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Authors: Paul Watzlawick

BOOK: Cambio.
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(a) No resulta difícil hallar ejemplos con respecto a la primera propiedad del grupo (que de cualquier combinación, transformación u operación de los miembros del grupo resulta otro miembro del grupo, manteniéndose así la estructura de éste). En la novela de John Fowles
El coleccionista
, un joven ha secuestrado a la bella estudiante de arte Miranda, de la cual está enamorado, y la tiene prisionera en una remota y segura casa de campo. Si bien ella está por completo en poder de su raptor, la situación que éste ha creado le convierte en tan prisionero de ella como ella lo es de él. Espera él desesperadamente que finalmente ella comience a amarle y por tanto, no puede ni forzarla, ni liberarla. La liberación no viene al caso también por razones prácticas: sería arrestado por un grave crimen, a no ser, desde luego, que ella afirmase que le ha seguido voluntariamente. Ella está dispuesta a prometer esto último, pero él sabe que ello sería una argucia para obtener su libertad y que ella no volvería a él. En tan insólitas circunstancias, tanto ella como él buscan desesperadamente que se verifique un cambio en la situación (él, intentando hacer que ella le ame y ella intentando escapar), pero cualquier movimiento que uno de ellos realice es del tipo del cambio 1 y por tanto tan sólo contribuye a reforzar y complicar la situación sin salida.

Una situación similar surge en el film
«El cuchillo en el agua»
. Un matrimonio emprende una excursión por mar, en su balandro, con un joven. Muy pronto surgen tensiones y celos entre ambos hombres, que son ambos inseguros y que intentan impresionar a la bella mujer a expensas del otro. Por último llegan a las manos; el joven (que ha mencionado anteriormente que no sabe nadar) cae al mar y desaparece. El marido se lanza al mar en su busca, pero no puede hallarle y decide nadar hasta la orilla para avisar a la policía. Mientras tanto, el joven (que ha permanecido oculto tras una boya), vuelve al barco, seduce a la mujer y luego abandona la embarcación cuando ésta retorna al puerto. El marido vuelve; por una parte no ha sido capaz de entregarse a la policía, pero por otra le atormenta la idea de haber dado muerte al joven. La mujer le asegura que el joven vive, pero el marido está convencido de que ella sólo se lo dice para tranquilizarlo. Viendo que todos sus intentos para resolver la situación fracasan, la mujer echa mano del que cree ser el argumento más poderoso y convincente y le cuenta al marido la verdad:
«No sólo vive, sino que me ha seducido.»
Tal «solución» no sólo no produce el cambio esperado, sino que lo impide: si el marido llega a creer que no ha matado al otro, ello sería al precio de creer que ella le ha traicionado; pero si ella no le ha sido infiel, entonces ha asesinado al rival. Otros dos ejemplos, mencionados en otro lugar, pueden considerarse incluidos en la misma categoría y tan sólo los resumiremos aquí brevemente. La constitución de un país imaginario permite debates parlamentarios ilimitados. Esta ley puede usarse para paralizar por completo los procedimientos democráticos; el partido de la oposición no tiene sino que emprender interminables discursos para hacer imposible toda decisión que no le agrade. Para escapar de este callejón sin salida, resulta absolutamente preciso cambiar dicho artículo de la constitución, pero ello puede imposibilitarse precisamente por aquello que ha de ser cambiado, es decir: por las interminables peroratas (98). El hecho de que este ejemplo no se trate de mera imaginación, sino que posea analogías reales en el mundo de las relaciones internacionales, lo demuestra otro ejemplo, aducido por Osgood:

«Nuestros líderes políticos y militares se han mostrado unánimes en sus afirmaciones de que hemos de mantenernos a la cabeza de la carrera de armamentos; han mostrado asimismo unanimidad en no decir nada acerca de lo que sucederá después. Supongamos que logramos un estado de ideal disuasión mutua... ¿qué sucederá entonces? Ningún hombre en sus cabales puede imaginar nuestro planeta girando eternamente, dividido en dos campos armados, dispuestos a destruirse el uno al otro, y que llame a esto «paz» y «seguridad». Lo esencial consiste en que la política de disuasión mutua no incluye medios para su propia solución» (77).

Esta última frase indica patentemente el factor de invariabilidad que impide a un sistema (término que utilizamos aquí como equivalente al de grupo en el sentido matemático) generar dentro de sí mismo las condiciones para un cambio 2. Como hemos visto, puede experimentar múltiples fenómenos de cambio 1, pero su estructura permanece invariable: no hay cambio 2.

b) La propiedad
b
del grupo, como se recordará, tiene que ver con el hecho de que una secuencia de operaciones, verificada en los miembros del grupo de acuerdo con la regla de combinación de dicho grupo, puede ser alterada sin cambiar el resultado de las operaciones. Ya hemos señalado en el capítulo I un ejemplo más bien abstracto. Más directamente relacionados con nuestro tema están los ejemplos que pueden encontrarse en el funcionamiento de complejos sistemas homeostáticos. Estos sistemas pueden discurrir a lo largo de prolongadas secuencias de estados internos, e incluso a través de prolongados periodos de observación, en las que ni siquiera dos de tales secuencias precisan ser exactamente iguales, pero alcanzan el mismo resultado, es decir: su estado estable. El homeostato de Ashby (10) representa un modelo de esto último. En el sector de la interacción humana, un modelo frecuentemente observado es el que implica a dos participantes, por ejemplo, a dos esposos, que por una u otra razón mantienen entre sí un cierto distanciamiento emocional. En este sistema no influye que uno de los participantes intente buscar un mayor contacto, ya que todo avance de uno de los participantes va seguido, de un modo predecible y observable, por una retirada del otro, de modo tal que el modelo general queda constantemente preservado
[1]
. Un modelo algo más complejo que muestra esencialmente la misma estructura se encuentra frecuentemente cuando un alcohólico provoca las críticas y la vigilancia de su vicio de beber por parte de su mujer. Cuando ella se queja e intenta «protegerle» contra el alcohol, el marido se da más aún a la bebida, lo cual, a su vez, da lugar a un aumento de las críticas por parte de la mujer, etc. De modo similar, cuando mejora el comportamiento de un delincuente juvenil, sus padres pueden «descubrir» un comportamiento delictivo en otro hijo considerado anteriormente como el «bueno». Y en ello no se trata de mera imaginación de los padres; la experiencia clínica muestra que, desde luego, este así llamado comportamiento contradelincuente experimenta con frecuencia acentuados cambios en cuanto el hermano que hasta entonces se comportaba mal comienza a «andar derecho». En lugar de las críticas que antes dirigía a su hermano a causa de su mal comportamiento, ahora le reprochará su buena conducta y tenderá, por lo tanto, a restablecer la situación original o bien incurrirá él mismo en la delincuencia.

Patrones o modelos similares se pueden observar en la adopción de decisiones por parte de ciertas familias. Cuando intentan proyectar algo juntos, y sea lo que fuere o que proponga uno de los miembros, los otros se sienten obligados a rechazar la idea.

Un ejemplo clínico particularmente interesante nos fue recientemente referido por la profesora Selvini Palazzoli, ejemplo procedente de su labor con numerosas familias italianas que tenían hijas anoréxicas. Casi todas estas muchachas, aun cuando aborrecían la comida, mostraban un extraordinario interés por guisar y proporcionar comida al resto de su familia. La impresión general, tal como la expresa Selvini, es la de que en estas familias existe una inversión extrema, casi caricaturesca, de la función de alimentador y de alimentado. Tales secuencias de comportamiento, que mantienen aquello que Jackson ha designado como homeostasis familiar (49,50) no son exactamente inversiones de rol o papel, como las podría considerar el sociólogo, sino auténticos fenómenos de cambio 1, por los que diferentes comportamientos correspondientes a un repertorio limitado de comportamientos posibles son combinados en diferentes secuencias, pero que dan siempre lugar a retiludos idénticos.

En general, los fenómenos de persistencia inherentes a la propiedad b del grupo pueden observarse con mayor frecuencia siempre que la causalidad de una secuencia es circular, más que lineal, lo cual es habitual en sistemas que funcionan con elementos interactuantes. Las carreras y escaladas de armamentos, tales como la que da entre los países árabes e Israel, constituyen buenos ejemplos de ello. Admitiendo, para mayor sencillez, que tan sólo existen dos partes que intervienen, la circularidad de su interacción imposible de determinar a todo propósito práctico si una acción determinada es la causa o el efecto de una acción de la otra parte. Individualmente, desde luego, cada una de las partes considera sus propias acciones como determinadas y provocadas por las de la otra parte; pero considerado el acontecer desde fuera, en su totalidad, cualquier acción llevada a cabo por uno de los participantes constituye un estímulo que provoca una reacción, reacción que es también en sí un nuevo estímulo para aquello que la otra parte considera meramente como una reacción. Dentro de esta trama, el comportamiento
b
aplicado al comportamiento
a
es prácticamente equivalente a la aplicación de
a
a
b
, lo cual satisface la segunda propiedad de grupo, en la que como hemos visto
aob = boa
. Las discrepancias en cuanto al modo como los participantes en una interacción «puntúan» la secuencia de acontecimientos pueden devenir las causas de graves conflictos (17, 67, 93).

(c) El miembro de identidad, que constituye la base de la propiedad c del grupo, supone, en esencia un
cambio 1 cero
cuando se combina con cualquier otro miembro. Esto complica la presentación de ejemplos, ya que es difícil mostrar lo que
no
se verifica o bien resulta trivial señalar que cualquier cosa que no produzca cambio deja las cosas tal como estaban. Pero esto es tan sólo aparentemente así; cesa de ser trivial en el momento en que nos demos cuenta de que un cambio cero se refiere necesariamente a ambos niveles de cambio. Sin embargo, resulta de momento más sencillo poner ejemplos de la última propiedad del grupo, ya que con ello resulta más fácil de apreciar que el miembro de identidad no es precisamente
nada
, sino que posee sustancia propia.

(d) La propiedad
d
del grupo, como hemos visto, se refiere al hecho de que la combinación de cualquier miembro del grupo con su recíproco o con su opuesto da el miembro de identidad. ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de este postulado? Considerado de un modo superficial resultaría difícil imaginar un cambio más drástico y radical que la sustitución de algo por su opuesto. Pero bajo una perspectiva algo menos superficial resulta fácil apreciar que el mundo de nuestra experiencia (que es todo sobre lo que podemos hablar) está formado por parejas de contrarios y, estrictamente hablando, cualquier aspecto de la realidad deriva su sustancia o concreción de la existencia de su opuesto. Los ejemplos son numerosos y muy corrientes: luz y oscuridad, figura y fondo, bueno y malo, pasado y futuro, y muchas de tales parejas son meramente los dos aspectos complementarios de una misma realidad o trama de referencia, a pesar de su naturaleza aparentemente incompatible y mutuamente excluyente
[2]
.

Por ejemplo: Uno de los cambios efectuados por los guardias durante las primeras fases de la revolución cultural China fue la destrucción de todos los signos públicos (en calles, tiendas, edificios, etc.) que contenían cualquier referencia al pasado reaccionario y burgués y su sustitución por denominaciones revolucionarias. ¿Es que podía haber una más radical ruptura con el pasado? pasado dentro del amplio contexto de la cultura china, tal ruptura se hallaba por completo de acuerdo con aquella norma fundamental que Confucio designaba como la
rectificación de nombres
y que está basada en la creencia de que el nombre «auténtico» produce una realidad «auténtica» más bien que opinar, como hacemos los occidentales, que los nombres reflejan la realidad. En efecto: el cambio de nombres impuesto por los guardias rojos era del tipo del cambio 1; no solamente dejó intacto un antiguo rasgo de la cultura china, sino que, además, lo reactualizó. Por tanto, no se realizó ningún cambio 2, hecho que probablemente habría sido difícil de apreciar por los guardias rojos.

Las cosas pueden ser «tan diferentes como el día y la noche» El cambio de una a otra puede aparecer como extremo y último. Sin embargo, paradójicamente, dentro de un contexto más amplio (dentro del grupo, considerado éste en sentido matemático), nada puede haber cambiado en absoluto. Se afirma que el comandante de una unidad norteamericana en Vietnam señaló en una reunión lo siguiente:
«A fin de salvar a la ciudad, tuvimos que destruirla»
, ignorando probablemente tanto el tremendo absurdo como el profundo significado de su mensaje. Una de las falacias más corrientes acerca del cambio es la de que si algo es malo, lo contrario tiene que ser forzosamente bueno. La mujer que se divorcia de un hombre «débil» a fin de casarse con un hombre «fuerte» descubre con amargura que si bien su segundo matrimonio tenía que ser exactamente lo contrario que el primero, nada ha cambiado en el fondo. La invocación de un intenso contraste ha sido siempre una técnica de propaganda favorita de los políticos y dictadores.
«¿Nacionalsocialismo o caos bolchevique?»
interrogaba pomposamente un cartel nazi de propaganda, implicando que tan sólo existían estas dos alternativas y que todos los hombres de buena voluntad debían elegir lo evidente.
«Erdapfel oder Kartoffel?»
(«¿Papas o patatas?») se leía en una pequeña etiqueta que un grupo clandestino fijó por centenares en dichos carteles, provocando una intensa investigación de la Gestapo.

Esta extraña interdependencia de los contrarios era ya conocida por Heraclito, el gran filósofo del cambio, el cual la designo como
enantiodromía
. Este concepto fue adoptado por C.G. Jung, el cual lo consideró como un mecanismo físico fundamental:

«Todo extremo psicológico contiene secretamente su propio contrario o se halla a su respecto en una íntima y esencial relación... No existe costumbre inveterada que no pueda en alguna ocasión transformarse en lo contrario, y cuanto más extrema es una posición, tanto más fácilmente es de esperar una enantiodromia, una conversión de algo en su contrario» (53).

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