Cuando el adorno giró hacia Bosch, éste pudo observar sus manos: brillaban de bronce oscuro; las uñas eran ónices.
—Todo es demasiado perfecto, Lothar —decía, mientras tanto, la señorita Wood—: un segundo vehículo esperando en el Wienerwald, probablemente documentación falsa... Un plan minucioso, en suma. Admitiría que alguien le hubiera pagado para que llevara el cuadro al Wienerwald, pero ni siquiera eso me parece creíble.
—Entonces quieres que descartemos también la pata «Díaz». Te advierto que el mueble se nos va a caer...
—No podemos descartar a Díaz del todo. Creo que su papel ha sido el de chivo expiatorio. Lo que no comprendo es por qué ha desaparecido.
—Puede que hayan ocultado su cadáver para que las sospechas recaigan sobre él, y que el verdadero criminal pueda escapar —apuntó Bosch.
La señorita Wood se había inclinado hacia adelante para examinar la parte baja de la espalda del adorno, donde estaba la firma. El adorno aguardaba de pie a que ella finalizara la exploración. Su etiqueta indicaba que podía ser tocado, y Wood deslizaba una mano por la cintura y el inicio de los glúteos brillantes de bronce. Su expresión, con el ceño fruncido, era la de quien valora de forma experta la porcelana de un jarro. Al tiempo que hacía esto, respondió a la observación de Bosch.
—Ésa es la mejor teoría. Pero mi pregunta es
dónde está.
La policía ha peinado la zona en varios kilómetros, Lothar. Han usado perros y todo un sofisticado equipo de rastreo. ¿Dónde se encuentra el cadáver de Díaz? ¿Y dónde lo
asesinaron?
No ha aparecido ni un solo indicio en la furgoneta: ni señales de lucha, ni una gota de sangre. Piensa esto por un momento: destroza el cuadro y pierde tiempo en quitarle la ropa al aire libre corriendo el riesgo de que alguien lo descubra. Pero, en cambio, ha diseñado un plan minucioso para escapar haciendo recaer todas las sospechas en el agente de Seguridad que custodiaba el cuadro. ¿Te suena lógico?
—Debo admitir que no.
Wood dejó de tocar el trasero del adorno, elevó el brazo, cogió la etiqueta del cuello y tiró de ella haciendo que el adorno se inclinara para que ella pudiese leerla. En la etiqueta, además del nombre del modelo, figuraban los datos del artesano y de la pieza. Bosch sabía que la señorita Wood compraba adornos y utensilios para su casa de Londres. La venta de artesanía humana estaba oficialmente prohibida, pero los adornos seguían vendiéndose y mucha gente de cierto nivel los compraba de la misma forma que adquirían drogas blandas.
Después de leer los datos, Wood soltó la etiqueta y el adorno se incorporó, dio media vuelta en la oscuridad y salió sin hacer ruido pisando la mullida alfombra negra con sus pies descalzos. La señorita Wood hizo una mueca al probar su café caliente.
—Estoy segura de que Díaz ha muerto —afirmó—. El problema consiste en encajar su muerte con todo lo demás.
—Nos quedan la Competencia y los Adversarios. —Bosch hojeó sus papeles—. Debo reconocer que aquí me pierdo, April. No encuentro nada probable. Los líderes del BAH, por ejemplo, son unos pobres diablos. Ya sabes que Pamela O'Connor escribió un libro sobre Annek...
—
The truth about Annek Hollech
—asintió Wood—. Es una idiotez pretenciosa. En realidad, toma como ejemplo el caso de Annek para denunciar la utilización de modelos menores de edad en cuadros supuestamente obscenos.
—También estamos investigando a la Asociación Cristiana Contra el Arte Hiperdramático; la Sociedad Internacional de Tradición y Arte Clásico; la Sociedad Europea Contra el Arte Hiperdramático...
—Faltan los competidores reales —dijo Wood—. Art Enterprises, por ejemplo, se ha convertido en un serio enemigo. Stein asegura que harían cualquier cosa por jodernos, y ya lo están haciendo, de hecho: nos quitan inversores. Imagina por un momento que lo de
Desfloración
forme parte de un plan a gran escala de desprestigio de nuestro sistema de Seguridad.
—Esa teoría no encaja con lo sucedido. Un disparo en la cabeza hubiera logrado el mismo resultado. ¿Por qué emplear ese sadismo?
—¿A qué te refieres exactamente?
A Bosch le horrorizó aquella pregunta.
—Por Dios, April, la cortó con... Tengo aquí los informes de la autopsia. Me los ha enviado Braun esta mañana. Mira estas fotos... Las pruebas de laboratorio lo han confirmado: utilizó un cortalienzos portátil... ¿Sabes lo que es...? Una sierra de mango cilíndrico y bordes dentados no mayor que mi mano. Los artistas que aún trabajan con telas y los restauradores de pinturas antiguas lo emplean para modificar la forma y tamaño de los lienzos. Es un artilugio potente: usando las cuchillas adecuadas puedes cortar por la mitad una mesa de mediano grosor en cinco segundos... Le hizo diez cortes con eso, April...
Wood había encendido un cigarrillo ecológico. El humo verde oscuro, resultado de una brusca producción de vapor de agua coloreada y en modo alguno perjudicial para la salud, ascendió al techo. Bosch recordó la época en que se habían puesto de moda aquellos falsos cigarrillos para dejar de fumar. A él, que había logrado dejar el vicio haciendo uso de los clásicos parches, aquel método se le antojaba de una artificiosidad deplorable.
—Míralo de esta forma —dijo ella—. Quieren que la opinión pública piense que Óscar Díaz estaba loco de atar. Ya sabes: si contratamos a sicópatas para vigilar nuestras obras más célebres, entonces ¿quién podrá fiarse de nosotros, etcétera, etcétera?
—Pero, si eso es lo que pretendían, ¿por qué
no la mataron antes
de cortarla, por amor de Dios? La autopsia dice que la sedó con una inyección intramuscular de neuroléptico de mediana intensidad a través de una aguja clavada en el cuello. Seguramente usó una pistola hipodérmica. La dosis bastaba para impedir que se defendiera, pero no para
anestesiarla.
No lo entiendo. Quiero decir... Y perdona, April, que insista, pero me parece... Si sólo deseaba montar una escena, ¿por qué llegar a este punto...? El crimen hubiera sido igual de horrible, pero... tendría..., habría... Es decir, imagínate que quiero fingir que ha sido la obra de un sádico... Bueno, pues primero la elimino, le administro una inyección de algo, la anestesio... Después hago todo lo demás... Pero hay un límite que nunca. .. El dinero no tiene nada que ver con eso, April. No ganaré
más dinero
haciendo
eso.
Hay un límite que...
—Lothar.
—¡No me digas que lo hizo
sólo
por dinero, April! ¡Me estoy volviendo viejo, de acuerdo, pero no chocheo todavía! Y tengo experiencia: he sido inspector de policía, conozco a los criminales... No son tan sádicos como los pintan las películas. Son seres humanos... No estoy diciendo que no haya excepciones, pero...
—Lothar.
—¡Ese tipo no quería engañar a nadie:
quiso
hacer lo que hizo y de la manera en que lo hizo! ¡No nos enfrentamos a ningún maldito negocio de la competencia: estamos persiguiendo a una alimaña...! ¡Le cortó la cara y la dejó retorcerse mientras se preparaba para... para cortarle el pecho...! ¿Quieres que te lea el informe de...?
—Lothar —repitió aquella voz grave y cansina—. ¿Puedo hablar ya?
—Disculpa.
Bosch recuperaba a duras penas el control. «Venga, viejo, cálmate. ¿Qué coño te pasa?»La señorita Wood presionó el cigarrillo contra el cenicero. Retiró la mano y dejó sobre la superficie una cosa verde, una habichuela destrozada y humeante. Expelió el resto del vapor por la nariz. Vapor Venenoso de Dragón.
—Era un
cuadro.
No le des más vueltas, Lothar.
Desfloración
era un cuadro. Te lo demostraré. —Cogió una de las fotos de estudio de Annek con un gesto rápido y la alzó frente a Bosch—.
Parece
una adolescente, ¿no? Tiene la
forma
de una adolescente, hablaba y se movía como una adolescente cuando estaba viva. Se llamaba Annek. Pero si realmente hubiera sido una adolescente no habría valido ni quinientos dólares. Su muerte no habría interesado al Ministerio del Interior de un país extranjero, ni movilizado a un ejército completo de policías y comandos especiales, ni ocasionado discusiones de alto nivel en dos capitales europeas, ni provocado que nuestros cargos en la Fundación estén en la cuerda floja. Si
esto
fuera una niña, ¿a quién coño le hubiera importado lo que le ocurrió? A su madre y a cuatro policías aburridos del distrito del Wienerwald. Todos los días suceden cosas así en el mundo. Las personas mueren atrozmente a nuestro alrededor y a nadie le importa. Pero la muerte de esta niña sí que ha importado. ¿Sabes por qué...? Porque esto,
esto
—agitó la foto—, que en apariencia es una niña,
no es una niña.
Costaba más de cincuenta millones de dólares. —Pronunció lentamente, haciendo pequeñas pausas—. Cincuenta. Millones. De dólares.
—Por mucho dinero que costara, seguía siendo una niña, April.
—Te equivocas. Costaba ese dinero precisamente porque no era una niña. Era un cuadro, Lothar. Una obra maestra. ¿Es que no lo comprendes todavía? Somos lo que los demás pagan para que seamos. Tú fuiste policía y te pagaban para que lo fueras, ahora te pagan para que seas empleado de una empresa privada, y eso es lo que eres.
Esto
fue una niña alguna vez. Luego le pagaron para convertirla en cuadro. Los cuadros son cuadros, y la gente puede destrozarlos con cortalienzos portátiles igual que tú destrozarías un papel en la máquina trituradora sin preocuparte por su nivel de conciencia. Sencillamente,
no son personas.
Ni para el tipo que hizo esto, ni para nosotros. ¿Me has entendido?
Bosch miraba directamente hacia un punto fijo: había elegido el cabello color antracita de la señorita Wood y su inflexible, prodigiosa raya divisoria a la derecha. Mantenía la vista en aquel punto mientras asentía.
—¿Lothar?
—Sí, te he entendido.
—Por lo tanto, habrá que vigilar a la competencia.
—Lo haremos —dijo Bosch.
—Y nos queda el loco anónimo. —Al suspirar, los delgados hombros de la señorita Wood se alzaron un instante—. Sería lo peor de todo: un sicópata recién salido del horno, como el pan vienés. ¿Hay algo más en el informe forense?
Bosch parpadeó y bajó la vista hacia el papel. «No es crueldad —pensaba—. No habla así por crueldad. Ella no es cruel. Es el mundo. Somos todos.»
—Sí... —Bosch pasó varias páginas—. Hay un detalle curioso. Naturalmente, el análisis de la piel del cuadro es muy extenso: los forenses desconocen en gran parte el trabajo de imprimación, por eso no han hecho hincapié en este hallazgo.
Cerca de la herida del pecho se encontraron restos de un material que... Te leo textualmente... «Cuya composición, siendo básicamente similar a la silicona, resulta distinta en varios aspectos fundamentales...» Y citan el nombre completo de la molécula: «dimetiltetrahidro...». En fin, una palabra enorme. ¿Sospechas lo que es?
—Ceru —dijo Wood con los ojos muy abiertos.
—Bingo. En el informe se menciona como parte de la imprimación del cuadro, pero nosotros sabemos que
Desfloración
no llevaba cerublastina encima. Hemos llamado a Hoffmann y nos lo ha confirmado: la cerublastina no podía proceder del cuadro.
—Dios mío —susurró Wood—. Se disfraza.
—Es lo más probable. Unos toques de cerublastina le habrán bastado para cambiar su aspecto.
La noticia había provocado en la señorita Wood una repentina inquietud. Se había levantado y caminaba de un lado a otro por la habitación negra. Bosch la contempló con preocupación. «Por Dios, apenas prueba bocado y está hecha un esqueleto. Va a enfermar si sigue así...» Una voz distinta, pero también suya, contraatacó: «No disimules. Mira cómo se refleja la luz sobre esos senos, mira ese culo estrecho y esas piernas. Te mueres por ella. Te gusta como te gustó Hendrickje, o quizá mucho más. Te gusta como te gustó, después, el retrato de Hendrickje». «Bobadas», replicó Bosch. «Y... ¿por qué no decirlo? —prosiguió la otra voz—. Te gusta su
inteligencia.
Su carácter adusto, su personalidad y su inteligencia mil veces superior a la tuya.»En verdad, April Wood era una máquina de precisión. En los cinco años que llevaba junto a ella, Bosch no la había visto errar ni una sola vez. «El perro guardián», la llamaba Stein. En la Fundación no había nadie que no le tuviese respeto. Hasta Benoit se amedrentaba ante su presencia; solía decir: «Es tan flaca que el alma no le cabe». Su historial era brillante. Aunque no había podido evitar todos los atentados que habían sufrido los cuadros a lo largo de sus cinco años como directora jefe de Seguridad (era imposible prevenirlos todos), los culpables habían sido localizados y eliminados, a veces antes de que la policía tuviera noticia del delito. El perro guardián sabía morder. Nadie dudaba (y Bosch mucho menos) de que ahora también encontraría al tipo que había destruido
Desfloración.
Sin embargo, fuera del terreno profesional, él apenas la conocía. Los agujeros negros del espacio, según afirmaban las revistas científicas que su hermano Roland acostumbraba a coleccionar, no pueden verse precisamente porque son
negros,
sólo cabe
inferirlos
por los efectos que ejercen en los cuerpos circundantes. Bosch pensaba que el ocio de la señorita Wood era un agujero negro: él lo
infería
a través de su trabajo. Si Wood había descansado, todo iba como una seda. En otro caso, podías prepararte para discutir. Pero nadie había vislumbrado hasta el momento qué se ocultaba en aquel hueco de negrura que era el descanso de April Wood, o Wood sin la tarjeta roja, o la señorita Wood en horas no laborables, o la señorita Wood con sentimientos, si es que tales cosas existían. ¿Escondía una mancha aquella imagen perfecta? Bosch se lo preguntaba a veces.
«Lo cierto es, la verdad es, señor Lothar Bosch, que esta chiquilla de apenas treinta primaveras que podría ser tu hija pero que es tu jefa, este
esqueleto sin alma,
te tiene completamente hipnotizado.»
—April —dijo Bosch.
—¿Qué?
—Se me ocurre que Díaz podría estar llevando una doble vida. Dos voces en su cabeza, una normal y otra no. Si es un sicópata, no tendría nada de raro que su comportamiento fuese correcto con sus amigos y compañeros. Cuando trabajé en la policía, tuve algunos casos de...
Mozart repicó sobre la mesa. Era el móvil de la señorita Wood. Aunque sus facciones no se alteraron ni un ápice mientras contestaba, Bosch pudo percatarse de que había sucedido algo importante.