Read Cartas sobre la mesa Online
Authors: Agatha Christie
—Sabemos que Shaitana estaba enterado de que cometió un asesinato —observó Poirot.
—La máscara angelical ocultando el demonio —musitó la señora Oliver.
—¿Nos conduce esto a algún lado, Battle? —preguntó el coronel Race.
—¿Cree usted que son especulaciones sin ningún valor, señor? En un caso como éste, es natural que se hagan suposiciones.
—¿No sería mejor investigar todo lo que se relacione con esa gente?
Battle sonrió.
—No se preocupe. Dedicaremos a ello nuestro mejor interés. Creo que usted nos podría ayudar.
—Claro que sí. ¿Cómo?
—Respecto al mayor Despard. Ha pasado mucho tiempo en el extranjero. En Sudamérica, en el este y sur de África... tiene usted medios de reunir información acerca de ese joven.
Race asintió.
—¡Oh! —exclamó la señora Oliver—. Tengo un plan. Somos cuatro... cuatro «sabuesos», como ha dicho usted... y ellos también son cuatro. ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros nos encargáramos de uno de ellos? ¡Sigamos nuestra inspiración. El coronel Race que se encargue del mayor Despard; el superintendente Battle del doctor Roberts; yo me ocuparé de Anne Meredith, y monsieur Poirot de la señora Lorrimer. ¡Que cada uno de nosotros siga su propia pista!
Battle movió negativamente la cabeza con decisión.
—No podemos hacer eso, señora Oliver. Tiene que darse cuenta de que esto es un asunto oficial y yo estoy encargado de él. Debo investigar todas las pistas. Me parece muy bien eso de seguir nuestra propia inspiración. Pero dos de nosotros pueden sentir la misma. El coronel Race no ha dicho que sospechaba del mayor Despard. Y monsieur Poirot tal vez no apueste por la señora Lorrimer.
La señora Oliver exhaló un suspiro.
—¡Era un plan tan estupendo! —dijo con pesadumbre—. ¡Tan claro!
Luego cobró un poco más de ánimo y preguntó:
—Pero usted no tendrá inconveniente en que yo efectúe unas cuantas investigaciones por mi cuenta, ¿verdad?
—No —respondió Battle—. No puedo oponerme a ello. Después de haber asistido usted a esta reunión, está en libertad de hacer lo que su curiosidad o interés le sugieran. Pero deseo advertirle, señora Oliver, que será preferible tenga cuidado.
—Seré la discreción en persona —dijo la mujer—. No se me escapará una palabra acerca de... de nada —terminó la frase como si le faltara decisión.
—No creo que el superintendente Battle se refiera a eso precisamente —observó Hércules Poirot—. Quiere decir que posiblemente trate usted con una persona que según suponemos, ha cometido ya dos asesinatos. Una persona, por lo tanto, que no dudará en matar por tercera vez... si lo considera necesario.
La señora Oliver lo miró con aspecto pensativo. Luego sonrió; con una sonrisa simpática parecida a la de un niño descarado.
—«QUEDA USTED ADVERTIDA» —citó—. Muchas gracias, monsieur Poirot. Tendré cuidado con lo que haga, pero no pienso abandonar este caso.
Poirot hizo una ligera reverencia.
—Permítame que le diga que tiene usted un espíritu deportivo, madame.
—Supongo —dijo la señora Oliver irguiéndose y hablando con los ademanes que emplearía en la reunión de un comité feminista— que toda la información que consigamos se facilitará a los demás... es decir, que nadie guardará para sí lo que sepa. Nuestras propias deducciones e impresiones podremos retenerlas, desde luego.
El superintendente suspiró.
—Esto no es una intrigante novela de detectives, señora —observó.
Race intervino.
—Como es natural, todos los informes deben ser entregados a la policía.
Y después de haber dicho esto, con el tono que emplearía al dar una orden en la sala de banderas, añadió, mientras un ligero destello brillaba en sus ojos:
—Estoy seguro de que jugaré limpio, señora Oliver. El guante manchado; las huellas digitales en el vaso de los cepillos de dientes; el fragmento de papel quemado... todo esto lo entregaré a Battle.
—Ríase usted —dijo la mujer—. Pero la intuición de una mujer...
Hizo un vigoroso gesto afirmativo con la cabeza.
Race se levantó.
—Haré que investiguen todo lo referente a Despard. Se necesitará un poco de tiempo. ¿Puedo hacer algo más?
—No lo creo. Muchas gracias, señor. ¿No tiene usted alguna sugerencia qué hacer? Apreciaría cualquier cosa que me dijera en este aspecto.
—¡Hum! Bueno... yo prestaría una especial atención a los disparos, a los venenos y a los accidentes; pero me parece que ya habrá pensado usted en ello.
—Sí; ya lo tengo presente, señor.
—Muy bien, Battle. No necesita que yo le enseñe lo que debe hacer. Buenas noches, señora Oliver. Buenas noches, monsieur Poirot.
Y haciendo una final inclinación de cabeza a Battle, el coronel Race salió del comedor.
—¿Quién es? —preguntó la señora Oliver.
—Tiene una excelente hoja de servicios en el ejército —contestó Battle—. Ha viajado mucho. Habrá pocos rincones del mundo que él no conozca.
—Del Servicio Secreto, supongo —contestó la mujer—. Ya sé que no puede usted decírmelo; pero si no fuera así, no le hubieran invitado esta noche. Los cuatro asesinos y los cuatro «sabuesos»... Scotland Yard, Servicio Secreto, Investigación Privada y Literatura Policíaca. Una idea genial.
Poirot sacudió la cabeza.
—Está usted en un error, madame. Fue una idea estúpida. El tigre se alarmó y... saltó.
—¿El tigre? ¿Qué tigre?
—Al decir tigre, me refiero al asesino —exclamó Poirot.
Battle preguntó bruscamente:
—¿Cuál es su opinión sobre la mejor línea de conducta a seguir, monsieur Poirot? Eso por una parte. También me gustaría saber qué es lo que piensa respecto a la psicología de esas cuatro personas. Está usted muy práctico en eso.
Poirot, que seguía alisando las hojas de carnet, replicó: —Tiene usted razón..., la psicología es muy importante. Sabemos qué clase de asesinato se ha cometido y la forma en que se llevó a cabo. Si tenemos una persona que, desde el punto de vista psicológico, no pudo cometer este tipo particular de asesinato, podemos desecharla de nuestros cálculos. Tenemos unos pocos antecedentes sobre esas cuatro personas. Hemos sacado nuestra propia impresión sobre ellas y conocemos la línea de conducta que ha elegido cada cual. Sabemos algo acerca de sus mentalidades y sus caracteres por lo que nos han dicho respecto a sus cualidades como jugadores y por lo que hemos deducido al estudiar su escritura en estas hojas de carnet. Pero por desgracia, no es fácil dar una opinión definida. Este crimen requería audacia y sangre fría... una persona que no dudara en correr un riesgo. Bien; tenemos al doctor Roberts... un «farolero»... un hombre que confía por completo en sus facultades para salir con bien de cualquier riesgo. Su psicología encaja perfectamente en este asesinato. Puede decirse entonces que ello elimina automáticamente a la señorita Meredith. Es tímida; se asusta de forzar la mano; es cuidadosa, económica, prudente y carece de seguridad en sí misma. La persona menos indicada para dar un golpe temerario y arriesgado. Pero una persona tímida puede matar si está asustada. Una persona nerviosa y asustada llega a la desesperación y puede revolverse como una rata acorralada. Si la señorita Meredith cometió un crimen en el pasado y creía que el señor Shaitana estaba enterado de ello y dispuesto a entregarla a la justicia, pudo enloquecer de terror... y decidirse a realizar cualquier cosa, sin ningún escrúpulo, con tal de salvarse. Tendríamos, pues, el mismo resultado, aunque producido por una reacción diferente... nada de sangre fría ni atrevimiento, sino pánico desesperado.
«Consideremos después al mayor Despard. Un hombre frío y de muchos recursos, que no dudaría en arriesgarse si lo creyera absolutamente necesario. Pudo pesar los pros y los contras y decidir que existía una posibilidad, aunque leve, a su favor. Es un tipo de hombre que prefiere la acción a la inactividad; que nunca desdeñará seguir un camino peligroso, si cree que hay una oportunidad razonable de éxito. Tenemos finalmente a la señora Lorrimer. Una mujer de cierta edad, pero en plena posesión de su juicio y facultades. Una mujer serena, de cerebro matemático. Posiblemente tiene el mejor cerebro de los cuatro. Confieso que si la señora Lorrimer cometiera un crimen, yo no dudaría de que se trataba de un crimen premeditado. Puedo verla en mi imaginación planeando un asesinato, despacio y con toda clase de cuidados, asegurándose de que no hay ningún fallo en su proyecto. Por dicho motivo, me parece ella menos sospechosa que los demás. Sin embargo, tiene una personalidad dominadora y cualquier cosa que emprenda la llevará a cabo sin una imperfección. Es una mujer eficiente en extremo, sin duda.
Hizo una pausa.
—Como ya ven ustedes, esto no sirve de gran ayuda. No... sólo hay un camino que seguir en este crimen. Debemos volver al pasado.
Battle suspiró.
—Usted lo ha dicho —convino.
—Según opinaba el señor Shaitana, cada uno de ellos había cometido un crimen. ¿Tenía pruebas? ¿O eran suposiciones? No podemos decirlo. Me parece difícil que pudiera tener pruebas fehacientes de los cuatro casos...
—Estoy de acuerdo con usted en eso —dijo Battle asintiendo con la cabeza—. Sería demasiada coincidencia.
—Supongo que ocurriría así... Se mencionó un asesinato o cierta forma de asesinato y el señor Shaitana sorprendió un gesto extraño en la cara de alguien. Era muy rápido en interpretar la expresión de un rostro. Le divirtió hacer un experimento... sondear con mucho tiento en el curso de una conversación insustancial, al parecer... vigilar cualquier sobresalto, cualquier silencio, cualquier deseo de cambiar de tema... No es difícil hacer una cosa así. Si se sospecha un secreto, nada es tan fácil como confirmar los recelos que se puedan tener. Cada vez que una palabra da en el blanco, se recibe uno de ellos... si se está esperando que ocurra tal cosa.
—Sí; ésa es una clase de juego que hubiera gustado a nuestro difunto amigo —asintió Battle.
—Podemos conjeturar, por lo tanto, que tal fue el procedimiento utilizado en uno o más casos. Pudo encontrarse también con alguna prueba, e investigar lo sucedido. Pero en un supuesto u otro, dudo que tuviera en su poder los suficientes datos fehacientes como para acudir a la policía.
—O pudo no haber sido de ese modo —dijo Battle—. Muy a menudo nos encontramos con asuntos que no parecen claros... sospechamos que ha existido juego sucio, pero no podemos probarlo. De todos modos, el procedimiento a seguir no ofrece dudas. Debemos investigar los antecedentes de esa gente y tomar nota de cuantas muertes puedan tener alguna significación respecto a ellos. Supongo que se daría cuenta, como ha hecho el coronel, de lo que Shaitana dijo mientras cenábamos.
—El espíritu malo —murmuró entre dientes la señora Oliver.
—Se refirió ligeramente a los venenos, a los accidentes, a las oportunidades que puede tener un médico y a los disparos casuales. No me sorprendería que al pronunciar esas palabras firmara su propia sentencia de muerte.
—Hizo una pausa verdaderamente desagradable —comentó la señora Oliver.
—Sí —dijo Poirot—. Aquellas palabras dieron en el blanco; por lo menos, en una persona. Y esa persona creyó que Shaitana estaba enterado de mucho más de lo que sabía en realidad. Creyó que tales palabras eran el principio del fin... que la reunión era una diversión dramática organizada por Shaitana, lo cual culminaría con un arresto por asesinato. Sí; como dijo usted, firmó su sentencia de muerte cuando hostigó a sus invitados con dichas insinuaciones.
Hubo un momento de silencio.
—Éste será un asunto largo —suspiró Battle—. No podemos encontrar en un instante lo que nos interesa... y debemos ser cuidadosos. Ninguno de los cuatro debe sospechar lo que estamos haciendo. Todas nuestras preguntas e investigaciones deben tener la apariencia de que están relacionadas con este asesinato en particular. No podemos dejar que sospechen que tenemos cierta idea sobre el motivo del crimen. Y lo malo del caso, es que nos vemos obligados a investigar el pasado de cuatro posible asesinos, en vez de uno solo.
Poirot objetó:
—Nuestro amigo el señor Shaitana no era infalible. Posiblemente pudo estar equivocado.
—¿Respecto a los cuatro?
—No. Era demasiado inteligente para ello.
—Entonces pongamos sólo en el cincuenta por ciento.
—Ni aún eso. Yo diría que estaba equivocado respecto a uno de los cuatro.
—¿Un inocente y tres culpables? Sigue sin gustarme. Lo malo de esto es que aunque lleguemos a saber la verdad, no nos servirá de nada. Aunque alguien tirara por la escalera a su tía en 1912, de poco nos valdrá saberlo ahora.
—Sí, sí. De algo nos aprovechará —animó Poirot—. Usted lo sabe tan bien como yo.
Battle asintió lentamente.
—Ya sé a qué se refiere —dijo—. La misma marca de fábrica.
—¿Quiere decir que la primera. víctima fue apuñalada también por un estilete? —preguntó con tono de extrañeza la señora Oliver.
—No tanto como eso —contestó Battle, volviéndose hacia ella—. Pero no dudo que será un crimen del mismo tipo. Los detalles podrán ser diferentes, pero su parte esencial será idéntica. Es extraño, pero un criminal se delata siempre por ello.
—El hombre es un animal de costumbres —comentó Hércules Poirot.
—Pues las mujeres son capaces de variar constantemente. Yo misma, no cometería dos veces seguidas el mismo crimen —dijo la señora Oliver.
—¿No escribió nunca, por dos veces consecutivas, el mismo argumento? —preguntó Battle.
—
El misterio del Loto
—murmuró Poirot—.
La pista de la gota de cera.
—Es usted muy listo... sí; verdaderamente listo. Porque, desde luego, la trama de esas dos novelas es la misma... aunque nadie se ha dado cuenta de ello. En una se trata del robo de ciertos documentos, durante una reunión familiar del Gabinete; y la otra se refiere a un asesinato ocurrido en el
bungalow
de un cosechero de caucho, en Borneo.
—Pero el asunto esencial sobre el que giran ambas historias es el mismo —observó Poirot—. Uno de sus trucos más esmerados. El cosechero de caucho prepara su propio asesinato y el ministro organiza el robo de sus propios documentos. Aunque en el último instante aparece una tercera persona que convierte en realidad lo que iba a ser ficción.
—Me gustó mucho su última novela, señora Oliver —dijo el superintendente con amabilidad. Aquélla en que todos los comisarios de policía caen heridos simultáneamente por los disparos de los otros. Se equivocó usted sólo una o dos veces en ciertos detalles de carácter oficial. Ya sé que cuida usted mucho de los más mínimos detalles y por eso me pregunto si...