Celda 211 (8 page)

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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Celda 211
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... Mu raras, Calzones, mira, y él, a ver, Malamadre, pues el joputa del Apache me ha dicho que le han dicho y no sé cómo ni quién, no me preguntes, joé, que el joputa este habla hasta con las piedras, que le han dicho que el soplo de que los vascos iban a ser trasladaos del 3 al 4 no fue casual y que quien me lo dijo a mí sabía que no era cosa de suerte, y me preguntó el Calzones, quién coño te lo dijo, Malamadre, y yo, a ver si hago memoria, que no podemos estar más de dos en el patio, mierda del reglamento de los fíes, pero había que cambiar de sitio las cosas de la gimnasia y nos juntamos cinco o seis y uno dijo, no sé si fue el Bellota, dos etarras van dentro de diez días al 4, y yo me quedé con la copla, que en mi cabeza ni motín ni na, a joerte, me decía, pero, claro, lo de los vascos me hizo pensar, pero no ha sido casual, Calzones, que me lo ha dicho el Apache y el Apache sabe de esto, que no vuela una mosca aquí sin que el cabrón la oiga, y esto es mu extraño, porque además, Calzones, en las cárceles, salvo las de allí, más de dos etarras na de na en el mismo módulo y nosotros tenemos tres, de camino dice el Apache que iba, que aquí no podía estar, una noche, el más jovencito, una noche na más iba a estar y todo esto no puede ser casualidá, Calzones, que yo ya había comentao, así, para que lo oyeran los que lo tenían que oír, que un motín bueno, con rehenes buenos, hace muchos meses ya, y o lo mandó Dios, ¿a ti qué te parece, Calzones?, o me siento utilizao y a mí no me utiliza ni mi puta madre, que era una puta, tos mis hermanos con los mocos sin limpiar y los dedos al aire y ella follando con tos por tonterías regalás, la mu zorra, pero esto me tiene extrañao, por si te interesa, me dijo el Apache, pero yo no pongo en pie quién me lo dijo, Calzones, coño, que a veces la memoria me hace más regates que el Raúl y no sé, que sí, como tú dices, que puede ser casualidá y que da igual lo que sea, que tenemos la sartén y el sofrito, leche, pero ¿y si este ya no es nuestro motín y hay más coña?, ¿y si nosotros somos una mierda para poner a huevo la cosa a otros?, que no paro de pensar desde que me lo cuchicheó el Apache, y otra cosa, Malamadre, me dijo, que estoy investigando, ya te lo diré, coño con el cabrón, ni una mosca pasa sin que él se entere, el joputa...

Creí que Apache se había puesto las pinturas de guerra. «Cosas muy raras», decía Malamadre, y yo intento montar una teoría para explicarle por qué al entrar en la prisión no habían apuntado ni el delito cometido ni la duración de mi condena. No tengo ni puñetera idea de cuánto me podían echar por matar a un camello, supongo que habría atenuantes. «Casi mató a su hermano, señoría, y sufrió un transtorno mental transitorio», habría argüido mi abogado. Pero no. Apache no está en pie de guerra. Apache coge al vuelo todo lo que rebota en las paredes, lo clasifica y va soplándolo en los oídos de quien proceda. Le da igual carne que pescado, interno o funcionario. Que ya me lo advirtió Armando: «Hay quienes juegan aquí a dos bandas. Como Apache. Toma, lee, este papel nos lo pasó él esta madrugada:
MM tiene pipa meza 6 comedo.

—Puede ser casualidad, Malamadre, pero aunque no lo fuera, no pasa nada, nosotros, como tú dices, tenemos la sartén y el sofrito y, no te olvides, también el fuego.

Malamadre me dice que sí, pero lo que le contó Apache lo ha metido en un mal rollo. Es muy orgulloso y cuando barrunta que están jugando con él la cicatriz se le estira y casi se le confunde con la vena, da miedo. Voy a cambiarle de conversación. Me dice que Apache está investigando algo, seguro que ese cabrón estaba pensando en lo mío. «Malamadre, ¿y el saludo del Poeta al negociador de la pasma?». Se troncha. «Valiente mamón el Poeta, tiene arte», murmulla con una sonrisa de oreja a oreja. Le comento que lo podíamos sacar en la tele para que vieran el nivel cultural del módulo 5 y se ríe. «¿Sabes, Calzones?, no oigo poesía desde niño, en el cole». Recuerdo a la señora Úrsula, allá en el aula, con su traje de chaqueta verde, eterno como su verruga junto a la boca, y las manos llenas siempre de tiza, que dejaba la marca en la cara cuando te daba un tortazo; pocas veces acariciaba, solo cuando estaban delante los padres: «Tiene que estudiar más y hablar menos en la clase, pero es muy monín», y me pasaba la mano áspera por la mejilla y yo trataba de evitarla, y ella me fulminaba con la mirada.

—¿Recuerdas alguna poesía, Malamadre? —le pregunto, y se ríe como un conejo.

—A ver, volverán las oscuras golondrinas en tu balcón los níos a colgar y tarantantán.

—Bécquer.

—¿Quién?

—Gustavo Adolfo Bécquer, Malamadre.

—No sé, Calzones, a mí la que me gustaba era la profe, era la hostia la tía, menúa, trigueña, con los ojos de miel, pa lamérselos, oye, estaba buena, ¡eh!, menúa, pero con cuerpo, dos tetitas tiesecillas y con pantalones se le notaba el corralito, Calzones, y dulce la tía, mu tierna, me encantaba cuando leía las cosas esas, era la única que me gustaba, yo no iba al cole, me escapaba, pero a su clase sí, es que estaba buena y era buena, ¿me entiendes, Calzones?, gallega, una gallega en Linares, coño, y no era agarrá, que ya sabes tú la fama que tienen los joíos, na, incluso me daba dinero, pa mis hermanos, le lloraba, y ella, toma, me hubiese gustao ser otro, Calzones, pa tirarle los tejos, ¿sabes?, que follar yo he follao mucho, a muchas además de la Patri y de la Manuela, pero con ella sé que hubiese sío distinto, que era así de ponerse colorá, sí, pero se le adivinaba un volcán dentro, ¡eh!, que tú sabes qué pasa cuando hierve el volcán, estaba buena, tenía los ojos bonitos y las tetas se le señalaban, medianillas, pero pa arriba, y decía eso de volverán las oscuras golondrinas..., y yo la acharaba, ese de fijo maricón, profe, y se descojonaba, mu dulce, Calzones, era una tía legal...

«Me hubiese gustado ser otro», confiesa. A todos en algún momento de nuestra vida nos hubiese gustado ser otro. Ahora mismo, ¿verdad, Juan?, ahora, ser un administrativo en una oficina, de ocho a dos y hasta mañana, y no un recluso de mentira, un trozo de carne en un campo minado. «Me gustaría ser otro, Elena, para darte todo lo que te mereces», le dije un día, y ella me miró, muy dulce, como la profesora gallega de Malamadre, que este tío tiene corazón, aunque lo quiera blindar, y me respondió: «Si fueras otro no me habría fijado en ti». Eso es lo que me gusta de Elena, su ternura, su capacidad de dar, el que no haya que pedirle nada porque se ofrece sin reservas. Malamadre está calmado. Creo que duda si seguir o no confiando en mí. Pero me necesita.

—Vamos a echar un vistazo, Calzones.

—Vamos.

Salí fuera de la prisión. Germán la había visto allí, entre los familiares, y era necesario encontrarla. El capitán de los antidisturbios preguntó dónde iba y se lo comenté. «Es peligroso, la gente está soliviantada, así que no puedes ir a primera línea, mejor no, y menos de uniforme». Pero la tenía que encontrar. Si perdía los nervios y hablaba con alguien de la prensa, de los muchos periodistas que había por allí, Juan era hombre muerto, ¿comprenden? «Cuatro televisores», le habían pedido al negociador, y ya los estaban instalando. Si sale Elena en la televisión y habla más de la cuenta, Juan lo va a pasar mal, muy mal. «Negativo, no puedes pasar», me reiteró el antidisturbios. Y tuve que volver al interior sin ella, ¿saben?

—¿La chica estuvo aquí dentro? —preguntó Niebla. —Sí.

—Podemos imprimir una foto de la grabación de las cámaras de seguridad.

—Supongo, pero ¿para qué?

—Vamos a echarle un vistazo.

Niebla tomó la foto en sus manos y habló por el transmisor. «Necesito que busquéis a una persona entre los familiares concentrados fuera. ¿Tenemos gente ahí?». Los antidisturbios habían infiltrado a agentes de paisano entre los familiares de los amotinados. Era una práctica común, aseguró Niebla, cosas del protocolo de intervención policial, ya saben. Escanearía la foto, la pasaría por ordenador y los agentes buscarían a Elena mezclados entre los familiares allí apostados.

—Hay que encontrarla pronto.

—Mejor sería, sí, Armando. ¿Un café?

... Qué cosa, coño, Tachuela, la que se formó cuando llegaron las teles, ¿te acuerdas?, aquello parecía la peli esa de la gran familia con el Vázquez, al que le tiraban flechas, no eran malos ni na los niños, pues igual, toa la gente pa las teles, como críos, y a discutir, que pon ese canal, que no, el otro, y to el mundo como loco, hasta que llegó el Calzones, listo, ¡eh!, que una cosa no quita la otra, y vamos a poner orden, Malamadre, una tele con concursos y esas cosas, otra con fútbol y las otras dos, cerquita nuestra, el canal local, coño, que estaba nuestra gente allí fuera, tú mismo, Tachuela, tú mismo decías mira el joputa de mi niño, y grita poco el tío, así me gusta, con dos cojones, te dije, ese niño lleva buen camino, pues eso, una con el canal local y la otra pa los partes, como les llamaba mi abuelo, de la guerra venía eso del parte, ¿sabes, Tachuela?, que me lo dijo el viejo, y tos allí, al final ni concurso ni fútbol ni na, las cuatro teles en el canal local y la gente arremoliná, mira Menganito, mira Zutanito, ¿quién está detrás de mi mujer?, que se quite ese hijoputa, decía el Empalmao, vaya guasa, Tachuela, y alguno lloraba, que yo lo vi, como el Tiritas, está viejo el Tiritas, es más viejo que malo, que ya es decir, pues lloraba el tío, como una virgen violá, oye, ¿verdá?, viendo a la nieta en brazos de su madre, ¡ay mi hija, ay mi nieta!, decía el pobre, oye, y se le saltaban las lágrimas, que era mu fuerte eso, nosotros dentro y ellos apoyándonos fuera, menos represión, menos represión, eso gritaban, que me acuerdo, y también más justicia menos bofetás, que era verdá, por eso le dije a Calzones apunta, los derechos humanos pa los fíes, coño, que necesitamos derechos, que no somos ratas, y fuera estaban con nosotros, Tachuela, y alguno hubo que le daba besos a la tele, y cuando te coja te echo ocho, decía pegao a la pantalla el Costra a la parienta, y vaya con la gachí del Costra, Tachuela, vaya tela marinera las tetas de la tía, sin sujetador ni na, allí las domingas como en un columpio y al Costra se le caía la baba y le decía al Flamenco, no mires, cabrón, las tetas de mi jai, que esas na más me las como yo, qué descojone, la gente estaba contenta, alguno dijo ¿y si traemos a los vascos?, y el Calzones, no, mejor separaos, Malamadre, no dejes que los traigan, tío, no vaya a ser que haya algún chuleo político y les den de hostias y lo fastidiemos to, y yo, que no, que no, los etarras en las celdas y no hay más que hablar, joé, y callaros a ver si escuchamos lo que dicen, que están diciendo algo de aquí y no se oye na, me cago en mi madre, pero como críos, Tachuela, ¿verdá que fue así?, como niños con las teles, yo hubiese preferí o una mujer a una tele, pa qué mentir, porque las tías de los concursos y de las pelis están mu buenas, y eso deja dolor de huevos después, no te rías, Tachuela, que vaya dolor de huevos, qué descojone...

«El negociador se ha pasado media hora hablando con el ministro, media hora, y después le dijo a Niebla que mejor pusiera a sus hombres a hacer croché, porque allí iba a ver menos tiros que en una película de moros y cristianos. Ha tenido gracia el tío. Media hora dialogando con el ministro y tan fresco. Se sentó, puso las piernas encima de la mesa y siguió leyendo el libro. Es frío como un témpano, creedme». El director nos lo contó mientras devoraba un sándwich. «Paga el Ministerio», afirmó, y nos invitó a coger de los paquetes que habían traído de la ciudad. Yo creo que los más preocupados éramos nosotros, ¿saben? Los polis tenían la información, cumplían órdenes y estaban respaldados por sus armas; los internos iban a lo suyo, tenían a los rehenes bien controlados y sabían que en el peor de los casos todo seguiría igual para ellos. Pero nosotros no éramos ni una cosa ni la otra, «una puta mierda», y perdonen la expresión, como dice Fermín, «A ver quién coño de nosotros sigue trabajando aquí después de esto, porque yo no me paseo ante Malamadre así me den diez extras de plus». Tenía razón, sí, sé que ustedes también lo entienden; para Germán era distinto, porque seguro que se jubilaría, que ya se lo habían ofrecido hacía tiempo, pero para algunos de nosotros, pues iba a ser jodido. Nos podían colocar en otro módulo, pero siempre te queda la cosa de algún traslado, de algún encuentro, y sabíamos que nos la tenían jurada. A mí me daba igual que me enviaran a otro sitio, la verdad, desde que murió Maruja me da igual todo. Maruja era mi mujer, que no lo tienen por qué saber. Llevábamos veintidós años casados, veintidós años muy felices, ¿saben?, murió de cáncer hace dos. Un cáncer malo, de esos en que te vas apagando poco a poco, y eso duele, sobre todo en una persona joven, que Maruja lo era, y muy buena esposa. Pues por eso, no tengo hijos y de la familia que me queda puedo prescindir, pero para Fermín iba a ser jodido, porque con mujer, niños chicos, la suegra y una hermana subnormal, a ver adónde lo mandaban y si se aclimataba o no, que la mujer lleva tiempo enferma. En eso pensábamos y veíamos la televisión, un programa de esos en que todo el mundo cuenta las jugarretas de la vida.

Hablaba una de que su marido se había ido de viaje con su secretaria y todavía lo estaba esperando, y salió esa banda que insertan las televisiones cuando quieren dar noticias urgentes.

—A ver qué puñetas ha ocurrido ahora —exclamó el director.

Motines de presos etarras en las cárceles de Maturtene y Nanclares de Oca. Cuatro muertos. * Motines de presos etarras en las cárceles de Maturtene y Nanclares de Oca. Cuatro muertos. * Motines de presos etarras en las cárceles de Maturtene y Nanclares de Oca. Cuatro muertos.

VIII

«Cuatro muertos», pero no revelan si son internos, funcionarios o policías. Maturtene y Nanclares de Oca, allí está el grueso de los internos vascos. Todo esto se está embrollando. «¿Tú crees que lo de allí es por lo de aquí, Calzones?», me pregunta Malamadre. «No sé —le contesto—, pero mejor que no lo sea, que ya con lo nuestro hay bastante». Hay que oír las noticias. «Que nadie cambie de canal, ¡eh!, quietecitas las manos», grito. «Que preguntan los etarras que si pueden ver las noticias», inquiere Releches. «¿Quién coño les ha dicho lo que pasa?», pregunta malhumorado Malamadre. «El Tiritas, ya sabes, quería un cigarrillo y se lo ha cambiado por información el muy guarro». Me mira Malamadre. Encojo los hombros. No quiero que me escupa de nuevo que me meto donde nadie me llama. Pero no abre la boca.

—Bueno, Calzones, ¿qué hacemos?

—Tú dirás.

—No vamos a ser más putos que la pasma, ¿no?

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