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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (38 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Las levantó y noté que, aunque delgadas, estaban encallecidas.

Hice un gesto de compasión. En los Hollows era práctica habitual vender las pertenencias de los inquilinos si desaparecían. Y eso pasaba muy a menudo. Tampoco tendría trabajo, teniendo en cuenta que había sido «despedido» del último.

—¿De verdad vivís en una iglesia? —preguntó.

Seguí su mirada mientras recorría toda la cocina.

—Sí, Ivy y yo nos mudamos hace unos días. No nos intimidaron los cadáveres enterrados en el patio de atrás.

Esbozó una encantadora media sonrisa. Madre mía, parecía un niño perdido. Ivy había vuelto al fregadero y se aguantaba una risita.

—Miel —lloriqueó Jenks desde el techo, atrayendo mi atención. Nos miraba desde su cucharón. Sus alas se agitaron hasta convertirse en un borrón cuando vio a Nick. Echó a volar de forma inestable y casi se cae sobre la mesa. Sentí vergüenza ajena, pero Nick sonrió.

—Jenks, ¿no? —preguntó.


El Barón
—dijo Jenks, que se tambaleó al intentar posar al mejor estilo Peter Pan—, me alegro de que puedas hacer algo más que chillar. Me daba dolor de cabeza.
Ñi, ñi, ñi
. Ese chillido ultrasónico me taladraba el cerebro.

—Me llamo Nick, Nick Sparagmos.

—Bueno, Nick —dijo—, Rachel quiere saber qué se siente al tener las pelotas tan grandes como la cabeza e ir arrastrándolas por el suelo.

—¡Jenks! —le grité. ¡Ay Dios! Negando vehementemente con la cabeza miré a Nick, pero él parecía tomárselo con calma. Los ojos le brillaban al sonreír.

Jenks empezó a respirar con rapidez y salió disparado cuando intenté atraparlo. Estaba recuperando rápidamente el equilibrio.

—Vaya, tienes una buena cicatriz en la muñeca —dijo Nick.

—Mi esposa, que es un encanto, me la ha parcheado. Cose de maravilla.

—¿Quieres algo para ponerte en el cuello? —dije para cambiar de tema.

—No, estoy bien —contestó Nick. Se estiró lentamente, como si estuviese agarrotado pero se puso recto inmediatamente al rozar ligeramente mi zapatilla. Intenté no ser tan descarada como Jenks al mirarlo de arriba abajo. Jenks era mucho más directo.

—Nick —dijo Jenks aterrizando junto a él en la mesa—, ¿has visto alguna vez una cicatriz como esta?

Se subió la manga para mostrarle un reborde en zigzag desde la muñeca hasta el codo. Siempre vestía manga larga de seda a juego con los pantalones. No sabía que tenía esas cicatrices. Nick silbó admirado y Jenks sonrió de oreja a oreja.

—Me la hizo un hada —dijo—. Estaba vigilando el mismo objetivo que mi cazarrecompensas. Tras unos segundos en el techo con esa mariposa mariquita la obligué a largarse con su cazarrecompensas.

—¿En serio? —Nick parecía impresionado y se inclinó hacia delante con interés. Olía bien: masculino pero no como un hombre lobo y tampoco había ni una pizca de olor a sangre. Sus ojos eran marrones. Bien, me gustaban los ojos humanos. Una podía mirarlos y encontrar siempre solo lo que esperaba encontrar—. ¿Y esa de ahí? —dijo Nick señalando una cicatriz redonda en la clavícula de Jenks.

—Una picadura de abeja —contestó—. Me tuvo en la cama tres días con escalofríos y calambres, pero mantuvimos nuestros derechos sobre las jardineras del sur. ¿Cómo te hiciste esa? —le preguntó a su vez elevándose para señalar la cicatriz ligeramente inflamada que rodeaba la muñeca de Nick.

Nick me miró y apartó la mirada.

—Fue una rata grande llamada
Hugo
.

—Parece que casi te arranca la mano.

—Lo intentó.

—Mira esto —dijo Jenks tirándose de la bota y sacándosela junto con un calcetín casi transparente para dejar ver su pie deforme—. Un vampiro me aplastó el pie cuando no logré esquivarlo lo suficientemente rápido.

Nick hizo una mueca y a mí me entraron náuseas. Debía de ser muy duro medir diez centímetros en un mundo hecho para gente de metro ochenta. Nick se apartó la parte superior del albornoz y nos enseñó el hombro y parte del músculo del brazo. Me incliné hacia delante para verlo mejor. Las cicatrices en zigzag parecían surcos hechos con una gubia e intenté ver hasta dónde alcanzaban, Ivy se equivocaba, no era un pringado en absoluto. Los empollones no tienen tablas de lavar como abdominales.

—Una rata llamada
Pan Perilme
las hizo —dijo Nick.

—¿Y qué me dices de esto? —dijo Jenks quitándose la camisa completamente y dejándola colgada de su cintura. No me pareció tan divertido cuando descubrí el cuerpo lleno de cicatrices y golpes de Jenks—. ¿Ves esta? —dijo, señalando una marca cóncava y redondeada—. Mira, llega hasta el otro lado. —Se giró para enseñarnos otra marca más pequeña en la zona lumbar—. Una espada de hada. Probablemente me habría matado, pero me acababa de casar con Matalina y me mantuvo con vida hasta que eliminé todas las toxinas.

Nick asintió lentamente.

—Tú ganas —dijo—, no puedo superar eso.

Jenks se elevó en el aire varios centímetros, orgulloso. Yo no sabía qué decir. Me sonaron las tripas y para romper el silencio que siguió, murmuré:

—Nick, ¿quieres que te prepare un sandwich o algo?

Sus cálidos ojos marrones se encontraron con los míos.

—Si no es mucha molestia.

Me levanté y fui arrastrando los pies hasta la nevera.

—No es ninguna molestia. Me iba a preparar algo de comer para mí de todas formas.

Ivy terminó de guardar el último de los vasos y empezó a limpiar el fregadero con un limpiador en polvo. Le eché una mirada agria. No hacía falta que limpiase el fregadero a conciencia. Estaba siendo entrometida. Al abrir el frigorífico conté en silencio las bolsas de comida para llevar de cuatro restaurantes diferentes. Al parecer Ivy había ido a hacer la compra. Rebuscando encontré mortadela y una lechuga medio estropeada. Mis ojos se posaron entonces en el tomate de la repisa y me mordí el labio inferior. La mayoría de los humanos no tocarían un tomate ni con guantes. Me giré para bloquearle la vista y lo escondí detrás de la tostadora.

—¿Vas a seguir comiendo? —murmuró Ivy muy bajito—. Un minuto en la boca…

—Tengo hambre —le respondí en el mismo tono— y voy a necesitar todas mis fuerzas para esta noche. —Volví a meter la cabeza en la nevera para buscar la mayonesa—. Me vendría bien tu ayuda si tienes tiempo.

—¿Ayudarte a qué? —preguntó Jenks—, ¿a arroparte en la cama?

Me giré con toda la parafernalia para los sandwiches en las manos y cerré la nevera con el codo.

—Necesito tu ayuda para atrapar a Trent y solo tenemos hasta medianoche para hacerlo.

Jenks dio un respingo.

—¿Qué? —dijo muy serio. Había desaparecido de su tono cualquier rastro de humor.

Cansada, miré hacia Ivy. Sabía que no iba a gustarle esto. Para ser sinceros, había estado esperando hasta que Nick estuviese presente con la esperanza de que con un testigo no montase una escenita.

—¿Esta noche? —dijo Ivy apoyando la mano en sus pantalones de cuero de cadera baja y mirándome fijamente—. ¿Quieres atraparlo esta misma noche? —Miró a Nick y después a mí de nuevo. Arrojó el estropajo al fregadero y se secó las manos en un paño—. Rachel, ¿podemos hablar un momento en el pasillo?

Fruncí el ceño ante el insulto implícito en sus palabras de que Nick no era de fiar. Pero luego dejé escapar un suspiro de exasperación y dejé caer todo lo que llevaba en la encimera.

—Perdónanos —le dije a Nick con una sonrisa de disculpa.

Molesta, la seguí fuera de la cocina. Me detuve de golpe al verla de pie a medio camino de nuestros cuartos, con su irritada silueta dibujándose peligrosa en el oscuro pasillo. El intenso olor a incienso que percibí al acercarme me puso los pelos de punta.

—¿Qué? —le solté abruptamente.

—No es buena idea que Nick sepa lo de tu problemilla —replicó Ivy.

—Ha sido una rata durante tres meses —dije retrocediendo un paso—, ¿qué te hace pensar que puede ser un asesino de la SI? El pobre hombre no tiene ni ropa ¿y te preocupa que pueda matarme?

—No —protestó ella, acercándose hasta que mi espalda chocó contra la pared—, pero mientras menos sepa sobre ti más seguros estaréis ambos.

—Oh. —Me quedé paralizada. Estaba demasiado cerca. Que hubiese perdido el sentido de espacio personal no era buena señal.

—¿Y piensas acusar a Trent de…? —me preguntó— ¿de retenerte cuando eras un visón?, ¿de inscribirte en las peleas de ratas? Si vas a llorarle con esos argumentos a la SI eres bruja muerta.

Su tono se había ido transformando en una voz cada vez más sensual. Tenía que salir del pasillo.

—Después de tres días en su despacho tengo más información que esa.

Desde el pasillo oímos la voz de Nick.

—¿La SI? —dijo en voz alta—. ¿Son ellos los que te metieron en las peleas de ratas, Rachel? ¿No serás una bruja negra, verdad?

Ivy dio un respingo y sus ojos se volvieron marrones de nuevo. Parecía desconcertada, y retrocedió.

—Perdona —dijo en voz baja. Obviamente descontenta regresó a la cocina. Aliviada, la seguí para encontrarme a Jenks en el hombro de Nick. Me pregunté si Nick tendría tan buen oído o si Jenks le habría ido contando todo. Apostaba a que lo segundo. Y la pregunta de Nick acerca de la magia negra resultaba inquietante por su naturalidad.

—No —dijo Jenks con tono petulante—, la magia de Rachel es más blanca que su culo. Abandonó la SI se llevó a Ivy con ella. Ivy era la mejor cazarrecompensas y Denon, su ex jefe, le ha puesto precio a la cabeza de Rachel por despecho.

—¿Eras cazarrecompensas? —exclamó Nick—, ahora lo entiendo. Pero ¿cómo acabaste en las peleas de ratas?

Aún con los nervios de punta, miré a Ivy, y ella se encogió de hombros y siguió frotando vigorosamente el fregadero. Se acabó lo de ocultarle la verdad al hombre rata. Arrastrando los pies hasta la encimera saqué seis rebanadas de pan.

—El señor Kalamack me pilló buscando en su oficina pruebas de que trafica con biofármacos —dije—. Pensó que sería más divertido meterme en las peleas de ratas que entregarme.

—¿Kalamack? —preguntó Nick abriendo sus grandes ojos—, ¿estás hablando de Trent Kalamack?, ¿el concejal?, ¿trafica con biofármacos?

El albornoz de Nick se había abierto a la altura de las rodillas, y deseé que se abriera un poquitín más. Con gesto de superioridad coloqué dos lonchas de mortadela en tres de las rebanadas.

—Sí, pero mientras estaba atrapada descubrí que Trent no solo trafica con biofármacos —dije haciendo una pausa para dar más énfasis—, además los fabrica —concluí.

Ivy se giró con el trapo colgando olvidado en su mano y se me quedó mirando desde el otro lado de la cocina. Se hizo tal silencio que podía oír a los niños jugar en la calle. Disfrutando de su reacción me entretuve en quitar las hojas marrones de la lechuga hasta llegar a la parte verde.

Nick se había quedado pálido. No lo culpaba. Los humanos seguían aterrorizados por la manipulación genética por motivos obvios. Y que Trent Kalamack estuviese implicado en ello era muy preocupante. Especialmente cuando no estaba claro en qué bando estaba, si en el humano o en el inframundano.

—No puede ser Kalamack —dijo consternado—, voté por él, dos veces. ¿Estás segura?

—¿Es bioingeniero? —preguntó Ivy mirándome también preocupada.

—Bueno, los financia —dije. Y
también los mata y los deja pudriéndose en el suelo de su oficina
—. Va a mandar un cargamento con Southwest esta noche. Si lo interceptamos y lo relacionamos con él podré usarlo para saldar mi contrato. Jenks, ¿sigues teniendo la página de su agenda?

El pixie asintió.

—Está escondida en mi tronco.

Abrí la boca para protestar pero luego pensé que no era mal sitio. Unté la mayonesa en el pan, con el cuchillo tintineando en el tarro, y terminé los sandwiches. Nick había hundido su alargada cara entre sus manos. Estaba pálido y demacrado.

—¿Ingeniería genética? ¿Trent Kalamack tiene un biolaboratorio? ¿El concejal?

—Os va a encantar la siguiente parte —dije—. Francis es su topo en la SI.

Jenks dio un aullido y salió disparado hasta el techo para volver de nuevo.

—¿Francis? ¿Seguro que no te han dado un golpe en la cabeza, Rachel?

—Trabaja para Trent, tan seguro como que me he pasado los últimos cuatro días comiendo nada más que zanahorias. Lo vi. ¿Te acuerdas de los alijos de azufre que Francis ha ido descubriendo? ¿Su ascenso? ¿El coche?

No terminé la lista y dejé que Jenks e Ivy se imaginasen el resto.

—¡Hijo de perra! —exclamó Jenks—. Los alijos de azufre son distracciones.

—Eso es.

Corté los sandwiches por la mitad. Satisfecha conmigo misma, coloqué uno en un plato para mí y dos para Nick, que estaba muy delgado.

—Trent mantiene a la SI y a la AFI ocupadas con el azufre mientras el verdadero negocio se desarrolla en la otra punta de la ciudad.

Ivy se movía lentamente como pensativa mientras se enjuagaba el detergente de las manos una vez más.

—Francis no es tan listo —dijo secándose los dedos y dejando a un lado el paño.

Me detuve un momento.

—No, no lo es. Va terminar en el depósito.

Jenks aterrizó junto a mí.

—Denon se va a mear encima cuando se entere de esto —dijo.

—Espera —dijo Ivy aguzando su atención. El círculo marrón de sus ojos se encogió, pero en esta ocasión era por le excitación del momento, no de hambre—. ¿Y quién dice que Denon no está también en la nómina de Trent? Necesitarás pruebas antes de ir a la SI. Podrían matarte antes de ayudarte a cazarlo. Y para atraparlo no seremos suficientes tú y yo y una tarde para planificarlo.

Fruncí el ceño preocupada.

—Esta es mi única oportunidad, Ivy —protesté—, sea de alto riesgo o no.


Mmm
. —La mano de Nick temblaba al coger el sandwich—. ¿Por qué no acudís a la AFI? —Ivy y yo nos quedamos en un intenso silencio. Nick mordió y tragó—. La AFI se metería de cabeza en los bajos fondos a medianoche por un soplo relacionado con medicamentos de bioingeniería, especialmente si Kalamack está implicado. Si tienes cualquier prueba, ellos la estudiarán.

Incrédula, me volví hacia Ivy. Su cara estaba tan inexpresiva como la mía. ¿La AFI?

Relajé el gesto y noté que mis labios esbozaban una sonrisa. Nick tenía razón. La rivalidad entre la AFI y la SI bastaría para que mostraran su interés.

—Trent se freirá en la silla, mi contrato quedará saldado y los de la SI quedarán como idiotas. Me gusta.

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