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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Calle de Magia (47 page)

BOOK: Calle de Magia
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Con todo, la gloria del País de las Hadas asomaba aquí y allá: en los tupidos jardines atendidos por las manos de los trabajadores mexicanos, en los Jacarandas que acababan de florecer, en el húmedo viento que soplaba desde el Pacífico empujando el aire más frío tierra adentro, aunque no muy lejos. Hasta Baldwin Hills, donde Titania aterrizó en la acera, entre dos casas, junto a un coche de policía y una motocicleta aparcada en la acera.

Llevó el cuerpo liviano y casi vacío a la abertura entre las casas y desapareció, o eso fue lo que cualquier observador de la calle hubiese visto.

Dentro de la casa, Ceese oyó abrirse la puerta.

—¿Quién anda ahí? —preguntó.

—Bill Clinton, el primer presidente negro, ¿tú qué crees?

Era Yolanda. Ceese recogió la jaula dorada envuelta en la copia de su chaqueta de cuero y se dirigió al salón.

Ella estaba tendiendo a Mack Street en el suelo. Mack tenía la camisa abierta y una herida terrible de la que manaba sangre.

Ceese dejó escapar un grito, un gemido terrible, e hizo a un lado la jaula. Corrió hacia el cuerpo de Mack y lo
abrazó,
cubriéndose do sangre.

—Mack —lloró.

—No está muerto —dijo Titania.

—¿Crees que no conozco la muerte? —dijo Ceese—. Está frío y no le late el corazón.

—No está muerto. Está sólo vacío.

—¿Qué quieres decir?

—En nuestra batalla, Oberón lo agotó. Vació todos los deseos que había en él. Así que, al final, el viejo monstruo se quedó sin nada que absorber. Un par de balas de tu pistola alcanzaron a mi querido esposo justo en la boca y no tuvo fuerzas para convertirlas en otra cosa distinta a lo que eran. Balas.

—¿Oberón está muerto?

—Está atrapado. Mientras estaba allí jadeando con un dolor como nunca había sentido antes, lo atrapé. Lo despojé de aquella forma horrible. Lo envié de vuelta, y esta vez no tuvo tiempo de atraparme a mí.

Se acercó al rincón donde la jaula dorada había caído después de salir rodando de la chaqueta. Puck la estaba mirando.

—Se ha acabado, Puck.

—Podría haber ayudado. Podría haber salvado al chico.

—Habrías hecho pedazos al chico y habrías matado a todas las personas del círculo de hadas —dijo Titania—. Al final, cuando no tenía más fuerzas, te habría obligado a obedecer sus dictados, y tú lo habrías hecho.

—Déjame salir.

—Sin venganzas —dijo ella—. Te liberaré, de esta jaula, de Oberón, pero sólo si tengo tu juramento solemne. Ninguna venganza sobre mí ni sobre ninguna de las personas que han contribuido hoy a la caída de Oberón.

—Así que ahora soy tu esclavo —dijo Puck.

—Te estoy ofreciendo la libertad condicional —respondió Titania—. Mientras no intentes hacernos daño ni a mí ni a ninguno de estos mortales, eres libre. Júramelo.

Después de un instante de vacilación, Puck lanzó una sarta de palabras en un lenguaje que Ceese no había oído nunca antes.

—¿Qué está diciendo?

—Lo que le he dicho. Pero lo dice en sumerio, para que tú no puedas ser testigo de su humillación.

—¿En sumerio?

—Es ahí donde nos conocimos. Lo encontré en el bosque y lo amé hasta que despertó de su estupor animal y se dio cuenta de que era un hombre. Tardé un poco más en convencerlo de que era realmente uno de nosotros, un inmortal. ¿No es así, Enkidu?

Puck contestó con otra ristra de palabras incomprensibles. Titania se echó a reír.

—Con eso valdrá.

Pasó la mano por el globo. Al hacerlo, los alambres se destejieron y se enroscaron en el tercer dedo de su mano izquierda. Tan finos eran que se convirtieron en una sencilla banda de oro.

Liberado de su prisión, Puck se agachó e hizo fuerza como un perro intentando cagar en la hierba. Al hacerlo, se hizo más y más grande, hasta alcanzar su altura plena. Pero no era el mismo hombre. No, no era el viejo mendigo. Era joven y hermoso y estaba seriamente cabreado.

—Me debes la libertad —dijo Titania.

—Sólo porque no me has dejado ayudarte.

—Ayúdame ahora. Ayúdame a despertar al muchacho. Deja que recuerde quién es.

Puck suspiró.

—Bueno, es justo. Él me curó una vez.

Se arrodilló al otro lado de Mack y colocó una mano en la cabeza del muchacho. Luego suspiró, sonriendo.

—Oh, Mack, es bueno conocerte.

Los ojos de Mack aletearon y se abrieron. Inspiró profundamente. Su corazón empezó a latir. Las lágrimas de Ceese no cesaron, pero cambiaron de significado.

—No te alegres demasiado —dijo Titania—. Despídete, Ceese. Voy a llevármelo.

—No.

—Tengo que hacerlo. Tengo que acabar con esto. Es el fleco que queda de este asunto.

—Él no es ningún fleco —dijo Ceese.

—Es la más hermosa de las almas, pero ha estado demasiado tiempo alejada del resto de sí mismo, y necesita estar entero de nuevo.

—¿Vas a devolvérselo a Oberón? —preguntó Ceese—. ¿A ese maldito dragón?

—Ya no es un dragón —dijo Titania—. Lo he domado. Ahora no es más que un hada corriente, sólo que está encadenado y no puede encontrar las mejores partes de sí mismo, y no tiene idea de por qué.

Mack se sentó sin ayuda de nadie, se incorporó, miró alrededor.

—¿Ganamos?

—Ganamos, Mack, gracias a ti. Y a Ceese. Y a Ura Lee Smitcher, que le disparó al hijo de puta en la boca cuando no estaba mirando. E incluso a Word Williams, que reconoció al demonio que lo poseía y ayudó a impedirle que te tragara. Y a toda esa buena gente que formó mi círculo de hadas y libremente me dio sus buenos deseos. —Se volvió hacia Puck—. Hablando de lo cual, agradecería, mi queridísimo Puckaboo, que fueras a buscar a las dos personas que Oberón expulsó del círculo. Una chica llamada Ebony DeVries y una mujer llamada Sondra Brown. No las dejes morir. Y nada de trucos. Las quiero con una salud y una fuerza perfectas y las mentes intactas. Y ya que estás en ello, a ver si puedes deshacer algunas de las otras jugarretas que sacaste de los sueños fríos de Mack. Una niñita llamada Tamika. Un hombre llamado Tyler. Ya conoces la lista.

—Oberón me obligó.

—Bueno, yo no te obligo a deshacerlo, así que no es un castigo. Es un favor que te pido. Por mí. Te lo deberé.

—¿Qué me deberás?

—Un dulce y precioso beso —dijo ella en voz baja.

Puck hizo una reverencia y extendió las alas.

Se encogió de nuevo rápidamente, hasta tener el tamaño de una mariposa, y no grande. Echó a volar y por una ventana levemente entreabierta salió a la luz de la mañana.

—Es hora de irnos, chico —dijo Titania.

—Así que vas a devolverme a él, después de todo —dijo Mack.

—Ahora está preparado para ti. Y tú estás preparado para él. Te lo prometo.

—¿Y nunca volveré a ver a Ceese? ¿Ni a Miz Smitcher?

—Mack, eso no está en mis manos.

Mack se volvió hacia Ceese, que también estaba de pie, y lo abrazó.

—Estás en todos mis recuerdos más felices, Ceese.

—Y tú en los míos —le respondió Ceese.

Mack permaneció abrazado un instante más y luego se separó.

—¿Sabes una cosa, Ceese? Miz Smitcher ha dicho que era mi madre. Ha dicho que era «mamá».

—Bien que ha tardado.

—Ceese, hay algo que tengo que decirte. Cuando tuve su sueño frío, la cosa que ella deseaba... era no estar sola. Quiere tener a su hijo sosteniéndole la mano en la cama cuando muera. Yo no podré ya. Pero tú podrás cumplir su deseo, ¿verdad? ¿Por mí?

—Criamos juntos a un mocosete. Prácticamente estamos casados.

—Eso es lo que pensaba. —Mack besó a Ceese en la mejilla y luego se volvió hacia Titania—. Vamos.

—Dejadme ir con vosotros —dijo Ceese.

—Ya te has despedido —dijo Titania—. Como ha hecho Ura Lee. Déjalo así.

Mack y Titania subieron caminando de la mano por Cloverdale. Mack era claramente consciente de que ésa era la última vez que caminaba por aquella calle, y eso le entristecía. Le parecía como si tuviera de nuevo cinco años, y diez, y quince, todo a la vez, tan bien conocían sus pies la acera.

—No vi suficiente —dijo Mack—. Lo intenté, pero no lo vi todo con la claridad con la que debería haberlo hecho.

—Lo viste todo, cielo —dijo Titania—. Mejor que nadie.

Mack negó con la cabeza.

—Conozco a toda esta gente tan bien... y ahora nunca volveré a verlos.

—Sabes lo que tenemos que hacer, ¿no, Mack?

—Lo que no sé es por qué.

—Ah. Volvemos a la causalidad. Pero Mack, sí que sabes por qué. Mientras estés aquí fuera, tus virtudes no estarán en él. Todo lo que tiene es su malicia y sus cadenas. Y contigo aquí fuera, tiene una herramienta que utilizar. Todo empezará de nuevo, si no este año entonces dentro de diez o de veinte o de treinta. Eres inmortal, Mack. Siempre estarás aquí para que él te utilice para algún propósito despreciable.

—Supongo.

—No seas niño, Mack. Alégrate. Te prometo que no te envío a la muerte.

—No veo cómo puede ser otra cosa. Ya no seré Mack. Seré Oberón. Lo que significa que yo no seré nada, y él lo será todo.

Mack y Titania llegaron a la curva cerrada, subieron el risco y bajaron al llano que rodeaba la tubería. La zona de hierbas alrededor había sido arrasada y quemada e incluso las cenizas habían volado. No quedaba nada más que el gris suelo de California.

Titania lo condujo hasta la tubería y lo ayudó a subirse encima.

—¿Qué hago, me caigo encima y ya está? Tiene una rejilla. Parece una barra cruzada.

—Mack, tu cuerpo no es real. No como lo son los otros cuerpos. Tiene un conjunto de causas completamente diferentes. Así que tienes que confiar en mí cuando te digo que todo lo que voy a hacer es enviarte por el tubo con esto.

Mack miró la pistola que tenía en la mano.

—¿Esa es la pistola de Ceese?

—Sí. Y es la pistola que tu madre utilizó para pararle los pies a Oberón.

—Y tú vas a usarla para matarme.

—Para matarte no. Para quebrar la estructura de tu cuerpo y dejar que tus partes inmortales caigan por la tubería.

—Oh, guai. Ahora sí que está bien.

—Mack, no tengo otra elección, ni tú tampoco. Por el bien de toda esta gente.

—Lo sé. Por eso no quisiste casarte conmigo, ¿verdad? Porque sabías que tu victoria no estaría completa hasta que yo estuviera muerto.

—Para todo hay un motivo —dijo Titania—. Pero hasta que conoces todos los motivos no comprendes realmente ninguno.

—Adelante, dispara.

Titania le apuntó.

—Adiós, cariño.

Disparó.

Mack no sintió nada.

—Has fallado.

—No he fallado. Te ha atravesado la cabeza.

—No lo he sentido.

—Salta desde ahí.

Él lo hizo.

Ella volvió a apuntar, esta vez a su mano, y disparó.

Le dolió terriblemente. No tanto como el desgarro de su pecho por el espolón del dragón, pero lo suficiente.

—¿Por qué me has disparado
en la mano?
¡Ahora tendrás que volver a hacerlo!

—-Magnífico —dijo Titania—. Puedo dispararte bien aquí abajo, pero no serviría de nada. Y cuando estás ahí arriba, eso te medio desmaterializa, con lo que las balas te atraviesan.

—Oh. ¿Ponerme de pie encima de la tubería me hace eso?

—Es de ahí de donde vienes —dijo ella—. Saliste de ahí y estuviste flotando hasta que Puck te envió carretera arriba hasta el vientre de Nadine Williams. Era su trabajo. Igual que fue su trabajo encontrar a Byron Williams y llevarlo a casa antes de que nacieras.

—¿Y Ceese? ¿Puck lo trajo también?

—No, cariño —dijo Titania—. Tu propia bondad lo llamó. Igual que llamó a Ura Lee Smitcher. El amor y el honor y el valor de conocer a sus semejantes. Incluso a Word Williams. Fue esa conexión entre vosotros lo que impidió que Puck le borrara completamente la memoria. Y fue esa conexión la que hizo que Oberón lo encontrara y lo utilizara como poni.

—Todo vuelve a mí —dijo Mack.

—¿Cómo tienes la mano?

—Me duele y sangra. ¿Cómo está tu conciencia?

—Preocupada.

—Ni siquiera me echarás de menos.

—Lo haré, pero por poco tiempo.

Sus palabras le molestaron, pero Mack asintió gravemente y dijo:

—Gracias por ser sincera conmigo.

—Nunca seré otra cosa.

—Mientras ambos vivamos —dijo él con amargura.

—¿Cómo vamos a hacer esto?

—Nosotros nunca vamos a hacer nada. Voy a hacerlo yo.

—¿Cómo?

—Si las balas me atraviesan cuando estoy encima de la tubería —dijo Mack—, entonces, ¿por qué cuatro barras de acero van a impedirme caer hasta el infierno?

De nuevo Titania extendió las alas y lo alzó para depositarlo en el borde del tubo.

Luego retrocedió y se quedó allí, flotando.

—Yo lo haré —dijo él, impaciente—. No tienes que quedarte a mirar.

—Me quedaré.

—Sólo para asegurarte de que no hago trampas y me escapo —dijo él amargamente.

—Todo viajero necesita que alguien que lo ama le diga adiós.

—¿Tú me amas? No a Oberón, ¿a mí?

—No puedo responder a eso.

Mack se apartó de ella.

Equilibrando los pies en el borde de la tubería, Mack dio lentamente media vuelta, absorbiendo las montañas que rodeaban la pequeña llanura por tres partes, y la vista al norte, donde se extendía la ciudad de Los Ángeles.

Ojalá hubiera sabido el día anterior por la mañana que nunca volvería a ver nada de aquello. Habría... habría...

Sólo que entonces se dio cuenta de que no habría hecho nada diferente. Ni ayer, ni ningún otro día de su vida. No había ni una sola decisión que lamentara.

Bueno, pues muy bien, decidió. ¿Cuánta gente puede marcharse de este mundo sin una sola cosa en la vida que lamentar? Oh, hay gente a la que desearía haber ayudado, pero ningún daño que haya hecho y quisiera enmendar lo más pronto posible.

—¡Titania! —llamó.

Ella voló hasta situarse a unos pocos metros de distancia. Pero era muy pequeña. Del tamaño de una mariposa.

—Titania, no he podido despedirme de Ebby. ¿Lo harás por mí?

—Lo haré, después de que Puck la cure.

—Creo que podría haberme enamorado de ella, si hubiera tenido más tiempo.

—Enamorarse y desenamorarse. Es lo que hacen los mortales —dijo Titania—. Siempre enamorados, pero nunca satisfechos.

—¿Oberón y tú sois mucho mejores?

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