Fowler apretó los dientes con una rabia fría, ante la megalomanía de Cirin, o de quienquiera por encima de él —tal vez el Papa en persona— que hubiera decidido el destino del Arca. Lo que le estaba pidiendo iba más allá del compromiso que pesaba sobre su vida como dos losas de piedra. Los riesgos de aquella misión eran incalculables.
—Nosotros la guardaremos —insistió Cirin—. Nosotros sabemos esperar.
Fowler asintió.
Iría a Jordania.
Pero él también era capaz de tomar sus propias decisiones.
L
A
EXCAVACIÓN
Desierto de Al Mudawwara, Jordania
Jueves, 20 de julio de 2006. 09.23
—Despierta, curita.
Fowler recuperó poco a poco el sentido sin saber dónde se encontraba, sólo que le dolía todo el cuerpo. Sentía los brazos inmovilizados con unas esposas por encima de la cabeza, y por lo que notaba a su espalda debía de estar amarrado a la pared del cañón.
Al abrir los ojos comprobó que no se equivocaba, así como tampoco al reconocer la voz que lo instaba a despertarse. Torres estaba frente a él, y mostraba algo que al sacerdote lo asustaba mucho.
Una enorme sonrisa.
—Sabes, sé que me entiendes —dijo el mercenario, en español—. Y prefiero hablarte en mi idioma. Domino mucho más sus sutilezas.
—No hay demasiada sutileza en tu organismo —le respondió el cura también en castellano.
—Te equivocas, cura. Al contrario. Una de las cosas por las que me hice famoso en mi Colombia natal es por cómo he sabido siempre usar los elementos a mi favor. Pequeños amigos que hagan mi trabajo.
—Fuiste tú quien puso los escorpiones en el saco de la señorita Otero —dijo Fowler intentando tirar discretamente de las esposas. No sirvió de nada. Estaban clavadas firmemente a la roca con varias espiguillas de acero.
—Aprecio tus afanes, curita. Pero por más que jales no se moverán —dijo Torres, que advirtió los esfuerzos de Fowler—. Pues sí, yo quería arreglar a la chapetona
[30]
, pero no salió bien. Como te iba diciendo, debía esperar a nuestro amigo Alryk pero creo que nos dejó metidos. Se debe estar dando el lote con las dos furcias de tus amigas. Espero que haya sido antes de volarles la chola. La sangre es terriblemente difícil de sacar de los uniformes.
Fowler dio un tirón involuntario de la cadena. Estaba ciego de rabia, y por un instante no pudo controlarse.
—¡Ven aquí, Torres! ¡Ven aquí!
—Ey, ey,
¿quihubo?
—dijo el otro disfrutando de la furia en el rostro de Fowler—. Me gusta verte tan emputecido. A mis amigas les va a encantar.
El sacerdote siguió la dirección en la que señalaba el dedo del mercenario. A poca distancia de sus pies había un pequeño montículo en la arena. Unas formas rojas se agitaban en su cúspide.
—
Solenopsis catusianis,
¿sabes? No tengo ni idea de latín, pero sé que son unas hormigas de lo más perracas
[31]
. Ha sido una suerte encontrar un nido tan cerca, porque me encanta verlas camellar
[32]
y desde hace mucho no he podido…
El mercenario se agachó y cogió una piedra. Jugueteando con ella, retrocedió varios pasos.
—Pero hoy nos lo vamos a pasar vaina, ¿eh, curita? Porque estas tienen unos dientes de cagarse, pero eso no es lo más chévere. Es cuando te agarran con el aguijón y te inyectan el veneno. Déjame que enseñe.
Echó el brazo hacia atrás y levantó una rodilla, parodiando el gesto típico de los lanzadores de béisbol. Soltó la piedra, que voló derecha al montículo haciéndolo pedazos.
Fue como si una masa roja y pulsante cobrase vida sobre la arena. Las hormigas comenzaron a agitarse en todas direcciones, saliendo del nido a centenares por segundo. Torres retrocedió un poco más y volvió a lanzar una piedra, esta vez en arco. La piedra aterrizó a media distancia entre Fowler y el nido. La masa roja se quedó quieta durante un segundo y luego abalanzó sobre la piedra, haciéndola desaparecer.
Torres se echó aún más atrás, muy despacio, y arrojó otra piedra, que quedó a menos de medio metro de Fowler. De nuevo se repitió la fagocitación de la piedra, y la masa pulsante quedó a veinte centímetros de los pies del sacerdote. Éste incluso podía oírlas crepitar, un sonido repugnante y aterrador como el agitar de una bolsa de papel llena de uñas cortadas.
Se guían por el movimiento. Ahora tirará otra piedra cerca de mí, y luego intentará que me mueva. Si lo hago, se acabó,
pensó Fowler.
Así sucedió. Una tercera piedra cayó a los pies del sacerdote, y las hormigas la cubrieron enfurecidas. Poco a poco las botas de Fowler fueron quedando sumergidas por la marea de hormigas que no paraba de vomitar el nido. Torres tiró varias piedras al centro de la masa, que se agitó y removió mientras el olor desprendido por los insectos aplastados enfurecía aún más al resto.
—Lo llevas fregado, curita —dijo Torres.
El mercenario lanzó otra piedra, pero esta vez no estaba dirigida al suelo. Ésta iba derecha a la cabeza de Fowler. Falló por medio centímetro y cayó en el centro de la marea roja, que se agitó en círculos concéntricos.
Torres se agachó de nuevo y escogió una piedra más pequeña y manejable. Apuntó cuidadosamente y soltó el brazo. El proyectil acertó a un lado de la frente del sacerdote, de la que brotó un hilo de sangre. Fowler reprimió una mueca de dolor.
—Ah, ya te ablandarás, curita. Pienso estar así toda la mañana.
El mercenario se agachó de nuevo en busca de munición, pero tuvo que desistir porque su walkie-talkie comenzó a sonar.
—Torres, aquí Dekker. ¿Dónde cojones estás?
—Haciéndome cargo del cura, señor.
—Deja eso para Alryk, que estará al llegar. Se lo prometí, y como dijo Schopenhauer, un gran hombre toma sus promesas por leyes divinas.
—
Roger,
señor.
—Hazte cargo de Nido 1.
—Con todo respeto, no es mi turno, señor.
—Con todo el respeto, como no estés en Nido 1 en menos de treinta segundos iré a buscarte y te sacaré la piel a tiras. ¿Me copias?
—Le copio, comandante.
—Me alegra oírlo. Corto y cierro.
Torres volvió a colocarse el walkie en el cinturón y comenzó a andar muy despacio hacia atrás. Las hormigas no le prestaron atención.
—Ya lo has oído, curita. Desde la explosión sólo somos cinco, así que vamos a demorar la vaina un par de horas, pero cuando me regrese estarás más blandito. Nadie puede aguantar tanto rato sin moverse.
Fowler vio cómo Torres doblaba el recodo de la pared del cañón en dirección a la entrada, pero el alivio no le duró mucho.
Algunas de las hormigas comenzaron a trepar por sus botas y se aventuraron por la pernera del pantalón.
I
NSTITUTO
M
ETEOROLÓGICO
A
L
-Q
ÃHIRA
El Cairo, Egipto
Jueves, 20 de julio de 2006. 09.56
Aún no eran las diez y la camisa blanca del funcionario del IMAQ mostraba unos profundos cercos de sudor que estaban a punto de unirse bajo su corbata. Llevaba toda la mañana al teléfono haciendo un trabajo que normalmente correspondería a otro, pero a aquellas alturas del verano todo el mundo que era alguien estaba en Sharm-El-Sheik fingiendo ser un experto buceador.
Sin embargo aquella tarea no podía ser pospuesta. La fiera que andaba suelta era demasiado peligrosa.
Por trigésima cuarta vez desde que había confirmado las lecturas de sus dispositivos, el funcionario descolgó el auricular y llamó a otro de los puntos afectados.
—Práctico de Aqaba.
—
Salaam aleikum,
soy Jawar Ibn Dawud, del Instituto Meteorológico Al-Qahira.
—Aleikum Salaam.
Jawar, soy Najjar —aunque los dos hombres no se habían visto nunca, habían hablado por teléfono una docena de veces—. ¿Puedes llamar dentro de unos minutos? Tengo una mañana liada.
—Escucha, esto es importante. Esta madrugada hemos detectado una masa de aire caliente como el infierno que va en vuestra dirección.
—Un simún, ¿eh? ¿Pasará por aquí? Mierda, tengo que llamar a mi mujer para que quite la ropa del tendedero.
—Será mejor que dejes de bromear. Este es uno de los más grandes que he visto nunca. Los gráficos se salen de la escala. Es muy, muy peligroso.
El funcionario casi pudo escuchar al práctico del puerto tragando saliva al otro lado del teléfono. Como todos los jordanos había aprendido a respetar y temer al simún, el viento mata hombres. Una tormenta de arena de movimientos circulares, que viajaba a 160 kilómetros por hora con vientos a
56
grados de temperatura. Los que tenían la desgracia de que un simún con toda su fuerza los cogiese a campo abierto morían instantáneamente de un paro cardíaco provocado por el golpe de calor. El súbito descenso de la humedad de sus cuerpos dejaba carcasas vacías y secas en el lugar donde minutos antes había un ser humano. Por suerte las modernas técnicas de detección permitían alertar a la población civil con algo de tiempo cuando el fenómeno se producía.
—Vaya. ¿Tienes un vector? —dijo el práctico, con la preocupación ahora sí patente en la voz.
—Salió del Sinaí hace unas horas. Creo que en Aqaba os tocará de refilón. Se alimentará de las corrientes de convención y explotará como una bomba en vuestro desierto Central. Tienes que hacer llamadas y que la gente haga llamadas.
—Ya sé cómo funciona la cadena, Jawar, gracias.
—Tú procura que hasta la noche nadie salga en barco, ¿vale? De lo contrario tendrás que recoger un montón de momias por la mañana.
Con disgusto, el funcionario colgó el teléfono.
I
NTERIOR
DE
LA
CUEVA
Desierto de Al Mudawwara, Jordania
Jueves, 20 de julio de 2006. 11.07
Con un enorme esfuerzo, David empujó la cabeza de la perforadora a través de la abertura por última vez. Acababan de abrir una ranura de dos metros de ancho por nueve centímetros de alto, y gracias al Eterno el techo de la cámara al otro lado del muro no se había desplomado, aunque había habido algún ligero temblor causado por las vibraciones de la perforadora.
Las piedras ahora eran removibles con las manos desnudas, sin mayor esfuerzo para separarlas que el que haría falta para partir en dos una manzana. Levantarlas y apartarlas era otra cuestión, pues había muchísimas.
—Llevará al menos otro par de horas, señor Kayn.
El multimillonario había bajado a la cueva hacía media hora, al filo del mediodía. Se había colocado en una esquina, con ambas manos detrás de la espalda como era costumbre en él, y simplemente se había quedado mirando, aparentemente tranquilo. Había temido la experiencia del descenso al pozo, pero sólo a nivel racional. Llevaba toda la noche preparándose mentalmente, y no había sentido la compulsión atemorizada que le atenazaba el pecho. Su pulso se había acelerado, cierto, pero no más de lo que sería normal en un anciano de setenta y seis años que hiciese el primer descenso en arnés de su vida.
No entiendo por qué estoy tan bien. ¿Es la cercanía del Arca lo que me cura? ¿O es este hermoso y estrecho útero, este pozo caluroso el que me calma y me acoge?,
se dijo Kayn.
Russell se acercó a él y le murmuró unas frases acerca de ir a buscar algo a su tienda. El multimillonario asintió, distraído en sus propios pensamientos, aunque no lo bastante como para no enorgullecerse de haberse liberado de la dependencia de Jacob. Lo quería como a un hijo, y le estaba muy agradecido por su abnegación, pero apenas podía recordar cuándo había podido pasar un rato sin Jacob al otro lado de la puerta, dispuesto a ofrecer una mano amiga o un sabio consejo. Cuánta paciencia había tenido el joven con él.
Si no fuera por Jacob, nada de todo esto habría sucedido.
T
RANSCRIPCIÓN
DE
LA
COMUNICACIÓN
MANTENIDA
ENTRE
LA
TRIPULACIÓN
DE
LA
B
EHEMOT
Y
J
ACOB
R
USSELL
EL
20
DE
JULIO
MOISÉS
1: Behemot, aquí Moisés 1, ¿me recibe?
BEHEMOT
: Aquí Behemot. Buenos días, señor Russell.
MOISÉS
1: Hola, Thomas. ¿Cómo se encuentra?
BEHEMOT
: Ya lo sabe, señor. Muchísimo calor, pero creo que los que hemos nacido en Copenhague nunca tenemos bastante de eso. ¿En qué puedo ayudarle?
MOISÉS
1: Thomas, el señor Kayn necesitará aquí el BA-609 dentro de media hora. Haremos una recogida de urgencia. Dígale al piloto que cargue el máximo de combustible.
BEHEMOT
: Señor, me temo que va a ser imposible. Hemos recibido una llamada del práctico del puerto indicando que hay una enorme tormenta de arena entre ustedes y nosotros. Han prohibido el tráfico aéreo hasta las 18.00 horas.
MOISÉS
1: Thomas, acláreme una cosa, por favor. ¿En el costado de su barco lleva usted pintado el símbolo del práctico del puerto de Aqaba o el logo de Kayn Industries?
BEHEMOT
: El de Kayn Industries, señor.
MOISÉS
1: Ya me parecía. ¿Y ha oído por casualidad el nombre de la persona que necesita aquí el BA-609?
BEHEMOT
: Ejem, sí, señor. El señor Kayn.
MOISÉS
1: Bien, Thomas, pues tenga la amabilidad de cumplir la orden que le he dado o usted y toda la tripulación de esa bañera se verán en la calle antes de un mes. ¿Me he expresado con claridad suficiente?
BEHEMOT
: Meridiana, señor. El avión va hacia allí, señor.
MOISÉS
1: Siempre es un placer, Thomas. Corto y cierro.
H
UQAN
Comenzó alabando el nombre de Alá el sabio, el santo, el misericordioso, el que le daría la victoria frente a sus enemigos. Lo hizo postrado en el suelo, sin más vestidura que una túnica blanca cubriendo su cuerpo. Frente a él había una palangana con agua.
Para estar seguro de que el agua alcanzase la piel bajo el metal, se quitó un anillo de oro blanco, regalo de su hermandad con la fecha en la que había terminado los estudios. Después se lavó ambas manos hasta las muñecas, poniendo énfasis en la piel entre los dedos.