Cuando Marit cerró la puerta, Kerstin se sentó a la mesa de la cocina. Respiraba de forma acelerada y jadeante, como si hubiese estado corriendo. Y, en cierto modo, quizá fuera así. Corriendo en pos de la vida que deseaba para las dos, pero que el miedo de Marit les impedía vivir. Y por primera vez, sentía lo que le había dicho. Una voz interior le decía que no resistiría mucho más.
A la mañana siguiente, sin embargo, aquella sensación dio paso a un profundo y angustioso desasosiego. Estuvo despierta toda la noche, esperando que se abriese la puerta, deseando oír los pasos familiares sobre el parqué, ansiando abrazar a Marit y pedirle perdón. Pero Marit no volvió a casa. Y las llaves del coche habían desaparecido, pues Kerstin lo comprobó durante la noche. ¿Dónde demonios se había metido? ¿Se habría ido con su ex marido, el padre de Sofie? ¿O se le habría ocurrido irse a Oslo, con su madre?
Con mano temblorosa, Kerstin cogió el auricular para hacer algunas llamadas.
—¿Qué creéis que supondrá esto para la industria turística del municipio de Tanum? —preguntó el reportero del
Bohusläningen
, lápiz y papel en mano, a la espera de anotar su respuesta.
—Muchísimo. Sencillamente, muchísimo. Durante cinco semanas se emitirá un programa diario de media hora desde Tanumshede y, bueno, no creo que a esta comarca se le haya presentado nunca una oportunidad semejante de publicidad —respondió Erling radiante. Ante la puerta del antiguo caserío se había congregado un público numeroso para recibir el autobús con los participantes. La mayoría eran adolescentes que no cabían en sí de excitación ante la posibilidad de, por fin, encontrarse personalmente con sus ídolos.
—¿Y no podría surtir el efecto contrario? Me refiero a que, en ediciones anteriores, todo ha quedado en peleas, sexo y borracheras. Y no creo que sea ése el mensaje que deseen transmitirles a los turistas.
Erling miró irritado al periodista. ¡Joder con la gente! ¿Por qué tenían que ser siempre tan negativos? Ya había tenido bastante con el Consejo Municipal y ahora la prensa local empezaba con lo mismo.
—Ya, bueno, pero habrás oído el dicho: «Toda publicidad es buena publicidad». Y, si hemos de ser sinceros, Tanumshede tiene una existencia cuestionable, a escala nacional, me refiero. Eso cambiará radicalmente con la emisión de
Fucking Tanum.
—Puede, pero... —comenzó el periodista que, no obstante, se vio interrumpido por Erling, cuya paciencia se había agotado.
—Por desgracia, no tengo tiempo para hacer más comentarios, debo ejercer de comité de bienvenida. —Y, dicho esto, se dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia el autobús, que acababa de aparcar. Los jóvenes se agolpaban expectantes ante la puerta del vehículo y aguardaban a que se abriese con miradas ardientes. La visión de tantos adolescentes ansiosos confirmó a Erling en su opinión de que aquello era precisamente lo que necesitaba la comarca. Ahora todo el mundo sabría dónde quedaba Tanumshede.
Cuando la puerta del autobús se abrió con un chasquido, el primero que bajó fue un hombre de unos cuarenta años. La decepción que reflejaba la mirada de los jóvenes indicaba que no era uno de los participantes. Erling no había seguido ninguno de los programas, así que no tenía ni idea de quién o qué podía esperar.
—Erling W. Larson —dijo ofreciéndole la mano y ajustando la mueca de su mejor sonrisa. Las cámaras trabajaban ávidamente.
—Fredrik Rehn —respondió el hombre estrechándole la mano—. Hemos hablado por teléfono, yo soy el productor de este circo. —Ahora, sonreían los dos.
—Bien, mi más sincera bienvenida a Tanumshede. En nombre del pueblo, quisiera decir que estamos muy contentos y orgullosos de teneros aquí y esperamos entusiasmados una temporada llena de apasionantes episodios.
—Gracias, muchas gracias. Sí, también nosotros tenemos grandes esperanzas. Con las dos temporadas de éxito que nos avalan, nos sentimos bastante seguros, sabemos que este formato siempre triunfa y confiamos en que la colaboración será excelente. Pero no creo que debamos seguir castigando a estos jóvenes —dijo Fredrik con una sonrisa tan amplia como resplandeciente hacia el esperanzado público—. Aquí están. Los participantes de
Fucking Tanum: Big Brother-
Barbie
, Big Brother-
Jonna
, Robinson-
Calle, Tina de
El bar, Robinson-
Uffe y, por último, aunque no menos importante,
Farmen-Nlehmet
.
Uno tras otro fueron saliendo del autobús y enseguida estalló el griterío. La gente daba alaridos y señalaba, y se empujaban unos a otros para tocarlos o pedirles un autógrafo. Los cámaras ya habían empezado a filmarlo todo. Erling observaba satisfecho, aunque un tanto desconcertado, la exaltación a que había dado origen la llegada de los participantes. Y no pudo por menos de preguntarse qué le pasaba en realidad a la juventud actual. ¿Cómo era posible que un puñado de mocosos desharrapados despertasen tal histeria? En fin, él no tenía por qué entender el fenómeno, lo importante era aprovechar al máximo la popularidad que el programa le proporcionaría a Tanumshede. Si, además, conseguía quedar como el gran benefactor del pueblo, una vez consumado el éxito, sería un efecto secundario muy agradable.
—Veamos, hemos de acabar con esto por ahora. Tendréis un sinfín de oportunidades de conocer a los participantes. No en vano, van a vivir aquí durante cinco semanas. —Fredrik iba aparando a la gente que aún se agolpaba en torno al autobús—. Los participantes necesitan instalarse y descansar un poco. Pero supongo que pondréis la tele la semana que viene, ¿verdad? ¡El lunes a las siete damos el pistoletazo de salida! —exclamó con los pulgares en alto y otra sonrisa tan antinatural como todas las demás.
Muy a su pesar, los jóvenes se fueron retirando, la mayoría de ellos en dirección a la escuela de secundaria. Sin embargo, a algunos les pareció que aquélla era una excelente oportunidad para pasar de las clases ese día, por lo que se encaminaron hacia Hedemyrs.
—Desde luego, no hay duda, esto tiene muy buena pinta —auguró Fredrik pasando los brazos por los hombros de Barbie y Jonna—. ¿Qué decís, chicas? ¿Listas para empezar?
—Por supuesto —respondió Barbie con un luminoso parpadeo. El revuelo ocasionado le había supuesto, como de costumbre, un subidón de adrenalina que la hacía dar saltitos sin cesar.
—¿Y tú, Jonna? ¿Qué tal?
—Bien —respondió la joven en un murmullo—. Pero sería lo suyo que pudiéramos deshacer las maletas.
—Eso lo arreglamos ahora mismo, querida —respondió Fredrik dándole un apretón extra—. Lo más importante es que estéis a gusto —aseguró antes de dirigirse a Erling.
—¿El alojamiento está listo?
—Por supuesto que sí —respondió Erling señalando un edificio antiguo de color rojo situado a tan sólo cincuenta metros de donde se encontraban—. Se hospedarán en el caserío, ya hemos colocado las camas y demás, y creo que estaréis estupendamente.
—
Whatever,
con tal de que haya algo de beber, yo duermo donde haga falta —declaró
Farmen—Mehmet
, cuyo comentario fue acogido por los demás con risitas y gestos de asentimiento. Una de las condiciones para que participasen era que se les ofreciese alcohol gratis. Eso, y todas las posibilidades para practicar sexo que les brindase su condición de celebridades.
—Tranquilo, Mehmet —le respondió Fredrik sonriente—. Hay un buen bar con todo lo que queráis. Y también un par de cajas de cerveza. Pero cuando se acaben habrá más. Nosotros nos encargamos de vuestro bienestar, ya lo sabes. —En este punto, Fredrik hizo amago de pasar los brazos también por Mehmet y Uffe, pero los chicos se escabulleron con suma habilidad. Desde muy pronto lo etiquetaron como un marica redomado, no les apetecía lo más mínimo tontear con un amanerado y querían dejárselo muy claro. Aunque, desde luego, se trataba de un equilibrio difícil de mantener, puesto que el marica era, además, el productor, y había que estar a buenas con él, según les habían aconsejado los participantes de la temporada anterior. El productor podía decidir quién estaba más tiempo en el aire y quién menos, y los minutos en pantalla eran lo único que contaba. Que, durante esos minutos, aparecieras vomitando, orinando en el suelo o haciendo el ridículo en general no tenía la menor importancia.
De todo eso Erling no tenía ni la más remota idea. Él nunca había oído hablar de camareros que se hacían famosos, ni de la dura inversión al servicio de la guarrería que se exigía para mantenerse en el candelero como famoso de un reality-show. No, a él sólo le interesaba la expansión económica que experimentaría Tanum. Y que se hablase de él como su artífice.
Erica ya había almorzado cuando Anna bajó del dormitorio. Se sentó a la mesa y aceptó la taza de café que le ofrecía Erica.
—Es la una y cuarto.
—Ta-ta —dijo Maja manoteando entusiasmada en dirección a Anna, en un intento de reclamar su atención. Anna ni se dio cuenta.
—Mierda, he dormido hasta más de la una... ¿Por qué no me has despertado? —preguntó Anna antes de dar un sorbo al café humeante.
—Bueno, no sabía qué querías. Parece que necesitas descansar —respondió Erica prudente, al tiempo que se sentaba también a la mesa.
La relación entre ella y Anna consistía, desde hacía tiempo, en que Erica tenía que vigilar su lengua. Y la cosa no había mejorado mucho después de todo lo que pasó con Lucas. El simple hecho de que ella y Anna viviesen de nuevo en la misma casa las inducía a reproducir unos patrones antiguos que ambas habían luchado por desechar. Erica asumía automáticamente el papel maternal con su hermana, mientras que Anna parecía debatirse entre el deseo de dejarse cuidar y de rebelarse. Los últimos meses, aquellas paredes se habían cargado de una atmósfera opresiva a causa de todo aquello de lo que no se hablaba, pero que esperaba el momento oportuno para salir a relucir. Sin embargo, puesto que Anna aún se encontraba en un estado de
shock,
del que, por otra parte, no parecía capaz de salir, Erica se dedicaba a andar de puntillas con todo, aterrada ante la idea de hacer o decir lo que no debía.
—¿Y los niños? Habrán ido a la guardería, ¿no?
—Sí, claro, y todo ha ido muy bien —le respondió Erica sin mencionar el pequeño incidente con Adrian. Anna tenía ahora tan poca paciencia con los niños... La mayoría de las tareas de tipo práctico recaían sobre Erica, y en cuanto los niños alborotaban lo más mínimo, Anna se quitaba de en medio y dejaba que su hermana se encargase de todo. Iba hecha un trapo, arrastrando exánime los pies por toda la casa, como si quisiera encontrar lo que la mantuvo viva en su día. Erica estaba terriblemente preocupada.
—Anna, no te enfades, pero ¿no crees que deberías hablar con alguien? Nos dieron el nombre de un psicólogo que dice que es fenomenal, y creo que te vendría...
Anna la interrumpió con brusquedad.
—No, ya te he dicho que no. Tengo que salir de esto yo sola. Es culpa mía. He asesinado a una persona. No puedo ir a lamentarme ante un extraño, he de arreglarlo sola. —Tenía los nudillos blancos de tanto apretar la taza de café.
—Anna, ya sé que hemos hablado de ello mil veces, pero te lo digo vez más: tú no asesinaste a Lucas, lo mataste defensa propia. Y no sólo en defensa de ti misma, sino también de los niños. Nadie lo dudó un instante, te dejaron libre y te declararon inocente sin cargo alguno. El te habría matado a ti, Anna, era él o tú.
Anna contrajo ligeramente los músculos de la cara mientras Erica hablaba y Maja, consciente de la tensión que flotaba en el aire, empezó a protestar en la trona.
—No-tengo-fuerzas-para-hablar-de-ello —dijo Anna apretando los dientes—. Me vuelvo a la cama. ¿Recoges tú a los niños? —Y sin esperar respuesta, se levantó y dejó a Erica en la cocina.
—Sí, yo recojo a los niños —respondió Erica con lágrimas en los ojos. Pronto no podría más. Alguien tendría que hacer algo.
Entonces, se le ocurrió una idea. Tomó el auricular y marcó el número de memoria. Valía la pena intentarlo.
Hanna fue directamente a su despacho y empezó a instalarse. Patrik continuó hasta el cuartucho de Martin Molin y llamó discretamente a la puerta.
—Entra.
Patrik pasó y, con la mayor confianza, se sentó en la silla que había frente a la mesa de Martin. Ambos trabajaban mucho juntos y pasaban bastante tiempo el uno en la silla de las visitas del otro.
—Me han dicho que salisteis por un accidente de tráfico. ¿Alguna víctima mortal?
—Sí, la conductora. Iba sola. Y la reconocí. Es Marit, propietaria de una tienda en la calle Affársvägen.
—¡Joder! —dijo Martin con un suspiro—. ¡Qué absurdo! ¿Se cruzó con un ciervo o algo así?
Patrik dudó.
—Los técnicos estaban allí, de modo que su informe, junto con el de la autopsia, nos dará la respuesta definitiva, pero el coche apestaba a alcohol.
—¡Joder! —exclamó Martin una vez más—. O sea, que conducía borracha. Aunque creo que jamás la detuvieron por eso antes. Podría ser la primera vez que conducía bebida. O quizá se hubiese librado hasta ahora.
—Bueeeno —respondió Patrik dubitativo—. Sí, podría ser.
—¿Pero? —intervino Martin para animarlo a hablar mientras se cruzaba las manos en la nuca. El color rojizo de su cabello brillaba en contraste con el blanco de las palmas de la mano—. Parece que hay algo que no acaba de convencerte. Te conozco lo bastante bien a estas alturas.
—Bah, yo qué sé —dijo Patrik—. No es nada concreto. Era sólo que había algo... algo raro, pero no te puedo decir qué.
—Bueno, tus corazonadas suelen dar en el clavo —dijo Martin preocupado, meciéndose hacia atrás y hacia delante en la silla—. Pero, dada la situación, lo mejor será esperar a ver qué dicen los expertos. En cuanto los técnicos y el forense lo hayan visto, sabremos más. Quizá ellos den con la explicación de lo que a ti te resultaba raro.
—Sí, tienes razón —dijo Patrik rascándose la cabeza pensativo—. Pero... no, bueno, tienes razón, no tiene sentido ponernos a especular. Por ahora hemos de centrarnos en lo que si podemos hacer. Y por desgracia, eso incluye precisamente informar a sus familiares. ¿Tú sabes si tenía familia?
Martin frunció el entrecejo.
—Tiene una hija adolescente, eso sí lo sé. Y comparte piso con una amiga. Se ha murmurado más de una cosa sobre ese arreglo, pero no sé...
Patrik dejó escapar un suspiro.
—En fin, no hay más que ir a su casa, a ver qué tal.