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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (30 page)

BOOK: Criopolis
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El rostro de Ekaterin regresó de nuevo contra el fondo del despacho del segundo piso, el del ala norte que daba al jardín barrayarés a través de las copas de los árboles importados de la Tierra.

—Lamento que la sargento Taura no llegara a vivir para ver a su tocaya —dijo, con tristeza—, pero me alegra que al menos pudieras hablarle de Taurie, antes del fin. Tal vez deberíamos haberle puesto su nombre a Lizzie, antes, en vez del de tu abuela betana. Oh, hablando de nombres. Sasha acaba de anunciar que es Alex, supongo que porque ha renunciado a intentar convencer a todo el mundo de que se llama Xander. Lexie y A.A. parecen haber sido rechazados permanentemente, por ahora. El mismo razonamiento: si no lo llamamos Aral por el abuelo Aral, no deberíamos llamarlo tampoco Sasha por el abuelo Sasha. Parece decantarse por éste, sin embargo, y tiene a Helen de su parte por fin, así que en tu próximo mensaje, asegúrate de llamarlo lord Alex. Tanta lógica y determinación deberían ser recompensadas, creo.

En efecto. Miles se había sentido profundamente alarmado, al principio de su paternidad, por lo que parecía un retraso de Sasha (de Alex) en el desarrollo verbal, comparado con su hermana Helen, hasta que Ekaterin señaló que la niña nunca dejaba a su hermano hacer ninguna pregunta o hacer ningún comentario posterior. No era retrasado, sino solamente amistoso, y había empezado a formar frases completas poco después, en cuanto Helen no estuvo en la misma habitación traduciendo por él.

—Ahora que lo pienso —continuó Ekaterin—, ¿no tuviste nunca problemas decidiendo cómo querías que te llamaran? Y a una edad mucho mayor. La historia no se repite como un eco, supongo.

»Pero te quiere, se llame como se llame. Todos lo hacemos. Ten cuidado, Miles, y vuelve lo más pronto que puedas.

El vid se apagó.

«Si pudiera meterme en esa placa vid y teleportarte a Barrayar a la velocidad de la luz…» Miles suspiró. Toda su vida, su hogar, había sido algo de lo que estaba deseando escapar. ¿Cómo se había invertido tan profundamente su polaridad?

Recordó la observación de Roic: «Si se retirara mientras estaba ganando…» Bueno, este lío de Kibou-daini no era creación suya.

Deseó que Leiber apareciera de una puñetera vez. Ahora sería un buen momento. A Miles le sorprendía que estuviera tardando tanto. Iba a tener que enviar a alguien a por él, después de todo. O si Lisa Sato despertaba con crioamnesia temporal, o simplemente no conocía las respuestas. «No, tiene que saber lo que Leiber sabe. Porque apuesto dólares betanos contra arena a que es él quien se lo contó en primer lugar.»

La evidente alarma de Leiber molestaba a Miles. «¿Por qué nos tiene tanto miedo? Ni siquiera nos conocía.» Leiber estaba respondiendo obviamente a alguna amenaza local, quizás a la misma de la que quería saber Miles. Pero Miles seguía teniendo problemas para deducir cuál podría ser.

Igual que Sato era un cebo para Leiber, los dos serían el cebo para… ¿quién? ¿Por qué? Miles había apostado a gente como si fueran cabras para atraer al tigre del día en el pasado, pero no, a sabiendas, cuando tenían hijos detrás. «¿O es que nunca reparabas en su red de relaciones antes?» No podía recordarlo. Pero si no tenía aquí personal para perseguir a Leiber, tampoco lo tenía para poner una guardia continua en el consulado y la gente que albergaba. Roic y Johannes no eran suficientes, aunque no tuvieran otros deberes que hacer: entregarles la zona sin apoyo sería absolutamente abusivo. Raven no era el único a quien no le gustaba fracasar.

A pesar de la distancia que lo separaba de su familia, Miles sintió un pequeño escalofrío de gratitud hacia Gregor por enviarlo de forma tan espaciada en sus esporádicas tareas auditoriales. Porque eso ponía la misma distancia entre su familia y a quienquiera que sus investigaciones acabaran fastidiando. «Joder a los malos a la mayor gloria de Barrayar, eso sería la descripción de mi trabajo, sólo eso.» Hablando de ser feliz en tu trabajo.

Se inclinó de nuevo ante la comuconsola y empezó a componer una solicitud auditorial a la embajada de Barrayar en Escobar para que enviaran un equipo de seguridad, inmediatamente, con un añadido para que pusieran un contable forense de Seglmp y, tal vez, un equipo legal a la espera. No sabía nada de su enemigo invisible, excepto que jugaban sin arriesgarse. «Cinco días para que el escuadrón llegue aquí, a la mayor velocidad posible.» ¿Sabía lo suficiente, cinco días atrás, para pedir esto? Supuso que no.

Miles recuperó una vez más los datos de NeoEgipto Criogénico y empezó a repasarlos. Lisa Sato no podría recuperar la voz lo bastante pronto.

14

Al día siguiente a la lograda resurrección de la señora Sato, a media mañana, como el doctor Leiber seguía sin contactar con el consulado, milord reconoció que podía haberse equivocado, y envió a Johannes y Roic a buscarlo. A Roic le parecía que su trabajo podría haber sido más fácil si milord hubiera llegado antes a esa conclusión. Empezó con los dos primeros pasos obvios, llamando a la residencia del hombre (sin respuesta) y a su trabajo, donde se enteró de que el investigador se había dado de baja por enfermedad la mañana anterior, por un virus estomacal, según le dijo a su ayudante, y que posiblemente no vendría en un par de días. Ya.

Roic hizo entonces que Johannes preparara el mejor equipo de vigilancia del consulado y lo llevara a la casa de Leiber. Un complejo en construcción que le había llamado la atención en el viaje anterior volvió a hacerlo, mientras pasaban. Roic giró la cabeza para estudiar el cartel: «Propiedades Siglo. ¿Nació usted entre 150 y 130 años atrás? ¡Venga a vernos!»

—¿De qué va todo esto? —le preguntó a Johannes.

—Es en clave de compañía generacional —dijo Johannes—. Suele haberlos en las grandes ciudades. Redivivos, al menos los que despiertan con suficiente salud, a menudo descubren que no les gusta demasiado el nuevo Kibou después de todo, y acaban agrupándose para intentar recrear su juventud.

—Ah. ¿Una especie de parque temático histórico? Al menos así tienes a alguien con quien hablar que pille todos tus chistes.

—Supongo —dijo Johannes, un poco vacilante.

Roic le pidió que aparcara la furgoneta detrás de la casa mientras llamaba a la puerta del doctor Leiber. No hubo respuesta. Unos minutos después, Johannes la abrió desde dentro.

—Dejó sin cerrar con llave el garaje. La moto voladora no está.

—Bien. Echemos un vistazo y luego consultemos su comuconsola.

La nota de milord había desaparecido del frigorífico, que estaba lleno de comida típica de soltero. La cocina estaba ordenada, la cama del piso de arriba más o menos hecha, o como mínimo con la colcha por encima. Podría haberse llevado ropa y calzado (¿lo suficiente para que cupiera en una mochila atada a la moto voladora?), pero seguía quedando bastante. No había útiles de aseo.

Johannes había empezado con la comuconsola de Leiber, haciendo una copia de su contenido con el cable umbilical seguro de su grabadora de Seglmp, mientras contemplaba el proceso por la holopantalla.

—¡Eh! —dijo después de un instante—. Este aparato está intervenido. Me pregunto si Leiber lo sabía.

Roic se inclinó a mirar. ¡Eh!, desde luego.

—Este proceso no alarmará a los que vigilan, ¿no?

—No debería —contestó Johannes, de manera no demasiado tranquilizadora.

—¿Puedes localizar la fuente?

—En parte. Podría terminar el trabajo desde la sala hermética.

—Echemos un vistazo a sus comunicaciones en los dos últimos días, desde nuestra primera visita.

Sólo había tres. Ayer por la mañana, Leiber había llamado para coger la baja, había comprado pasaje en una nave de salto para Escobar, y había retirado casi todos sus ahorros para cambiarlos por un par de chits de crédito universales. No había ningún mensaje personal para parientes o amigos. Roic supuso que podría haber dejado la llave de la puerta o instrucciones a los vecinos, pero en conjunto le pareció que no, y no tenía ganas de crear problemas preguntando por ahí. La gente podría recordar su visita de anteayer. Se preguntó qué historia le habría contado Leiber a su vecina sobre ellos. Sospechaba que no la verdad.

—Esta nave de salto no zarpa hasta mañana por la noche —señaló Johannes.

—Sí, ya lo veo.

—¿Crees que habrá subido ya a bordo?

Roic contempló el horario con el ceño fruncido.

—Ah. No. Ésa ni siquiera llega a la órbita interna hasta esta tarde. —Pensó un momento—. En el momento en que pase por la seguridad del espacio-puerto, volverá a aparecer en las pantallas para todo el que quiera buscarlo. Y si podemos localizarlo entonces, lo mismo harán sus enemigos… No creo que se anden con chiquitas, no si tienen detrás a una de esas criocorporaciones. Esperará hasta el final para subir a bordo. Así que tiene que haberse escondido en alguna parte.

—¿Con un amigo, tal vez? Podría ser difícil de encontrar. —Johannes estudió la comuconsola—. Aunque esto podría ayudar.

—Si teme tanto por su vida como sugiere este vuelo, puede que no quiera poner en peligro a un amigo —dijo Roic lentamente—. A milord no le pareció un tipo intrépido.

—Es una ciudad grande —observó Johannes.

—Bueno, empecemos por lo obvio. —Roic se puso en pie—. Recojamos aquí y vayamos al espacio-puerto.

En la aero-furgoneta, Roic abrió su comuconsola (con seguridad de Seglmp) y buscó los hoteles cerca del espacio-puerto. Había dos dentro del perímetro de seguridad, media docena dispersos por la zona industrial adyacente. Sopesó lo más cercano contra lo más barato, y decidió empezar por lo más barato. Mientras se dirigían hacia allí, tuvo tiempo de reflexionar sobre cómo la tecnología de transporte del Nexo había dado forma a las ciudades que servía, dando más igualdad entre los planetas de lo que esperaba, antes de que hubiera abandonado siquiera Barrayar. Este chico provinciano había llegado muy lejos. En cierto modo, se alegraba de que ninguna hada buena le hubiera concedido el futuro que habría elegido para sí mismo cuando era más joven. Habría sido mucho más pequeño.

—¿Y ahora qué? —preguntó Johannes, mientras aparcaban en el hotel—. ¿Asediamos el lugar? ¿Preguntamos en recepción?

—No estoy seguro de que alguien recuerde a Leiber aunque lo recuerden —dijo Roic—, y éste es uno de esos lugares donde te sirves tú mismo.

No tan cutre como algunos de los sitios que Roic había conocido en las estaciones espaciales, donde los cubículos para dormir, alquilados por hora, parecían un cruce entre armario y ataúd, pero la estructura utilitaria del edificio no invitaba a pasar mucho tiempo en él. Era un sitio sombrío incluso a media mañana, situado bajo un paso elevado y una especie de fábrica.

—Sobrevuela el terreno. Buscaremos su moto voladora.

En la parte de atrás del edificio, un cobertizo al descubierto albergaba un aparcamiento de motos voladoras. Roic reconoció la de Leiber entre media docena.

—¡Acertado a la primera! —dijo Johannes, con tono de admiración.

—He tenido alguna práctica, siguiendo a milord —respondió Roic, con modestia, dejando fuera la parte de «suerte tonta». Bueno, «suerte lista», tal vez. A Roic le habría sorprendido no encontrar algo en sus tres primeros intentos.

Esperaron en la furgoneta unos minutos mientras Roic trataba de pensar tal y como lo haría milord. «No, borra esa idea.» Más le valía intentar pensar como si fuera Leiber. O mejor aún, como él mismo.

¿Enviaría el enemigo polis o matones para capturar a su presa? Si era una criocorporación, probablemente tendrían todos los polis que quisieran (no cabía más que acusarlo de robo), y sólo tendrían que esperarlo en el espacio-puerto y cogerlo cuando llegara. Pero eso dejaría una pista, nombre, grabaciones de vids de seguridad, un montón de testigos que nadie podría controlar directamente. Un pelotón de matones privados antes de que Leiber llegara al espacio-puerto, eso sería la forma más tranquila de resolverlo. Y si Roic podía averiguar dónde buscar al sujeto, presumiblemente todos esos tipos listos de los pantalones raros podrían hacerlo también. Roic no era la parte de su equipo nacida con lengua de plata en la boca. ¿Podría persuadir a Leiber para que fuera a la seguridad del consulado, cuando milord no lo había hecho? «Supongo que tendré que intentarlo.» Alzó la cabeza.

—¿Qué ha sido eso?

Una luz azul pulsante se reflejaba en la pared de hormigón, procedente de la fachada del edificio.

—El azul es el color que usan aquí para los vehículos de emergencia —dijo Johannes, inquieto.

—Para delante.

Llegaron justo a tiempo de ver a una pareja de tecnomeds de urgencias vestidos con pijamas azules. Sacaban una plataforma flotante de la parte trasera de una furgoneta sin identificación y atravesaban las puertas de cristal deslizantes para entrar en el vestíbulo. Ambos eran tipos grandes: uno era alto, y el otro parecía que en su árbol familiar tenía a alguno de esos levantadores de pesos tradicionales. Por ambos lados. ¿No solían los servicios de emergencia incluir a una mujer en cada pareja? Bueno, no siempre, claro. Trabajando a destajo, como Roic sabía por sus turnos con los otros guardias de la Casa Vorkosigan y las otras dos residencias oficiales de milord, hacías las combinaciones que podías.

—Espera aquí.

Roic bajó de la furgoneta y fue a echar una ojeada a la parte de atrás de la otra. Las puertas traseras no tenían ventanas, pero las habían dejado sin cerrar. Qué tecnomeds más descuidados, si llevaban drogas y equipo caro. Roic abrió tranquilamente una puerta, miró en el interior y se llevó el comunicador de muñeca a los labios.

—Interesante, Johannes. El salpicadero está vacío. Esto no es una ambulancia, sólo una furgoneta.

—Oh…

—Creo que voy a entrar a interceptar a esos tipos a la salida. Cúbreme desde ahí.

Roic seguía sin estar seguro de lo que estaba pasando, aunque empezó a formular rápidas hipótesis.

Una empleada, nerviosa y joven, contemplaba el pasillo central cuando Roic entró en el vestíbulo.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

—Uno de nuestros inquilinos está muy enfermo, al parecer. Tendría que haber llamado a recepción: lo habríamos auxiliado…

—¿Era de otro mundo? ¿Cree que puede haber contraído algo malo? —preguntó Roic—. ¿Contagioso?

—No, no. Una especie de ataque súbito, supongo. Tuvo suerte de poder utilizar su comunicador. —La empleada hizo acopio de valor—. Tendría que ir y cerrar con llave, para asegurarme de que las propiedades del caballero están seguras. —Miró a Roic—. ¿Iba usted a instalarse, señor? Ahora mismo sólo estoy yo de servicio…

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