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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (28 page)

BOOK: Criopolis
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El timbre de la puerta fue atendido por un tipo de pelo oscuro y cara de sueño que tenía en la mano una taza de té, llevaba camiseta y pantalones e iba descalzo. A pesar de la sombra de barba del fin de semana sin afeitarse y la falta de bata de laboratorio, Miles lo reconoció inmediatamente como su presa. Sonrió.

—¿Doctor Leiber? —Sin darle al hombre tiempo de contestar, continuó—: Me llamo Miles Vorkosigan, y éste es mi socio, el doctor Raven Durona, del Grupo Durona.

Un destello de reconocimiento cruzó el rostro de Leiber al reconocer el apellido, seguido de una expresión de asombro.

—¿Durona? ¿De la clínica de Escobar?

—Oh. ¿Ha oído hablar de nosotros? —Raven sonrió alegremente.

—Leo las publicaciones.

—Participábamos ambos en la crioconferencia inter-Nexo de la semana pasada, y esperábamos verlo. ¿Podemos pasar? —intervino Miles, dejando implícito que su asociación era la bio-investigación. Miles se guardaría la insinuación de que eran polis interestelares hasta después de entrar por la puerta, y sólo si era necesario.

Ante este razonamiento que parecía lógico, Leiber dio un último sorbo a su té y los dejó pasar. Miles entró, agradecido. Dejó que su anfitrión lo guiara hacia su pequeño salón y se sentó al instante, para que fuera más difícil despedirlo. Los demás lo imitaron.

—¿Asistió usted a la conferencia? No recuerdo haberlo visto. —De hecho, Miles lo había comprobado, y sabía que Leiber no había estado allí.

—No, pero lamenté habérmela perdido. ¿Se vieron ustedes envueltos en ese lío con los L.L.N.E. que vi en las noticias?

—Yo no, pero Raven sí. —Miles le hizo un gesto a Raven, y éste, para romper el hielo, suministró unas cuantas anécdotas de su experiencia como rehén, saltándose la implicación barrayaresa.

Raven se lanzó luego a un galimatías técnico sobre la conferencia, haciendo preguntas a Leiber a su vez, divididas por igual entre la bioquímica y el chismorreo. También mencionó la tesis de Leiber, que Raven había leído a conciencia la noche anterior. A estas alturas Leiber parecía completamente confiado. Miles decidió abordarlo directamente.

—Vengo aquí esta mañana en nombre de los parientes de Lisa Sato. Creo que tuvo usted alguna relación con ella hace ocho meses, antes de su detención, ¿no?

La sorpresa y la desazón asomaron en el rostro de Leiber. Bien, era un científico, no un timador ni, probablemente, un mentiroso muy bueno. «Por mí, bien.»

—¿Cómo sabe…? ¿Qué le hace pensar eso? —murmuró Leiber, confirmando las sospechas de Miles.

—Testigo ocular.

—Pero nadie vio… No había… Pero Suwabi murió…

—Hubo otro.

Leiber tragó saliva y trató de controlarse.

—Lo siento. Fue una época difícil. Un tiempo terrible.

Miles se dispuso a murmurar algunas palabras de consuelo, pero su testigo se puso en pie de un salto.

—Lo siento, me ha sorprendido. Té. Prepararé un poco más de té. ¿Les apetece un poco de té?

Miles habría preferido no darle tiempo para inventar mentiras, que entonces tendría que desmontar, pero ya se dirigía hacia su pequeña cocina. Miles asintió con la cabeza, aunque Leiber ni siquiera se volvió a mirar.

Raven lo miró, alzando una ceja.

—Enhorabuena.

—Gracias. Creo que he pinchado un nervio.

Sonaron platos, corrió el agua. Un débil crujido y el silencioso chasquido de una puerta al abrirse y cerrarse…

—Ooops. —Miles cogió su bastón y se puso en pie.

La cocina estaba vacía, silenciosa a excepción del zumbido de la cafetera eléctrica. Sólo había una puerta de salida. En el patio, la verja oscilaba.

Miles se llevó el comunicador a los labios.

—¿Roic? Nuestro sospechoso acaba de salir corriendo por detrás.

—Estoy en ello, milord —respondió Roic, sombrío.

El sonido de grandes pisadas, rápidos jadeos. Un grito, no por parte de Roic. Más pisadas.

—¡Mierda!

Ése sí era Roic.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Miles.

—Se acaba de meter en casa de un vecino —respondió Roic, un poco sin aliento—. Ha cerrado. Hay una mujer y dos niños mirándome por el cristal. Ahora la mujer está discutiendo con Leiber. Bueno, ella discute, él resopla. —Y, después de un momento, añadió—: No querrá que entre ahí dentro. Allanamiento. Asalto.

El firme tono de voz de Roic desanimó a Miles para no basarse en la inmunidad diplomática.

—Ahora se ha ido. A llamar a la policía, supongo. ¿Qué le ha hecho?

«Nada» no era claramente la respuesta adecuada.

—No estoy seguro —dijo Miles—. Bueno, retírate por ahora y reúnete con Johannes.

—Entendido.

Miles se volvió hacia Raven.

—Muy bien, tenemos unos cinco minutos para registrar esto. Usted se encarga de la planta baja, yo de la de arriba.

—¿Qué estamos buscando?

—Lo que esté escondiendo.

Arriba había un dormitorio, otro dormitorio convertido en despacho y un cuarto de baño. Una colección porno enternecedoramente ingenua, para los baremos galácticos, estaba a plena vista en el dormitorio, lo que sugería que Leiber no tenía novia ahora mismo. En los armarios había ropa y zapatos, y un residuo de antiguo equipo deportivo. Miles estaba mirando la comuconsola de la habitación de al lado, frustrado (probablemente no tendría tiempo de hacer ninguna descarga antes de que los locales llegaran, y además los aparatos de Seglmp que convertían esa tarea en pan comido estaban en el consulado), cuando la voz de Raven sonó por su comunicador de muñeca.

—¿Miles?

—Tenemos que salir volando, Raven… Supongo que la policía vendrá ya de camino.

—No creo que los haya llamado. —Una observación interesante, pues la dijo con tono divertido.

—¿Qué ha encontrado ahí abajo?

—Venga a ver.

Miles bajó las escaleras con mucho más cuidado de lo que las había subido, recogiendo su bastón por el camino.

El nivel inferior (no era exactamente un sótano) de la casa de Leiber era lo que cabía esperar: un lavadero, las tripas mecánicas y eléctricas de la vivienda, una habitación más grande a medio terminar para los proyectos sucios o cuales fueran las necesidades de su propietario. La necesitad de Leiber parecía ser almacenar un montón de porquería. Raven esperaba junto a una polvorienta máquina de ejercicios y una forma alargada cubierta con una vieja colcha.

—¡Tachán! —exclamó, y retiró la colcha, revelando una criocámara portátil. Conectada a la toma de corriente de la casa. En funcionamiento, y al parecer ocupada.

—¿Estamos pensando lo mismo? —preguntó Raven.

—Sí—respondió Miles, lleno de admiración—. Aunque… ¿podría ser normal tener a gente congelada en el sótano? Por aquí, quiero decir.

—No lo sé —dijo Raven, pasando las manos por la máquina intentando buscar marcas identificativas—. Habría que preguntarle a Johannes, o a Vorlynkin. O a Jin. Lo que sí me pregunto es cómo logró traerla aquí.

—Al amparo de la noche, supongo.

—No, quiero decir cómo la bajó por las escaleras. No da el giro. Tiene que haber… Ah, una puerta de garaje. Eso está mejor. —Raven pasó por encima de los trastos desperdigados, abrió la puerta y asomó la cabeza—. Oh, bonita moto flotante.

Miles miró debajo de la criocámara. Era un modelo menos caro, sin la plataforma flotante adjunta, pero estaba apoyada en un puñado de ladrillos, bloques de hormigón y un montón de flimsis aplastados (el de arriba parecía una revista científica) revelando de dónde habían retirado una plataforma flotante. Pero no había ni rastro de la plataforma en los otros montones.

Miles alzó su comunicador.

—¿Johannes?

—Acabo de recoger a Roic, señor —contestó Johannes de inmediato—. ¿Damos la vuelta para recogerlos a ustedes?

—Una pregunta, primero. ¿Tienes todavía a bordo la plataforma flotante que usamos el otro día?

—Sí, lo siento, no he tenido tiempo todavía de devolverla a la empresa de alquiler.

—Excelente. Ven por la parte de atrás. Habrá una entrada de garaje subterránea. Nos encontraremos allí. Tengo cierta carga pesada que retirar.

—Vamos para allá.

Raven alzó las cejas.

—¿No es eso robo? ¿Allanamiento de morada?

—No, el propietario nos dejó entrar. Allanamiento de salida, tal vez. Si es robo, supongo que es la segunda vez que lo hacemos. Y aunque no es cierto que no se puede engañar a un hombre honrado, es menos probable que los delincuentes vayan a quejarse a las autoridades después. No creo que Leiber vaya a decírselo a nadie. —Continuó mirando bajo la criocámara—. ¿Ha visto algún identificativo en este trasto?

—La marca del fabricante. Es corriente. Ah, aquí hay un número de serie. Eso puede ayudar.

—Más tarde, sí.

Lo primero es lo primero. «Si no sé cómo reconocer y aprovechar un momento táctico a estas alturas…» Podría estar espectacularmente equivocado. O espectacularmente acertado. «En cualquier caso, será espectacular.»

Cuando Johannes y Roic llegaron con la furgoneta, ya habían abierto la puerta del garaje. Dejando a los músculos hacer lo que los músculos hacían mejor, Miles regresó a la cocina y buscó algo con que escribir. Encontró una lista de la compra a medio terminar y un punzón. Pensó, le dio la vuelta a la lista, se inclinó y escribió.

Roic vino a buscarlo.

—Ha sido un poco difícil, pero lo hemos logrado. Había que apoyarse en la escotilla trasera para cerrarla. ¿Qué está haciendo?

—Le dejo una nota a Leiber.

Miles la pegó en la puerta del frigorífico.

—¿Qué demonios…? —Roic se inclinó para leerla—. ¿Qué clase de ladrón deja una nota?

Miles estaba bastante orgulloso de la vaga expresión con que había redactado la nota: «Llámeme a mi consulado cuando quiera.» Ni siquiera una inicial como firma.

—Nunca llegamos a terminar nuestra conversación —explicó Miles—. Ahora tenemos algo que él quiere. Vendrá. Johannes es el único de nosotros al que no ha visto todavía, pero lo necesito para otras tareas. Te alegrará saber que lamento no haber traído ese equipo de Seglmp que siempre quieres.

—Triste consuelo —suspiró Roic—. ¿Por qué no esperar a que Leiber vuelva?

—No lo hará, no mientras estemos aquí. Si hemos acertado, arriesgó su trabajo, tal vez su vida, al esconder lo que hemos encontrado en el sótano. Se mostrará huidizo, hasta que tenga tiempo de calmarse y se lo piense bien.

«Y entonces estará aterrorizado.»

Después de cerrar la puerta del garaje tras ellos, todos subieron a la aerofurgoneta.

—Al refugio de la señora Suze —le indicó Miles a Johannes—. Dando un rodeo y con tranquilidad.

Raven se inclinó sobre el asiento trasero.

—¿Sabe? Si acabamos de secuestrar a la abuela de ese pobre hombre, vamos a pasar mucha vergüenza.

Miles sonrió, encantado.

—Entonces simplemente la devolveremos. La dejaremos en el jardín después de que oscurezca. O tal vez la enviemos anónimamente por mensajería. No, haría falta mucho más para avergonzarme.

La idea fue menos divertida cuando Miles recordó la debacle del día anterior por la mañana. No estaba seguro de si el ruido que Roic estaba haciendo era un suspiro o un bufido, pero en cualquier caso, decidió ignorarlo.

Cuando era un joven guardia urbano en la ciudad de Hassadar, Roic había recibido formación de primeros auxilios. Más tarde, después de hacer el solemne juramento como hombre de armas del conde, había recibido un curso mucho más avanzado de auxilios en campo de batalla. Éste había incluido cómo hacer una criopreparación de emergencia, con prácticas con un modelo de persona perturbadoramente realista y anatómicamente completa con falso criofluido. No le había provocado pesadillas. Al ayudar a pasar el cuerpo de la señora Sato a la mesa de trabajo, no estaba seguro de que fuera a seguir pasando lo mismo.

Mientras retiraban la membrana protectora y preparaban la forma inmóvil, Raven y la tecnomed Tanaka fueron demasiado profesionales para sentir ninguna vergüenza de parte de la mujer indefensa. Pero no se parecía al modelo, ni siquiera parecía un cadáver, y tampoco parecía viva. Tal vez nadie tenía un hueco en su antiguo cerebro de simio para esto. Sin embargo, si alguna vez tuviera que realizar una criopreparación de verdad, Dios no lo quisiera, Roic sospechaba que esta experiencia lo ayudaría a hacer un trabajo mejor, sabiendo adónde apuntaban todos estos movimientos. Experimentó una extraña sensación de privilegio.

Al menos milord se había asegurado de que tenía a la mujer adecuada esta vez, después de aquel maldito lío de dos días antes. Por fortuna, no había traído a los chicos para identificar a esta nueva presa anoche, después de que llegaran al refugio de Suze y la desenvolvieran. Esta vez, ni siquiera les habían dicho a Jin y Mina que la habían encontrado. Cuando les preguntó a milord «¿pero qué es mejor?», milord había respondido simplemente que ninguna de las dos cosas. Lo cual lo resumía bastante bien todo.

Roic trató de no dar un respingo mientras Raven iba clavando una serie de tubos a través de la piel descongelada y los iba colocando con cuidado en las venas elegidas. Roic sí que se sobresaltó cuando se produjo un breve golpe en la puerta, y se volvió sobre sus talones, alerta.

El cónsul Vorlynkin asomó la cabeza.

—Lord Vorkosigan, ha llegado un mensaje… Oh.

—No habrá traído a los chicos esta vez, ¿no? —preguntó milord, alarmado.

—No, no. Están a cargo de Johannes. Siguen sin saber nada.

—Fiuuu. Aunque tal vez, si todo sale bien, pueda traerlos pronto.

—¿Y si no? —preguntó Vorlynkin, sombrío.

Milord suspiró.

—Entonces tal vez pueda traerlos yo.

—Puede pasar —dijo Roic, sin volverse—, pero tendrá que ponerse una mascarilla. No puede quedarse en la puerta como un gato.

Ako se apresuró a darle a Vorlynkin una mascarilla, y lo ayudó a ajustársela. El cónsul hizo una mueca cuando el memorisello se fijó a su piel. Se acercó con cautela a la mesa de operaciones.

—Me preguntaba cómo era.

—¿Algún problema hasta ahora? —preguntó milord. Estaba encaramado en un alto taburete, en parte para supervisar el proceso, pero sobre todo, sospechaba Roic, para no tener que caminar inquieto de un lado a otro.

—De momento, no —dijo Raven. Extendió la mano y dio comienzo a la primera inyección de cálido fluido hiperoxigenado intravenoso.

La piel de su paciente empezó a pasar de gris barro a un etéreo pálido helado. Alguien había hecho un esfuerzo inesperado para conservar su largo cabello, y lo había tratado con gel y lo había enrollado: ahora yacía enroscado como una concha de caracol sobre su hombro. El pelo de la señora Chen había sido recortado y recogido al utilitario estilo médico.

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