Congo (28 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

BOOK: Congo
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»En el siglo XX, el balance se ha desplazado de tal manera que podría decirse que la naturaleza prácticamente ha desaparecido. Las plantas silvestres son preservadas en invernaderos, los animales salvajes en parques zoológicos: ambientes artificiales creados por el hombre como recuerdo del mundo natural, antaño imperante. Pero un animal confinado en un zoo no lleva una vida natural, como tampoco el hombre lleva una vida natural en la ciudad.

»Hoy estamos rodeados por el hombre y sus creaciones. El hombre es ineludible en todas partes del globo, y la naturaleza es una fantasía, un sueño del pasado, que hace mucho ha desaparecido».

Karen Ross llamó a Elliot, que estaba comiendo.

—Es para usted —le dijo, indicando la computadora junto a la antena—. Ese amigo suyo, otra vez.

Munro sonrió.

—Ni siquiera en la jungla deja de sonar el teléfono. Elliot se acercó y miró la pantalla:

ANÁLISIS LENGUAJE COMPUTADORA REQUIERE MÁS INFORMACIÓN / ¿PUEDES PROPORCIONAR?

¿QUÉ INFORMACIÓN?
, preguntó Elliot.

MÁS INFORMACIÓN AUDITIVA / TRANSMITA GRABACIONES

Elliot escribió:
SÍ SI SE PRODUCE

GRABA FRECUENCIA 22-50.000 CICLS-CRITICL.

Elliot contestó:
ENTENDIDO

Hubo una pausa, luego apareció en la pantalla:

¿QUÉ TAL AMY?

Elliot vaciló:
BIEN

PERSONAL ENVÍA CARIÑOS
, fue la respuesta, y la transmisión se interrumpió momentáneamente.

RETENER TRANSMISIÓN.

Hubo una larga pausa.

NOTICIA INCREÍBLE
—escribió Seamans—.
HEMOS ENCONTRADO SWENSON

2
Noticias de Swenson

Por un momento, Elliot no reconoció el nombre. ¿Swenson? ¿Quién era Swenson? ¿Un error de transmisión? De pronto, se dio cuenta:
¡la señora Swenson!
La mujer que había descubierto a Amy, la que la había llevado a Estados Unidos desde África, y la había donado al zoo de Minneapolis. La mujer que estaba en Borneo desde hacía varias semanas.

SI HUBIÉRAMOS SABIDO MADRE AMY NO MUERTA POR NATIVOS.

Elliot leyó detenidamente el mensaje. Siempre había creído que la madre de Amy había sido muerta por los nativos en una aldea llamada Bagimindi. La habían matado para comerla, y Amy había quedado huérfana…

¿QUÉ SIGNIFICA?

MADRE YA ESTABA MUERTA NO COMIDA.

¿Los nativos no habían matado a la madre de Amy? ¿Ya estaba muerta?

EXPLICAR

SWENSON TIENE FOTO / ¿PUEDO TRANSMITIR?

TRANSMITE
, respondió rápidamente Elliot, nervioso.

Se produjo una pausa que pareció interminable, y luego la pantalla de vídeo recibió la transmisión, empezando de arriba hacia abajo. Mucho antes de que la foto llenara la pantalla, Elliot se dio cuenta de lo que era.

Una foto brutal del cadáver de un gorila con el cráneo aplastado. El animal yacía de lomo en un claro de tierra apisonada, presumiblemente en una aldea africana.

En ese momento, Elliot sintió que el misterio que lo preocupaba, que le había ocasionado tanta angustia todos esos meses, se solucionaba. Si hubieran podido comunicarse antes con ella…

La brillante imagen electrónica se oscureció.

Elliot se vio asaltado por un sinfín de preguntas. Había cráneos aplastados en la remota —y supuestamente deshabitada— región del Congo conocida como
kanyamagufa
, el lugar de los huesos. Pero Bagimindi era una aldea mercantil sobre el río Lubula, a más de mil quinientos kilómetros de allí. ¿Cómo habrían llegado a Bagimindi Amy y su madre?

—¿Algún problema? —preguntó Ross.

—No entiendo la secuencia. Necesito hacer algunas preguntas…

—Antes de hacerlo —dijo ella—, vuelva a ver la transmisión. Está grabada íntegramente. —Apretó la tecla de repetición.

La conversación transmitida anteriormente fue repetida. Mientras Elliot leía las respuestas de Seamans, una le llamó la atención:
MADRE YA ESTABA MUERTA NO COMIDA

¿Por qué no comieron a la madre? La carne de gorila era un alimento aceptable —preciado, en verdad— en esa parte de la cuenca del Congo.

Escribió una pregunta:

¿POR QUÉ MADRE NO COMIDA?

MADRE / CRÍA ENCONTRADAS POR LA PATRULLA EJÉRCITO NATIVO DE SUDÁN TRANSPORTÓ CADÁVER / CRÍA 5 DÍAS A BAGIMINDI PARA VENDER A TURISTAS. SWENSON ALLÍ
, fue la respuesta.

¡Cinco días! Rápidamente, Elliot escribió la pregunta importante:

¿DÓNDE ENCONTRADAS?

La respuesta vino enseguida:
ÁREA DESCONOCIDA CONGO

ESPECIFICAR.

NO HAY DETALLES
. Una breve pausa, luego:
HAY MÁS FOTOS
.

ENVIAR
, pidió Elliot.

La pantalla quedó en blanco, y luego volvió a llenarse, de arriba hacia abajo. Mostró un primer plano del cráneo aplastado de la gorila muerta. Y al lado del cráneo aplastado, una criatura pequeña y negra, acostada, con las manos y patas apretadas y la boca abierta en un alarido.

Amy.

Ross repitió la transmisión varias veces, hasta que finalmente apareció la imagen de Amy, pequeña, negra, dando un alarido.

—No es extraño que haya sufrido pesadillas —dijo Ross—. Probablemente vio cómo mataban a su madre.

—Bueno —dijo Elliot—, al menos podemos estar seguros de que no fueron gorilas los que lo hicieron. No se matan entre sí.

—En este momento —dijo Ross— no podemos estar seguros absolutamente de nada.

La noche del 21 de junio fue tan tranquila que a las diez apagaron las luces infrarrojas nocturnas para ahorrar energía. Casi de inmediato percibieron un movimiento en el follaje que circundaba el campamento. Munro y Kahega apuntaron sus armas. El rumor aumentó, y oyeron un extraño ruido, como un suspiro o una especie de resuello.

Elliot también lo oyó, y se estremeció: era el mismo sonido grabado en las cintas de la primera expedición al Congo. Encendió el magnetófono y apuntó el micrófono en esa dirección. Todos estaban tensos, alertas, expectantes.

Pero durante la hora siguiente, nada sucedió. El follaje se movía alrededor de ellos, pero no vieron nada. Luego, poco antes de la medianoche, el perímetro electrificado estalló en chispas. Munro apuntó y disparó. Ross conectó las luces nocturnas y el campamento se vio bañado en un rojo profundo.

—¿Han visto algo? —preguntó Munro—. ¿Han visto lo que era?

Todos negaron con la cabeza. Nadie había visto nada. Elliot oyó la cinta. Sólo había registrado los disparos de las armas, y el sonido de las chispas. La respiración, no.

El resto de la noche pasó sin novedad.

DÍA 10
ZINJ

22 de junio de 1979

1
Regreso

La mañana del 22 de junio amaneció brumosa y gris. Peter Elliot se despertó a las seis y encontró que todos ya estaban levantados y activos. Munro recorría el perímetro del campamento con las ropas empapadas hasta el pecho debido a la humedad del follaje. Saludó a Elliot con tono de triunfo, y señaló el suelo.

Allí se veían huellas frescas. Eran profundas y cortas, de forma más bien triangular, y había un espacio amplio entre el dedo gordo y los cuatro restantes, tan amplio como el espacio entre el pulgar humano y los otros dedos.

—Decididamente no es humano —dijo Elliot, agachándose para mirar de cerca.

Munro no dijo nada.

—Una especie de primate.

Munro no dijo nada.

—No puede tratarse de un gorila —decidió Elliot por fin. Se incorporó. La comunicación por vídeo de la noche anterior había reforzado su creencia de que los gorilas no estaban involucrados. Los gorilas no mataban a otros gorilas de la manera en que lo habían hecho con la madre de Amy.

—No puede tratarse de un gorila —repitió.

—Es un gorila, sin duda. Fíjese en esto. —Munro indicó otra área de la tierra blanda. Había cuatro hendiduras en hilera—. Éstos son nudillos, lo que indica que caminan a cuatro patas.

—Pero los gorilas son animales tímidos que por la noche duermen y eluden todo contacto con los hombres.

—Dígaselo al que dejó estas huellas.

—Son demasiado pequeñas para pertenecer a un gorila —afirmó Elliot. Examinó la cerca, donde había ocurrido el cortocircuito la noche anterior. En la tela metálica se veían pelos grises—. Y los gorilas no tienen el pelo gris.

—Los machos sí —dijo Munro—. Los de lomo plateado.

—Sí, pero el plateado del lomo es más blanco que este tono. Esto es claramente gris. —Vaciló—. A lo mejor es un
kakundakari
.

Munro lo miró con desprecio.

El
kakundakari
era un primate que supuestamente habitaba en el Congo, aunque su existencia era muy controvertida. Como el yeti de Himalaya y el bigfoot de América del Norte, había sido visto pero nunca capturado. Existía un sinfín de historias nativas acerca de un mono velludo de dos metros de estatura que caminaba sobre las patas traseras y que en todos sentidos se comportaba como un hombre.

Muchos científicos respetados creían que el
kakundakari
existía; tal vez recordaban a las autoridades que en alguna oportunidad habían negado la existencia de los gorilas.

En 1774, Lord Mondoboddo escribió, refiriéndose al gorila: «Este maravilloso y temible producto de la naturaleza camina erguido, como el hombre; tiene de dos metros treinta a tres metros de altura… y es sorprendentemente fuerte, está cubierto de pelo largo, negro como el ébano, en todo el cuerpo, es más largo en la cabeza; su cara es más humana que la del chimpancé, pero negra, y no tiene cola».

Cuarenta años después, Bowditch describió al mono africano diciendo: «Por lo general mide un metro cincuenta de estatura y el ancho de su pecho es de casi un metro; se decía que sus garras eran más desproporcionadas que el ancho total de su cuerpo y un golpe asestado por ellas era fatal». Pero ya en 1847, Thomas Savage, un misionero africano, y Jeffries Wyman, un anatomista de Boston, publicaron un trabajo describiendo a «una segunda especie del África… no reconocida por los naturalistas» que ellos proponían denominar con el nombre de
Troglodytes gorilla
. Su anuncio causó una enorme excitación entre los miembros de la comunidad científica y hubo algaradas en Londres, París y Boston para conseguir esqueletos. Para 1855 ya no quedaban dudas: una segunda especie de mono muy grande existía en África.

En este siglo se han descubierto nuevas especies animales en la selva ecuatorial: el jabalí azul en 1944 y el urogallo de pecho rojo en 1961. Era perfectamente posible que existiera un primate raro, oculto en las profundidades de la jungla. Pero todavía no había evidencias para el
kakundakari
.

—La huella es de gorila —insistió Munro—. O más bien, de un grupo de gorilas. Están en todas partes alrededor de la cerca del perímetro. Han estado reconociendo nuestro campamento.

—Reconociendo nuestro campamento —repitió Elliot, sacudiendo la cabeza.

—Así es —dijo Munro—. Fíjese en las malditas huellas.

Elliot sintió que se le acababa la paciencia. Dijo algo desagradable acerca de las leyendas contadas alrededor de la fogata por los cazadores blancos, y Munro replicó con algo desagradable acerca de esas personas que creen saberlo todo porque han leído muchos libros.

En ese momento, los colobos sobre sus cabezas empezaron a gritar y sacudir las ramas de los árboles.

Encontraron el cuerpo de Malawi justo fuera del campamento. El porteador había ido a un arroyo cercano en busca de agua cuando lo sorprendieron y lo mataron. Los cubos plegables yacían en el suelo, a su lado. Le habían aplastado los huesos del cráneo; tenía la cara hinchada y desfigurada, y la boca abierta.

El grupo se sintió muy impresionado por la forma en que el hombre había muerto. Karen Ross dio vuelta la cara, asqueada; los porteadores se apiñaron alrededor de Kahega, que intentó consolarlos; Munro se agachó para examinar las heridas.

—Observen estas zonas aplastadas; es como si le hubieran apretado la cabeza con algo…

Munro pidió entonces las paletas de piedra que el día anterior Elliot había encontrado en la ciudad. Miró a Kahega.

Kahega, muy erguido, dijo:

—Jefe, nos vamos a casa, ahora.

—Eso no es posible —dijo Munro.

—Nos vamos a casa. Debemos ir a casa, uno de nuestros hermanos ha muerto, debemos tener la ceremonia para su mujer e hijos, jefe.

—Kahega…

—Jefe, debemos irnos ahora.

—Kahega, hablemos. —Munro se incorporó, rodeó a Kahega con el brazo y lo llevó aparte, al otro lado del claro. Hablaron en voz baja durante varios minutos.

—Es horrible —dijo Ross. Parecía sinceramente afectada, humanamente dolida, y Elliot instintivamente se volvió para consolarla, pero ella prosiguió—: Toda la expedición se está desintegrando. Es horrible. Tenemos que mantenernos juntos de alguna manera, o
nunca
encontraremos los diamantes.

—¿Es eso todo lo que le importa?

—Bien, tenemos un seguro que…

—Por el amor de Dios —la interrumpió Elliot.

—Usted también está molesto porque ha perdido a su maldita mona —dijo Ross—. Ahora compórtese. Nos están mirando.

Era cierto que los Kikuyus estaban observando a Ross y a Elliot, tratando de percibir sus sentimientos, pero sabían que las verdaderas negociaciones eran entre Munro y Kahega, que estaban lejos. Varios minutos después regresó Kahega, restregándose los ojos. Habló rápidamente con los hermanos que le quedaban, y ellos asintieron. Volvió a donde estaba Munro.

—Nos quedamos, jefe.

—Muy bien —dijo Munro, recobrando de inmediato su acostumbrado tono autoritario—. Trae las paletas.

Cuando se las trajeron, Munro las colocó a ambos lados de la cabeza de Malawi. Encajaban exactamente en las hendiduras semicirculares de la cabeza.

Munro dijo entonces algo en swahili a Kahega, y éste habló con sus hermanos, que asintieron. Sólo entonces Munro dio el siguiente paso, que fue terrible. Levantó los brazos, apartándolos, y dejó caer las paletas con todas sus fuerzas sobre el cráneo aplastado. El ruido sordo fue escalofriante. Gotitas de sangre salpicaron su camisa, pero no ocasionó más destrozos en el cráneo.

—Un hombre no tiene la fuerza necesaria para hacer esto —dijo Munro secamente. Levantó la vista para mirar a Peter Elliot—. ¿Quiere probar?

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