—Pero eso que hace es un suicidio.
—Y yo me uniré a él en la fabulosa otra vida —repuso la dama solámnica— a menos que encontremos alguna otra cosa que lanzar contra el dragón desde lejos.
—Vamos a la bodega —instó Usha—. Hay lanzas.
—Entonces démonos prisa.
—¡Ampolla! —oyeron rugir a Rig mientras se encaminaban abajo—. Olvida la honda. ¡No sirve de nada! ¡Ve al timón! ¡Haz que nos alejemos!
El marinero apuntaba con la enorme ballesta y disparaba saetas contra el enorme dragón marino. No estaba acostumbrado a aquella arma, pero tras algunos disparos ya había empezado a apuntar mejor.
Ahora, a una buena distancia del
Narwhal que
retrocedía, Dhamon se mantuvo a flote en el agua y sostuvo la espada por encima de la cabeza mientras el dragón se alzaba por encima de la superficie, para luego dejarse caer con fuerza. Una lluvia de agua caliente roció a Dhamon. Apretó los dientes para no gritar. La testa del animal volvió a alzarse, los ojos fijos en el hombre que nadaba. Las fauces se abrieron otra vez y soltaron un nuevo chorro abrasador de vapor.
Dhamon se sumergió justo a tiempo de evitar lo más recio del ataque; pero el agua estaba ardiendo, y tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para mantenerse consciente y no soltar el arma.
Resuelto, el caballero contuvo la respiración y se impelió al frente. «¡Más cerca! —se ordenó interiormente Dhamon—. ¡Más cerca! ¡Ahí!» Hundió la espada en el cuello del dragón con todas sus fuerzas, y el acero se abrió paso por entre las escamas de un verde negruzco y le produjo una herida.
¡Aguijoneado por un humano! Piélago aulló asombrado. La espada no le había hecho daño en realidad; resultaba más bien molesta. Sin embargo, el dragón rugió enfurecido ante el hecho de que algo tan insignificante osara enfrentarse a él. Otro hombre nadaba también hacia allí. Era un hombre de mayor tamaño y sería el primero al que devoraría.
Piélago se hundió más, a la vez que su primer atacante extraía la espada de su garganta y volvía a clavarla. El dragón dobló la cabeza a un lado y lanzó el cuello al frente, con las fauces bien abiertas.
En la cubierta del
Narwhal,
Ampolla hizo girar el timón y consiguió alejar la proa del barco de la criatura, justo mientras Rig hacía girar la balista para obtener un mejor ángulo de tiro.
Jaspe se encontraba detrás de ella en la cubierta, sujetando con fuerza el Puño y con los ojos fijos en el dragón.
—No sé nadar —decía—. Me hundiría como una piedra. ¡Groller!
El enano divisó al semiogro. Estaba agarrado a una púa del lomo de Piélago, espada en mano, asestando cuchilladas al reptil. También Rig descubrió a Groller e hizo girar la balista.
—¡Ampolla! —gritó el marinero—. ¡Vira en dirección al dragón!
—¡Creía que querías alejarte!
—¡Cambio de planes! —replicó él a todo pulmón—. Acércanos más. —Groller había forzado el cambio de planes, se dijo el marinero. Rig no arriesgaría la vida por Dhamon Fierolobo; no pondría el barco en peligro por aquel hombre. Pero Groller era otra cosa—. ¡Más cerca!
Usha y Fiona ascendieron corriendo a cubierta con los brazos cargados de lanzas sacadas del arsenal. Las seguían una docena de hombres, igual de cargados.
—El dragón —murmuró Usha incrédula—. Nos dirigimos hacia él en lugar de alejarnos.
—Será más fácil darle si estamos más cerca —observó la solámnica. Se detuvo ante la barandilla y afirmó los pies en el suelo, empuñando una lanza en cada mano—. De una en una —indicó a Usha. Acto seguido, las lanzas salieron despedidas de sus manos en dirección al enorme dragón marino. Usha le entregó dos nuevas lanzas, mientras preparaba otro par.
Los otros se unieron a ellas, intentando inútilmente herir al monstruo.
—¡Oh, no! —dijo Jaspe.
El dragón volvía a alzarse del agua, preparándose para otra zambullida. El inmenso corpachón desapareció bajo las aguas a toda velocidad lanzando una lluvia de agua hirviendo sobre la cubierta del
Narwhal.
Bajo la superficie, el cuerpo del reptil se retorció y arrojó lejos de sí al hombre; luego rugió, enfurecido, giró la testa y lanzó un chorro de vapor en dirección al semiogro, justo cuando Groller salía a la superficie cerca del barco. Piélago escuchó el tenue grito del hombre, alcanzado por los extremos de la bocanada de calor, y se permitió unos instantes de cólera al comprender que su adversario no se encontraba lo bastante cerca para que el calor lo eliminara; entonces sintió otra cuchillada en el cuello. El hombre de cabellos negros había regresado. El dragón se sumergió a mayor profundidad.
La espada de Dhamon estaba clavada en el cuello de Piélago, las manos del caballero bien cerradas sobre la empuñadura.
El monstruo marino sabía que el hombre moriría ahora. Carecía de las orejas puntiagudas de los dimernestis y no podía respirar en el agua.
El dragón descendió hasta el fondo, y Dhamon se sujetó con desesperación a la espada, que seguía enterrada en la garganta de la criatura.
En la superficie, junto a la barandilla del
Narwhal
Rig tendió una pértiga al apaleado semiogro. Groller extendió una mano a lo alto y se agarró a ella para que lo subieran a cubierta.
El marinero miró fijamente a su amigo.
—Estoy bien —le dijo éste. Estaba escaldado y magullado y había estado muy cerca de la muerte, pero seguía vivo—. In... tenté ayudar a Dhamon. —Se frotó los ojos para eliminar el agua salada, y entonces vio a
Furia
y a Jaspe que se acercaban—. Jas... pe buen sanador. Jas... pe, cúrame otra vez.
—¿Dónde está Dhamon? —refunfuñó Rig—. ¿Dónde está el maldito dragón?
Bajo las olas, Dhamon luchaba por mantenerse consciente. Le dolían los pulmones y le zumbaba la cabeza, pero obligó a sus manos a tirar de la espada hasta soltarla una vez más, y así volver a clavarla en el dragón marino. Piélago era mucho mayor que Ciclón, y su piel mucho más gruesa, pero el caballero había estado atacando el mismo punto una y otra vez. Había conseguido agujerear las escamas y que finalmente la herida sangrara bastante; negro como la sangre del Dragón de las Tinieblas, el viscoso líquido se arremolinaba a su alrededor, enturbiándole la vista.
Hundió más el acero, y el dragón se encogió sobre sí mismo. Levantó el cuello y lo dejó caer con fuerza contra una repisa de coral para aplastar a Dhamon entre su cuerpo y el coral. El caballero se quedó sin el poco aire que quedaba en sus pulmones, y sus manos soltaron la empuñadura.
Piélago alzó el cuello y sintió dolor en el punto en el que estaba incrustada la espada. El hombre yacía inmóvil, listo para ser devorado. Pero primero el dragón pensaba hundir la nave. Luego regresaría a ocuparse de este hombre... y de la fastidiosa mujer que llevaba la corona.
Ante todo destruiría el barco, antes de que pudiera alejarse. Mataría a todos los ocupantes de la embarcación, los devoraría uno a uno, para saborear su carne insolente. Piélago se apartó y salió disparado hacia la superficie; asomó por entre las olas a varios metros del
Narwhal.
—¡Ahí esta el dragón! —tronó Rig—. Todo a babor, Ampolla. ¡Ahora! ¡Todo a babor!
La kender obedeció.
—Buen sana... dor —dijo el semiogro, que estaba recostado contra la base de la balista.
El enano había usado su magia curativa para aliviar el dolor de las ampollas que cubrían el cuerpo de Groller. El lobo permanecía junto al semiogro, golpeando la cubierta con la pata y paseando la mirada de su compañero al dragón.
—No —dijo el semiogro al lobo—. No voy a na... dar otra vez.
—¡Tal vez tendremos que nadar todos! —gritó Rig—. ¡A menos que Ampolla consiga alejarnos más! ¡A babor!
—¡Lo intento! —respondió la kender tan alto como pudo—. ¡Pero el dragón es sumamente veloz!
Piélago alcanzó el costado del
Narwhal
y alzó la testa por encima de la cubierta para observar a los hombres que se movían por ella. Fiona y los otros continuaron arrojando lanzas contra la criatura, pero casi todas rebotaban en el grueso pellejo del monstruo.
—¡El dragón es demasiado veloz! ¡Y demasiado enorme! —protestó Ampolla al contemplar más de cerca al ser.
La cola del reptil se arrolló a la barandilla, la sujetó con fuerza y ladeó la nave. El movimiento amenazó con arrojar a Fiona, Usha y a la tripulación por la borda.
—¡El mástil! —chilló la dama solámnica a Usha y a los otros—. ¡Subid a él! ¡Agarraos a él! —Antes de que Usha y los otros pudieran responder, Fiona sacó su espada y empezó a atacar el trozo de la cola del dragón que tenía a su alcance.
—¡Vamos! —Uno de los antiguos esclavos ayudó a Usha a trepar por la empinada cubierta inclinada, donde la mujer aceptó la mano que le tendía Jaspe.
El enano y Groller estaban agarrados a las jarcias y ayudaban a los otros a encontrar cosas a las que sujetarse.
Furia
hacía todo lo posible por mantenerse en pie, pero resbalaba en dirección a la barandilla. Usha agarró al lobo y perdió el equilibrio, y fue Groller quien consiguió ponerlos a salvo tanto a ella como al animal. El lobo se restregó contra la mujer, y todos contemplaron al dragón.
—Jamás pensé que todo terminaría así —musitó Usha—, tan lejos de Palin.
—No ha acabado todavía —afirmó Jaspe—. Ha llegado la hora de que tome parte en la lucha. —El enano tragó saliva y soltó la cuerda que sujetaba. Resbaló hacia la barandilla, con el Puño de E'li bien sujeto en una mano.
El enano llegó junto a Fiona en el mismo instante en que la testa de Piélago se elevaba por encima del mástil, con las fauces abiertas. Un chorro de vapor brotó de su garganta, y una pequeña parte de la ráfaga cayó sobre el enano, la dama solámnica y Rig.
Un dolor insoportable embargó a Jaspe. Era igual que si estuviera ardiendo. Sintió cómo su piel se cubría de ampollas y los ojos le ardían, y comprendió que, si el dragón volvía a lanzar su aliento, todos perecerían. El cetro que sujetaba se tornó increíblemente caliente, y las tiras de metales preciosos incrustadas en él le quemaron la piel; pero se negó a soltar el arma, se negó a ceder ante el dolor.
Sobre la cubierta cayó un chorro de agua oscura. El enano se dio cuenta de que era sangre al descubrir la larga espada que sobresalía del cuello del dragón.
—Así que puedes sangrar —masculló Jaspe—. Eso significa que puedes morir.
A su derecha, Fiona intentó golpear la cola de Piélago. También su piel estaba cubierta de ampollas, aunque no parecía que el dolor la achicara.
—Puedes morir —repitió Jaspe, al tiempo que lanzaba una mirada furiosa al dragón.
El enano se concentró en el Puño, recordó lo que Usha había dicho sobre sus poderes. «Encuentra el poder de matar», se dijo. Luego cerró los ojos para que no lo distrajera la contemplación de la bestia, que se hallaba cada vez más cerca. El putrefacto olor ya era bastante malo. «¡Tenía que encontrar ese poder! ¡Encontrar ese...!»
De improviso los dedos del enano se quedaron helados, y el gélido frío ascendió hasta sus brazos. Sus dientes castañetearon. Empezó a temblar de modo incontrolable, mientras los dedos que sujetaban el cetro se aflojaban ligeramente. Y entonces la sensación de estar congelándose empezó a desvanecerse.
—¡Es el poder! —exclamó Jaspe al tiempo que levantaba el Puño de E'li. Sentía un frío terrible, pero consiguió golpear con el cetro la mandíbula del dragón justo cuando éste bajaba la cabeza para engullirlo.
La criatura se echó hacia atrás, se estremeció y rugió, un alarido casi humano que ahogó los gritos de todos los que estaban a bordo. Piélago contempló a Jaspe con ojos entrecerrados. Volvió a abrir las fauces y, con un golpe de la cola contra la cubierta, lanzó a Fiona por encima de la borda. Luego se abalanzó sobre el enano.
—¡Otra vez! —Jaspe volvió a blandir el cetro. El enano se sintió tan abrumado por el frío, que temió desmayarse por su culpa. Notaba los miembros entumecidos, y el helor lo atontaba; no obstante, al mismo tiempo se sentía fuerte. «Silvanos, el rey elfo, empuñó esta arma», se dijo. Si un elfo podía soportar este frío, un enano también podía.
»
¡Puedes morir! —Volvió a levantar el cetro, lo descargó otra vez y esta vez asestó un violento golpe a la garganta de la bestia.
Entonces el dragón volvió a alzarse sobre el barco, se alzó más, se balanceó... y se desplomó de espaldas, lejos del
Narwhal.
—¡Muere! —volvió a chillar Jaspe.
—¡Ampolla, todo a estribor! —bramó Rig—. ¡Embístelo con el espolón, Ampolla! ¡Embístelo antes de que se vaya al fondo!
—Primero a babor luego a estribor, luego babor, luego estribor —farfulló la kender mientras giraba con fuerza el timón—. Decídete de una vez o ven a manejar el barco tú mismo.
Las cuadernas del
Narwhal
crujieron.
—¡Sujetaos a cualquier cosa! —indicó Rig a todos los que estaban en cubierta—. Vamos a...
El resto de las palabras del marinero quedaron ahogadas cuando el bauprés alcanzó al dragón y penetró en la parte inferior de su vientre como una lanza.
Groller, que gateaba en dirección a proa, fue el primero en ducharse con la sangre del dragón. Se frotó los ojos para limpiarlos.
El enorme dragón marino echó la testa hacia atrás y luego la lanzó al frente para golpear el barco. Las mandíbulas se cerraron sobre el mástil, al que partió en dos al mismo tiempo que enviaba a Usha, a
Furia
y a varios de los otros tripulantes dando tumbos hacia popa.
La criatura volvió a erguirse, pero su cuerpo se sacudió presa de convulsiones, en tanto que la cola se retorcía. La sangre manaba abundante de la herida causada por el
Narwhal,
y chorreaba también por la herida que el dragón tenía en el cuello, donde la espada seguía clavada. Gracias al cetro, el cuerpo de Piélago estaba inundado de escalofríos.
El cuello del animal golpeó contra el agua, y el impacto amenazó con hacer zozobrar la nave.
Luego el dragón marino sintió que se hundía, y su primer pensamiento fue de alivio por volver a estar bajo el agua y libre del barco. Un frío intenso embargó a Piélago. La cola se quedó rígida. El dragón marino parpadeó y sus ojos se cerraron al tiempo que el espinoso lomo se posaba sobre la arena. El pecho se alzó y descendió una vez más, y luego quedó inmóvil.
—
¡Furia! -
-Groller indicó al lobo que se acercara, y sus largos brazos rodearon al animal.
Furia
tenía el costado ensangrentado allí donde el palo mayor lo había golpeado—. Jas... pe arreglará —explicó Groller a su camarada—. Jas... pe arreglará.