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Authors: Eduard Pascual

Tags: #Policíaco

Códex 10 (4 page)

BOOK: Códex 10
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Flores hizo un gesto de guillotina en el bajo vientre.

—¿Es posible que nos comportemos como profesionales? —Montagut hizo la señal de las comillas en el aire—. Bien. Sonia, Domènec, Nadal y Gloria: seguid con los interrogatorios a todos los adolescentes que trabajan de recaderos para los talleres de Figueres. ¿Cuántos os quedan?

—Cuatro chavales, sargento —respondió Sonia.

—Pues a por ellos. Al final del día quiero las declaraciones de todos y un informe con lo más destacado de todas ellas. Casanovas, tú te vas a la autopsia del cadáver junto con Grau, de científica.

Casanovas se levantó de la silla, dispuesto a cumplir sus órdenes.

—A ver si en la autopsia descubres que este trabajo no es para pichaflojas y te largas por donde has venido.

—Vete a la mierda, Flores —dijo Casanovas, que salió del despacho de la unidad.

—Rabassedas, ¿qué hay de la línea de investigación sobre los posibles móviles de la familia? ¿Has averiguado algo o lo descartamos?

—Estoy en ello, Monti. Parece ser que hay una disputa familiar por una herencia mal repartida que enfrentaba al finado con una sobrina casi tan mayor como él. Aunque no creo que los tiros vayan por ahí, el muerto reclamaba lo que creía que era suyo; vamos, que era la parte perjudicada, no la aprovechada.

—No está de más agotar todas las posibilidades. ¿Y el posible robo, Flores?

—Pues yo creo que es el móvil que toma más fuerza, Monti. La viuda asegura que su marido siempre guardaba pasta en la oficina. Además, había allí unas cantidades recibidas por el aceite extraído de una finca de olivos en Llers de la que eran usufructuarios. Estamos investigando la posibilidad de disputas con el payés que tiene la finca en renta, aunque, como te digo, el pago se realiza siempre sobre una parte de la producción de aceite que extrae el agricultor.

—¿Mucho dinero en juego?

—Qué va. No llega a los 1.500 euros, pero saldremos de dudas dentro de un rato; el agricultor está citado para declarar a las cuatro.

—Sargento —Sonia abrió la puerta del despacho del jefe de la unidad sin llamar antes, cosa poco habitual entre los agentes—, tienen que oír lo que cuenta el recadero que tenemos en el locutorio.

El sargento y el cabo Flores, como encargado de los interrogatorios, se dirigieron al despacho mientras Rabassedas aprovechaba para seguir su línea de investigación. Josep Ramón Pellicer, de 17 años, contó de nuevo a los agentes lo que ya había explicado a Sonia y a Domènec. Pellicer era un muchacho pálido y muy delgado, con un asomo de pelo en la cara y muchos granos en la frente. Su chaqueta
bomber
despedía un olor aceitoso que Montagut identificó enseguida con el del humo de tabaco y hachís. Debía de hacer años que las uñas habían desaparecido entre sus dientes amarillentos; en su lugar no quedaba más que una capa de piel gruesa. Sentado en aquella butaca baja de color azul, su escuálida presencia parecía más hundida en la miseria de lo que debía de estarlo en realidad.

Josep Ramón tenía antecedentes policiales desde los catorce años por robos a interior de vehículo y hurtos en locales comerciales de la ciudad. Era hijo de una familia desestructurada, y no se conocía el paradero del padre. Según su versión, otro muchacho de la empresa, también repartidor de recambios, le había ofrecido la posibilidad de robar en el taller de la víctima porque sabía que aquel hombre solía tener bastante dinero en la oficina y estaba siempre solo.

—Yo no quería pegar el palo; nunca le he hecho nada a un viejo. Además, no quería perder el curro y si el viejo me pillaba seguro que lo perdía.

—¿Y quién es el nene que te ofreció la gran hazaña de atracar a un hombre tan inofensivo? —interrogó Flores.

—Él no se enterará de esto, ¿no?

—Escucha, Josep Ramón —se adelantó Montagut a la colérica acidez que veía nacer en Flores—, da igual que tu colega se entere, hay un hombre muerto y si sabes algo lo dices. Hablaremos con el juez para evitar que tu nombre salga en el atestado, pero no te prometo nada.

—Venga, que ya estás tardando, ¿quién te propuso el palo?

El muchacho pasó la mirada del sargento a Flores.

—No te asustes, Josep Ramón, no pasa nada. —Montagut recriminó a Flores con un golpe de vista.

—Me lo comentó el Jordi Vilanova. Él me pasó el curro éste, y la semana pasada me explicó lo del viejo. Pero fijo que él tampoco ha sido, se lo digo yo que lo conozco bastante; no tiene cojones para pegar un palo así, por eso buscaba a otro que lo hiciera. Él sabía dónde estaba la pasta porque ha ido muchas veces al taller del hombre ese. A mí me dijo que habría más de 2.000 euracos; pero ya le digo: si tengo curro paso de robar.

Los policías salieron del despacho y el muchacho se quedó solo. Sonia informó a Montagut de que esa mañana habían tomado declaración al tal Jordi Vilanova y había estado convincente al asegurar que no sabía nada sobre el asunto. Montagut ordenó a Flores iniciar su vigilancia hasta que el resto de interrogatorios a los muchachos finalizara. El cabo tomó una copia de su declaración, en la que constaban todos los datos personales, y partió hacia la empresa en la que trabajaba el chaval para cumplir la orden del sargento, aunque ambos sabían que Flores lo haría a su manera.

—Tal vez se lo propusiera a algún otro compañero —comentó el sargento a Sonia—. Pregúntale cuántas otras personas conocían la intención de Jordi Vilanova y seguid con los interrogatorios en este sentido.

—Este —Sonia señaló el despacho en el que esperaba el chico— es el único chaval que tiene antecedentes como menor. Todos los otros están limpios.

—No tan limpios, Sonia. Ahora sabemos que alguno ocultaba cosas y puede ser que haya más. Por favor, sigue con esto con la misma diligencia que hasta ahora pero con mucho tacto, que son menores.

—Descuida, Monti.

—Avísame cuando Flores traiga a ese Vilanova.

—¿No iba a seguirle? —se sorprendió Sonia.

—Tú avísame cuando Flores traiga al chaval —repitió el sargento con una sonrisa de complicidad en los labios—. Y no te vayas hasta que lo veas entrar por la puerta. Por mucho que me pese reconocerlo, este policía tiene un instinto salido de una novela negra, no dudes de que nos va a dar la noche a todos.

—Sargento —llamó Sonia cuando Montagut estaba a punto de entrar en su propio despacho—. ¿Hace mucho tiempo que os conocéis?

—¿Flores y yo? —Ella asintió con la cabeza—. Hicimos el curso básico juntos en 1989. ¿Y ese interés?

—Nada, es que me sorprende que se dedique con tanta pasión a este trabajo. ¿No te extraña que no haya vuelto a echarse novia?

—Tú sabes mejor que nadie lo mal que lo pasó con su divorcio. Para él, ser policía es su forma de vivir la vida. ¿Algo más?

—No, era simple curiosidad, como tú me has hecho una confidencia sobre lo que opinas de él…

—Ya. Otro día espero ser yo quien oiga tu confidencia, ahora mejor vuelvo al trabajo. —Sonrió y se internó en su oficina.

* * *

Jordi Vilanova salió de Comercial Borrás conduciendo su ciclomotor. Circuló por la ronda sur de Figueres hasta la carretera de Roses y estacionó sobre la acera, delante del bar Azul y Negro.

Un muchacho lo esperaba en una mesa del exterior; estaba tomando lo que parecía ser un cubata. Jordi se sentó frente a él y charlaron tranquilamente por espacio de una hora. Ambos adolescentes vestían chaqueta
bomber
de color negro y parecían tener una edad similar. Después de un rato, Jordi estiró la mano, recogió lo que el otro le entregaba y se lo guardó en el bolsillo de cremallera de la manga izquierda. Se despidieron y Vilanova subió a su moto para salir ruidosamente del lugar en dirección a Figueres.

Flores se quedó un rato más para observar qué hacía aquel crío que se había reunido con el menor sospechoso. Éste entró en el bar, salió enseguida y se dirigió a un destartalado Fiat Tempra de color blanco. Flores anotó la matrícula y lo siguió hasta la localidad de Roses. El investigador apuntó la dirección del edificio en el que entró y dio por finalizado el servicio.

De nuevo en Figueres, esta vez delante del domicilio de Jordi Vilanova, llamó a la comisaría e informó al sargento Montagut de los datos del Fiat Tempra. Mientras hablaban, Montagut tecleó en su ordenador la matrícula de aquel vehículo y ofreció a Flores la información hallada.

—Nada apunta a que este otro muchacho esté involucrado en los hechos, no pierdas de vista a Vilanova.

—No te preocupes, ahora mismo no tengo ni idea de dónde está, para qué vamos a engañarnos, pero no tardará en aparecer; estoy delante de su casa.

—Te conozco bien, Flores, sé lo que piensas hacer y no me importa, pero no le toques un pelo a ese menor.

—Descuida, sargento, no voy a hacer nada que te ponga en apuros.

—Más te vale. ¿Te espero en comisaría o me puedo ir a casa tranquilo?

—Te puedes ir a casa tranquilo.

—¡Ja! Te espero.

* * *

Flores entró en las oficinas de la unidad cuando el reloj marcaba las diez de la noche. Lo acompañaba el menor Jordi Vilanova. Había llorado, eso lo pudo apreciar Montagut a la legua; traía mirada de conejo atrapado, esclerótica enrojecida y tez pálida.

—Flores, ¿qué le ha pasado a este muchacho? —preguntó Sonia, aprensiva, al verlo entrar.

—¿Qué te ha pasado, criatura? Díselo a la mossa, anda —lloriqueó mofándose Flores.

Montagut escuchaba, de pie y con los brazos en jarras, sin quitar la vista de su subordinado.

—Después de hablar con él —contó Jordi Vilanova dirigiéndose a Sonia y señalando a Flores— he estado pensando mucho. No le había contado a usted todo lo que sabía y he empezado a encontrarme mal. El jefe —señaló otra vez a Flores—, me ha parado cuando iba a ver a mi novia y me ha registrado. Me ha encontrado algo de pasta y una china. Hemos hablado un rato y me ha contado que estaban ustedes a punto de detener al asesino del hombre ése que mataron ayer en su taller.

—¿Y por eso has llorado? —preguntó Montagut.

—Sí. Creo que tengo parte de culpa de lo que le ha pasado a ese viejo.

—A mí ya me ha contado la historia; ahora que os la cuente a vosotros. —Le echó un brazo por encima de los hombros al menor como si lo conociera de toda la vida—. Dice que él comentó con su colega Josep Ramón lo fácil que sería robarle al pobre mecánico toda la pasta que guardaba en la oficina, pero que todo fue en broma, ¿no es eso?

El chico asintió con todo el peso de la mano de Flores en su hombro derecho.

—Ha venido hasta aquí voluntariamente para contarnos esos detalles y a quién más se lo había propuesto.

—No sé nada de la muerte de ese hombre, se lo juro —pronunció el chico con un sonido gutural—. Hice la broma con otros amigos, pero yo no sé nada más.

—¿Te ha golpeado este policía, Jordi? —Montagut miraba al chaval de forma paternal—. ¿Te ha obligado a venir o a contar algo que tú no quieras contar?

—No, señor, he estado pensando en esto desde que hablé con la mossa d’esquadra esta mañana y me enteré de que habían matado al señor Priego.

—Qué desconfiado, sargento. El chico reconoce que la cagó y quiere ayudar a enmendar el asunto. ¿Cómo se te ocurre pensar que le he obligado a venir?

—¿Seguro que quieres hacer esto ahora? —le preguntó Montagut a Jordi, que asintió—. Es posible que tengamos que detenerte cuando nos cuentes lo que sabes sobre la muerte de ese hombre…

—Una cosa, sargento. —Flores se llevó al sargento Montagut fuera del despacho de interrogatorios—. Primero, el chico nos explica lo que sabe; segundo, actuamos, porque nos va a ayudar a pillar al autor; tercero, sabe que tendremos que detenerle, pero enseguida dejaremos la detención sin efecto porque él no tiene nada que ver en el asesinato. Si no es así no creo que le saquemos nada.

—¿Ya has pactado esta historia? —preguntó el sargento.

—El chico sabe que, según cómo transcribamos su declaración, podría ir a un centro de menores, y tú y yo sabemos que eso no es lo que más le conviene. Él sólo propuso un robo al que no acudió. Al otro, quien sea, se le fue la mano y se cargó a ese pobre hombre. Ni siquiera tenían un plan. Jordi Vilanova puede ser acusado de cooperador necesario en el robo, pero lo del asesinato podemos dejarlo para el autor real, ésa es la «historia pactada». Ahora, dime que te parece mal.

Montagut sonrió.

—No, no me parece mal. Venga, vamos a ver qué sacamos.

* * *

Jordi Vilanova salió de la comisaría seguido de cerca por el sargento Montagut, el cabo Flores y Sonia, aunque él no lo sabía. Se dirigió nervioso hasta su ciclomotor y, antes de partir del aparcamiento público frente a la comisaría, realizó una llamada con el teléfono móvil.

Sonia lo esperaba desde un rato antes de que saliera del interrogatorio. En un momento dado del mismo, Montagut salió del despacho con una excusa banal y le envió un mensaje SMS con las indicaciones precisas para preparar el seguimiento con la motocicleta camuflada de la comisaría. El sargento volvió a la sala y ella salió a cumplir aquellas órdenes.

Montagut se puso en contacto con ella tan pronto como el chico salió del despacho acompañado de Flores, que aún lo entretuvo un poco. En la puerta principal, el cabo le advirtió que no contara a nadie lo que habían hablado. El sargento aprovechó para recoger un
walkie
para él, otro para Flores y las llaves de dos coches de la unidad. Ambos se dirigieron al parque móvil provincial, y Montagut dio instrucciones a Flores de no acercarse al chico y dejar que Sonia lo siguiera de cerca hasta que ella misma solicitara ser relevada en el primer puesto.

Francesc Montagut amaba su trabajo, pero se maldijo por no poder estar en casa con su mujer a la hora de la cena. Mientras esperaba detrás de Flores ante la esclusa del aparcamiento privado para coches de la policía, sintonizó el canal de radio de la región policial.

—Fluvia 0 de Códex 10, solicito salida —decía Flores por la radio.

—¿Destino, Códex 10?

—Seguimiento de sospechoso de asesinato. Este indicativo, junto a Códex 1 y Códex 11 solicitan el uso de canal directo para este operativo.

—Concedido, Códex 10, pueden utilizar el canal
direct 3
. Esta sala estará a la escucha de ese canal para resolver cualquier contingencia o requerimiento especial.

—Gracias, central.

El sargento sonrió a la noche con una mueca de delfín satisfecho. Se incorporó al tráfico de la ciudad mientras Sonia describía por radio la ruta que Jordi Vilanova seguía con su ciclomotor.

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