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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (24 page)

BOOK: Criopolis
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Ella hizo una mueca.

—Pero Lucky es medio mía. Porque no era tuya al principio, y lo sabes, aunque la robaras.

—La salvé de la tía Lorna —le recordó Jin.

Lucky se enroscó en los talones de Vorlynkin, frotando su pelaje para marcarlo con su olor como nueva propiedad suya y dejando un reguero de pelos pegados en sus antiguamente impolutos pantalones hakama. Vorlynkin se inclinó para frotarle la espalda, y ella se arqueó desvergonzadamente bajo su mano.

Mina se dirigió a él, llena de ansiedad.

—Oh, señor, ¿podemos tener a Lucky dentro? ¿Hasta que sepa que es su casa? ¡Los gatos se pierden, ya sabe!

Mirando la cara vuelta de Mina, Vorlynkin preguntó, reacio:

—¿Está entrenada para vivir en una casa?

Mina asintió vigorosamente.

—¡Puedo guardar su cajón en mi habitación!

—El cuarto de aseo junto a la cocina serviría también —le dijo él—. Jin y tú… bueno, sí, supongo que será bueno que tu hermano y tú cuidéis de ella.

Miles-san pasó junto a ellos.

—¿Todo en orden, Jin? Entonces necesito recuperar a Johannes. —Se volvió hacia el cónsul Vorlynkin—. Estaremos un rato en la sala hermética. Todavía hay que repasar un montón de detalles.

A un gesto suyo, Roic se levantó y ocupó lo que parecía ser su lugar acostumbrado junto a su hombro.

—¿Va a poner en marcha su plan, entonces? —preguntó Vorlynkin.

Miles-san asintió. Vorlynkin hizo una mueca.

Miles-san le devolvió una sonrisa sardónica.

—Flexibilidad, Vorlynkin. Ésa es la clave.

Trotó hacia el interior de la casa, blandiendo su bastón. Jin y Vorlynkin se le quedaron mirando.

Vorlynkin expresó el pensamiento a medio formar de Jin:

—¿Eso se supone que debía tranquilizarme?

11

Roic pensaba que la medianoche habría sido el momento adecuado para una expedición en la que robar cadáveres, posiblemente en mitad de una tormenta. Entre otras cosas, una tormenta eléctrica podría ayudar a explicar cualquier anomalía con el servicio eléctrico que dejaran en su estela. Pero no preveía ningún frente frío adecuado, así que Roic se encontró con Raven, milord, y con Johannes pilotando de nuevo la aero-furgoneta, dirigiéndose a la impresionante entrada de las instalaciones de NeoEgipto a mediodía. En la imaginación de Roic las estatuas de cabeza de perro que flanqueaban la entrada principal parecían seguirlos con sus ojos pintados.

Johannes iba armado con un par de arreglos florales metidos en tubos de agua y un documento enrollado, pero no tuvo que mostrar ninguno: el guardia humano de la puerta les franqueó el paso.

—Qué demonios —dijo Roic.

—Son horas de visita —repuso milord tranquilamente—. No van a molestar a los parientes de su patrón, ni a potenciales clientes que vienen de visita, a esta hora del día. Esto no es una instalación militar. Lo único de lo que tiene que preocuparse la seguridad de NeoEgipto es de los robos (que es más que probable que se deban a un empleado), el vandalismo (que no es probable que ocurra a plena luz del día) y tal vez a algo parecido a los L.L.N.E, que probablemente esperarían a la tormenta a medianoche que tú querías. Parece su estilo, de algún modo.

Roic se echó atrás con un murmullo malhumorado.

Se agitó incomodo en el uniforme de hospital XL, algo estrecho, que Raven y la tecnomed Tanaka le habían proporcionado, obtenido posiblemente de la misma fuente que sus suministros médicos, que ahora tenían preparados y esperando con la señora Suze. Milord llevaba un conjunto similar, XS, un poco demasiado suelto, con las mangas y las perneras de los pantalones recogidos. El de Raven le sentaba como un guante. Johannes iba vestido con lo que a Roic le habían asegurado que eran unas ropas de calle de Kibou normales y corrientes, limpias y de clase media.

La furgoneta se deslizó ante el vestíbulo del edificio, rematado por una pirámide, donde había un apetecible jardín estilo falso-egipcio con esfinges de piedra, y el cartel que señalaba los puntos de entrega para la recepción de patrones precongelados, ocultos al fondo con sentido más utilitario, y luego se dirigieron a una discreta entrada lateral para los empleados.

—Muy bien, aquí es donde descargamos —dijo milord—. Que no se os vea apurados, pero no perdáis el tiempo.

Tratando de no parecer apurado, ni mucho menos preocupado, Roic ayudó a Raven a abrir la puerta trasera de la furgoneta y sacar la plataforma flotante. Un puñado de cajas, vacías de suministros médicos, ocultaba la larga forma que había dentro de lo que Roic identificaba como una bolsa de congelación. La bolsa, diseñada para transportar el cuerpo durante poco tiempo, si se mantenía sellada mantendría su contenido a criotemperatura un par de días, según le había explicado Raven. Roic tenía que admitir que era mucho menos aparatosa y llamativa que una criocámara portátil. Johannes se marchó a buscar el aparcamiento de las visitas y esperar, y milord condujo la plataforma y a sus porteadores a través de unas puertas automáticas que se abrieron para ellos sin rechistar.

Milord comprobó el holomapa en su comunicador de muñeca y se internó en una sucesión de pasillos. Encontraron a un trío de empleados que charlaban y a una pareja mayor, claramente visitantes, camino de una cafetería que Roic olió al pasar, pero nadie le dirigió ni una mirada a la plataforma flotante. Roic tuvo cuidado de no mirar hacia atrás. Dos giros más y un breve trayecto por un tubo elevador de carga y recorrieron un pasillo subterráneo que se detenía ante una puerta doble, la primera barrera cerrada que encontraban.

Milord abrió una de las cajas, sacó su caja de herramientas «especial», material estándar de Seglmp con mejoras, y se arrodilló ante la cerradura electrónica.

—Dios, sí que ha pasado tiempo. Espero no haber perdido mi toque… —murmuró inseguro. Trabajó durante un minuto o dos, mientras Roic temblaba y miraba por encima del hombro, y Raven no mostraba ninguna expresión.

Las puertas se abrieron tan silenciosamente que pillaron a Roic por sorpresa. Milord parecía satisfecho.

—Ah, bien. Espero no haber dejado huellas dañando la cerradura.

Les indicó que pasaran como un demente
maître d'hôtel
que escoltara a sus comensales a la mejor mesa de la sala, y cerró de nuevo las puertas con cuidado cuando la plataforma terminó de pasar.

El nuevo pasillo era mucho más oscuro. Roic se sorprendió al ver que no estaba terminado, lo cual le hizo preocuparse por la posibilidad de encontrarse con obreros, pero supuso que una cuadrilla de construcción tendría luces que los advertirían de su presencia. Bajo el edificio piramidal había tres subniveles. Alrededor del núcleo central de instalaciones de cada nivel, cuatro pasillos concéntricos se extendían hacia fuera en cuadrados, con pasillos radiales conectándose en el centro de cada lado. Demasiado regular para ser considerado un laberinto, a Roic de todas formas le pareció que sería fácil perderse aquí abajo. ¿Cómo de perturbador tendría que haber sido para milord, perdido durante horas en un auténtico laberinto, y sin ninguna luz?

Giraron en el siguiente radio de conexión; los labios de milord se movieron mientras iba descontando las ramas laterales, y luego sonrió cuando el núcleo apareció a la vista. Otra pausa, mientras se abría paso en un panel de acceso eléctrico cerrado, contaba con cuidado y asentía. Luego llegaron a otro radio y giraron a la derecha en uno de los pasillos, éste terminado, tenuemente iluminado con luces de seguridad y lleno de criocajones cargados.

—Esto no parece tan divertido —murmuró Roic.

—Son los asientos baratos —susurró milord—. Si quieres que te entierren con caoba falsa y apliques de bronce (o de oro, me han dicho), NeoEgipto puede suministrarlo, en los niveles superiores.

Incluso aquí abajo, un montón de cajones tenían pequeños huecos en las paredes para ofrendas personales dispersas, incluyendo botellitas de vino, aperitivos envueltos o barritas de incienso consumidas. Lo más común eran las flores, la mayoría de plástico o de seda pero a veces de verdad, algunas frescas, otras mustias y tristemente torcidas en sus secos tubos de agua.

—Aquí —dijo milord, deteniéndose bruscamente. Estiró el cuello para mirar un cajón en lo alto de la fila—. Lea los números, Raven.

Raven recitó una larga ristra alfanumérica, dos veces.

Milord comprobó con cuidado los datos en su comunicador de muñeca.

—Eso es.

Las repulsivas cajas encontraron entonces otro uso, ya que milord pisó una de ellas para impulsarse a una altura conveniente para examinar la cerradura del cajón y aplicarle su abridor especial de Seglmp.

—Muy bien —murmuró, bajándose—. Cuando se apaguen las luces, hagan el cambio.

Apagó su linterna y se apartó.

Raven le tendió a Roic un par de guantes médicos aislantes, se puso un par él también, y se inclinó para abrir la bolsa alargada. La figura que había dentro parecía una anciana delgada, envuelta en una especie de membrana de plástico que se aferraba a su forma. Con el ungüento protector transparente cubriendo su piel y la escarcha que inmediatamente empezó a formarse en la superficie de plástico expuesta, su indefensa desnudez tuvo al menos un velo decente. Roic apagó su linterna un instante antes de que las luces del pasillo, y todas las lucecitas verdes de los cajones, se apagaran. Como había sido demostrado que no había ninguna forma de abrir un solo cajón sin disparar algún indicador en la sala central de control, lo mejor parecía causar el mismo apagón en cinco mil cajones a la vez.

—Preparados —dijo Raven.

Roic pulsó el botón del aparato de apertura; para gran alivio, el cierre se abrió fácilmente. Sacó el largo cajón como si abriera un espantoso archivador.

Dentro había otra figura femenina, también envuelta en una membrana, que se cubrió rápidamente de escarcha. Roic frunció el ceño al ver que los envoltorios de plástico no eran del todo idénticos: éstos parecían ser más marrones y reforzados con alguna especie de red. Pero, tras recuperarse, metió las manos debajo y la levantó. Incluso con los guantes puestos, la mujer pareció absorber su calor rápidamente. La depositó con cuidado en el suelo, Raven comprobó la etiqueta con el nombre colocada en la parte exterior del envoltorio, y entre los dos metieron a su sustituta en el cajón, que se cerró con un suave clic.

La linterna de milord fluctuó en la esquina, y se asomó a mirar: Roic indicó que todo iba bien, y milord asintió y se marchó de nuevo. Para cuando Roic y Raven metieron su objetivo en la bolsa y la volvieron a sellar, las luces regresaron. Roic extendió la mano y con cuidado abrió el aparato, y lo ocultó en la caja de herramientas de milord. Luego empezó a reordenar las cajas, preguntándose cuánto tiempo tardaría en llegar una cuadrilla de mantenimiento para comprobar el fallo de energía.

Milord regresó.

—Vamos, vamos —murmuró. Sus ojos parecían tan brillantes como las luces indicadoras, y Roic se dio cuenta de lo mucho que estaba disfrutando con esta aventura.

«Me alegro de que al menos lo haga uno de nosotros.» Raven parecía tan amistoso como siempre, como si se dedicara a estas cosas todos los días, aunque Roic sabía bien que no lo hacía. Roic tragó saliva y se preparó para echar a correr mientras el zumbido del tubo elevador y el eco de voces llegaban por el pasillo que surgía del núcleo central, pero giraron hacia el anillo exterior antes de que ningún grito de «¡Eh, ustedes!» pudiera alcanzarlos.

Un corto paseo, y volvieron a las puertas dobles subterráneas. Milord se detuvo a cerrarlas de nuevo, y llamó a Johannes por su comunicador de muñeca. El teniente estaba abriendo la trasera de la furgoneta cuando llegaron. La plataforma de carga con los «suministros» desapareció en su interior sin hacer ningún ruido. Roic no logró respirar con tranquilidad hasta que la furgoneta salió por las puertas y se unió al flujo de tráfico de la tarde.

Milord comprobó su comunicador de muñeca.

—Dieciséis minutos —dijo con tono satisfecho.

Raven había ocupado de nuevo el asiento delantero con Johannes, lo cual tenía todo el sentido del mundo, ya que los dos eran con diferencia los de aspecto más normal, según los baremos locales. Johannes condujo tranquilamente pero no demasiado tranquilamente, como le habían instruido. Con los asientos traseros plegados para dejar sitio de carga, Roic se sentó agachado frente a milord y la bolsa que contenía a la señora Sato, alerta para intervenir e impedir que se agitara si Johannes hacía algún giro repentino. Le habían asegurado que la criosolución y los ungüentos protectores mantenían a los criocadáveres ligeramente flexibles, no quebradizos, y que a pesar de su temperatura no se resquebrajarían como un cubo de hielo lanzado al suelo por un golpe accidental. Pero más valía prevenir.

Viajaron en silencio durante unos cuantos minutos, hasta que Roic comentó en voz baja:

—Todo esto me hace pensar en la sargento Taura. Toda esta gente se muere con esperanza en el futuro, ¿por qué ella no? Estábamos en la clínica Durona, todo estaba en su sitio, no podría haber costado mucho…

Taura era una de las mercenarias de la época de operaciones encubiertas de Seglmp que llevaba milord, antes de que la granada de agujas y los daños de la criorresurrección lo apartaran para siempre de esa línea de trabajo. Como Raven y el resto de los clónicos hermanos Durona, era un producto de la ingeniería genética de Jackson's Whole; contrariamente a ellos, era la única superviviente, en su caso de una fallida hornada de prototipos de supuestos supersoldados. Había escapado para unirse a la tropa de mercenarios de milord, donde la parte de supersoldado había funcionado muy bien, según declaraba milord. Pero sus creadores habían insertado un mecanismo de seguridad en sus prototipos genéticos: Taura habría muerto de vejez a los veinte años estándar sin la intervención médica que los médicos Dendarii y más tarde los Durona le habían aplicado. Roic la había visto dos veces, ambas desesperadamente memorables, la primera cuando asistió a la boda de milord, la segunda cuando milord y él viajaron a Escobar para asistir a sus últimos días en un hospital Durona.

Milord suspiró.

—Tú, Rowan, Raven y yo intentamos convencerla. Si su seguro Dendarii no lo hubiera cubierto, lo habría pagado yo de mi bolsillo, aunque no creo que los Durona me lo hubieran permitido. Todavía consideran que les deben a ella y a todos los mercenarios Dendarii su huida de Jackson's Whole. Pero Taura no lo quiso de ninguna manera.

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