Bruja mala nunca muere (41 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—No hay nada en el pasillo, Rachel. ¿Seguro que el amuleto funciona bien? —preguntó, y le señalé la perturbación en el pasillo.

—¡Madre mía! —exclamó revoloteando entre Nick y yo mientras el aire parecía adoptar una forma más sólida. Los libros se deslizaron de nuevo hasta el borde de la repisa a la vez. Eso fue incluso más terrorífico.

El aire se convirtió en una bruma amarillenta y luego se hizo algo sólido. Apreté los dientes. Era un perro; bueno, si había perros tan grandes como ponis, con los colmillos más grandes que mi mano y con diminutos cuernos en la frente, entonces sí era un perro. Nick y yo retrocedimos un paso y nos siguió con la mirada.

—Dime que este es el sistema de seguridad de la biblioteca —susurré.

—No sé lo que es.

Nick estaba pálido como el papel. Su confianza se había hecho añicos. El perro se interponía entre nosotros y la puerta. Le goteaba la saliva desde la mandíbula y juro que chisporroteaba al tocar el suelo y salía un humo amarillo del charquito que iba formando. Olía a azufre. ¿Qué demonios era aquello?

—¿Tienes algo en el bolso para esto? —susurró Nick, encogiéndose cuando el perro levantó las orejas.

—¿Algo contra un perro amarillo salido del infierno? —pregunté—. No.

—Si no demostramos nuestro miedo quizá no nos ataque.

El perro abrió sus mandíbulas y dijo:

—¿Quién de vosotros es Rachel Mariana Morgan?

Capítulo 25

Me quedé sin respiración; el corazón me latía con fuerza. El perro bostezó emitiendo un leve aullido al final.

—Debes de ser tú —dijo. Su piel se onduló como fuego color ámbar y luego saltó hacia nosotros.

—¡Cuidado! —gritó Nick empujándome a un lado mientras el babeante perro aterrizaba sobre la mesa.

Caí al suelo, rodé sobre mí misma y me quedé en cuclillas. Nick gritó de dolor. Sonó un fuerte crujido cuando la mesa se deslizó a un lado para chocar contra las estanterías. Salió despedida hacia atrás cuando el perro bajó de ella de un salto. El plástico duro que la cubría se había hecho añicos.

—¡Nick! —grité al verlo acurrucado en un rincón. El monstruo estaba encima de él, husmeándolo. Había manchas de sangre en el suelo—. ¡Aléjate de él! —grité. Jenks estaba en el techo, impotente.

El perro se giró hacia mí. Me quedé sin aliento. Sus iris eran rojos y estaban rodeados por un nauseabundo color naranja y sus pupilas eran horizontales como las de las cabras. Sin quitarle la vista de encima, retrocedí. Tanteando con los dedos saqué mi daga de plata del tobillo. Juro que vi una sonrisita canina en su salvaje hocico cuando me libré del abrigo y me quité los tacones de abuelita.

Nick gruñó y se movió. Estaba vivo. Me sentí aliviada. Jenks estaba sobre su hombro, gritándole al oído que se levantase.

—Rachel Mariana Morgan —dijo el perro con una voz oscura y dulce como la miel. Me estremecí por las frías corrientes del sótano y esperé—. Uno de vosotros le tiene miedo a los perros —dijo como si le hiciese gracia— y creo que no eres tú.

—Ven a averiguarlo —dije con descaro. El corazón me latía a mil por hora. Apreté bien la daga al notar que empezaba a temblar de arriba abajo. Los perros no deberían hablar. No deberían.

Avanzó un paso. Me quedé mirándolo boquiabierta mientras estiraba sus patas delanteras colocándose en posición de andar erguido. Su figura se estilizó, haciéndose humana. Aparecieron ropas: unos vaqueros rasgados con estilo, una chaqueta de cuero negro y una cadena que iba desde el cinturón hasta su cartera. Tenía el pelo de punta pintado de rojo para hacer juego con su rubicunda complexión. Sus ojos se escondían tras unas gafas de sol de plástico. Me quedé inmóvil por la conmoción mientras veía al chico malo ponerse en pie con aire arrogante.

—Me han enviado para matarte —dijo con un acento de barrio bajo londinense, ya con el aspecto de ser miembro de una banda callejera—. Me pidieron que me asegurase de que morías asustada, encanto. No me dieron muchas pistas, así que quizá tarde un rato.

Me tambaleé hacia atrás al darme cuenta demasiado tarde de que estaba casi encima de mí. Su mano se movió demasiado deprisa para ser vista, disparándose como un pistón. Me golpeó antes de que me diese cuenta de que se había movido. Sentí como si mi mejilla explotase con el ardiente dolor, para luego quedarse entumecida. Un segundo golpe en el hombro me levantó del suelo y me estrellé de espaldas contra una estantería de libros.

Caí al suelo entre una lluvia de tomos que me golpeaban al caer. Sacudí la cabeza para dejar de ver girar las estrellas y me levanté. Nick se había arrastrado entre dos estanterías de libros. Le manaba sangre de la cabeza hasta el cuello. Su rostro reflejaba su miedo y su temor. Se llevó la mano a la cabeza y observó la sangre como si significase algo. Nuestras miradas se encontraron. El monstruo se interpuso entre nosotros.

Ahogué un grito cuando saltó hacia mí con las manos extendidas. Hinqué una rodilla, blandí mi daga. Se sacudió cuando la hoja lo atravesó. Horrorizada me escabullí fuera de su alcance. Él seguía atacando. Su cara entera se había vuelto brumosa y se recomponía al paso de mi cuchillo. ¿Qué coño era?

—Rachel Mariana Morgan —se burló—, he venido a por ti.

Alargó el brazo y me di la vuelta para salir corriendo. Una pesada mano me agarró por el hombro y me giró. La cosa me sujetó y me quedé inmóvil mientras su otra mano de piel rojiza se cerraba en un mortífero puño. Sonrió mostrando unos dientes sorprendentemente blancos y cogió impulso con el puño apuntando a mi estómago.

Apenas tuve tiempo de bajar el brazo para bloquear el golpe. Su puño lo golpeó. El repentino dolor me dejó sin aliento. Caí de rodillas con un grito desgarrador mientras me sujetaba el brazo. Se echó al suelo conmigo. Con los brazos replegados rodé por el suelo. Él cayó pesadamente sobre mí. Su aliento era como vapor en mi cara. Sus largos dedos me agarraron fuerte del hombro hasta que grité de dolor. Con la otra mano se abrió paso bajo mi vestido y serpenteó por mi muslo rebuscando de forma violenta. Abrí los ojos como platos, estupefacta. ¿Pero qué rayos hacía?

Su cara estaba a centímetros de la mía. Pude ver mi sorpresa reflejada en sus gafas de sol. Se pasó la lengua por los dientes, su tacto era cálido y desagradable. Me lamió desde la barbilla a la oreja. Sus uñas se aferraron a mi ropa interior y tiró de ella salvajemente, clavándomela en la piel. De una sacudida volví a la acción. Le dejé las gafas torcidas de un golpe y le clavé las uñas en sus ojos naranjas.

Su grito de sorpresa me dio ánimos. En ese instante de confusión lo empujé y rodé alejándome de él. Lanzó su bota que olía a ceniza contra mí golpeándome en los ríñones. Sin resuello, adopté la posición fetal con el cuchillo en la mano. Esta vez lo había pillado desprevenido. Estaba demasiado distraído para convertirse en bruma. Si podía sentir dolor entonces también podría morir.

—¿No te da miedo que te viole, encanto? —dijo con tono de satisfacción—. Eres una perra dura.

Me agarró por el hombro y forcejeé impotente contra sus largos dedos rojos que me tiraron al suelo dando tumbos. Oí unos fuertes golpes y miré a Nick. Estaba martilleando el armario de madera cerrado con la pata de la mesa. Su sangre estaba por todas partes. Jenks estaba sobre su hombro, con las alas rojas por el miedo.

El aire se hizo borroso frente a mí y me quedé estupefacta al ver que la cosa había cambiado de nuevo. La mano que ahora me agarraba por el hombro era más fina. Jadeante, lo miré de arriba abajo para descubrir que se había convertido en un joven sofisticado, alto y vestido con una elegante levita. Llevaba unas gafas ahumadas en su delgada nariz. Estaba convencida de que lo había herido, pero por lo que podía ver, sus ojos parecían intactos. ¿Era un vampiro? ¿Uno realmente viejo?

—¿Quizá te de miedo el dolor? —dijo la visión del hombre elegante con un acento digno del profesor Henry Higgins.

Me aparté bruscamente y tropecé con una estantería. El monstruo sonrió y se acercó. Me cogió y me lanzó al otro lado de la sala junto a Nick, que seguía aporreando el armario. El golpe en la espalda fue tan fuerte que me dejó sin respiración. Mis dedos se aflojaron y mi cuchillo repiqueteó con fuerza al caer al suelo. Luchando por recobrar el aliento me dejé caer, apoyada contra el armario roto y acabé medio sentada sobre las repisas que había tras las puertas destrozadas. Estaba indefensa cuando la cosa me levantó agarrándome por la pechera del vestido.

—¿Qué eres? —pregunté con voz ronca.

—Lo que más te asuste. —Sonrió dejando ver sus dientes—. ¿Qué te da miedo, Rachel Mariana Morgan? —me preguntó—. No es el dolor, ni la violación y no parece que te asusten los monstruos.

—Nada —dije jadeante y le escupí. Mi saliva chisporroteó en su cara. Me recordó a la saliva de Ivy sobre mi cuello y me estremecí.

Sus ojos se abrieron con una expresión de placer.

—Te dan miedo las sombras sin alma —susurró complacido—. Te da miedo morir entre los amantes brazos de una sombra sin alma. Tu muerte va a ser un placer para ambos, Rachel Mariana Morgan. Qué forma tan retorcida de morir… placenteramente. Quizás hubiera sido mejor para tu alma que hubieses tenido miedo a los perros.

Le ataqué, alcanzándole en la cara y dejándole cuatro marcas de arañazos. No se movió. Rezumó sangre, demasiado espesa y roja. Me retorció los dos brazos a la espalda y me sujetó las muñecas con una sola mano. Me doblé por la mitad debido a las náuseas cuando me tiró del brazo y el hombro. Me empujó contra la pared, aplastándome. Logré librar mi mano buena e intenté golpearlo. Me volvió a sujetar por la muñeca antes de que pudiera alcanzarlo. Lo miré a los ojos y noté que me flaqueaban las rodillas. La levita había encogido para convertirse en una chaqueta de cuero y en unos pantalones negros. Una cabellera rubia y una barba de un día sustituyeron a su complexión rubicunda anterior. Unos pendientes iguales reflejaban la luz. Kisten me sonrió haciéndome gestos con su lengua roja.

—¿Te gustan los vampiros, brujita? —me susurró.

Me retorcí para librarme de él.

—No es esto exactamente —murmuró y se retorció mientras sus rasgos cambiaban de nuevo. Se hizo más pequeño, tan solo me sacaba una cabeza. Le creció el pelo negro y liso. La barba rubia desapareció y su piel se volvió tan pálida como la de un fantasma. La mandíbula cuadrada de Kisten se suavizó hasta formar un óvalo.

—Ivy —susurré, quedándome lívida de terror.

—Tú me has nombrado —dijo lentamente con voz femenina—. ¿Esto es lo que quieres?

Intenté tragar saliva. No podía moverme.

—No me das miedo —susurré.

Sus ojos se tornaron negros.

—Pero Ivy sí.

Me puse tensa e intenté apartarme pero me apretó más las muñecas.

—¡No! —grité cuando abrió la boca y vi sus colmillos. Me mordió con fuerza y grité otra vez. Una llamarada me recorrió el brazo y llegó a mi cuerpo. Me mordisqueó la muñeca como un perro mientras yo me retorcía de dolor intentando soltarme. Noté que la piel se rasgaba al retorcerme. Levanté la rodilla y lo empujé. Me soltó y caí de espaldas jadeando, paralizada. Era como si Ivy estuviese delante de mí, con mi sangre goteando de su sonrisa. Levantó una mano para apartarse el pelo de los ojos dejando una mancha roja en su frente.

No podía… no podía enfrentarme a esto. Respirando entrecortadamente corrí hacia la puerta. La cosa estiró un brazo con la rapidez de un vampiro y me detuvo. El dolor me atravesó cuando me arrojó contra la pared de hormigón. La pálida mano de Ivy me inmovilizó.

—Déjame que te enseñe lo que hacen los vampiros en la intimidad, Rachel Mariana Morgan —dijo en un suspiro.

Me di cuenta entonces de que iba a morir en el sótano de la biblioteca de la universidad.

La cosa que era Ivy se inclinó sobre mí. Sentía mi pulso martilleándome en la piel. La muñeca me latía cálidamente. La cara de Ivy estaba a pocos centímetros de la mía. Iba mejorando su habilidad para extraer imágenes de mi mente. Ahora tenía un crucifijo colgado del cuello y olía a zumo de naranja. Sus ojos estaban turbios por el recuerdo de su sensual apetito.

—No —murmuré—, por favor, no.

—Puedo tenerte cuando quiera, brujita —susurró la cosa con una sedosa voz idéntica a la de Ivy.

Me entró el pánico y luché desesperada. La cosa que se parecía a Ivy sonrió mostrando los dientes.

—Tienes tanto miedo —susurró sensualmente, ladeando la cabeza para que su pelo negro acariciase mi hombro—. No tengas tanto miedo. Te gustará. ¿No te había dicho que te gustaría?

Di un respingo al notar que algo me tocaba el cuello. Se me escapó un gemido al darme cuenta de que era un rápido lametón.

—Te va a encantar —dijo con el susurro gutural de Ivy—. Palabra de honor.

Me vinieron a la mente imágenes de cuando Ivy me inmovilizó en su sillón. La cosa que me sujetaba contra la pared gruñó de placer y me apartó la cabeza con la suya. Aterrorizada, grité.

—Oh, por favor —gimió la cosa. Noté sus fríos y afilados dientes rozar mi cuello—. Oh, por favor. Ahora…

—¡No! —chillé y me clavó los dientes. Arremetió tres veces con rápidas y hambrientas embestidas. Me desplomé en sus brazos. Aún unidos caímos al suelo. Me aplastó contra el frío cemento. Me ardía el cuello. Una sensación idéntica me quemó la muñeca, uniéndose ambas en mi cerebro. Me recorrían escalofríos. Lo oía chuparme la sangre, notaba los embistes rítmicos en su intento por exprimir mi cuerpo más de lo que era capaz de darle. Jadeé al invadirme una sensación como de quemazón. Se me tensó todo el cuerpo y fui incapaz de separar el dolor del placer. Era… era…

—¡Aléjate de ella! —gritó Nick.

Oí un golpe seco y noté una sacudida. La cosa se me quitó de encima.

No podía moverme. No quería moverme. Me quedé tirada en el suelo, paralizada y aturdida por el sopor inducido por el vampiro.

Jenks revoloteaba sobre mí. El aire que levantaba con sus alas y rozaba mi cuello me provocaba un cosquilleo por todo el cuerpo.

Nick estaba allí de pie con la sangre cayéndole sobre los ojos. Tenía un libro entre las manos. Era tan grande que le costaba sujetarlo. Mascullaba algo entre dientes y estaba pálido y asustado. Sus ojos saltaron del libro a la cosa que estaba aún junto a mí. Se había vuelto a convertir en perro. Con un gruñido, se abalanzó contra Nick.

—Nick —susurré mientras Jenks me espolvoreaba polvo de pixie en el cuello—, cuidado…

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