Caminos cruzados (29 page)

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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

BOOK: Caminos cruzados
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—Conocían el código porque algunos de nuestros jóvenes se habían marchado para unirse a ellos. —Hunter enciende la linterna y la deja en el suelo para que podamos vernos las caras—. Los labradores nunca nos unimos al Alzamiento en bloque, pero, de vez en cuando, lo hacían algunos de nuestros jóvenes. Yo mismo me marché una vez con esa intención.

—Ah, ¿sí? —pregunto, sorprendida.

—No llegué a hacerlo —responde Hunter—. Cuando alcancé el río de la llanura, di media vuelta.

—¿Por qué? —pregunto.

—Catherine. —Hunter tiene la voz ronca—. La madre de Sarah. Entonces no era la madre de Sarah, por supuesto. Pero Catherine no habría podido irse nunca del caserío y decidí que no podía dejarla.

—¿Por qué no podía irse?

—Iba a ser la próxima líder —responde—. Era la hija de Anna y era idéntica a ella. Cuando Anna muriera, habríamos celebrado una votación para aceptar o rechazar a su hija mayor como líder y todos habríamos aceptado a Catherine. Todos la queríamos. Pero murió al alumbrar a Sarah.

La luz de la linterna frontal nos ilumina las botas embarradas y deja nuestros rostros sumidos en la oscuridad. Lo oigo sacar algo de su mochila.

—Anna te abandonó —digo, pasmada—. Te abandonó a ti y abandonó a su nieta...

—Tuvo que hacerlo —me interrumpe—. Tenía más hijos y nietos, y un caserío a su mando. —Se queda callado—. Ya ves por qué somos reacios a juzgar el Alzamiento con demasiada dureza. Los rebeldes quieren el bien mayor de su grupo. No podemos culparlos cuando nosotros hacemos lo mismo.

—Es distinto —dice Ky—. Vosotros estáis aquí desde los inicios de la Sociedad. Las rebeliones vienen y van.

—¿Cómo huisteis hace tantos años? —pregunta Indie con interés.

—No huimos —responde Hunter—. Dejaron que nos fuéramos.

Mientras narra la historia, se repasa las líneas azules de los brazos con una tiza que ha sacado de su mochila.

—Debes recordar que, en esa época, la gente elegía a la Sociedad y sus controles como una forma de evitar un futuro episodio de calentamiento y ayudar a eliminar las enfermedades. Nosotros no la elegimos y por eso nos marchamos. No formaríamos parte de la Sociedad y, por tanto, no nos beneficiaríamos de sus ventajas ni de su protección. Cultivaríamos la tierra, nos autoabasteceríamos y guardaríamos las distancias, y los funcionarios nos dejarían en paz. Lo hicieron durante mucho tiempo. Y si alguna vez venían, los interceptábamos.

»Antes de que los exterminaran, los habitantes originales de las provincias exteriores solían venir a nuestro cañón en busca de ayuda. Explicaban que los habían enviado lejos de su tierra por amar a quien no debían o querer una ocupación distinta. Algunos venían para quedarse con nosotros y otros para realizar intercambios. Después de la época de los comités seleccionadores, nuestros libros y escritos habían adquirido un valor increíble. —Suspira—. Siempre ha habido gente como los archivistas. Estoy seguro de que aún la hay. Pero nos quedamos aislados cuando los pueblos se deshabitaron.

—¿Qué adquiríais vosotros? —pregunta Eli—. Lo teníais todo en los cañones.

—No —responde Hunter—, no lo teníamos. Las medicinas de la Sociedad siempre eran mejores, y había otras cosas que necesitábamos.

—Pero, si todos vuestros escritos eran tan valiosos —pregunta Eli—, ¿cómo pudisteis dejaros tantos?

—Son demasiados —responde Hunter—. No podíamos llevárnoslos todos. Muchos labradores arrancaron páginas o cogieron libros enteros. Pero era imposible llevárselo todo. Por eso he tenido que sellar la cueva para esconder lo que queda. No queríamos que la Sociedad pudiera destruirlo o llevárselo si lo encontraba.

Termina de repasarse las líneas de los brazos y se dispone a meter la tiza en su mochila.

—¿Qué significan las marcas? —pregunto, y él se queda con la tiza en la mano.

—¿Qué te parecen a ti?

—Ríos —respondo—. Venas.

Hunter asiente, interesado.

—Parecen las dos cosas. Puedes imaginar que son eso.

—Pero ¿qué son para ti? —pregunto.

—Telarañas —responde.

Muevo la cabeza, desconcertada.

—Cualquier cosa que conecta —dice—. Cuando las dibujamos, solemos hacerlo juntos, así. —Alarga la mano y me roza los dedos. Yo casi retiro el brazo de la sorpresa, pero me refreno. Hunter se dibuja una línea en los dedos, pasa a los míos y traza otra por mi brazo, con suavidad.

Se aparta. Nos miramos.

—Luego tú continuarías la línea —dice—. Te dibujarías todo el cuerpo. Después, tocarías a otra persona y empezarías una línea nueva. Y así sucesivamente.

«Pero ¿y si la línea se interrumpe? —deseo preguntarle—. ¿Como cuando tu hija murió?»

—Si no hay nadie más —continúa Hunter—, hacemos esto. —Se levanta y apoya las manos en la pared de la cueva. Imagino que la presión abre una serie de diminutas grietas en la arenisca—. Te conectas con algo.

—Pero a la Talla le da lo mismo —arguyo—. A los cañones les da lo mismo.

—Sí —admite Hunter—. Pero aun así estamos conectados.

—He traído esto —digo con timidez mientras meto la mano en mi mochila—. He pensado que a lo mejor lo querías.

Es el poema con el verso que ha utilizado para la tumba de Sarah. El que dice «por junio un viento con dedos avanza». Lo he arrancado del libro.

Hunter coge la hoja y lo lee en voz alta:

Cayeron como copos,

cayeron como estrellas,

como pétalos de rosa

cuando de pronto por junio

un viento con dedos avanza.

Se queda callado.

—Se parece a lo que nos pasaba en los pueblos —dice Eli—. La gente moría así. Caía como estrellas.

Ky apoya la cabeza en las manos.

Hunter sigue leyendo.

Perecieron en el pasto desarraigado,

nadie pudo hallar el lugar exacto

pero Dios puede convocar cada faz

en su lista de abolidos.

—Algunos creíamos en otra vida —dice—. Catherine creía, y Sarah también.

—Pero tú no —afirma Indie.

—No —admite—. Pero nunca se lo dije a Sarah. ¿Cómo podía quitarle eso? Ella lo era todo para mí. —Traga saliva—. La abracé hasta que se quedaba dormida todas las noches, todos los años de su vida. —Las lágrimas le corren por las mejillas igual que en la biblioteca de la cueva. Como entonces, las ignora.

—Tenía que separarme poco a poco —prosigue—. Levantar el brazo. Sacar la cara del hueco de su cuello; retirarme de forma que mi respiración ya no la despeinara. Lo hacía despacio para que, cuando saliera de la habitación, ella no supiera que me había ido. La acompañaba hasta que el sueño venía a buscarla.

»En la Caverna, creí que rompería todos los tubos y luego moriría en la oscuridad —añade—. Pero no pude hacerlo.

Vuelve a mirar la página y lee el verso que grabó en la lápida de Sarah.

—«De pronto por junio un viento con dedos avanza» —dice, casi canta, con voz triste y dulce. Se levanta y mete la hoja en su mochila—. Voy a ver si sigue lloviendo —añade, y sale de la cueva.

Cuando Hunter vuelve a entrar, todos se han quedado dormidos salvo Ky y yo. Lo oigo respirar, al otro lado de Eli. Estamos muy apretados en la cueva y me sería fácil alargar la mano y tocarlo, pero me refreno. Es extraño, realizar juntos este viaje cuando hay tanta distancia entre nosotros. No puedo olvidar lo que ha hecho. Ni tampoco puedo olvidar lo que hice yo. ¿Por qué lo clasifiqué?

Oigo que Hunter se echa cerca de la entrada y me arrepiento de haberle dado el poema. No era mi intención causarle dolor.

Si yo muriera aquí y alguien tuviera que grabar mi epitafio en la piedra de esta cueva, no sé qué querría que escribiera.

¿Qué habría elegido mi abuelo?

«No entres dócil»

O

«Con mi Piloto espero tener un franco encuentro»

Mi abuelo, que me conocía mejor que nadie, se ha convertido en un misterio.

También Ky.

De pronto, pienso en la vez del cine en la que sintió aquel dolor tan hondo que ninguno de nosotros conocía y todos nos reímos mientras él lloraba.

Cierro los ojos. Amo a Ky. Pero no lo entiendo. Él no me abre su corazón. Yo también he cometido errores, lo sé, pero estoy cansada de perseguirlo por cañones y llanuras y de tenderle la mano solo para que me la coja algunas veces pero no otras. Quizá sea ese el verdadero motivo de que sea un aberrante. Quizá ni siquiera la Sociedad podía predecir su conducta.

«¿Quién lo incluyó como una de mis posibles parejas?» Mi funcionaria fingió que lo sabía, pero no era así. Decidí que ya no importaba: yo había elegido amarlo, yo había decidido ir a buscarlo, pero la pregunta vuelve a acosarme.

«¿Quién pudo ser?» He pensado en Patrick y Aida.

Y entonces se me ocurre otra idea, la más asombrosa, improbable y creíble de todas: «¿Pudo ser Ky?».

No sé cómo habría podido hacerlo, pero tampoco sé cómo logró Xander introducir las notitas en los compartimientos de las pastillas. El amor cambia lo que es probable y hace posible lo improbable. Trato de recordar qué dijo Ky en el distrito cuando hablamos del proceso de emparejamiento y del error. ¿No dijo que daba igual quién hubiera incluido su nombre mientras yo lo amara?

Nunca he sabido toda su historia.

Es posible que el único modo de protegernos sea revelando únicamente partes de nuestra historia. La historia completa puede parecer una carga demasiado pesada, se trate de la historia de la Sociedad, de una rebelión o de una sola persona.

¿Es eso lo que Ky piensa? ¿Que nadie quiere conocer su historia completa? ¿Que su verdad pesa demasiado para cargar con ella?

Capítulo 43

Ky

Todos duermen.

Si quisiera huir, ahora sería el momento.

Cassia me dijo en una ocasión que quería escribir un poema para mí. ¿Pasó del principio? ¿Con qué palabras lo concluyó?

Ha llorado antes de quedarse dormida. He alargado la mano y le he tocado las puntas de los cabellos. No se ha dado cuenta. Yo no sabía qué hacer. Me ha entristecido oírla llorar. También he notado lágrimas corriéndome por la cara. Y cuando he rozado a Eli sin querer con el brazo, él también tenía la suya mojada por sus propias lágrimas.

Nuestro dolor nos ha esculpido a todos. Nos han infligido heridas tan hondas como las grietas de un cañón.

Yo siempre veía a mis padres besándose. Recuerdo una vez que mi padre acababa de regresar de los cañones. Mi madre estaba pintando. Él se acercó. Ella se rió y le dibujó una raya de agua en la mejilla. La pincelada relució. Cuando se besaron, ella lo abrazó y dejó que el pincel se le cayera al suelo.

Fue un detalle que mi padre mandara aquel manuscrito a los Markham. De no haberlo hecho, es posible que Patrick no hubiera sabido nunca que había archivistas y no hubiera podido decirme cómo ponerme en contacto con ellos en Oria. Nunca habríamos tenido el viejo calígrafo. Yo no habría aprendido a clasificar ni a realizar intercambios. No habría podido regalar a Cassia su poema de cumpleaños.

No puedo permitir que la muerte de mis padres siga ignorada durante más tiempo.

Procurando no pisar a nadie, voy a tientas hasta el fondo de la cueva. No tardo en encontrar lo que busco dentro de mi mochila: las pinturas que Eli ha reunido para mí. Y un pincel. Mi mano se cierra alrededor de las cerdas.

Abro los botes de pintura y los coloco en fila. Vuelvo a alargar la mano para asegurarme de que tengo la pared delante.

Mojo el pincel y pinto un trazo por encima de mí. Noto gotas de pintura en la cara.

Pinto el mundo y, después, a mis padres en el centro, mientras aguardo a que se haga de día. Mi madre. Mi padre. Los dibujo contemplando una puesta de sol. Dibujo a mi padre enseñando a un niño a escribir. Puede que sea yo. En la oscuridad, no puedo estar seguro.

Pinto el río de Vick.

Pinto a Cassia la última.

¿Cuánto tenemos que mostrar a las personas que amamos?

¿Qué fragmentos de mi vida tengo que desenterrar, labrar y dejar ante ella? ¿Basta con que le haya señalado el camino hacia la persona que soy?

¿Tengo que explicarle cuánta envidia y amargura sentí a veces en el distrito por lo distinto que era? ¿Cómo me habría gustado ser Xander o cualquier otro de los chicos que seguirían estudiando y tendrían al menos una oportunidad de que los emparejaran con ella?

¿Tengo que hablarle de la noche que di la espalda a los otros señuelos y solo me llevé a Vick y a Eli? ¿A Vick porque sabía que nos ayudaría a sobrevivir y a Eli para aliviar mi culpa?

Tengo que decirle la verdad, pero ni tan siquiera me la he dicho a mí.

Empiezan a temblarme las manos.

El día que murieron mis padres estaba solo en la meseta. Vi el ataque aéreo. Después, corrí a buscarlos. Esa parte es cierta.

Cuando vi los primeros cadáveres, tuve náuseas. Vomité. Y luego vi que algunas cosas habían sobrevivido. No personas, sino objetos. Un zapato. Una ración de comida intacta, envuelta aún en papel de aluminio. Un pincel limpio. Lo cogí.

Ahora lo recuerdo. El hecho sobre el que me he mentido desde el principio.

Después de recoger el pincel, mirar alrededor y ver a mis padres muertos en el suelo, no traté de llevármelos. No los enterré.

Los vi y eché a correr.

Capítulo 44

Cassia

Soy la primera en despertarme. Cuando un rayo de sol se cuela por la entrada de la cueva, miro al resto con asombro, extrañada de que no hayan advertido aún la fuerte luz y la ausencia de lluvia.

Al mirar a Ky, Eli y Hunter, pienso en cuántas heridas invisibles pueden soportarse. Heridas infligidas al corazón, al cerebro, a los huesos. «¿Cómo nos mantenemos en pie? ¿Qué es lo que nos empuja a seguir?»

Cuando salgo de la cueva, el cielo me ciega. Tapo el sol con la mano como hace Ky y, cuando la bajo, creo, por un momento, que he dejado la huella de mi dedo pulgar impresa en el cielo, una marca negra de líneas onduladas. Pero la huella se mueve y gira, y advierto que no son las volutas de mi dedo sino los bucles de una bandada de pájaros lejanos y diminutos. Y me río de mí por creer que podía tocar el cielo.

Cuando me doy la vuelta para despertar a los demás, se me corta la respiración.

Mientras dormíamos, él ha pintado. Con pinceladas presurosas y livianas; con un apremio que se refleja en los goterones de pintura.

Ha llenado el fondo de la cueva de torrentes de estrellas. Ha creado un mundo de rocas, árboles y colinas. Y también ha pintado un río, uno muerto con pisadas en la orilla y una tumba señalada con un pez de piedra cuyas escamas no reflejan la luz.

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