía distinguir el color de los ojos de Ivy en la penumbra. Se estaba haciendo de noche fuera y el pasillo se había vuelto inhóspito, tan oscuro y con ella allí.

—Rachel, esto no es una redada en el bar de vampiros de la esquina —dijo—. Se trata de atrapar a uno de los ciudadanos más poderosos de la ciudad. Una palabra de más por parte de Nick y estarás muerta.

Se me hizo un nudo en el estómago con su recordatorio. Respiré hondo y dejé salir el aire despacio.

—Sigue hablando.

—Sé que Nick solo quiere ayudar —prosiguió—, no sería humano si no quisiese compensarte por ayudarlo a escapar, pero va a terminar resultando herido.

No dije nada. Sabía que tenía razón. Nosotras éramos profesionales y él no. Tenía que sacarlo de este embrollo.

—¿Qué sugieres? —pregunté y su tensión se relajó.

—¿Por qué no te lo llevas arriba y veis si la ropa del campanario le sirve mientras yo intento reservar una plaza en ese vuelo? —preguntó—. ¿Qué vuelo dijiste que era?

Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.

—¿Para qué? Lo único que necesitamos saber es a qué hora sale.

—Quizá necesitemos más tiempo. Va a ser muy justo. La mayoría de las aerolíneas retrasan los aviones si les dices que tienes restricciones con respecto a la luz del día. Lo achacan luego al mal tiempo o a un pequeño asunto de mantenimiento. No despegan hasta que el sol ha dejado de brillar a treinta y ocho mil pies.

¿Restricciones por la luz del sol? Eso explicaba muchas cosas.

—El último vuelo a Los Angeles antes de medianoche —dije.

La cara de Ivy adoptó una expresión absorta y entró en modo «planificación» tal y como lo recordaba.

—Jenks y yo iremos a la AFI y se lo explicaremos todo —dijo con voz preocupada—. Tú puedes unirte a nosotros en el momento de la acción.

—Eh, espera un momento. Yo iré a la AFI, es mi investigación.

Incluso en la oscuridad era obvio que estaba frunciendo el ceño y di un paso atrás sintiéndome incómoda.

—Sigue siendo la AFI —dijo cortante—. Es más seguro, sí, pero igualmente pueden detenerte por el prestigio de apresar a una cazarrecompensas que se les escapó a los de la SI. A algunos de esos tíos les encantaría matar a una bruja y lo sabes bien.

Sentí náuseas.

—Vale —admití lentamente. Mi boca comenzó a salivar al oír el gorgoteo del café—. Tienes razón, me mantendré al margen hasta que le cuentes a la AFI lo que estamos haciendo.

La determinación que se leía en los ojos de Ivy se tornó en sorpresa.

—¿Me estás dando la razón?

El olor a café me arrastraba hacia la cocina. Ivy me siguió sin hacer ruido al andar. Me rodeé con los brazos al entrar en la habitación más luminosa. El recuerdo de haber estado escondida de las hadas asesinas en la oscuridad abatió mis sentimientos de emoción frente al prospecto de atrapar a Trent. Tenía que hacer más hechizos. Hechizos potentes, diferentes, realmente diferentes. Quizá… quizá negros. Sentí náuseas.

Nick y Jenks estaban mano a mano mientras el pixie intentaba convencer al humano de que le abriese el tarro de la miel. Por la sonrisita de Nick y sus suaves negativas adiviné que sabía algo acerca de pixies, al igual que de vampiros. Me acerqué a la cafetera, esperando a que terminase de salir todo el café. Ivy abrió el armario y me acercó tres tazas. Con la mirada me preguntaba por qué de pronto estaba con los nervios de punta. Era una vampiresa, sabía interpretar el lenguaje corporal mejor que una sexóloga experta.

—La SI sigue amenazándome de muerte —dije en voz baja—. Dondequiera que entra la AFI para obtener una redada más grande, la SI siempre va detrás para involucrarse. Si voy a aparecer en público necesito algo que me proteja de ellos. Algo potente. Puedo hacer algún hechizo mientras estás en la AFI y luego encontrarnos en el aeropuerto.

Ivy se apoyó junto al fregadero con los brazos cruzados.

—Me parece una buena idea —me soltó—. Previsión. Bien.

La idea me alteró los nervios. La magia negra terrenal siempre implicaba matar algo antes de añadirlo a la mezcla. Especialmente para los hechizos potentes. Supongo que estaba a punto de averiguar si podía hacerlo. Con la vista baja, coloqué las tres tazas en fila.

—¿Jenks? —llamé—, ¿cómo va la alineación de asesinos ahí fuera?

El aire que levantaron sus alas al aterrizar en mi mano me movió el pelo.

—Muy escasa. Hace cuatro días que no se te ve. Ya solo quedan las hadas. Dales cinco minutos a mis niños y ellos las distraerán lo suficiente para que puedas salir cuando lo necesites.

—Bien, voy a buscar unos hechizos nuevos en cuanto me vista.

—¿Para qué? —preguntó Ivy con un tono de desconfianza—, tienes un montón de libros de hechizos aquí.

Sentí el sudor caer por mi nuca. No quería que Ivy lo notase.

—Necesito algo más potente —dije girándome hacia ella y viendo su rostro curiosamente inexpresivo. El miedo me tensó los hombros. Respiré hondo y bajé la mirada—. Necesito algo que pueda usar en una ofensiva —dije en voz baja mientras me sujetaba el codo con una mano y con la otra me frotaba la nuca.

—Vaya, Rachel —dijo Jenks, que aleteó excitado hasta colocarse en mi línea de visión. Su diminuto rostro parecía preocupado, lo que no ayudaba nada a mi sensación de bienestar—. ¿No será eso acercarte demasiado a la magia negra?

Me latía con fuerza el corazón y ni siquiera había hecho nada todavía.

—¿Acercarme? ¡Vaya que sí! —dije. Miré de reojo a Ivy. Su postura era estudiadamente neutral. Nick tampoco parecía disgustado al levantarse para acercarse a por su café. De nuevo se me cruzó por la mente la idea de que él practicase magia negra. Los humanos también podían entrar en contacto con las líneas luminosas, aunque los magos y hechiceros eran considerados poco más que farsantes en los círculos inframundanos.

—Hay luna creciente —dije—, eso lo tengo de mi parte, y no voy a hacer un hechizo para atacar a alguien en particular… —Mi voz se fue apagando para dejar paso a un incómodo silencio.

—¿Estás segura, Rachel? —dijo Ivy con una calma que me puso más nerviosa. Solo noté una ligera advertencia en su tono.

—Estaré bien —contesté apartando la mirada—, no lo hago por maldad sino para salvar mi vida. Hay una gran diferencia.

Eso espero
, pensé
y que Dios me perdone si me equivoco
. Jenks agitó las alas en rápidos intervalos y aterrizó sobre el cucharón.

—No importa —dijo, obviamente inquieto—. Han quemado todos los libros de magia negra.

Nick sacó la jarra de café de la cafetera y colocó en su lugar una taza.

—La biblioteca de la universidad tiene algunos —dijo mientras en la bandeja caliente de la cafetera chisporroteaba las gotas que se habían derramado.

Todos nos giramos hacia Nick y él se encogió de hombros.

—Los tienen guardados en una antigua sala cerrada.

Me entró miedo.
No debería hacerlo
, pensé.

—Y tú tienes la llave, ¿verdad? —dije con tono sarcástico que desapareció cuando él asintió.

Ivy soltó un bufido descreído.

—Tú tienes la llave —repitió burlándose—. Hace una hora eras una rata, ¿y dices que tienes la llave de la biblioteca de la universidad?

De pronto me pareció alguien mucho más peligroso, allí de pie, totalmente indiferente en medio de la cocina, con el albornoz negro de Ivy cayéndole holgadamente sobre su alto y delgado cuerpo.

—Realicé allí mis prácticas —contestó él.

—¿Fuiste a la universidad? —le pregunté a la vez que me servía una taza de café después de la suya.

Bebió un sorbo de café con los ojos cerrados como en éxtasis.

—Tuve una beca completa —dijo—, me especialicé en adquisición de datos, organización y distribución.

—Eres bibliotecario —dije aliviada—, por eso sabes lo de los libros de magia negra.

—Lo era, pero aún puedo enseñarte cómo entrar y salir sin problemas. La señora encargada de los becarios escondía las llaves de las salas cerradas cerca de las puertas para que no la molestásemos todo el rato.

Dio otro sorbo de café y se le pusieron los ojos vidriosos por el efecto de la cafeína.

Ahora era cuando Ivy parecía preocuparse.

—Rachel, ¿puedo hablar contigo a solas?

—No —le contesté en voz baja. No quería volver a salir al pasillo de nuevo. Estaba oscuro y yo estaba nerviosa. El hecho de que por esta vez mi corazón latiese tan deprisa porque me asustaba la magia negra y no por Ivy no creo que le importase a sus instintos. Ir a la biblioteca con Nick parecía menos peligroso que hacer un hechizo de magia negra, algo que al parecer no le inquietaba en absoluto—. ¿Qué quieres?

Miró a Nick y después a mí.

—Solo iba a sugerir que fueses con Nick al campanario. Allí hay ropa que le puede valer.

Me aparté de la encimera con el café intacto entre mis dedos apretados.

—Dame un minuto para vestirme, Nick y te acompaño arriba. No te importará ponerte la ropa usada de un reverendo, ¿verdad?

La mirada sorprendida de Nick se tornó inquisitiva.

—No. Suena estupendo.

—Bien —dije asintiendo—, cuanto te hayas vestido iremos a la biblioteca para que me enseñes los libros de magia negra.

Miré a Ivy y a Jenks al salir. Jenks estaba muy pálido, obviamente no le gustaba nada lo que estaba haciendo. Ivy parecía preocupada, pero lo que más me preocupaba a mí era la tranquilidad de Nick ante todo lo inframundano y ahora incluso ante la magia negra. No sería practicante, ¿verdad?

Capítulo 24

Esperé en la acera a que Nick saliese del taxi, calculando lo que quedaba en mi cartera antes de guardarla. Mi última paga menguaba. Si no tenía cuidado tendría que enviar a Ivy al banco por mí. Estaba gastando más deprisa de lo normal y no entendía por qué. Todos mis gastos habían disminuido. Debía de ser por los taxis, pensé, y me prometí a mí misma usar más el autobús.

Nick había encontrado un par de vaqueros gastados en el campanario. Le quedaban anchos y se los tuvo que sujetar con uno de mis cinturones más discretos. Nuestro reverendo ausente era un hombre corpulento. La sudadera gris con el logo de la univer sidad de Cincinnati también le quedaba grande y las botas de jardinero eran irremediablemente grandes también. Pero Nick se las puso igualmente y andaba como un Frankenstein de película mala. De alguna manera, con su altura y lo mono que era, hacía que su aspecto desaliñado resultase atractivo. Yo sin embargo siempre parecía una indigente.

El sol no se había puesto todavía, pero las farolas estaban encendidas al ser un día nublado. Habíamos tardado más en lavar la poca ropa que había dejado el reverendo que en llegar hasta aquí. Me subí el cuello de mi abrigo para protegerme del aire frío y examiné las calles iluminadas mientras Nick le decía unas últimas palabras al taxista. Las noches podían resultar muy frías los últimos días de primavera, pero aunque no fuese así me habría puesto el abrigo largo de todas formas para cubrir el vestido de cuadros que llevaba puesto. Se supone que pegaba con mi disfraz de anciana. Tan solo me lo había puesto una vez antes para un banquete de madres e hijas del que no pude librarme.

Nick salió del taxi, cerró con un portazo y dio un golpecito en el techo del coche. El taxista se despidió con la mano y se alejó. El tráfico fluía a nuestro alrededor. La calle estaba animada al atardecer cuando tanto los humanos como los inframundanos estaban a pleno rendimiento.

—Eh —exclamó Nick mirándome bajo la débil luz—, ¿qué les ha pasado a tus pecas?


Mmm
… —titubeé, toqueteándome mi anillo del meñique—. Yo no tengo pecas.

Nick inspiró y decidió no decir nada, luego vaciló y finalmente preguntó:

—¿Dónde está Jenks?

Aturullada señalé con la barbilla al otro lado de la calle, hacia las escaleras de la biblioteca.

—Se ha adelantado para comprobar que es seguro.

Observé a la gente que entraba y salía de la biblioteca. Estudiando un viernes por la noche. Desde luego, algunos tenían un deseo irrefrenable de arruinar la curva de aprendizaje de los demás. Nick me cogió del codo y me solté de un tirón.

—Puedo cruzar la calle sólita, gracias.

—Vas disfrazada de anciana —murmuró—, deja de balancear los brazos y ve más despacio.

Suspiré e intenté avanzar más despacio mientras Nick cruzaba por mitad de la calle. Los coches le pitaron pero él los ignoró. Estábamos en territorio de estudiantes. Si hubiese cruzado por el paso de peatones habría llamado la atención. Aun así estuve tentada de hacerles un gesto obsceno, pero pensé que reventaría mi disfraz de anciana. O quizá no.

—¿Estás seguro de que nadie te reconocerá? —le pregunté al subir las escalera de mármol y acercarnos a las puertas de cristal. Joder, no me extrañaba que se muriese tanta gente mayor. Tardaban el doble en hacer cualquier cosa.

—Sí. —Me abrió la puerta y entré arrastrando los pies—. Hace cinco años que dejé de trabajar aquí y los únicos que trabajan los viernes son los novatos. Ahora encorva la espalda e intenta no atacar a nadie. —Le dediqué una sonrisa antipática—. Eso está mejor —añadió jovialmente.

Cinco años, eso significaba que no era mucho mayor que yo. Era lo que me imaginaba, aunque resultaba difícil de adivinar después de pasar tanto tiempo como una rata.

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