Capitán de navío (53 page)

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Authors: Patrick O'BRIAN

Tags: #Narrativa Historica

BOOK: Capitán de navío
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Atravesaba el compacto grupo de hombres, entre cuchicheos y murmullos, encontrando el silencio al pasar. Rostros sonrientes y serenos, rostros preocupados o desconcertados; algunos asustados, otros malhumorados, furiosos.

—Davis —dijo—, váyase a la gabarra.

El hombre miró a su alrededor con ojos asustados como los de un animal salvaje.

—Vamos, muévase. ¿Me ha oído? —dijo Jack con tranquilidad.

Davis fue hacia popa avanzando torpemente, inclinando la cabeza de un modo extraño. Ahora el silencio era general y había un ambiente muy distinto. Jack no iba a dejar que los hombres se reunieran con sus compañeros a la hora de comer e hicieran una tontería. Tenía una gran lucidez y no dudaba en lo más mínimo acerca de los hombres que debía escoger.

—Wilcoks, a la gabarra. Anderson.

Avanzó más entre ellos. No llevaba armas.

—Johnson, muévase.

La tensión subía por momentos; no debía subir más.

—Bonden, a la gabarra —dijo, sin mirar directamente a su timonel.

—¿Yo, señor? —preguntó Bonden afligido.

—Deprisa —dijo Jack—. Bantock, Lakey, Screech.

Los murmullos volvieron a surgir con fuerza en la periferia del grupo. Eran enviados a la gabarra marineros fuera de toda sospecha; cruzaban hasta popa, bajaban por la escala y pasaban a la gabarra, que iba detrás a remolque; pero esto no era un castigo ni una amenaza de castigo. Jack desató el briolín mal anudado, hizo un auténtico nudo marinero y volvió al alcázar.

—¡Marineros, ahora desplegaremos todas las velas del
Polychrest
hasta oírlo crujir! Pondremos alas arriba y abajo, sobrejuanetes y, ¡qué demonio!, también alas de sobrejuanetes y de sosobres si las soporta. Cuanto antes lleguemos allí, mejor. ¡Gavieros, marineros de las vergas altas…! ¿Están preparados?

—¡Preparados, sí, señor, preparados! (Un conjunto de voces satisfechas. ¿Sentían alivio? ¿Agradecimiento?)

—Entonces, suban al oír la orden. ¡Arriba! El
Polychrest
parecía una rosa blanca que abría sus pétalos. Las blanquísimas alas, que rara vez se utilizaban, fueron desplegadas una tras otra; las sobrejuanetes nuevas brillaron en lo alto, y por encima de ellas, las sosobres, no usadas hasta entonces, lanzaban destellos bajo el sol. Todo el barco crujió cuando se ataron las empuñiduras. El pie de la roda se hundió considerablemente, y en la gabarra, que seguía la estela, el agua llegó casi hasta la borda.

Si era posible que hubiera una posición en la que el
Polychrest
navegara bien, era con el viento a tres grados por la aleta; y aquí todo el día el viento era estable, del oestenoroeste cuarta al norte, y soplaba tan fuerte que todos mantenían la vista fija en lo alto, por si ocurría algo a las sobrejuanetes y las sosobres. El barco iba a toda vela, desplazándose por el Canal velozmente, como si la vida de sus tripulantes dependiera de su velocidad, y le entraba tanta agua que el señor Gray, el carpintero, al salir de la sentina, quiso que su protesta quedara registrada. Perdió una sosobre, y después algo muy grande que no pudieron identificar se desprendió del fondo, pero la estela seguía alargándose y Jack, siempre en el alcázar, casi llegó a quererlo.

En el castillo, los hombres que no estaban de servicio pasaban el tiempo, y los de guardia estaban atareados, muy atareados, orientando las velas. Todos parecían disfrutar con aquella velocidad y deseaban vivamente aprovechar al máximo las posibilidades del barco. Las órdenes que prohibían el maltrato se habían cumplido con rigor, y hasta el momento no parecía que ningún marinero ni ningún grumete se moviera con más lentitud por eso. A los hombres de la gabarra les habían traído de nuevo a bordo, por miedo a que ésta se hundiera demasiado, y habían comido en la cocina. Ahora Jack no les temía, pues habían perdido su influencia y sus compañeros les evitaban. Davis, el tipo realmente peligroso para que se produjera una súbita revuelta, tenía un aire asustado, y Wilcoks, el elocuente asistente de un abogado convertido en ratero, no encontraba a nadie que le escuchara. Los marineros, en su mayoría, habían cambiado rápidamente, con la misma tranquilidad con que solían pasar de un desastre al momento previo del próximo. Por el momento tenía la situación controlada.

Su única preocupación era el viento, que a medida que pasaba la tarde era más flojo e inestable y probablemente amainaría al ponerse el sol. Cuando llegó la húmeda noche y el rocío envolvió la jarcia, pareció revivir un poco, soplando todavía desde el ansiado noroeste, pero no podía fiarse de él.

A las seis ya habían recorrido toda la distancia; se habían aproximado hasta que avistaron la inconfundible torre en cabo Noir y habían virado en Camaret. Pero ahora, mientras navegaban al estesureste para alcanzar la costa un poco más al norte de Chaulieu, la neblina se hacía más y más densa. Y cuando llegaron a la misma entrada de la bahía de Chaulieu, se encontraron rodeados por una niebla tan espesa que las sobrejuanetes no eran más que borrosas manchas en lo alto de la cubierta, una niebla que estaba muy próxima a la ondulada superficie del mar, con algunos claros iluminados débilmente por la luna.

Llegaron muy poco después de la hora de la marea; iban acercándose a la costa, con el segundo oficial al gobierno, y usaban dos escandallos. Ininterrumpidamente se oía: «Profundidad ocho, profundidad ocho, marca diez, un cuarto para diez, profundidad nueve, siete y medio, marca cinco, un cuarto para cinco, cuatro y medio». El fondo del mar era cada vez más aplacerado
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.

—Estamos al borde del banco de arena exterior, señor —elijo el segundo oficial, observando la muestra de linio del escandallo—. Creo que debemos llevar sólo las gavias.

—Es suyo, señor Goodridge —dijo Jack, retrocediendo un paso.

El barco entró, guiado por el segundo oficial, y el murmullo del agua lo acompañaba. Se había hecho zafarrancho de combate desde hacía tiempo; los tripulantes estaban silenciosos y atentos; el barco iba atravesando los canales, respondiendo al timón con rapidez, y con las escotas y las brazas tensadas según las órdenes.

—Ese debe de ser Galloper —dijo el segundo oficial, señalando con la cabeza una franja de agua clara por la amura de estribor—. Estribor un grado. Dos grados. Mantener. Ahora despacio. Seguir. Timón, todo a babor.

Silencio. Silencio absoluto en la niebla.

—Tenemos Morgan's Knock a babor, señor —dijo.

Jack estaba contento de oírlo. La última vez que habían virado con seguridad parecía ya sumamente lejana, ahora lo harían a ciegas, y en aguas que él no conocía. Si tenían Morgan's Knock a popa, debían virar a barlovento, rodear la punta del banco Old Paul, luego poner rumbo al suroeste y finalmente entrar en el fondeadero exterior, pasando frente a la isla Saint Jacques.

—Tres grados a estribor —dijo el segundo oficial.

El barco se desvió inmediatamente hacia el oeste. Era asombroso cómo los oficiales de derrota del Canal llegaban a conocer sus aguas, incluso por el olor y el tacto.

—¡Cuidado con esa bolina, allí delante! —dijo en tono grave. Una pausa larga, larga durante la cual el
Polychrest
estuvo navegando contra el viento, que era cada vez más fuerte.

—Abajo el timón, ahora—continuó—. Mantener, mantener. Seguir. Mire allí, señor, por la amura de babor, esa es Saint Jacques.

Por un claro de la niebla se veía, a una milla más o menos, una enorme masa blanca con una fortaleza que ocupaba la zona más alta y parte de un costado.

—Muy bien, señor Goodridge, muy bien.

—¡Cubierta! —gritó el serviola—. ¡Barco a babor!

Y añadió en tono informal:

—¡Menudo grupo de barcos! Ocho, nueve, un montón.

—Vendrán hasta el extremo del fondeadero exterior, donde estamos nosotros ahora —dijo el segundo oficial.

El viento abría grandes claros en la niebla; Jack miró a babor y de repente vio un gran conjunto de embarcaciones con aparejo de navío y de bergantín, brillando a la luz de la luna. Eran sus presas: cañoneras y transportes de guerra destinados a la invasión.

—¿Cree que es conveniente que estén en el fondeadero exterior, señor Goodridge? —preguntó.

—¡Oh, sí, señor! Acabamos de dejar Saint Jacques al sursureste; entre ellos y nosotros sólo está la mar.

—¡Abajo el timón! —dijo Jack.

El
Polychrest,
con el viento por la aleta de estribor y con ayuda de la marea, comenzó a deslizarse rápidamente por el mar, directamente hacia las cañoneras.

—¡Sacar los tapabocas! —dijo—. ¡Preparados los cañones!

Se proponía atravesar entre ellas disparando por los dos costados, y así tendría ventaja por haberlas tomado por sorpresa, disparando la primera descarga, porque inmediatamente después sus baterías empezarían a rugir, y además, los hombres no volverían a estar tan calmados. La niebla se había interpuesto entre ellos, pero ahora se disipaba, y Jack podía verlas borrosamente, cada vez más y más cerca.

—¡Ni un solo disparo hasta que…! —dijo, y un impacto le hizo caer sobre cubierta.

El
Polychrest
se había detenido completamente; había entrado a toda velocidad en el banco West Anvil. Jack lo comprendió cuando se puso de pie y, por un claro de la niebla, pudo ver dos fortalezas —una justo a popa y otra, casi exactamente iguales, por la amura de estribor—, que cobraron vida inmediatamente con gran estruendo y llamaradas que iluminaban el cielo. Habían confundido Convention con Saint Jacques y el fondeadero interior con el exterior, habían entrado por un canal diferente y los navíos estaban separados de ellos por un impenetrable banco de arena; los navíos estaban en el fondeadero interior, no en el exterior. El
Polychrest,
de puro milagro, tenía aún en pie todos los mástiles; se elevó con el oleaje y quedó encallado en el banco un poco más adelante.

—¡Arriba las escotas! —dijo a voz en cuello, pues ahora no era necesario el silencio—. ¡Arriba las escotas!

La presión en los palos disminuyó. Entonces dijo:

—Parker, Pullings, Babbington, Rossall, lleven los cañones a popa.

Si el barco sólo tenía apoyado el pie de la roda, esto serviría para sacarlo de allí. Del otro lado del banco hubo un agitado movimiento de velas —los navíos se desplazaban en todas direcciones— y en medio de la confusión, dos figuras bien definidas viraron acompasadamente para cruzar su proa; eran dos bergantines que indicaron su presencia con sendas ráfagas dobles de disparos.

—¡Dejen los cañones de proa! —gritó—. ¡Señor Rossall, Adams, fuego nutrido contra esos bergantines!

Ahora la luna brillaba con inusitada intensidad, y cuando el viento se llevó el humo, las baterías pudieron verse con tanta claridad como si fuera de día. También podía verse todo el fondeadero interior, lleno de barcos; una corbeta estaba amarrada frente a Convention, protegida por sus cañones; sin lugar a eludas, era su presa, el barco que habían capturado el
Thetis
y el
Andrómeda.
«Un condenado lugar para amarrarla», fue uno de los incontables pensamientos que pasaron por la cabeza de Jack. Y en la cubierta del
Polychrest
podían verse los hombres que, a pesar de su perplejidad, trabajaban disciplinadamente para llevar a proa los cañones, sin preocuparse demasiado por los ensordecedores cañonazos de las fortalezas. Los hombres de Saint Jacques no lanzaban los disparos muy cerca de ellos, por miedo de alcanzar a los suyos, que se encontraban a proa del
Polychrest.
Los disparos de Convention todavía no eran precisos, pasaban muy por encima de ellos.

Jack agarró un cabo y ayudó a mover un cañón a popa; luego pidió cuñas para calzar los cañones hasta que fueran alados.

—¡Todos a popa! ¡Todos los hombres a popa! Haremos que el barco cabecee y se separe de aquí. Salten todos siguiendo mi orden. Uno, dos. Uno, dos.

Saltaban los cien juntos. ¿Podrían conseguir con su peso y el de los cañones que el barco se separara de allí y volviera a las aguas profundas?

—Uno, dos. Uno, dos. ¡Salten!

No lo consiguieron. Jack corrió a proa, se inclinó sobre el costado de babor con expresión grave y luego miró su reloj. Las nueve y cuarto; no quedaba mucho tiempo de pleamar.

—Baje todos los botes al agua, señor Parker. Y ponga una carronada en la gabarra.

Había que sacarlo de allí. Si se llevaba una de las anclas de proa hasta las aguas profundas, se echaba allí y se usaba como apoyo para halar el barco, podrían separarlo; pero ni siquiera la gabarra podía soportar el peso de un ancla. Necesitaban conseguir un barco más grande. Una bala pasó a pocos pies de él, y la onda de la explosión le hizo tambalearse. Se oyó un viva a proa; la carronada de estribor había alcanzado un bergantín justo en el mascarón de proa. Tenían que conseguir algún barco. Los transportes de guerra iban hacia la Punta del Raz con todas las velas desplegadas y no podrían ser alcanzados a tiempo. Había algunos lugares en la entrada del puerto; sólo la corbeta se encontraba frente a Convención, cerca de sus cañones, demasiado cerca de sus cañones. Estaba amarrada por proa y por popa, a cincuenta yardas de la orilla, con la proa y parte de un costado mirando hacia Saint Jacques. ¿Por qué no la corbeta? Descartó la idea por absurda. Pero, ¿por qué no? El riesgo sería enorme, pero no mayor que si se quedaban allí bajo el fuego cruzado, sobre todo cuando las baterías consiguieran disparar con precisión. La idea podía parecer una locura, una temeridad, pero, en verdad, no era del todo descabellada. Y con la corbeta en sus manos no sería necesario llevar un ancla, una tarea que tomaría mucho tiempo.

—Señor Rossall —dijo—, prepare la gabarra. Desvíe hacia aquí el fuego de esos bergantines. Use cartuchos más llenos, una doce—nade mosquetes, haga todo el ruido que pueda, grite, cante.

La tripulación de la gabarra bajó por el costado. Jack se llenó los pulmones de aire y gritó entre el ruido de los cañones:

—¡Voluntarios, voluntarios que vengan conmigo para sacar de ahí esa corbeta! Richards, traiga alfanjes, pistolas y hachas. Señor Parker, usted se quedará en el barco. (Los hombres no seguirían a Parker. ¿Cuántos le seguirían a él?
).
Señor Smithers, tome el cúter rojo; usted y sus infantes de marina la abordarán por la amura de estribor. Señor Pullings, tome el cúter azul; la abordará usted por la aleta de babor. Y cuando la hayan abordado, corten las amarras. Cojan hachas. Entonces se quedarán a bordo y largarán las gavias. No atiendan a nada más. Escojan a sus hombres, rápido. Los restantes vendrán conmigo. ¡Muévanse, no hay que perder ni un minuto.

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