Se luchaba en todo Conexión… estallidos de luz en el lado nocturno, grisáceas erupciones en el lado diurno. El mayor empeño dirigido por Teg se centraba en «La Ciudadela»… una gigantesca estructura diseñada por la Cofradía con una nueva torre cerca de su extremo. Aunque las transmisiones de los signos vitales de Odrade habían cesado bruscamente, sus anteriores informes confirmaban que la Gran Honorada Matre estaba allí.
La necesidad de observar desde una cierta distancia ayudaba a la sensación de indiferencia de Murbella, pero no podía evitar sentir la excitación.
¡Tiempos interesantes!
Aquella nave contenía una carga preciosa. Los millones de Lampadas estaban siendo Compartidas y preparadas para la Dispersión en una suite normalmente reservada para la Madre Superiora. La Hermana Salvaje con su cargamento de Memorias dominaba sus prioridades allí.
¡Un Huevo de Oro, sin lugar a dudas!
Murbella pensaba en las vidas que se arriesgaban en aquella suite. Preparándose para lo peor. No había falta de voluntarias, y la amenaza del conflicto de Conexión minimizaba la necesidad de veneno de especia para desencadenar el Compartir, reduciendo el peligro. Cualquiera en la nave podía captar la naturaleza del todo-o-nada de la apuesta de Odrade. La inminencia de la amenaza de muerte era fácilmente reconocible. ¡El Compartir era necesario!
La transformación de una Reverenda Madre en un conjunto de memorias pasadas sucesivamente de unas a otras hermanas a un peligroso coste ya no poseía un aura de misterio para ella, pero Murbella seguía aún maravillada por la responsabilidad. El valor de Rebecca… ¡y de Lucilla!, exigían admiración.
¡Millones de Memorias de Vidas! Todas ellas concentradas en lo que la Hermandad llamaba Extremis Progressiva, dos por dos luego cuatro por cuatro y luego dieciséis por dieciséis, hasta que cada una las contenía a todas y cualquier superviviente podía preservar la preciosa acumulación.
Lo que estaban haciendo en la suite de la Madre Superiora tenía algo de ese aroma. El concepto ya no aterraba a Murbella, pero seguía sin ser algo ordinario. Las palabras de Odrade la confortaban.
—Una vez te hayas acomodado a la carga de las Otras Memorias, todo lo demás se sitúa en una perspectiva que es completamente familiar, como si siempre la hubieras conocido.
Murbella reconocía que Teg estaba preparado para morir en defensa de esta consciencia múltiple que era la Hermandad de las Bene Gesserit.
¿Puedo hacer yo menos?
Teg, que ya no era completamente un enigma, era un objeto de respeto. La Odrade Interior amplificaba esto con recuerdos de sus hazañas, luego:
—Me pregunto cómo lo estoy haciendo ahí abajo. Pregunta.
En el mando de comunicaciones dijeron:
—Ni una palabra. Pero sus transmisiones pueden haber sido bloqueadas por un escudo de energía.
Sabían quién había formulado realmente la pregunta. Estaba en sus rostros.
¡Lleva a Odrade!
Murbella se centró en la batalla en la Ciudadela.
Sus propias reacciones la sorprendieron. Todo teñido por el desagrado histórico ante la repetición de la estupidez de la guerra, pero sin embargo con aquel exuberante espíritu agitándose en recién adquiridas habilidades Bene Gesserit.
Las fuerzas de las Honoradas Matres disponían de buenas armas ahí abajo, observó, y los escudos de absorción del calor de Teg estaban recibiendo un duro castigo, pero pese a todo, mientras observaba, el perímetro se colapsó. Pudo oír el aullido mientras un enorme disruptor diseñado por Idaho se lanzó inconteniblemente abriéndose paso entre altos árboles, derribando defensores a derecha e izquierda.
Las Otras Memorias le proporcionaron una peculiar comparación. Era como un circo. Las naves aterrizaban, vomitando sus cargas humanas.
—¡En la pista central! ¡La Reina Araña! ¡Una actuación nunca vista por el ojo humano!
La persona de Odrade dentro de ella produjo una sensación de regocijo.
¿Pretendes comparar la Hermandad con un espectáculo?
¿Estás muerta ahí abajo, Dar? Debes estarlo. La Reina Araña te echará la culpa a ti y estará furiosa.
Los árboles arrojaban largas sombras vespertinas por el terreno de ataque de Teg. Invitando a protegerse. Teg ordenó a su gente que aprovechara aquellas ventajas. Ignora las invitadoras avenidas. Busca los caminos difíciles para acercarte, y utilízalos.
La Ciudadela se hallaba en el centro de un gigantesco jardín botánico, con extraños árboles e incluso extraños arbustos mezclados con prosaicas plantaciones, todo esparcido por los alrededores como si hubiera sido arrojado allí por un niño bailando.
Murbella consideró atractiva la metáfora del circo. Daba perspectiva a lo que estaba viendo.
Anuncios en su mente.
¡Y aquí, los animales bailarines, los defensores de la Reina Araña, todos dispuestos a obedecer! ¡Y en la primera pista, la actuación principal supervisada por nuestro Jefe de Pista, Miles Teg! Su gente hace cosas misteriosas. ¡Ese es su talento!
Había aspectos de una batalla representada en el Circo romano. Murbella apreció la alusión. Hacía la observación más rica.
Las torres de batalla con soldados con armaduras se acercan. Se inicia la lucha. Las llamas cortan el cielo. Los cuerpos caen.
Pero esos eran auténticos cuerpos, auténtico dolor, auténticas muertes. Las sensibilidades Bene Gesserit la forzaban a lamentar todo aquel malgasto.
¿Así es como ocurrió cuando mis padres fueron atrapados por los desórdenes?
Las metáforas de las Otras Memorias se desvanecieron. Entonces vio Conexión tal como sabía que debía verlo Teg. Una sangrienta violencia, familiar a su memoria y sin embargo nueva. Vio a los atacantes avanzar, los oyó.
Una voz de mujer, clara e impresionada:
—¡Ese arbusto me gritó!
Otra voz, masculina:
—No hay forma de decir de dónde surgen algunas de ellas. ¡Cuidado! Esa sustancia pegajosa quema la piel.
Murbella oyó acción en el extremo más alejado de La Ciudadela, pero todo estaba sobrenaturalmente tranquilo por el lado de la posición de Teg. Vio a sus tropas deslizándose por entre las sombras, acercándose a la torre. Allí estaba Teg, a hombros de Streggi. Se tomó un momento para alzar la vista hacia la fachada que se enfrentaba a ellos aproximadamente a medio kilómetro de distancia. Murbella eligió una proyección que enfocaba lo que él estaba mirando. Había movimientos tras las ventanas, allí.
¿Dónde estaban las misteriosas armas de último recurso que se suponía poseían las Honoradas Matres?
¿Qué hará Teg ahora?
Teg había perdido su campo de mando a causa de un disparo láser producido fuera de la zona de la confrontación principal. El campo yacía a su lado tras él, sentado a horcajadas sobre los hombros de Streggi en medio de un grupo de arbustos, algunos de ellos aún humeantes. Había perdido su tablero de comunicaciones junto con el campo de mando, pero conservaba la plateada herradura de su comlink, aunque se sentía mermado sin los amplificadores del campo. Los especialistas de comunicaciones permanecían agazapados cerca de él, agitándose sobre sus aparatos porque habían perdido el contacto directo con la escena de los hechos.
La batalla más allá de los edificios se estaba haciendo más ruidosa. Podía oír roncos gritos, el agudo silbido de los quemadores y el más bajo zumbido de los láseres mezclado con el metálico zip-zip de las armas de mano. En algún lugar a su izquierda se oía un drum-drum que reconoció como el de un pesado blindado con problemas. Iba acompañado de un sonido chirriante, una agonía metálica. Tenía dañado el sistema de energía. Se arrastraba penosamente por el suelo, reduciendo con toda seguridad los jardines a un amasijo.
Haker, el ayudante personal de Teg, avanzó haciendo fintas por detrás del Bashar.
—Un buen elemento en caso de apuro —lo había descrito Idaho, pero había necesitado varias semanas para ajustarse al hecho de que el famoso Bashar Teg ocupaba el cuerpo de un niño sobre los hombros de una acólita.
Streggi lo vio primero y se volvió sin advertencia previa, obligando a Teg a mirar al hombre. Haker, moreno y musculoso, con gruesas cejas (empapadas ahora en sudor), se detuvo frente a Teg y habló antes de recuperar completamente el aliento.
—Tenemos dominadas las últimas bolsas de resistencia, Bashar.
Haker alzó la voz para dominar los sonidos de la batalla y del zumbante altavoz sobre su hombro izquierdo que no dejaba de emitir susurradas conversaciones, órdenes e informes de batalla en entrecortados tonos.
—¿El perímetro más alejado? —preguntó Teg.
—Liquidado dentro de media hora, no más. Deberíais marcharos de aquí, Bashar. La Madre Superiora nos advirtió que os mantuviéramos alejado de cualquier peligro innecesario.
Teg hizo un gesto hacia su inútil campo.
—¿Por qué no dispongo de un reemplazo de Comunicaciones?
—Ambos reemplazos fueron destruidos en la misma explosión cuando eran traídos.
—¿Iban juntos?
Haker oyó la irritación.
—Señor, iban…
—Ningún equipo importante es enviado junto. Quiero saber quién desobedeció las órdenes. —La tranquila voz de las inmaduras cuerdas vocales transmitía una amenaza mayor que un grito.
—Sí, Bashar. —Estrictamente obediente, y sin dar ninguna muestra de que el error era suyo personal.
¡Maldita sea!
—¿Cuándo tardarán en llegar los siguientes reemplazos?
—Cinco minutos.
—Haz que mi campo de reserva sea traído aquí tan pronto como sea posible. —Teg tocó el cuello de Streggi con una rodilla.
Haker habló antes de que ella se pudiera volver.
—Bashar, destruyeron la reserva también. He ordenado otra.
Teg reprimió un suspiro. Aquellas cosas ocurrían en las batallas, pero no le gustaba depender de medios primitivos de comunicación.
—Nos instalaremos aquí. Consigue más micrófonos. —Esos, al menos, tenían el alcance. Haker miró al verdor que les rodeaba.
—¿Aquí?
—No me gusta el aspecto de esos edificios de ahí delante. Esa torre domina esta zona. Y deben disponer de acceso subterráneo. Yo al menos lo haría así.
—No hay ningún indicio de que…
—Mi memoria no incluye esa torre. Trae sónicos y comprueba el terreno. Quiero que nuestro plan sea seguido al minuto con información segura.
El altavoz de Haker cobró vida con una agitada voz:
—¡Bashar! ¿Está el Bashar disponible?
Streggi se acercó a Haker sin que nadie le dijera nada. Teg tomó el altavoz, silbando su código mientras lo cogía.
—Bashar, el Campo es una confusión. Casi un centenar de ellos intentaron despegar y se estrellaron contra nuestra pantalla. No hay supervivientes.
—¿Alguna señal de la Madre Superiora o de su Reina Araña?
—Negativo. No podemos decirlo. Quiero decir que esto es una auténtica confusión. ¿Deseáis que pase unas imágenes?
—Envíame un informe. ¡Y seguid buscando a Odrade!
—Os digo que nada ha sobrevivido aquí, Bashar. —Hubo un clic, un suave zumbido, y luego otra voz—: Informe.
Teg tomó su codificador vocal de la parte de atrás de su barbilla y ladró rápidas órdenes:
—Situad un demodulador sobre la Ciudadela. Pasad la escena del Campo de Aterrizaje y de todos sus demás desastres y lanzadlo a los aires. En todas las bandas. Aseguraos de que puedan verlo. Anunciad que no ha habido supervivientes en el Campo.
El doble clic de
recibido/confirmado
cortó la comunicación. Haker dijo:
—¿Creéis realmente que podéis asustarlas?
—Educarlas. —Repitió las palabras de Odrade a su partida—: Su educación ha sido tristemente olvidada.
¿Qué le había ocurrido a Odrade? Tenía la sensación casi absoluta de que debía estar muerta, quizá la primera baja en el lugar. Ella lo había esperado. Muerta pero no perdida, si Murbella conseguía refrenar su impetuosidad.
Odrade, en aquel momento, tenía a Teg ante su visión directa desde la torre. Logno había silenciado sus transmisiones de signos vitales con una contraseña y la había conducido a la torre poco después de la llegada de los primeros refugiados de Gammu. Nadie cuestionó la supremacía de Logno. Una Gran Honorada Matre muerta y otra viva debían ser algo familiar.
Esperando ser eliminada en cualquier momento, Odrade siguió reuniendo datos mientras ascendía por un nultubo escoltada por guardias. El tubo era un artefacto de la Dispersión, un pistón transparente en un cilindro transparente. Pocas paredes obstructoras en los pisos que pasaban. En su mayor parte visiones de zonas de habitación y esotérica maquinaria que Odrade supuso tenía finalidades militares. Una lujosa evidencia de confort y tranquilidad se incrementaba a medida que ascendían.
El poder trepa tanto físicamente como psicológicamente.
Llegaron a la parte superior. Una sección del cilindro del tubo basculó hacia afuera, y un guardia la empujó bruscamente hacia un suelo mullidamente alfombrado.
El cuarto de trabajo que me mostró Dama ahí abajo era otro tipo de decorado.
Odrade reconoció secreto. Equipo y mobiliario hubieran sido casi irreconocibles de no ser por los conocimientos de Murbella. Así que los otros centros de acción eran solamente para mostrar. Poblados Potemkin construidos para la Reverenda Madre.
Logno mintió acerca de las intenciones de Dama. Se esperaba que yo me fuera sin sufrir ningún daño… y sin llevar conmigo ninguna información útil.
¿Qué otras mentiras habían exhibido frente a ella?
Logno y todos los demás menos un guardia se dirigieron a una consola a la derecha de Odrade. Aquel era el auténtico centro. Lo estudió con cuidado. Un extraño lugar. Con un aura de asepsia. Tratado con productos químicos para mantenerlo absolutamente limpio. Sin contaminantes bacteriales o víricos. Sin sustancias desconocidas en la sangre. Todo
desinfectado
como un escaparate para viandas exóticas. Y Dama mostraba interés hacia la inmunidad Bene Gesserit a las enfermedades. Había una guerra bacteriológica en la Dispersión.
¡Desean algo de nosotras!
Y tendrían bastante con una sola Reverenda Madre superviviente si podían arrancarle la información que necesitaban.
Todo un equipo Bene Gesserit tendría que examinar los hilos de aquella tela y ver adónde conducían.