Ya fuera la definición legal de sus actos asesinato o sólo homicidio, Miles seguía con el dilema de cómo deshacerse ahora de aquellos invitados no deseados. Soltarlos sin más quedaba descartado. Ellos, y sus confesiones, tenían que ser entregados a la autoridad de la policía local, pero a nadie que pudiera ser comprado por sus jefes de NeoEgipto. No es que ése fuera a ser el resultado, pensó Miles. Atados por su culpa compartida, Hans y Oki serían sacrificios instantáneos, y sus jefes comprarían su propia libertad a través de una cortina de humo de caros abogados. No obstante, Miles quería hacer caer a todo el equipo de NeoEgipto, si podía.
El meticuloso Roic escoltó a sus cautivos, individualmente, al cuarto de baño y les dio agua. Por el momento, Miles le ordenó a Raven que los mantuviera levemente sedados, aunque ésa tampoco iba a ser una respuesta a largo plazo. Congelarlos parecía cada vez más la mejor opción. Miles no estaba dispuesto a llevarse a la pareja a casa. «Barrayar no sufre escasez de matones, y además, los nuestros son más competentes.» En la parte positiva, la Banda de los Cuatro tenía que estar ya alarmadísima por la desaparición de sus sicarios y de Leiber, horas después de que tuvieran que haberse presentado. Sí, tal vez fuera hora de empezar a cortar unas cuantas cabezas.
Con las grabaciones enviadas al consulado, Miles pudo por fin dedicarse a CrisBlanco, donde todo esto había comenzado, lo que empezaba a parecer hacía muchísimo tiempo. Felizmente, no tuvo problemas para conseguir por medio de presión una cita inmediata con Ron Wing. Miles se pasó el trayecto ensayando mentalmente su papel, para no estropear su tapadera mientras seguía persiguiendo su objetivo.
En la antesala del despacho de Wing los recibió una sonriente secretaria ejecutiva, que se levantó para saludarlos. También se levantó de un sillón de cómodo aspecto en un rincón, aunque con un bostezo y no una sonrisa, una sorprendente criatura gatuna, con el cuerpo pardo rojizo de un león en miniatura y alas no muy distintas de las de Gyre, pero con un perturbador rostro humano. Llevaba un pintoresco pañuelo de rayas al estilo de las estatuas egipcias bajo su barbilla femenina. Trotó hacia Roic, que se quedó inmóvil, sorprendido, mientras se enroscaba en sus piernas. Frotó sus rodillas (debía de pesar diez kilos), alzó la cabeza y abrió la boca no para decir «¿Quién anda a cuatro patas por la mañana, con dos a mediodía y con tres por la noche?», sino para emitir un más apasionado medio maullido.
—Basta, Nefertiti —reprendió la secretaria, y recogió a la bestia para depositarla en su mesa. La criatura agitó la cola empenachada y pareció ofendida.
Miles extendió una mano para que la olfateara mientras la secretaria continuaba:
—No pasa nada, no araña ni muerde. Pero despelucha —añadió a manera de alegre explicación al todavía aturdido Roic—. Fueron el regalo promocional de este año de nuestro competidor y vecino, NeoEgipto.
—No los vi en la conferencia —dijo Miles.
—Oh, se acabaron todas el primer día. Muy populares. Vienen equipadas con un vocabulario de más de una docena de palabras, y se supone que son maravillosas con los niños. Y buenas para la seguridad de la casa. —Esto último lo dijo con tono menos confiado.
—¿Dónde… ejem, las mandaron hacer? —preguntó Miles.
—En una compañía de bio-ingeniería de Jackson's Whole, según tengo entendido —respondió ella. Naturalmente—. Las enviaron congeladas, y NeoEgipto pudo ahorrar dinero reviviéndolas en sus propios laboratorios. Pero resultan difíciles de mantener. Son muy delicadas a la hora de comer.
—¿Genes de gato… principalmente? —preguntó Miles.
Ella miró vacilante a la mini-esfinge, que le devolvió una mirada impasible.
—Eso creo. ¿Usted no? Le diré al señor Wing que está aquí, señor Vorkosigan.
Wing salió al momento para recibir a sus huéspedes auto-invitados. Tras dejar a Roic en la antesala charlando con la secretaria, y tal vez intercambiando adivinanzas con la esfinge, Miles se dejó conducir al santuario interior de Wing por el hombre en persona y se sentó en un cómodo y elegante sillón de gel acolchado. Una bonita suite en el rincón, ventanas en dos lados que asomaban a los edificios y los serenos jardines del complejo; Miles recordó vagamente el cubil de Suze.
Wing tomó asiento tras su gran mesa de cristal con su comuconsola, cruzó las manos y lo miró con alarma.
—¿Dijo usted que tenía una emergencia, lord Vorkosigan?
Miles se quitó un pelo de esfinge de la manga de la chaqueta gris y trató de recordar qué iba a decir.
—No, yo diría que la tiene usted. —Se acomodó y frunció el ceño, deseando que sus pies pudieran tocar el suelo.
Wing parecía alerta, pero no alarmado.
—¿Cómo es eso?
—He pasado unos cuantos días husmeando por Northbridge después de la conferencia, y después de nuestro encuentro. Averiguando en qué me meto con mi nueva inversión. Resulta que hay una pega. ¿Lo sabía? —Miles dejó que su ceño fruncido mostrara recelo, con la esperanza de poner a Wing a la defensiva.
—¿Humm? —murmuró simplemente Wing.
Miles se acordó de seguir fingiendo mientras comunicaba la mala noticia: lo bastante agudo para ser creído, pero no tanto como para ser una amenaza.
—La estructura de mi compensación por los servicios a prestar depende del valor de que mis acciones de CrisBlanco Solsticio suban, no bajen. ¡Si bajan, acabaré no teniendo beneficios, sino deudas!
—No bajarán —dijo Wing, confiado.
—Me temo que disiento. Su compañía madre está a punto de sufrir un importante golpe financiero.
Wing no se dispuso a tranquilizarlo inmediatamente.
—¿Y eso?
—¿Recuerda todos esos contratos comodificados que han comprado a NeoEgipto? Les han vendido un montón de plomo. Resulta que una marca concreta de criofluido en el mercado hace entre treinta y cincuenta años se descompone después de un par de décadas, haciendo que no se pueda revivir a los patrones. Los cerebros se convierten en gelatina, como lo expresó vividamente mi asesor técnico. Todas las resurrecciones de ese periodo que usaron ese producto fracasarán cada vez más. Les deberán millones de nuyen y todos esos votos a los parientes de sus patrones.
Wing abrió la boca con genuina sorpresa.
—¿Eso es verdad?
—Pueden comprobarlo ustedes mismos, en cuanto apunten a sus laboratorios en la dirección adecuada.
Wing se hundió en su asiento.
—Por supuesto que lo haré.
—NeoEgipto es el culpable. El timo de los contratos comodificados se originó allí, tal como tengo entendido… generado por un tipo llamado Anish Akabane, su jefe de finanzas.
Wing asintió lentamente.
—Lo conozco. ¡Un hijo de puta listo! —Parecía más admirado que enfadado.
—Me parece que tienen un caso claro contra NeoEgipto, ustedes y todas las demás criocorporaciones de Northbridge que han sido estafadas. Pueden incluso unir fuerzas en un pleito conjunto.
Wing entornó los ojos con un rápido «sin duda».
—Sólo si pudiera demostrarse que lo sabían.
—Podría demostrarse que lo sabían hace al menos dieciocho meses. Podrán hacer caer a esos bandidos.
Wing alzó una mano.
—¡Más despacio, lord Vorkosigan! Comparto su furor, pero no creo que el rumbo que sugiere sirva para proteger su inversión.
Dejando a un lado la liviana naturaleza de la «inversión» de Miles.
—¿Señor?
—¿Esto es confidencial? ¿No se lo ha dicho a nadie más?
—He empezado por ustedes. Había pensado ir bajando por toda la lista de corporaciones de la Criopolis después.
—Me alegra que haya acudido a mí primero. Ha hecho usted lo adecuado.
—Eso espero, pero ¿qué quiere decir?
—Primero tenemos que pensar en proteger el valor de CrisBlanco y los intereses de sus accionistas, incluido usted mismo. Primero (después de comprobar los hechos, naturalmente) tenemos esta clara aunque obviamente limitada oportunidad de librarnos de nuestros propios problemas. Sería una absoluta irresponsabilidad no aprovechar la ocasión. Para CrisBlanco sería mucho mejor dejar que este problema saliera a la luz de manera lenta y natural a partir de otras fuentes, en vez de soltárselo al público de sopetón y crear una crisis evitable.
—No estoy seguro de comprenderlo muy bien.
«Me temo que sí. Maldición. Este perro no luchará.»
Wing sacudió la cabeza.
—Todos los demás equipos de gobierno responsables de las criocorporaciones estarán de acuerdo conmigo. Esto no es algo que haya que hacer público. Podría ser muy lesivo no sólo para CrisBlanco, sino para toda la industria, incluso para la economía en general.
—Entonces, ¿está hablando no de un pleito conjunto, sino… ah, de una tapadera conjunta?
«No farfulles», se dijo Miles.
—«Tapadera» es un término demasiado fuerte. —Wing suspiró, como lamentándolo—. Aunque sin duda sería preferible en general. Pero si este problema ha llegado tan cerca de la superficie que incluso la inspección casual de una persona de otro planeta puede descubrirlo, claramente es demasiado tarde para que ocultarlo sea efectivo. La noticia debe de estar a punto de conocerse.
No era tan sencillo, pero Miles no estaba dispuesto a contarle a Wing los detalles.
Wing tamborileó los dedos sobre el cristal negro de su mesa.
—Una pequeña ventaja para nosotros, creo. Y entonces, sí, creo que sería mejor que acuda primero a nuestros colegas competidores. Considerando los aspectos de este asunto que nos amenazan a todos. Tal vez dentro de unas semanas. ¡Ah, sí! Lord Vorkosigan, su inversión estará a salvo con nosotros. ¡Déjemelo a mí! —Se echó hacia atrás, sonriendo de nuevo, aunque estaba claro que su cerebro estaba en marcha detrás de aquellos ojos.
—Pero ¿dónde, en todo esto, se llevan su castigo esos hijos de puta de NeoEgipto? —Miles trató de que su tono pareciera quejumbroso y no furioso.
—¿Ha oído alguna vez la expresión «vivir bien es la mejor venganza»?
—En el lugar de donde yo soy, la cabeza de alguien en una bolsa es considerada generalmente la mejor venganza.
—Bueno, ah… humm… Culturas diferentes y todo eso. Bien. Me ha puesto usted en las manos un montón de cosas que hacer esta tarde, ninguna de las cuales estaba prevista en mis planes.
Una clara insinuación para que Miles se largara y dejara a Wing ir corriendo a hablar con su control de daños.
Miles podía imaginarlo: las corporaciones uniéndose no en colisión, sino en colusión.
—Me ha dado mucho en lo que pensar, Wing-san.
—Igualmente, estoy seguro. ¿Un té, antes de irse? —Wing estaba claramente dividido entre la etiqueta social y la necesidad de actuar en esta nueva crisis.
Cruelmente, Miles dijo:
—¡Bueno, sí!
Combinaba así, supuso, lo de vivir bien con lo de vengarse, aunque poquita cosa. Regresaron a la antesala, donde la secretaria ya se había ocupado de servirle a Roic un té verde y galletitas almendradas, y le dirigía miradas admiradas y agradecidas. La esfinge hacía ruiditos quejumbrosos tras los barrotes de una gran… caja de transporte de esfinges.
—Me alegra tanto que se la quede —dijo la secretaria, indicando con la cabeza la jaula mientras les servía a Miles y a su jefe de una delicada tetera de porcelana—. Es una criatura encantadora, y muy mansa, pero no encaja con nuestro decorado.
—¡Ah! —dijo Wing, animándose—. ¿Por fin le ha encontrado un hogar, Yuko? ¡Buen trabajo! Me alegrará tener esa caja de serrín fuera del cuarto de baño de ejecutivos.
Miles miró a Roic con reproche.
—¿Vamos a tener una esfinge?
«¿Por qué? O, más bien, ¿por qué yo? ¡Dios!»
Roic parecía incómodo.
—Dije que conocía a alguien a quien le encantaría tenerla.
—Ah.
Miles confió en que Roic hubiera conseguido algo de valor a cambio. Información, a ser posible. La secretaria parecía un poco mayor para él, pero si su interés por los varones barrayareses era romántico o maternal apenas importaba, mientras fuera amistoso. Y sincero.
Miles limitó su venganza a una taza, y luego permitió que lo acompañaran amablemente a la salida. Dos empleados se encargaron de transportar la comida, platos, juguetes, sombreros extras y utensilios sanitarios. Roic cargó con la caja, y supervisó todo cuando lo metieron en la parte trasera de la aerofurgoneta del consulado. La voz de la esfinge se alzó en impía protesta cuando pasaron una vez más bajo la roja puerta torii.
—¡Fuera! ¡Fuera!
—¿Y ahora adónde, milord? ¿Alguna otra parada?
—No… todavía, creo. Mi brillante plan para arreglar este jaleo y ponernos rumbo a casa acaba de irse al garete. Te lo contaré todo camino de la ciudad.
—Sí, milord.
Jin salió sin hacer ruido de la cabina de aislamiento, donde Mina y su madre estaban durmiendo, Mina enroscada a los pies de la cama como un gato. Su madre parecía agotada y pálida, y daba un poco de miedo, pero nada que ver con esa otra mujer a la que Miles-san y Raven-sensei no habían logrado revivir. La alegría de Jin al encontrarla viva lo había barrido como una gran ola, pero ahora que la primera oleada de alivio remitía, se sentía aturdido y extraño. Todo volvía a ser incierto, con los adultos al mando. ¿Adónde irían a vivir ahora? ¿Qué les sucedería a sus criaturas? ¿Le obligarían a volver al colegio? ¿Cuándo? ¿Tendría que ir a una clase con niños un año más jóvenes que él?
¿Podrían quitárselo todo de nuevo…?
Ako, de guardia en la sala de recuperación, le dirigió un amistoso saludo desde su silla. Jin oyó voces en el pasillo, y fue a ver quién era.
Cerró la puerta tras él y encontró a Vorlynkin-san, que parecía sobresaltado, discutiendo con Raven-sensei y otras dos personas nuevas. También Jin se quedó boquiabierto cuando contempló a la pareja.
El hombre era casi otro Miles-san: la misma altura, el mismo aspecto, pero era el doble de ancho, y no tenía canas en el pelo. Llevaba un elegante traje de negro sobre negro con más negro que de algún modo le hacía parecer más esbelto. La mujer era aún más alta que la madre de Jin, con brillantes cabellos rubios recogidos en un rodete, y ojos casi tan azules como los del cónsul Vorlynkin. Su vestido era más ondulante, gris claro, con un top de seda blanco y un atisbo de oro en la garganta y las orejas. Su atuendo le recordó a Jin la camisa de Miles-san, sencilla pero de algún modo extra… extraordinaria. Le sonrió e hizo que se sintiera acalorado.