—Mejor informados que intranquilos, digo yo.
—Eso.
Malamadre ordena que le pongan un televisor a los vascos. «Pero tres dentro con pinchos y tres fuera, también con pinchos, no vayan a joderla», y le hace un gesto a Releches para que lo obedezca. El asunto es serio, mucho. A media tarde comenzó en ambos centros penitenciarios una protesta por los sucesos de Sevilla, narra la presentadora, todo se desbordó y ha habido tres funcionarios muertos y un recluso. Las prisiones están tomadas por la Unidades Especiales de Intervención de la Guardia Civil y se espera de un momento a otro una nueva comparecencia de la portavoz del Gobierno vasco.
—Se han cargao a tres muñequitos, joé.
—Chungo, Malamadre.
—Sí, chungo, Calzones, pero ¿y qué?, nosotros a estos los tratamos de puta madre, ni una hostia les hemos dao, bueno, tres o cuatro patás los desgraciaos estos, coño, pero les damos de comer, no los amenazamos, qué quieren, tos somos la misma mierda, tos estamos en la trena.
—Hay algo más, Malamadre, piensa.
—¿Y qué hay, cojones?
—Política.
—Mierda de política, Juan.
—Sí, mierda.
«Siempre pagamos nosotros, ¿os dais cuenta?; si se lo digo yo al Angelito, tú cuando juegues a policías y ladrones, o policía o ladrón, hijo, pero no seas tan gilipollas de ponerte como funcionario de prisiones que te joden seguro». Fermín estaba exaltado. Todos teníamos un nudo en la garganta en la zona de seguridad. Tres compañeros muertos allá en el norte. Dos de los fallecidos cumplían servicio en Maturtene y uno en Nanclares de Oca, informó la televisión. El recluso también era de Maturtene. No revelaron si era o no un etarra. «Si no lo han dicho es por algo, seguro», dijo Germán. Asentí, porque Germán tenía razón. Lo mismo era un choricete, entonces lo desconocíamos, lo supimos después, pero estaba claro que de ser un recluso sin vínculos políticos, mejor silenciarlo, porque había muchas cárceles, muchos etarras repartidos por ellas y muchos locos sueltos con ganas de salir en la televisión y en los periódicos. Una cadena de pago adelantó que Instituciones Penitenciarias había remitido un comunicado urgente a todos sus centros ordenando que los presos etarras fueran conducidos a celdas de aislamiento como medida de precaución y para garantizar su seguridad. Miré al director, que había llegado de nuevo: «Aquí no, ¿para qué nos lo iban a mandar si el foco del conflicto lo tenemos bajo nuestros traseros?».
—¿Qué comentan en el quirófano, jefe?
—Están recibiendo órdenes del Ministerio, Germán.
—¿Crees que se decidirán a entrar?
—No sé, todo está cambiando tan deprisa que el escenario de hace un cuarto de hora ya no existe. Pero, por lo que ha afirmado Niebla nada más ver la televisión, lo que suceda aquí va a venir determinado por el curso de los acontecimientos allí, eso seguro.
—Jodida la cosa.
—Sí, jodida.
—Y el mediador ¿qué dice?
—Nada, escucha música clásica, lee un libro y fuma puritos. Cualquiera diría que está en el paraíso.
—Coño con el tío, jefe. Me gustaría tener su flema.
—Y a mí, Germán —respondí yo.
También me hubiese gustado relajarme, pero no podía. Tres compañeros muertos, tres, era horrible, no me digan, pudo haber sido cualquiera de nosotros, como el Anselmo en la revuelta del 98, ¿se acuerdan?, treinta puñaladas, que nos lo contó el forense.
—Llamen a sus casas y tranquilicen a sus familias. ¡Ah!, y díganles que se cuiden muy mucho de acercarse por aquí; lo único que falta es que también haya una batalla campal entre familiares ahí fuera. Por cierto, Armando, ¿qué pasa con Elena?
—La buscan, director.
—Ojalá la encuentren pronto. ¿Y Utrilla?
—No sé, el jefe salió hace un rato y no ha vuelto aún.
... Pues lo que te decía, Tachuela, que no sabían si alegrarse o preocuparse los tíos, me llamó el Releches, ¿te acuerdas?, Malamadre, que a los vascos los veo como con hormigas en las piernas y a ver si se nos ponen saltarines, dijo, y yo, joé, a ver, vamos allá, ¿qué pasa, eh?, y los tíos callaos, y yo, hala, lo que pasa allí no tiene na que ver con lo de aquí, ¿vale?, aquí nadie os va a tocar si no hacéis tonterías y no las vais a hacer, ¿verdá?, y los tíos callaos, mu callaos, y me joe que se me calle la gente, Tachuela, mil veces prefiero gritos y que me digan cabrón que a un tío callao, como el fiscal, joé con mi fiscal, ¿te lo he contao, Tachuela?, por lo de los italianos, mala follá tenga toa su vía, joputa, me metió en la trena por na, por estar con ellos media hora antes, qué coño, que yo no fui, Tachuela, que yo sé quiénes fueron, pero no lo pude decir, que si lo decía era lo último que piaba, ¿entiendes?, que ni haciéndome la cirugía artificial esa salvaba el pellejo, y el fiscal callao, me miraba el mu cabrón, y callao, y cuando enfrente hay alguien callao pues es como si te obligaran a hablar, ¿verdá?, y yo me decía, Malamadre, tú ni puto caso, pero al final siempre decía algo, hasta que lo mandé a la mierda, si yo estoy ya condenao, cabeza de nabo, le dije, si diga lo que diga me va a dar por culo el tío ese de la barba, que el juez tenía una barba como un felpúo, joé la barba del tío, pues los etarras callaos, hasta que habló uno, solo uno, el mayor, Maiquel se llamaba, ¿no?, eso, pues va el tío y dice no estamos solos, y si nos pasa algo no seremos los únicos a quienes les pase algo, vaya con el algo, y yo le dije na, no va a pasar na, tranqui, pero no te pongas chulo, tío, que no está la cosa pa ser un ocho, ¿vale?, mejor un dos, con la cabeza agachaíta, y se sonreía, y miró al rubio, que le dijo Malamadre se parece a Mandotzarra, y yo, ¿eso qué es?, y ellos, un tío, mulo grande significa, un tío que los pasaba por los Pirineos y que tenía los huevos grandes y duros, el Mandotzarra, dijo, y el rubio hacía muecas y se rascaba la serpiente, el joputa, que parecía que se le ponían los ojos vueltos al bicho, de verdá, Tachuela, pero na, ni contentos ni preocupaos, estaban como estaban, a ver qué decían por allí arriba, y nos acojonábamos, creo, pero pa acojonar a Malamadre, Tachuela, hace falta algo más que la tercera guerra mundial, así que iban daos los joíos, se lo iba a decir, mu clarito, pero entonces fue cuando me llamaste, ¿te acuerdas, Tachuela?, Malamadre, que dice el Calzones que mejor vayas, y yo, vale, y miré a Releches y le dije anda, ponle a estos tíos el Gran Hermano, que esto es como el Gran Hermano de los cojones, solo que no hay tías con las pajaritas revolucionás, y se reían los tíos, y yo también, pero me llamaba el Calzones y me fui...
Ernesto Almansa es un tipo muy especial, sí; bueno, algunos de ustedes lo conocen bien, qué les voy a contar. Nos sorprendió verlo por la zona de seguridad. Desde que llegó no se había movido del centro de mando («el quirófano», lo llamaba Germán) nada más que para bajar a negociar con Malamadre, ¿saben?, un minuto, que aquello duró un minuto, como si fuera un chico de esos de mensajería que te dejan el paquete y se van. Fermín estaba nervioso y además no hacía nada por disimularlo.
—Tranquilo, chaval —le espetó Almansa.
—¿Usted siempre es igual de tranquilo? —replicó no de muy buen modo Fermín.
—Salvo cuando mi mujer me psicoanaliza.
—¿Su mujer lo psicoanaliza?
—Sí, es psiquiatra.
—Y le dice que está loco, claro.
—Sí, sí, suele decirlo, jajaja. De camisa de fuerza, además.
—¿Por qué eligió este oficio?
—Me gusta.
—¿Y qué va a pasar aquí?
Sonrió.
—Miren, Juan y Malamadre, cuando bajé, estaban hablando. No se les oía. Lo mismo Juan le estaba aconsejando a Malamadre cómo tenía que enfocar la negociación, pero a mí me da igual, porque pidan lo que pidan yo ya sé lo que voy a contestar, que sí pero que no, ¿entienden? Por eso estoy tranquilo.
Fermín me miró como si recordara las palabras de la psiquiatra: «de camisa de fuerza, además», pero yo sabía lo que quería decir. No me sentía más tranquilo con ello, no crean, pero ese tipo transmitía seguridad y no necesitaba para ello una pistola en el sobaco.
—¿Qué crees? —preguntó Fermín cuando se fue.
—Que es tal el poder de la palabra que quien la domina tiene el arma más sofisticada del mundo —le respondí.
—No sé yo si esa clase de armas vale con Malamadre, la verdad.
—En un callejón oscuro y solitario, a lo mejor no; aquí sí, Fermín.
«Quizá sea el momento de empezar a negociar en serio», le sugiero a Malamadre. Responde: «Sí, pero...». «Sin peros, Malamadre, cuanto antes sepamos si sí o si no, antes se acaba esto, para bien o para mal». Me mira y contesta: «Vale, sin peros, coño, Calzones». Me gustaría saber qué está ocurriendo en las prisiones del norte. Si lo supiera, podría intentar convencer a Malamadre de que conseguir muy poquito sería un gran triunfo, que calmaríamos a la población reclusa de toda España, que sería una gran advertencia al Gobierno, y que al final hasta lo podían tener en muy buena consideración, «a ti, Malamadre, a ti», porque habría evitado males mayores. Pero no sé lo que se cuece. En la televisión no han dicho nada de si los motines de arriba están controlados, de si hay rehenes, de si los amotinados hicieron alguna reivindicación. Nada. A Malamadre no le importa, pero a mí sí. Y al Poeta también. «La próxima, señor Juan, no voy a hacer poesías, no tema, se me han quitado las ganas, la verdad, lo ayudaré en lo que pueda», me dice. «Señor Juan». Es curioso, para Malamadre soy Calzones y para este, señor Juan. ¿Para los demás qué seré? No deja de extrañarme la clasificación que hacemos de la gente. En Laredo si iba con pantalones vaqueros me llamaban de tú, si me ponía corbata, de usted. Se lo dije un día al camarero: «Oiga, que con un trozo de tela al cuello o sin él yo soy el mismo y merezco el mismo respeto». Y él: «Que sí, que tiene usted razón, pero con tanto niñato como hay suelto...». Yo era un niñato con los pantalones vaqueros y un señor con chaqueta y corbata. Aquí soy el señor Juan para uno y el Calzones para otro. «Estás guapo de todas formas, mi amor —me adula Elena mientras ajusta el nudo de mi corbata—, pero con esto pareces un gran señor». También ella. A mí sí que me parece ella una gran señora. En vaqueros o con el traje ese de boutique que se compró para la boda en Gerona, tapada hasta las cejas en las noches de frío y desnuda sobre la cama después de hacer el amor. Una gran señora.
—Vale, Malamadre, pues entonces llamo y le digo al negociador que estamos listos.
—Un momento, Calzones.
—Dime.
—No damos ni un paso atrás.
—Vamos a negociar, Malamadre.
—No, Calzones, no te equivoques, vamos a pedir, a conseguir, y me importa un carajo lo que esté pasando por el norte, pero un carajo, vamos, que ese es un problema de otros, no mío, ¿vale?, yo quiero lo que quiero y los demás que consigan lo que puedan, ¿ok?
—Como digas; si te parece, tú hablas y yo te apoyo.
—No, mejor habla tú que te entiendes con el finolis ese y yo pongo los puntos sobre las is.
—De acuerdo. La misma lista de peticiones, ¿no, Malamadre?
—Sí, y empieza diciendo eso, Calzones, que nos importa la polla de Napoleón que en el norte estén fresquitos, coño, pero que aquí estamos calentitos y que ya es hora que estemos al menos templaos.
—Lo voy a llamar.
—Sí, llámalo y vamos a cruzar los dedos.
—No es suerte lo que necesitamos, Malamadre, sino razón.
—Mira, capullo, deja de filosofar y consigue que los fíes puedan vivir como personas y no como ratas, ocúpate de eso y ya está, cojones.
—Dentro de media hora viene para abajo.
—¿Y por qué no ahora?
—Dice que está cenando.
—Me gusta ese joputa, usa gafas de niña, pero tiene gracia, que está cenando, no te joe, con lo que está lloviendo y dice que no pue bajar porque está jamando, arte puro.
... Lo hacía pa ablandarme, joé, Tachuela, pa eso lo hacía; lo pensé, ¿sabes?, el Calzones este no quiere ser un convidao de piedra, él quiere mandar, ten cuidao, Malamadre, ten cuidao con él, que te la mete doblá el joío, no sabía na, lo de las golondrinas, si los demás se enteran, coño, el Malamadre y las golondrinas, el hazmerreír de tos, descojonaos, Malamadre es como las nenas, dirían, y yo me puse tierno, me cago en mi madre, y le dije lo de la profe, era la hostia en verdá, Tachuela, que incluso soñaba con la tía, no te miento, la soñaba, no solo en la cama, ¿eh?, es que la puta de mi madre no tenía nunca una palabra bonita, to era reñir, y vago, más que vago, y la profe decía Vicente, que ties que estudiar, que si no vas a acabar mal, mu mal, Vicente, y yo, que no me entra, profe, y le miraba las tetas, ¿sabes?, estaba buena, y cuando empezaba la calor ponía el ventilador y el frío le alegraba los pezones, Tachuela, y yo decía me los como, coño, era buena la tía, mu dulce, pero el Calzones lo que quería era ablandarme y yo tenía que ser duro, joé, que nunca había hablao de eso, pero me cogió así, cojones, un poco tarantán, y es que yo no tengo muchas cosas bonitas en el coco, que en mi vía to ha sío mierda, Tachuela, tú no, que tú tienes mala hostia, pero fue después, por lo que le pasó a tu niña, pero yo de siempre, que si no tenía mala hostia estaba enterrao hace tiempo, si yo llego a decir eso de las golondrinas con veinte años me folian en el barrio hasta los pichaflojas, así que ya no hablé más de eso, tema cerrao, Tachuela, ¿a que tú no me oíste hablar de eso?, lo pensé cuando veía la tele aquel día, no tenía arte el negociaor, estaba cenando y no podía bajar a hablar, no te joe, y yo veía la tele y decían algo de un comunicao del sindicato de los tíos de prisiones, del clima de inseguridá que tenía la gente esa, y dijo el Costra la hostia, Malamadre, en el canal local, pon el canal local, y yo, déjame, y el tío, que lo pongas, Malamadre, coño, y el Calzones, pero ¿qué pasa, Costra?, y él, que pongáis el local, coño, y lo pusimos, a ver, qué pasa, dije, y na, la presentaora que decía lo de los ánimos exaltaos, que la gente quería entrar y la pasma que no, y se veía a un tío tirando dos piedras, a la pasma con las porras y detrás los tíos con los gases preparaos, a ver qué hacen los joputas esos, si le dan a mi nieta los mato, decía el Tiritas, y estaba la cosa calentita, y la presentaora decía aquello de que tomaba posiciones la pasma y que vean ustés, salen más policías de la prisión, y allí estaba el descerebrao del Utrilla, mira el Comepollas, que así lo llamábamos, y ese qué hace, el tío con una porra y el paso regular, que lo dijo el Apache, ya está otra vez mamao, y dice ¿qué? el Calzones, y yo le digo que el Comepollas suele beber y que cuando bebe es peor que el demonio, y dice el Calzones que no pue ser, pero sí, sí, estaba mamao el tío, y luego fue cuando salió en la tele la mujer del Juan, ¿te acuerdas?, como queriendo pasar, y el Juan se puso como loco, ¿eh, Tachuela?, no, Elena, no, gritaba, vete, vete, pero ella, claro, no lo oía, y la cámara apuntó a otro lao y aparecía otra vez el mamao del Comepollas, con la porra y el gas en la mano, y aónde va ese, y llamaba el Calzones, me cago en tu puta madre, Armando, mi mujer está ahí, que la saquéis de ahí, y el Canas decía que no la encontraba, que aónde estaba la tía, y el Calzones, ahí, ahí, coño, ¿te acuerdas, Tachuela?, entonces fue cuando rompieron el cordón policial y tiraban los botes de humo y la gente se echó pa la puerta de la prisión, vimos de refilón a la Elena, con la cara desencajá, empujá por otros, y Juan gritaba cuidao, cuidao, pero na, la gente estaba como loca, y se fue la imagen, que lo habían desenchufao, no se veía na más que las hormigas de mierda, y, claro, pasó lo que pasó...