Read Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) Online
Authors: Jordi Sierra i Fabra
Tags: #Ensayo, Historia
Así que los negros le dieron la espalda.
Y nunca debe olvidarse que, para algunos blancos, no dejó de ser un negro divertido.
A lo largo de 1970 llegó al fondo de su depresión y no encontró nada de lo que servirse. Su última actuación fue la del festival de Wight de aquel año. Tras ella anunció su retiro y su deseo de instalarse en Londres. Dejó bien claros sus motivos: no estaba dispuesto a seguir siendo un payaso.
Para que él, una estrella del rock, reconociese, por encima de su orgullo, que había sido un payaso utilizado por todos menos por sí mismo, tuvo que ver muy dentro de su espíritu y sacar al exterior toda la porquería que no le gustaba y que formaba la auténtica cadena de su vida.
Parecía dispuesto a empezar de nuevo, buscando su segunda oportunidad, como otros, pero él… no lo logró.
La noche del 18 de septiembre de 1970 su última chica, Monika Danneman
(grupie
, blanca, hermosa y joven, como todas las muchas que tuvo siempre a su lado), le encontró con apenas un hilo de vida, después de que vomitase y se ahogase en su propio vómito a causa de la reacción de las pildoras ingeridas con la cena y lo que pudo haber fumado. Monika llamó desesperadamente a Eric Burdon en demanda de ayuda pero la ambulancia que le llevó al St. Mary Abbot's Hospital de Londres le ingresó cadáver.
La ley dictaminó el veredicto de «muerte accidental por sobredosis de pildoras».
Eric Burdon siempre manifestó que Jimi se había suicidado, porque le conocía bien.
En la historia, esto ya es sólo un ítem final.
El día que Hendrix dijo que no quería seguir siendo un payaso, dijo algo más. Tal vez sean las claves de su muerte. Manifestó hallarse en el mismo lugar que cuando empezó y que como músico necesitaba únicamente una mayor emancipación de la industria para poder seguir. Luego reconoció que como guitarrista… se sentía agotado, porque ya no podía extraer nada nuevo de su instrumento.
Para un rompedor y creador nato, ¿no es esto igual que estar muerto?
Quince días después de que el rock se estremeciese con la perdida de Jimi, moría en la soledad de su habitación del Hotel Landmark de Hollywood, la reina blanca del
blues
, la primera heroína del rock: Janis Joplin.
Si James Dean protagonizó únicamente tres películas, de las cuales llegó a ver estrenadas las dos últimas, y se convirtió en un mito, Janis no le fue a la zaga. Grabó dos LP's y medio (el tercero se editó tal y como ella lo había dejado, sin terminar, aunque los músicos le dieron algunos retoques finales) y su muerte abortó lo que hubiera sido con toda seguridad una carrera monstruosa. Para que sucediese tanto y en tan poco tiempo o con tan pocos discos, quizás deba acudirse a una estrofa de una canción, muy simple, que cantaba ella y que define a la perfección su universo:
Sigo moviéndome, pero nunca he sabido por qué
.
Nació en Port Arthur, Texas, ciudad vecina de Dallas, el 19 de enero de 1943. Su padre trabajaba en la Texaco Canning Company y su madre en un colegio. Viviendo con acomodo es difícil imaginar cómo pudo interesarse por el
folk
y el
blues
como expresiones artísticas, y ser admiradora de dos artistas como Leadbelly y Bessie Smith, el primero apaleado por la vida, ex presidiario aunque patriarca del
blues
, y la segunda fallecida en plena juventud porque unos médicos blancos no quisieron atenderla. Rebelde y salvaje, Janis se marchó de su casa con diecisiete años. Para entonces su voz ya era sumamente especial, y alcanzaba registros insospechados. Durante cinco años deambuló por todas partes, arriba y abajo, al este y al oeste, trabajando en infinidad de cosas y cantando siempre que podía en algún café o local donde le diesen de comer y una cama para poder dormir. Ya en California, en la primavera de 1966, un grupo llamado Big Brothers & The Holding Company la invitó a unirse a ellos como cantante.
Bastó un año (verano 66 a verano 67) para que la banda, con Janis de solista, se convirtiese en una atracción. Cuando actuaron en el festival de Monterrey de junio de 1967, aún no habían grabado siquiera un disco. Y a pesar de ello la conmoción fue evidente. Su imagen de cabaretera, sin el menor atractivo físico, contrastaba con el poder y la energía desplegadas en escena, y especialmente con su voz. En 1968 se editó el primer LP,
Cheap Thrills
, fue número 1 y tras él Janis formó su propia banda. En 1969 repitió el éxito con
I got dem ol' Kozmic blues again mama
! y en 1970 grababa el tercero,
Pearl
, cuando murió. Parece sencillo, pero no lo fue.
Janis Joplin vivió de la misma forma en que solía cantar, lanzándose a fondo por algo sin dimensión ni aparente estructura, porque nunca interpretó un mismo tema igual dos veces. Sus emociones la dirigían, y especialmente el estado en que saliese a escena, según el grado de alcohol que llevase en la sangre o el
speed
de la hierba que acabase de convertir en humo. Humanamente no era más que una solitaria, una mujer que se sentía fea, insegura, llena de problemas infantiles y traumas adolescentes, que vestía como una puta barata, con plumas, tiaras de flores en el pelo, escarapelas de papel de colores, y tan despreocupada de su imagen y su estética que, como confesaba abiertamente ella misma, «ni llevaba faja ni se maquillaba». Llegó a tener algo de patético que muchos artistas destacaron, y que cualquiera puede palpar en las filmaciones de sus entrevistas. Era tan sencilla como un
blues
, aunque un
blues
sea la mejor dimensión del alma humana y lo más infinito jamás creado. A nivel musical fue cálida y deslumbrante, un huracán.
Siempre dio la impresión de estar sola y de necesitar tanto amar como cantar. Apenas nadie habla de Janis citándola como a una chica feliz. Probablemente lo fue, al margen de su tormento y su éxtasis, pero el peso de su dimensión pudo más. Y es que fue como sus canciones, un desbordamiento que ella interpretó así: «Yo no escribo canciones, las invento. A veces escribo unas palabras, para no olvidarme, pero ése es un concepto distinto. Yo las invento».
Muchos de los hombres que pasaron por su cama, sin olvidar que fue considerada lesbiana y que libros posteriores a su muerte, escritos por ex amantes frustradas o inventoras de fantasía, así parecían probarlo, dijeron de ella casi lo mismo. Siempre citaron su imagen de «pobre chica solitaria». Desde Leonard Cohen hasta Country Joe McDonald, dos de los más famosos, la historia se repite en este sentido. En la gran mayoría de sus canciones Janis hablaba de los hombres y del sexo, de la necesidad de sentirlo y practicarlo, de la pasión, el deseo y el fracaso. Cuando las cantaba lo hacía como si hiciera el amor en la escena, y en gran medida, muchos opinaron que sólo en escena liberaba sus instintos reprimidos. Su mayor mérito artístico fue su autenticidad, descarnada y libre. No mentía ni fingía en la relación artista-público. Solía decir:
«
Cuando canto, no suelo pensar. Cierro los ojos y dejo que llegue… ya sabes, siento que llega la fiebre, que me encuentro bien. Cuando ha desaparecido, es como si pudieras recordarlo; pero no puedes ser consciente de ello hasta que vuelves a vivirlo y entonces está ahí de nuevo. Es como un orgasmo. Yo no puedo hablar de mis canciones, porque estoy dentro de ellas. ¿Cómo puedes explicar algo en lo que estás metida? No puedo saber lo que hago. Si lo supiera, lo habría perdido. Pero al cantar… bueno, al cantar siento… Oh, como cuando el primer amor. Es más que sexo. Es ese punto en el que dos personas pueden alcanzar realmente el amor, como cuando tocas a alguien por primera vez; pero en este caso es gigantesco, porque se multiplica por todo el público. Siento escalofríos, extrañas sensaciones recorriéndome el cuerpo. Es una experiencia física, emocionante, y me ocurre cuando actúo, cuando estoy delante de la gente. Es como tener cien orgasmos con una persona que amas. Vivo durante unos minutos en el escenario todo… es la sensación…
»
Sin embargo, había también una trastienda. Siempre la hay. Ese orgasmo individual partiendo del acto de amor colectivo que experimentaba al cantar en público, lo apoyaba en su furiosa dependencia del alcohol, su abuso de las drogas y el exceso de soledad que la devoró lo mismo que un cáncer imparable. Janis vivió los últimos meses de su vida abrazada a una botella, y colocada en la frontera límite aunque nunca tomase alucinógenos como el LSD, ya que la aterraban. Necesitaba su ración y muy especialmente antes de salir a escena, para que los efectos se fundiesen con la catarsis autoinductiva y general que la proyectaba hacia el Todo.
Finalmente, cuanto hizo, era y sentía, coincidió en la noche del 3 al 4 de octubre de 1970. En la eterna soledad de la habitación de uno de tantos hoteles como había estado, se excedió en la sobredosis. El caballo penetró en sus venas, la hizo caer al suelo y se abrió la cabeza. La larga noche hizo el resto.
No hubo ninguna como ella. Frente a cientos, miles de artistas de plástico, que no sienten nada y que repiten actuación a actuación los mismos gestos, palabras y comedias, Janis fue genuina y pura, demasiado para resistirlo. Durante años se ha escarbado en su pasado, editándose discos de la más variada procedencia. Lo mismo que en el caso de Hendrix, el testimonio más válido se concretó en la película-documento sobre su vida,
Janis
, presentada en 1974.
Todo lo destructivo que pueda poseer el rock paso sin duda por las vidas de Jimi y Janie lo mismo que un viento fugaz pero demoledor.
Jim Morrison resumió en dos líneas de un tema del segundo álbum de los Doors, lo que era ser y sentirse joven en la segunda mitad de los años 70:
Queremos el mundo ¡y lo queremos AHORA!
En un tiempo en el que los
hippies
y su filosofía dominaban gran parte de la escena rock, y en el que la búsqueda del amor se superponía a todas las demás verdades, Jim Morrison fue un azote. No tocaba la guitarra como Jimi Hendrix o Brian Jones, ni cantaba porque no supiese hacer otra cosa para seguir, como Janis Joplin. Cantaba por un azar, porque no tuvo más remedio, y porque se vio sumergido en una trampa de la que ya no salió hasta poco antes de morir. En realidad fue lo que hoy reza su tumba en el cementerio de Pere-Lechaise en París: un poeta. Un poeta que utilizó el rock para manifestarse y que desencadenó la conmoción que acabó por devorarle en cuatro años.
Jim Morrison nació en Melbourne, Florida, el 8 de diciembre de 1943. Su padre era un alto oficial de la Armada de los Estados Unidos y por lo tanto su infancia se desarrolló a lo largo y ancho del país, por las diferentes bases a las que el cabeza de familia estuvo destinado. Se graduó en 1961, ingresó en la universidad en 1962, la abandonó en 1963, y en 1964 se marchó a Los Ángeles para estudiar en el Departamento de Teatro de la Universidad de UCLA (Universidad de California, Los Ángeles). Fue la dimensión de la gran ciudad-carretera, y el ambiente que allí vivió y respiró, lo que acabó de marcar profundamente su personalidad. En repetidas ocasiones dijo Jim que Los Ángeles le había moldeado, estableciendo una relación de amor-odio, dependencia-independencia, tan fascinante como peligrosa, capaz de provocar en él sentimientos encontrados, desde la sublimación de su rebeldía hasta el deseo de liberarse transpirando la salvaje furia que luego trató de canalizar por la vía musical.
En Los Ángeles quiso ser poeta, filósofo, y todo lo más… cineasta (su pasión). Pero conoció a otro loco como él, Ray Manzarek, que tocaba el teclado con sus dos hermanos, y los dos se propusieron ganar un millón de dólares con la música. Poco tiempo después nacían The Doors, con Robby Krieger (guitarra) y John Densmore (batería). Un dato curioso: no emplearon bajista. El nombre de The Doors (Las Puertas) lo extrajo Jim del título del libro
The doors of perception
, de Aldous Huxley, y de un pasaje de un libro de William Blake:
There are things that are known and things that are unknown; in between the doors
(Hay cosas conocidas y cosas desconocidas; en medio están las puertas).
El cuarteto pronto destacaría por su lucidez en mitad del panorama del rock en Los Ángeles. De hecho los Doors fueron el grupo clave de la evolución americana de la segunda mitad de los 60 en oposición a la nube
hippie
proyectada desde San Francisco. Agruparon a su alrededor movimientos intelectuales y musicales, y su éxito tuvo un nombre propio: Jim Morrison. Su voz era un látigo y su personalidad un volcán. Algo más: en escena enloquecía a las fans lo mismo que a los buscadores de sensaciones. Su erotismo y la belleza animal que le convirtieron en un sorprendente
sex-symbol
determinaron finalmente su rápida ascensión. Su vieja idea, ganar un millón de dólares, se convirtió en una inmediata realidad. Luego Jim empezaría a preguntarse ¿y ahora qué?
Debutaron discográficamente en 1967, con un álbum que incluía el
hit Light my fire
(«Enciende mi fuego») y el largo poema musicado (más de once minutos)
The end
(«El fin»). Dos nuevos LP's en 1968, un nuevo número 1 en
singles
y la intervención del grupo en algunos proyectos cinematográficos experimentales de la UCLA, conformaron su irresistible proyección.
Paralelamente, Jim pudo por fin mostrar su talento de poeta editando un libro en el 68,
The new creatures
, y otro en el 69,
The Lords
. Sin embargo, en 1969 las cosas ya no eran las mismas. Los escándalos continuados de Morrison, la implacable persecución policial y la cancelación de conciertos y giras, iban configurando otra leyenda en torno al grupo y a su estrella: la de malditos.
La cronología de altercados, situaciones límite y arrestos de Jim, es una de las páginas más explosivas del rock y aún hoy la mejor de las definiciones de lo que es un camino directo al fin.
Con él en el ojo del huracán.
El 9 de diciembre de 1967 se inicia la turbulenta espiral. El día anterior Morrison había cumplido veinticuatro años y se encontraban en New Haven, Connecticut para actuar. Jim fue sorprendido en
backstage
con una amiga por un policía celoso de su deber y el incidente acabó con el policía tendido en el suelo de un puñetazo. Poco después y en mitad del concierto, mientras él relataba el hecho a modo de parodia-canción, la policía le detuvo en el mismo escenario. Los cargos fueron quebranto de la paz y oposición al arresto.