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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Calle de Magia (46 page)

BOOK: Calle de Magia
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De repente el tubo de metal que formaba la barandilla del paso elevado se soltó del asfalto y echó a volar.

Golpeó a Sondra Brown y la derribó del círculo. Cayó como una piedra a la carretera.

—¡Oh, Dios la ayude! —chilló Ura Lee. La oración fue coreada por muchos otros.

Fuera lo que fuese que Dios pudiera estar haciendo con Sondra Brown, el tubo estaba ahora en vertical en el centro del círculo, dispuesto a golpear a otro.

Y donde Sondra había estado tardaron un momento en que otras dos manos se unieran y cerraran la abertura. Durante ese momento, el círculo redujo notablemente el ritmo y se hundió un poco hacia el suelo, y el tintineo que les producía tanto placer empezó a difuminarse.

El tubo volvió a golpear. Esta vez Ura Lee pensó que la apuntaba a ella. Pero naturalmente no podía apuntar: el círculo se movía demasiado rápido. Golpeó a Ebby DeVries, que salió volando del círculo, por encima de la avenida Olympic, y se perdió de vista.

—Oh, Dios —gritó Ura Lee—. ¡Ebby no!

El coche patrulla se puso de pronto en acción. Las luces se encendieron, el motor rugió y los policías empezaron a correr hacia él, intentando abrir las puertas.

El coche se alzó en el centro exacto del círculo y la barra se enroscó a su alrededor como una serpiente.

—Esto se está poniendo divertido —dijo Titania.

Mack, que se notaba el pecho ardiendo y que apenas podía respirar, no estaba seguro de estar de acuerdo. Las columnas estaban en el aire y girando tan rápido que formaban una especie de pared; dos veces el dragón trató de atacar y fue golpeado por una columna y rechazado.

Pero Mack y Titania estaban también en el aire, y Mack miraba frenéticamente a un lado y a otro para ver dónde estaba el dragón.

Sólo cuando un árbol enorme se alzó en el aire, en el centro del círculo, se dio cuenta de que el dragón babosa había dejado de volar y se
había
deslizado bajo la pared de columnas voladoras. Estaba justo debajo de ellos, sujetando un árbol gigantesco con sus espolones.

Lo blandió como una maza. Increíblemente, el árbol pasó entre dos columnas, así que no sufrieron daño.

Pero Titania jadeó como si la hubieran golpeado y todo el círculo redujo el ritmo. También cayó hacia el suelo y, cuando Mack miró hacia abajo, vio a la babosa abriendo su enorme boca sin dientes para tragárselos.

Volvió a blandir el árbol, que de nuevo pasó entre columnas, aparentemente sin causar daño. Pero el círculo titubeó otra vez en su movimiento y Titania y Mack se hundieron más cerca de la boca del dragón.

—¿No puedes hacer algo? —preguntó Mack.

—En cuanto ellos recompongan el círculo.

—No lo harán nunca si siguen rompiéndoselo.

—¡Agárrate a mí y no te pasará nada! —gritó ella.

Mack miró hacia abajo y vio que el motivo por el que la boca estaba directamente debajo de él era porque se tragaba la sangre que goteaba de su pie en un firme hilillo. Estaba alimentando la fuerza del monstruo. Su propia sangre estaba siendo utilizada contra Titania.

Mack supo que su momento había llegado. En el sueño corría para combatir al dragón. Ahora, en la realidad, caía hacia él. Así que era diferente. Pero no importaba. Lo más importante era que el dragón ganaba fuerzas gracias a él. Tenía que impedir que empeorara. Si quería salvar a Titania.

Sólo cuando se apartó de ella y caía se le ocurrió que tal vez el impulso de soltarse no procedía de su propia mente sino de la de Oberón.

El tronco del árbol cayó al suelo y la babosa saltó hacia arriba. Mack pensó que iba a tragárselo entero, pero en cambio la bestia se echó hacia atrás y lo atrapó con sus espolones. Luego arremetió contra Titania.

—¡No! —aulló ella—. ¡Mack, combátelo! ¡No dejes que te agarre!

¿Combatirlo con qué?

Titania dejó escapar un grito penetrante. Una sola palabra, pero en un lenguaje que Mack no comprendía.

Entonces, de repente, todo cambió. No había ningún espolón sujetándolo. Estaba colgado de algo por las manos y el dolor de su pecho era insoportable mientras su cuerpo se esforzaba y se estiraba.

De repente, todo cambió. La barra se desenroscó y cayó al suelo, el coche patrulla cayó detrás, aterrizando con tanta fuerza que los cuatro neumáticos reventaron.

El helicóptero apareció en el aire, las aspas a escasos centímetros del círculo de hadas, que seguía girando. Y colgando del patín inferior del helicóptero estaba... Mack Street.

Tenía la camisa abierta y su pecho sangraba por una terrible herida que le corría de la cadera hasta el hombro. Ura Lee se sintió aliviada porque no se le habían salido las entrañas, pero estaba perdiendo mucha sangre. Y el helicóptero intentaba elevarse y llevárselo.

El círculo giró más y más rápido.

—¡No! —gritó Ura Lee—. ¡Tengo que salir! ¡Tengo que ayudarlo!

Pero Mack no podía oírla. Hizo una mueca y se agarró al patín y se aupó y se agarró a la puerta del helicóptero.

—¡Apártate de la puerta! —gritó Ura Lee. Pues sabía, de algún modo, que si Mack abría la puerta y entraba, estaría perdido—. ¡No entres!

Mack pareció oírla. Miró hacia el círculo, que giraba veloz, y vaciló.

En ese momento un Mercedes cruzó el puente bajo el helicóptero. Se detuvo y de él salió Word Williams.

—¡Mack! —gritó Word—. ¡Salta! ¡Te recogeré!

Ésa era la cosa más estúpida que Ura Lee había oído jamás. Mack era media
cabeza,
más alto que Word. Word no iba a recoger nada esa noche.

La puerta del helicóptero se abrió. Mack perdió el equilibrio, giró y, cuando lo recuperó, volvió hacia la puerta abierta. Iba a caer en la boca de la bestia.

Word saltó al aire y alcanzó el patín del helicóptero y se agarró. Fue un salto increíble (habría establecido un récord en cualquier olimpiada), pero más importante para Ura Lee fue el hecho de que desequilibró el helicóptero, haciendo que oscilara y volviera a escupir a Mack por la puerta, que se cerró tras él.

El helicóptero se ladeó.

Y de repente Ura Lee supo lo que tenía que hacer.

—¡Agarradme por los brazos! —ordenó a la gente que tenía a cada lado. Aunque el círculo dio una pequeña sacudida cuando la soltaron para sujetarla por el antebrazo, la maniobra salió bien. Aunque había perdido el ritmo del baile tenía las manos libres para buscar en el bolsillo de la chaqueta y sacar el revolver de Ceese. Quitó el seguro, apuntó al amplio parabrisas del helicóptero y disparó.

La bala rebotó.

—¡Abre la puerta, Mack! —chilló Ura Lee.

—¡No lo hagas! —gritó Word.

—¡Mack, soy tu madre! ¡Soy mamá! ¡Abre la puerta!

Mack se agarró a la manivela de la puerta, completamente desconcertado por lo que estaba sucediendo. ¿De dónde había salido ese helicóptero? ¿Dónde estaban las columnas? ¿Dónde estaba Titania?

Sólo gradualmente se dio cuenta de dónde estaba: en el aire, sobre el puente de Olympic. Y el helicóptero debía ser...

La manifestación de Oberón en este mundo. El dragón babosa tal vez no pudiera cruzar entre mundos, pero, como los residuos que Mack había dejado en el País de las Hadas, Oberón hacía que pasaran cosas en este mundo y allí había una figura que lo representaba. Un helicóptero de noticias.

Mack casi se había metido dentro de la boca de Oberón por propia voluntad.

—¡Abre la puerta! —oyó gritar a alguien.

—¡No lo hagas!

Conocía ambas voces. El hombre era Word Williams. La misma voz cuyo sermón había escuchado la noche anterior. ¿O no? ¿No se había quedado dormido?

—¡Mack, soy tu madre! ¡Soy mamá! ¡Abre la puerta!

Era Miz Smitcher. Pero decía que era su madre. Y quería que él...

Abriera la puerta.

Comprendía. Quería que hiciera el sacrificio. Sabía que para eso había nacido. Siempre había sido carne de dragón.

Había dicho que era su madre.

—Lo haré, mamá —dijo Mack. Extendió la mano y abrió la puerta.

De repente, sonó un disparo. Otro.

La puerta se cerró de golpe.

Titania vio sin poder hacer nada cómo Mack se debatía en los espolones del dragón. Sólo el peso del hielo y la nieve que Titania había convocado impedía que el dragón remontara el vuelo y se perdiera de vista con Mack en sus garras.

Incluso a pesar de la nieve y el hielo el dragón de algún modo conseguía permanecer en el aire. Pero se tambaleaba, retrocediendo.

Una sacudida acercó la boca del dragón a la cabeza de Mack. Probablemente se la habría arrancado y habría engullido al muchacho de dos bocados, pero algo hizo que el dragón volviera a sacudirse, y Mack se alejó de la boca.

Titania miró y vio un dinosaurio morder con sus enormes mandíbulas la otra pata del dragón. El peso era más de lo que el dragón podía soportar. Se hundía hacia el suelo.

Mack parecía ajeno a todo. Tendió la mano hacia la boca del dragón, la agarró, se aferró al labio y lo atrajo hacia sí.

¿Qué está haciendo?, pensó Titania. ¿Se ofrece voluntario para que lo devore?

La boca del dragón estaba abierta de par en par y a la misma altura que las columnas que todavía giraban locamente alrededor de Titania.

Sonó un estampido. Luego otro.

Una erupción de sangre en el ojo del dragón le dijo a Titania que había sido herido. Pero ¿a causa de qué?

El dragón escupía sangre.

Titania supo que era su oportunidad. Fuera lo que fuese lo que había herido al dragón, éste tenía la mente puesta en algo distinto a la magia que ella podía crear.

Dijo las palabras, cantó las notas, hizo el rápido baile.

Las alas del dragón cayeron y el cuerpo de babosa se desplomó.

Desparramado en el suelo con el tiranosaurio y Mack Street aplastados u ocultos debajo, el dragón se agitó. Pero no lo suficientemente rápido para Titania, que agitó la mano y... la babosa se transformó de pronto. Ya no era un terrible dragón, sino sólo un hombre.

Su hombre.

Y Mack Street había desaparecido. En su lugar había una única bolsa de plástico, rodando como un bola de heno con la leve brisa que llegaba del océano.

El helicóptero iba a estrellarse y ¿qué sucedería? Una explosión que causaría la muerte o heriría a todos los que formaban el círculo de hadas.

Pero Ura Lee no lamentó haber disparado al helicóptero. Quien lo pilotaba estaba tratando de acabar con su hijo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

El helicóptero golpeó el suelo... y desapareció.

Mack Street y Word Williams yacían de algún modo entrelazados uno con el otro encima del coche patrulla.

Y el helicóptero había desaparecido.

El círculo de hadas redujo el ritmo y bajó tan rápidamente que en dos vueltas todos estuvieron en el suelo, moviéndose apenas al paso. El cosquilleo desapareció. Y el baile.

Ura Lee se zafó de los brazos de las dos personas que la sujetaban y corrió hacia el cuerpo de su hijo.

Word Williams se agitó, se apartó de Mack. Vio a Ura Lee y dijo:

—Lo siento, Miz Smitcher. Intentaba salvarlo.

Los otros se congregaron alrededor.

No muy lejos, un coche atrapado en el atasco de tráfico que rodeaba el círculo de hadas hizo sonar el claxon.

Uno de los policías alzó la porra y se acercó al coche.

—¡Esto es una manifestación! —gritó—. ¡Tienen permiso! ¿No ha visto las señales en Pico?

A Ura Lee no le importaba la gente. Se aseguró de que el cuello de Mack Street no estuviera roto y luego lo tomó en brazos y le sostuvo la cabeza y los hombros contra su cuerpo como si fuera un niño.

—Oh, Mack —dijo—. Mack, se suponía que debía ser al revés. Se suponía que tú tenías que sostenerme a mí cuando muriera.

Yolanda White apareció de repente, de pie encima del coche patrulla.

—Dile adiós, Ura Lee Smitcher —dijo—. Él se viene conmigo.

—¡Está muerto! —replicó Ura Lee—. ¿No puedo enterrarlo?

—No está muerto. Pero su trabajo ha terminado. Dile adiós, Miz Smitcher. Tengo que devolver a ese patético perdedor que es mi marido al infierno.

—¡No es un perdedor! —gritó Word—. ¡Es un héroe!

—No me refería a Mack —dijo Yolanda—. Sé que celebramos esa ceremonia, pero... estoy casada con el rey de las hadas. Sólo que ahora no es el rey de nada, ni siquiera de sí mismo. Gracias a toda esta gente, el círculo de hadas ha aguantado, y ahora tenemos a Oberón encadenado. ¡Gracias!

Entonces se volvió hacia Ura Lee y le tendió la mano.

—Dame la pistola, Ura Lee Smitcher. No querrás que te detengan con esa arma.

—Es la pistola de Cecil Tucker —dijo ella, desconcertada.

—Sé dónde está. Se la devolveré.

Ura lee se sacó la pistola del bolsillo de la chaqueta y se la entregó a la reina de las hadas.

Titania le sonrió.

—Todo saldrá bien, Miz Smitcher. —Entonces se inclinó, tomó las manos flácidas de Mack Street y lo apartó del regazo de su madre.

—Ven, Mack —dijo—. Vas a ir a casa.

Lo atrajo hacia sí y desplegó sus alas. La gente se quedó boquiabierta. Ella no los había visto, agrupados como estaban al fondo.

—Será mejor que despejéis la carretera y dejéis pasar el tráfico —dijo.

Word ayudó a una llorosa Ura Lee a apartarse del coche patrulla y subir a la acera.

Los policías se pusieron a dirigir el tráfico.

Ura Lee miró por encima de la barandilla del paso elevado y vio que varias personas estaban practicándole a Ebby los primeros auxilios.

—Dulce Jesús. Permite que viva.

—Desearía —dijo Word Williams a su lado—. Desearía tener el poder para curarla.

—Nada de deseos —respondió Ura Lee—. No quiero a nadie deseando nada cerca de mí. Hazlo o cierra el pico. Ayúdame a bajar a ver a la chica por si puedo hacer algo antes de que llegue la ambulancia.

—Sí, señora —dijo Word.

Entonces ella volvió a echarse a llorar.

—¡Oh, Mack, mi hijo, mi dulce y hermoso bebé! ¿Por qué no he podido ser yo quien muriera?

—Lo volverá a ver, Miz Smitcher, estoy seguro —dijo Word—. En los amorosos brazos del Salvador. Estará allí esperándola.

—Lo sé. Lo sé, pero no puedo dejar de desearlo. ¡Desear! ¿Por qué no podemos dejar de desear y dejar las cosas en paz?

24

Cambiado

Titania volaba con Mack Street en brazos sobre los edificios y calles de Los Ángeles: la autovía de Santa Mónica con su río de luces, las montañas que en su propio país estaban cuajadas de bosques pero allí estaban cubiertas de casas.

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