—Dime, Juan.
—¿Sabías todo esto, Armando?
—No, no lo sabía, te lo juro.
—¿Cómo está Elena?
—No lo sé, no me dan la información.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—Quiero hablar con ella, tenéis media hora.
—No hagas locuras, Juan.
—Media hora.
... Vamos a hablar, le dije, venga, Calzones, tranqui, que seguro que no le ha pasao na a tu niña, a ver, Costra, el Comepollas que se vaya contigo, lo metes en una celda y te pones en la puerta con dos más, ¿vale?, y no dejéis entrar a nadie, el Tirita no, que está con mala leche, ni el Trágala, y tú, Calzones, vente conmigo, vamos a hablar de hombre a hombre, y hablamos, ¿te acuerdas, Tachuela?, primero los tres, después él y yo, no te lo conté, pero se echó a llorar el tío, después de decir que se vaya este, por ti, se me echó a llorar, y mira que era grande, pues a moco tendió, que me dio pena, ¿sabes?, a mí no me ha dao pena nadie cuando llora, que a más de uno lo he cogío por los huevos con las lágrimas saltás, pero me dio pena el Juan, tan grande el tío, y llorando, ¿qué le han hecho, Malamadre, qué le han hecho?, repetía una y otra vez, y yo, serenidá, Calzones, que la niña es fuerte y seguro que na, un poco joía, pero vas a hablar con ella y ya está, y vamos a decirle al Almansa que queremos al Utrilla ante el juez, si es con el felpúo ese joputa que me condenó a mí mejor, mucho mejor, y que vaya a la trena, pero tú tranqui, le decía, y él movía la cabeza como loco, que se había vuelto loco, Tachuela, y decía que la quería, que te quiero, mi amor, y eso no era por la jodienda, que se le veía, eso era porque la jai era mu dulce, mu tierna, como mi profe, Tachuela, pero la gente lo veía ahí fuera seguro, no como yo allí, llorando, la gente lo miraba, pero yo pensaba y el Juan solo quiere poner bonito al Comepollas, y si le damos de leches, aquí entra la pasma dando más hostias que en la misa del gallo esa, y ¿sabes?, ahora teníamos otra vez tres rehenes, pero no me gustaba la cosa, porque los vascos parecían ahora los rehenes buenos y el Utrilla el malo y lo que joía arriba eran los del norte, que al Utrilla que lo zurzan, seguro que decían los encorbataos, seguro, así que piensa, Calzones, le dije, no ha cambiao na, seguimos igual, ya tendrás tiempo de darle cuatro buenas patás al Comepollas en los cojones y ya está...
«Media hora tenemos, así que ustedes dirán». Les conté a Niebla y a Almansa mi conversación con Juan. «Media hora nos da». Yo escrutaba sus ojos. Hablaban más los de Niebla, que Almansa ya había recuperado la frialdad.
—Me gustaría saber qué está pasando por la cabeza de Juan —dijo al fin Almansa.
—¿Tú qué crees? —preguntó Niebla.
—Nada, en estos casos es mejor no dejarse llevar por las apariencias.
—¿Entonces?
—Hay que actuar como los médicos cuando no tienen el diagnóstico claro y el asunto es grave. Trataremos los síntomas.
—¿Por qué no aceptó Juan salir a la zona de seguridad para ir a ver a su mujer?
—Armando comentó que le pareció un tipo muy responsable cuando estuvo con él, lo mismo piensa que es más necesario dentro que fuera y que puede forzar la situación para que todo esto termine.
—¿Eso es una apariencia o un síntoma?
—Eso es un deseo, mierda, Gerardo.
No los contradije. ¿Para qué? Lo que pasaba por la cabeza de Juan era un misterio que solo él podía descifrar.
Almansa me preguntó cómo era la voz de Elena. «Dulce, algo queda, muy castellana en su entonación», respondí. Encendió uno de sus puritos y permaneció pensativo mientras las volutas de humo hacían desaparecer su rostro. «Una voz aturdida por la conmoción y los sedantes puede ser la de cualquiera», reflexionó en voz alta.
—Pero por qué no le pasamos al teléfono con ella, Almansa.
—Armando, Elena no está en condiciones de hablar.
No puedo reprimir el llanto. Tachuela se ha ido. No me gusta que Malamadre me vea así, pero no quiero tampoco estar solo. Almansa ha dicho que en el hospital les comunicaron que todos están bien. Elena está bien. Pero no se puede poner al teléfono, es así, no se puede poner y menos ahora. Ella misma no querrá porque sabe que le traicionarán los nervios. Pero qué me importa ya que este hijo de puta conozca que soy un funcionario, otro rehén más. Lo único que quiero es cerciorarme de que está bien y darle puñetazos, muchos puñetazos a ese cabrón de Utrilla, hasta verlo humillado, pidiendo que pare de golpearlo. Malamadre con esto recupera la confianza en mí. Tengo que estar sereno. Qué difícil es, mi amor, sin saber cómo estás. Le digo que sí a Malamadre, que en cuanto hable con Elena llamamos al negociador y le ponemos un ultimátum. Pero no voy a hablar con ella, no, me pondrán cualquier excusa y haré como si les creyera, sí, es lo mejor, y les daré más tiempo. Malamadre me pasa el brazo por encima. Las dudas que le entraron con lo de la foto se han disipado al retener a Utrilla. Mientras Apache no averigüe nada estoy a salvo. Dentro de poco estaremos de nuevo juntos, mi amor.
... Joé, Tachuela, qué mal rato pasé, coño, pero el tío dijo ea, ya está, y no veas, parecía que no le había pasao na, tan campante, y yo me dije pues los tiene bien puestos, que yo ya le habría puesto la barriga como un colador al Comepollas, pero es que no podía ser, que era peor, y él decía que sí, que no pasa na, Malamadre, tranqui, que ya ha pasao to, hablo con mi Elena y le damos un ultimátum de esos al Almansa de los cojones, y yo le digo eso, Calzones, eso, positivo, como dice el gilón del sicólogo, entonces entró el Pincho, que dice la gente, compréndelo, Malamadre, que sí, que lo de la jai del Calzones vale, pero que hay otros heríos y no preguntamos na, y dice el Calzones que es verdá, que no es solo su mujer, a ver, Malamadre, dile al Almansa que los demás también tienen que hablar con sus heríos, y yo digo que vale y se lo digo al Almansa y me dice que hecho, pero que va a tardar un rato porque están haciéndoles pruebas en el hospital y que se lo diga al Juan, y se lo digo, me dice que sí, que vale, pero, cabrón de mierda, le dije al Almansa, deja ya de decir que sí pero, que la cosa está chunga y no nos chupamos los deos, coño, y que tenemos tres rehenes, tres, que no se te olvide, señoritinga, y el Almansa dice que cómo se le va a olvidar, en toa la vida se le olvida, así que vale, más te vale, le dije yo...
Almansa ganó algo de tiempo. Pidió que saliéramos de la estancia, pero el director nos contó luego lo que había pasado, lo mismo ustedes ya lo saben, pero, bueno, quieren mi versión, ¿no? Hablaron con el Ministerio. «Podemos confiar en Juan, es nuestra llave ahí dentro», le oyó afirmar el director a Almansa. «No, a Utrilla estoy convencido de que no le pasará nada, si acaso algo de teatro, algún puñetazo de Juan, para ganarse a la gente y descargar un poco de tension, pero solo eso. Si hubiera querido ya le habría dado». Más o menos eso dijo. «Sí, lo venció el primer impulso, pero es un tipo inteligente, le está sacando partido a su error, seguro», le oiría comentar después. Decidieron que era necesario ganar algo de tiempo para encontrar a una persona que pudiera pasarse por Elena. «Sí, una actriz o una especialista en doblaje que diga que no puede hablar bien, Juan no sospechará», remachó.
—¿Cree que hubiese funcionado? —le pregunté después al director.
—No lo sé, no lo sabremos nunca, Armando.
No tuvimos ocasión de saberlo. Lo oyeron ellos y lo oímos nosotros, lo escucharon en el módulo y lo supo todo el país. Fue a las ocho y media de la tarde, justo a las ocho y media, que miré instintivamente el reloj, por eso estoy tan seguro, ¿saben? Justo a esa hora dieron la noticia.
... El cabronazo del Apache se me había acercao, joputa, ¿tú sabes, Tachuela, que llevaba el tío ocho años, ocho, sin un pelao?, la cola como un caballo salvaje y se la cepillaba toas las noches el Castrao, con unas púas, y como para llamarlo marica, ¿te acuerdas de aquel que le dijo maricón y no se pudo sentar en tres meses?, cabrón el tío, pues se me acercó el Apache, Malamadre, que tengo que hablar contigo, y yo, ahora no, Apache, que estoy ocupao, que estaba toavía sonándole los mocos al Calzones, ¿sabes?, y el tío, que es mu importante, Malamadre, y miraba al Calzones, pero el Calzones pasaba de él, Tachuela, porque tenía en el coco lo de su jai y pasaba, y yo, ahora voy, cojones, Apache, y fui después de hablar con el Calzones, y va y me dice Malamadre, ya he averiguao lo de la foto de la Elena, y yo, a ver, dime, y entonces se oyó el grito, no, no, no, mu fuerte Tachuela, como alguien que le han metió un pincho en las tripas, y tos a correr y el Juan que decía no, no, no, y yo a ver qué ha pasao, y toa la gente ante la tele y el Costra que dice Malamadre, que dice la tele que ha muerto la Elena, la mujer de Juan, coño, que yo me quedé desnortao, Tachuela, que no lo podía creer, ¿cómo?, yo solo decía ¿cómo?, y el Calzones se dejó caer de rodillas y to el mundo a su lao sin respirar, pero nadie decía na, porque qué coño íbamos a decir, se tapó la cara y lloraba, y gritaba hijoputaaaa, hijoputaaaaa, con la a mu larga, hasta los vascos salieron a la galería, que Releches y tos se habían venío pa acá, y movían la cabeza los etarras, que se les veía tristes a los tíos, y entonces fue cuando el Comepollas trató de correr pa el fondo y fue Pincho el que dio la voz de alarma, que se escapa el cabrón, y se fueron tres a por él y le dieron una patá y estrelló el careto en el suelo, no echaba sangre ni na, la nariz, decía, mi nariz, un mojón se le había quedao por nariz, toa torcía, Tachuela, échale agua y dale un trapo, le dije al Costra, y se lo llevó, lloraba el tío, pero eso era otra cosa, ¿verdá?, que no era el mismo dolor el del Utrilla y el del Calzones, que ese dolor del Calzones parece que te lo hace un serrucho en las entrañas, ra, ra, ra, con los dientes to afilaos...
«Dígame que no es verdad». Y en los ojos de Almansa supe que sí lo era, ya lo supondrán. Tenía lágrimas en ellos, como si la voz de la locutora hubiese abierto una espita y no pudiese contenerlas. «Dime que no es verdad», murmuré mirando aquel busto de la tele que acaba de dar la noticia, a las ocho y media de la tarde, justo a esa hora. «Telecinco está en condiciones de afirmar que la persona muerta en los incidentes de la prisión de Sevilla 2 responde al nombre de Elena Vázquez Guardiola, natural de Laredo, y esposa de uno de los internos amotinados en la prisión. Elena Vázquez, según las imágenes que ofreció hace unas horas Sevilla Televisión, fue golpeada por el jefe de funcionarios de Sevilla 2, José Utrilla Castillo, cuando los familiares de los internos trataban de alcanzar la puerta de la prisión. La muerte de la joven, que se hallaba embarazada de tres meses, se ha producido por un fallo multiorgánico a consecuencia de la conmoción cerebral sufrida por los golpes que recibió; asimismo, fuentes hospitalarias confirmaron a Telecinco que la patada en el vientre le produjo el estallido del bazo. A pesar de ser requeridos por nuestra cadena, ningún responsable policial ni de Instituciones Penitenciarias ha querido comentar el hecho ni la situación en la que se encuentra el funcionario implicado en el grave incidente». Eso dijo. Lo de menos, ya comprenderán, es quién filtró la noticia, aunque era lo único que parecía importarle a Niebla. Elena había muerto y Juan a esas horas ya debía de saberlo. Sé lo que se siente cuando muere la esposa de uno, pero al menos yo me pude despedir de ella, ¿saben? Juan no. Y esperaba un crío, joder, fue terrible.
No, no, no puede ser, mi vida, no puede ser, mierda de periodistas que no confirman las noticias, que lo dijo Almansa, «Están bien, solo algo magullados», Almansa no me mentiría, Armando tampoco, ¿o sí?, Dios, no puede ser cierto, debe haber habido un error, mi niña no, pero por qué iban a mentir los de la televisión, mejor poner otra cadena, a ver si lo confirman. Todos me miran, apenas puedo verlos. Estoy como en una nube. No puede ser verdad, no es justo, Dios, ella no había hecho nada, solo quería estar cerca de mí. Por eso vino. Mi amor, si te espantaban las multitudes, ¿por qué viniste, mi niña? Solo oigo mi llanto, todos callan, «Responde al nombre de Elena Vázquez Guardiola, natural de Laredo», eso ha dicho, pero no puede ser, no, lo van a desmentir después. Esto es una pesadilla de la que voy a despertar ahora y la abrazaré, «No es nada, mi amor, solo un mal sueño», la tranquilizaré.
—¿Y ahora, Almansa?
—Nada ha cambiado, Gerardo, todo está igual que antes, solo que Juan se ha enterado de que su mujer ha muerto. Llorará primero, racionalizará la cuestión después, acaso le pegue un par de hostias a Utrilla, pero ya está, no es un tipo violento y tiene formación. Podrá más su cerebro que su corazón.
—¿Y los vascos?
—Para ellos la situación es mejor. El odio se ha vuelto contra Utrilla. Me preocupa más él que los otros, cualquier loco de ahí dentro puede pincharlo. Para ellos el enemigo es el sistema, no lo olvides, los etarras son solo el instrumento para doblegar al sistema. Y Utrilla forma parte de él.
—¿Llamarás a Juan?
—No sé si es razonable que yo siga en la negociación. Les he mentido. No confiarán en mí, y menos Juan.
—¿Qué vas a hacer entonces?
—Decidirá el Ministerio.
Juan permanecía en el suelo de rodillas. Todos los internos lo rodeaban, vimos por los monitores cómo Utrilla trataba de huir desesperadamente y el modo en que lo cazaron apenas a veinte metros de la zona de seguridad. Su cara estaba bañada en sangre. Malamadre se acercó a Juan y le echó el brazo por encima. Tachuela preguntó algo y Malamadre asintió. Supimos cuál era la pregunta cuando un interno tapó con un trozo de sábana la rejilla del aire acondicionado y el monitor se convirtió en un telón blanco. «Todo está aún por escribirse, todo», recuerdo que susurré.
—Los geos van a tener que entrar —vaticinó Germán.
—No, no lo harán —respondió el director.
—¿Y eso?
—No puedo decir por qué.
Nos lo dijo después, cuando pasó todo. El Gobierno había llegado a un acuerdo con el Ejecutivo vasco por el cual solo en caso de que la vida de los etarras corriera inmediato peligro se daría orden de atacar a la unidad especial de intervención. Así se lo habían transmitido a Gerardo Niebla, que de cualquier forma mantuvo la alerta verde. En el módulo 5 no contestaban a las llamadas. Niebla, por indicación de Almansa, llamó tres veces, pero ni Malamadre ni Juan cogieron los teléfonos. Desde el Ministerio anunciaron que mandaban a otro negociador para sustituir a Almansa. «Está quemado», sentenció el director.