Criopolis (20 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
9.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando despejó el seco nudo que tenía en la garganta, y que en realidad tenía poco que ver con la sed, Jin se embarcó una vez más en su explicación interrumpida de lo que había sucedido con el dinero del consulado. Vorlynkin dio un respingo cuando Jin llegó a la parte de los traficantes de droga y/o contrabandistas, pero ante un gesto de contención por parte de Miles-san, el cónsul dejó que Jin llegara hasta el final antes de decir:

—Lo sabemos. Rastreamos el paquete hasta la sala de pruebas de la policía, y también captamos el informe de tu detención.

Así que le creían. Eso era algo, al menos.

—Sí —dijo Miles-san—, y estoy seguro de que el cónsul te agradece haberte estado callado y que preservaras su reputación. ¿No es así, Vorlynkin?

Los labios de Vorlynkin se fruncieron en una expresión que era cualquier cosa menos agradecimiento, pero consiguió decir:

—Por supuesto.

Entonces, a través de lo que Jin reconoció a regañadientes como una habilidosa serie de preguntas (algunas hechas a él, muchas a Mina), Miles-san sonsacó la historia de su huida de la custodia de sus tíos. Para cuando regresó Johannes, haciendo equilibrios con una pila de cajas de pizza, dos litros de leche y más cerveza, Jin temió que no había mucho que Miles-san no supiera sobre tía Lorna, tío Hikaru y los primos Tetsu y Ken. Eso le hizo sentirse incómodamente desprotegido.

Miles-san acercó de una patada un taburete al fregadero e hizo que Jin y Mina se lavaran las manos, imitándolos también él como para dar buen ejemplo. El teniente Johannes lo vio subirse al taburete, miró al impasible Roic y se mordió los labios. Miles-san, el cónsul, Jin y Mina se sentaron los cuatro alrededor de la mesa de la cocina, ocupando todas las sillas que había; Roic y los demás se apoyaron en la encimera. Tras servir las cajas y un rollo de servilletas desechables, el teniente dijo:

—He comprobado la comuconsola. Estos dos chicos fueron denunciados como desaparecidos ayer. Todos los policías de la ciudad deben de estar buscándoos.

El cónsul Vorlynkin se llevó una mano al puente de la nariz.

Jin se levantó alarmado.

—¡No pueden entregarnos!

Miles-san agitó una mano.

—Nadie va a hacer nada hasta después de que comamos. —Contempló la aromática comida—. ¿Qué, no hay verdura? ¿No os hace falta verdura?

—¡No, no nos hace falta! —dijo Mina. Jin sacudió vigorosamente la cabeza, apoyándola.

Miles-san mordió su porción.

—Ah, tal vez no. Esto parece muy sano. Y sabroso.

Mina, por fin, se lanzó a la primera comida caliente que disfrutaba desde hacía dos días. Jin, abrumado por el aroma, la imitó. El consulado compraba buena pizza, no de esas baratas congeladas que servía tía Lorna. El cónsul apenas bebió su cerveza, Miles-san tomó agua, y el grandullón Roic, para sorpresa de Jin, después de servir a Jin y Mina, se sirvió un vasito de leche.

Toda esta redirección habría servido para calmar a Jin, pero Vorlynkin, después de tragar su primer bocado, dijo:

—El consulado no puede albergar fugitivos, lord Vorkosigan. Sus tutores deben de estar frenéticos.

—No queremos quedarnos aquí —dijo Jin—. ¡Quiero volver con mis criaturas!

Miles-san agitó en el aire su porción de pizza.

—¿Asilo?

—Eso no tiene gracia ni siquiera como broma —dijo Vorlynkin—. ¿Tiene idea de las complicaciones legales de dar asilo político a menores?

—No estoy seguro de haber estado bromeando, exactamente —repuso Miles-san tranquilamente—. Pero esperemos a que los niños coman, por favor.

La mandíbula de Vorlynkin se tensó, aunque acabó asintiendo. Después de que Jin y Mina ya no pudieran seguir comiendo, y Johannes ofreciera más servilletas y guardara las sobras en el frigorífico para el desayuno, igual que en casa, Miles-san se acomodó en su asiento y dijo:

—Sugiero que vayamos abajo. Los asientos serán más cómodos.

Los otros barrayareses le dirigieron a Miles-san miradas curiosas, pero recordando el dicho del tío Hikaru después de acomodarse en su gran sillón «¡de las gradas a los palcos!», Jin no vio ninguna pega en esto. Sin embargo, cuando todos terminaron de bajar las escaleras detrás de Miles-san, la habitación a la que los condujo sólo tenía cuatro sillas, todas giratorias, como de oficina. Miles-san les indicó a Mina y Jin que se sentaran, ocupó otra él mismo, y dejó a los otros tres hombres para que se sortearan las restantes. Johannes aparcó una posadera en la mesa alargada situada contra la pared, Raven-sensei hizo lo mismo, y Vorlynkin, con la boca apretada, se dejó caer en la silla que quedaba.

—Ésta es una sala de vid muy curiosa —observó Mina, mirando alrededor y haciendo balancear los pies, ahora metidos en un par de calcetines que Miles-san le había prestado para mantener los vendajes limpios. Cuando Roic cerró la puerta y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, el aire se volvió horriblemente silencioso, y por primera vez Jin se preguntó si era seguro haber traído a su hermana aquí, y no sólo por el riesgo de que los entregaran a las autoridades. Confiaba más o menos en Miles-san, o de lo contrario se habría sentido inclinado a agarrarla y echar a correr. Aunque con Roic y aquella gruesa puerta, ¿no llegaba el impulso demasiado tarde? Miles-san unió las manos entre las rodillas, y dijo: —Suze la secretaria me contó algo de la historia de vuestra madre. Así que cuando volví aquí averigüé lo que pude sobre ella en la red planetaria. Me hizo sentir mucha curiosidad. En realidad no comprendo cómo es que la han congelado, cuando no estaba enferma ni moribunda, ni la habían declarado culpable de ningún delito.

De pronto a Jin la sabrosa cena le pareció plomo en el estómago.

—¿Qué recordáis, cualquiera de los dos, de vuestra madre? —continuó Miles-san—. No cosas personales, sino sobre su trabajo, su causa. Sobre todo cualquier cosa que pudiera haberle sucedido en la época de los tumultos en su mitin, o justo antes de ser detenida.

Jin y Mina se miraron el uno al otro, incómodos.

—Mamá no hablaba mucho de su trabajo —contestó Jin—. Cuando hacía algo, nos dejaba con tía Lorna a menos que yo estuviera en el colegio. Entonces sólo dejaba a Mina.

—A tía Lorna no le gustaba mucho tener que hacer de niñera —dijo Mina.

—Sí, decía que no se había ofrecido voluntaria para eso y que no le gustaba que la reclutaran.

—Y que lamentaba lo de papá, pero tal vez si a mamá le hubiera importado de veras se habría quedado en casa a cuidar de sus hijos ella misma. —Mina apartó la mirada, frunciendo el ceño.

—Pero sólo decía esas cosas cuando se sentía «especialmente molesta» —intervino Jin rápidamente. No es que le cayera muy bien tía Lorna, pero estos galácticos eran extraños, después de todo, y le parecía raro hablar así de su familia delante de ellos. Y mamá decía que siempre había que intentar ser justos.

—¿No os llevaba nunca vuestra madre a sus reuniones?

Mina negó con la cabeza.

—Decía que no eran para niños, y que nos aburriríamos y daríamos la lata.

—Hummm. —Miles-san se frotó la barbilla—. Cuando yo tenía la edad de Jin, en casa, se me permitía a menudo acudir a las reuniones de mi padre con sus… colegas profesionales. Mi abuelo había hecho lo mismo con él. Aprendí más por osmosis que lo que advertí en ese momento. Naturalmente, tenía que estarme calladito y no dar la lata, o marcharme.

Jin frunció el ceño.

—No te puedes ir a ninguna parte si estás fuera en alguna parte. Mamá habría tenido que dejar lo que estaba haciendo para llevarnos a casa.

—¿No podría haber…? No importa. ¿Nunca tenía reuniones en vuestra casa? ¿Por la noche, por ejemplo?

—No había mucho espacio en nuestro apartamento.

—¿Nadie iba de visita? ¿Nunca?

Jin negó con la cabeza, pero Mina, para su sorpresa, habló.

—Algunas personas de su grupo lo hicieron, una vez. Muy tarde por la noche.

—¿Cuándo fue eso?

Mina se chupó el labio inferior.

—Antes de que la detuvieran.

—¿Más o menos por entonces?

—Sí, eso creo.

—No me acuerdo de eso —dijo Jin.

Mina se volvió a mirarlo.

—Estabas dormido.

—¿Qué te despertó a ti? —preguntó Miles-san.

—Estaban discutiendo en la cocina. En voz alta, y daba miedo. Además, tuve que ir al cuarto de baño.

—¿Puedes recordar de qué discutían? ¿Algo que se dijera?

Miles arrugó el rostro, concentrándose.

—Hablaban de las corporaciones, y de dinero. Siempre estaban hablando de las corporaciones, y de dinero, pero esta vez parecían más nerviosos. George-san hablaba en voz muy alta, y mamá hablaba con rapidez y muy seria, pero no parecía enfadada, exactamente. Y ese tipo nuevo gritó algo de que no era ningún contratiempo temporal… que esto podía poner de rodillas, dijo, a las corporaciones, justo antes de salir al pasillo y encontrarme. Y mami me dejó tomar un helado y me devolvió a la cama y me dijo que me quedara allí.

—¿Sabes quiénes eran? ¿Los habías visto antes?

Mina asintió.

—Estaba George-san, que siempre era amable conmigo cuando venía a recoger a mami. Y la vieja señora Tennoji, que siempre llevaba un montón de perfume. Al nuevo lo llamaban Leiber-sensei.

—¿Recuerdas el resto de los nombres? ¿Jin?

Negaron con la cabeza.

—¿George Suwabi, por casualidad? —probó Miles-san.

—Podría ser —respondió Mina, aunque parecía vacilante.

—La coincidencia en el tiempo es enormemente interesante. Y el equipo. Huelo un secreto letal, oh, sí. —Miles-san se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro de la pequeña habitación. Olvidó junto a su silla el llamativo bastón que había cogido de Suze-san—. Suwabi y Tennoji aparecieron en mis investigaciones. Admito que el doctor Leiber no. Me pregunto quién demonios es.

Como si se hubiera visto metido en todo este asunto a su pesar, el cónsul Vorlynkin dijo:

—¿Podría investigar a esta gente y encontrar más?

—No en el caso de Suwabi o Tennoji: están muertos. Y podridos, enterrados de verdad. El otro, no lo sé. Podría ser una pista larga y fría, si está en otro mundo o se ha ocultado lo suficientemente bien para escapar de las corporaciones. Podría ser más rápido despertar a Lisa Sato y preguntárselo a ella.

Mina contuvo la respiración y se puso en pie, mirando intensamente a Miles-san.

—¿Podría hacer eso? ¿Podría devolvernos a mamá? ¿De verdad?

Miles-san se detuvo en seco.

—Hummm…

A Jin el corazón le dio un brinco en el pecho. La mirada implorante de Mina le hizo sentirse asqueado.

—No, por supuesto que no puede —dijo, enfadado—. Todo es una estúpida broma.

La mano de Miles-san se dirigió a su garganta, para palpar algo a través de su camisa; una especie de colgante, le pareció a Jin.

—Maldición. Si estuviéramos en Barrayar, podría ordenar que lo hicieran.

—Pero no estamos en Barrayar —murmuró el soldado Roic entre dientes, casi la primera vez que Jin oía hablar al hombretón.

Miles-san agitó una mano como diciendo «sí, sí», aunque Jin no estaba seguro de si era en signo de protesta o de acuerdo.

Mina pareció abatida; su labio inferior tembló.

—¡No es… no es una cosa agradable para hacer bromas, si no lo decía en serio!

—No —dijo Miles-san, mirando, por algún motivo, a Raven-sensei—. No lo es. ¿Podría… ah… podríamos hacerlo? ¿Técnicamente?

Raven-sensei se rascó la barbilla.

—Técnicamente…, sí. ¿Me perdonará si señalo que los aspectos técnicos serían lo menos importante?

Miles-san agitó una mano, condescendiente.

—Suponiendo que la criopreparación se haya hecho correctamente, desde luego —continuó Raven-sensei—. Si se ha hecho.

Los ojos de Miles-san se entornaron, y continuó caminando.

—Hummm… No hay ningún motivo para que no haya sido así. No estamos en Jackson's Whole. ¿Qué necesitaría usted para lograrlo? Desde el punto de vista técnico.

—Unas instalaciones equipadas decentemente. Esto no es algo que quisiera hacer en la bañera del sótano del consulado, si es lo que estaba pensando. No si hay complicaciones.

—No podríamos permitirnos complicaciones, no. Por supuesto que no. —Miró a Jin y Mina.

Raven-sensei asintió.

—Algunos suministros médicos estándar, sangre sintética y esas cosas.

¿Si le consigo unas instalaciones, podría conseguir los suministros?

Raven-sensei asumió una mirada remota.

—¿Legalmente, o de otro modo?

Una pausa.

—No tengo ninguna objeción intrínseca a que sea legalmente, pero no puede dejar una pista de datos que conduzca a nosotros. Por lo demás, valdrán abastecedores alternativos. Si su mercancía es de la calidad adecuada, por supuesto.

—Eso no hace falta decirlo. ¿Cómo pretende hacerse con la custodia de mi paciente?

La expresión de Miles-san se volvió igualmente remota.

—Bueno, aquí es donde la cosa se pone interesante…

—¡Lord Vorkosigan! —interrumpió Vorlynkin—. ¿En qué demonios está pensando?

Jin no supo muy bien si no lo sabía, o si lo sabía y ponía pegas. Fehacientemente.

Miles-san agitó de nuevo una mano, indiferente.

—Todos los hilos de mi madeja de misterios de Kibou-daini parecen llevar a Lisa Sato… y detenerse. Estoy pensando que tal vez podría cortar el nudo de parte a parte si pudiera interrogarla. Esto… quiero decir, hablar con ella. Lo reconozco, parece poco imaginativo a primera vista, pero cuanto más lo pienso…

—¡Imaginativo! ¡Parece una locura total!

Miles-san le dirigió al cónsul una mirada conmovedora.

—Pero, Vorlynkin, eso resolvería de un plumazo todos sus problemas de dar asilo a menores. Ya que su madre es su pariente adulto más próximo.

—¿Cuándo se ha convertido en mi…? No importa.

Miles-san sonrió de una forma rutilante que Jin no comprendió del todo.

—Muy bien, Vorlynkin.

—¿De qué está hablando? —gritó Mina.

Miles-san perdió de inmediato todo su aspecto rutilante e hincó una rodilla delante de su silla giratoria.

—Marcha atrás, sí. Esto… Verás, Mina, me envió mi gobierno para que comprobara unas cuantas cosas desagradables que una criocorporación de Kibou está intentando hacer en uno de mis mundos. Creo que tu madre podría responder a alguna de mis preguntas, o al menos darme información interesante. Da la casualidad de que el doctor Durona, aquí presente —Raven-sensei agitó sus largos dedos para saludar amablemente a Mina—, es un gran especialista en criorresurrección, y ya trabaja para mí, lo cual me da una idea. Verás, hay tres cosas que tienen que estar resueltas antes de que pueda encargarme de despertar a tu mamá. Tengo que tener la certeza de que será seguro para ella desde un punto de vista médico, y creo que Raven podría encargarse de eso. Tengo que poder asegurar su situación: tengo que poder hacerme con ella y sacarla del lugar donde ahora está sin causar ningún alboroto, y creo que podría hacer eso. Y después, tengo que poder protegerla para que no la detengan y se la lleven de nuevo, o todo será para nada, y eso será trabajo del cónsul Vorlynkin.

Other books

Behind the Badge by J.D. Cunegan
The Maze (ATCOM) by Jennifer Lowery
American Love Songs by Ashlyn Kane
Agent in Place by Helen MacInnes
Rock On by Matt Christopher, Stephanie Peters
Bicoastal Babe by Cynthia Langston
Martinis and Mayhem by Jessica Fletcher
Double Cross by James David Jordan