—¿Y cuántos representantes tiene Esperanza Occidental en la legislatura de la Prefectura Territorial? —preguntó Miles.
—Catorce —respondió ella animadamente.
Tantos como la ciudad paterna, aunque ocupaba una fracción de la zona.
—Interesante.
Roic volvió la cabeza.
—¿Qué demonios…?
—¡Pirámides! —dijo felizmente el doctor Durona, volviendo también la cabeza—. ¡Docenas de pirámides! ¿Hay por aquí un río llamado Negación?
Miles tomó nota de darle una reprimenda a Raven también a la menor oportunidad y en privado.
La permanente sonrisa de Aida se volvió dolorosa, pero se recuperó de inmediato.
—Ésas son las instalaciones de nuestro principal competidor criogénico, NeoEgipto.
Casi un kilómetro de muralla de piedra caliza se interrumpía con una alta verja, flanqueada por enormes estatuas de sombrías figuras sentadas con estilizadas cabezas caninas.
—Las vi antes en la conferencia —dijo Roic—. Había un tipo paseándose con un vestido ceñido y una gran cabeza de perro de plástico, repartiendo folletos. Parecía más bien un anuncio de una firma de bioingeniería de Jackson's Whole.
Miles pudo informar sobre el tema.
—Son estatuas de Anubis, el dios egipcio de los muertos —explicó—. Tenían varios dioses más con cabezas de animales (halcones, gatos, vacas) con diversos significados simbólicos. Ése no es un perro, sino un chacal, que era un animal carroñero de sus antiguos desiertos. Una asociación natural con la muerte para una sociedad preindustrial, supongo.
Miró a Aida y se abstuvo de explicar el paralelismo, aunque se preguntó si alguien se habría molestado en comprobar las traducciones de aquellos jeroglíficos que decoraban las murallas, o si realmente dirían algo como «¡Ptah-hotep es un mierda!» o «Unas le debe a Teti cien fanegas de trigo y una talega de higos».
Aida miró las figuras que quedaban atrás y arrugó la nariz.
—Como pueden ver, han adoptado esa era de la Antigua Tierra como tema de su corporación.
«Más bien como parque temático», pensó Miles.
—Las pirámides son sus instalaciones criogénicas —añadió Aida con reluctante admiración—. NeoEgipto ha descubierto que los patrones pagan un plus por el espacio de lujo más limitado de los niveles superiores.
—¿Espacio de lujo? —preguntó Roic—. ¿No es todo lo mismo, una vez te han congelado? Quiero decir, ¿tecnológicamente?
Miró a Raven, que murmuró:
—Por lo menos es lo que cabría esperar…
—Sí, pero los criocontratos son seleccionados y firmados por personas vivas. Ha sido un programa muy atractivo y lucrativo para NeoEgipto. Han registrado todo ese periodo histórico para bloquear a los imitadores —explicó Aida. Y añadió con tono de decepción—: Regalaron esfinges vivas en la conferencia este año, pero nuestro jefe de departamento llegó demasiado tarde para conseguirnos una.
Con esfuerzo, Miles logró no parpadear, y por eso pudo ver bien las siguientes instalaciones en su ruta, donde había torres de cristal y agujas brillantes envueltas con líneas de luz de colores. El vehículo de tierra estaba aislado de todo sonido, pero podría haber jurado que un leve bajo penetraba la cabina.
—¿Música?
—Shinkawa Consolidated —explicó su guía. Y en efecto, pasaron ante otra verja, con el nombre de la criocorporación en cambiantes tonos de arco iris—. Creo que intentan atraer a un público más joven.
Miles trató de digerir eso. No lo consiguió.
—Sin duda ése será el segmento de mercado más pequeño.
—Los patrones suelen ser más viejos cuando se activa su contrato, sí —respondió Aida—. Pero la asequibilidad personal mejora cuanto antes firmes y comiences a hacer tus pagos. Ha sido una estrategia muy efectiva para Shinkawa. Si no tuviera ya un criocontrato con mi empresa, como parte de mi paga de beneficios, los tendría en cuenta. —Se rió, cubriéndose la boca con una mano bien cuidada—. Aunque probablemente no debería decirles eso.
Otro campus apareció al otro lado de la carretera. Parecía tener un montón de árboles, pero no había murallas ni verjas (ni guardias en las verjas), aunque un bajo muro de piedra tenía el nombre de Primavera Boreal. Los edificios que Miles pudo divisar a través de la vegetación parecían cuadrados y funcionales. Señaló.
—¿Y esa gente?
—Ah, Primavera Boreal —dijo Aida—. Tienen la distinción de ser una de las criocompañías más antiguas de la región, y una de las primeras en desarrollar sus instalaciones aquí, pero no son lo que podríamos llamar una empresa de primera fila.
De hecho, según los informes preliminares no-del-todo-inadecuados que Miles tenía sobre Kibou-daini, había seis grandes criocorporaciones en funcionamiento, lo que sin duda las convertiría en lo que él llamaría primera fila. Pero el aspecto general del lugar era serio hasta el punto del aburrimiento.
Se estaba gastando un montón de dinero para seducir… no a los muertos, supuso Miles, sino a los vivos. Aunque para un criosecuestro a largo plazo uno bien podría querer una entidad inmortal como una corporación al cargo. Sus impresionantes fachadas prometían un montón de cosas, pero sobre todo continuidad. Si uno no supiera que en el fondo secreto de todas esas organizaciones, corporaciones y gobiernos por igual, seguía habiendo un número finito de personas falibles discutiendo…
El gran vehículo de tierra redujo la marcha y dobló para atravesar una enorme puerta roja: CrisBlanco no perdía el tiempo en aseverar el estilo de su corporación. La seguridad los dejó pasar electrónicamente sin que fuera necesario parar. Rodearon un bosquecillo de pinos y aparcaron ante el edificio central. Un eficaz bloque de torres se alzaba detrás, pero el visitante veía primero un jardín tradicional de imitación, todo agua y senderos, piedras con moho, guijarros rastrillados y delicados arces rojos. El tema continuaba dentro del gran vestíbulo de cristal con retorcidos árboles en miniatura y severos arreglos florales. Sus anfitriones esperaban entre todo este elegante esplendor, con la cabeza inclinada, y Miles se sacudió los restos de la fatiga de su ataque y se preparó para el encuentro.
En persona, Ron Wing resultó ser un hombre elegante de mediana edad, ataviado con un traje de negocios formal: chaleco, casaca exterior de mangas anchas con sólo un atisbo de hombreras aladas y pantalones sueltos de un sutil tono azul, con calcetines de dedo hendido y sandalias. El estilo, el tejido y el corte indicaban estatus, dinero y moda igual que la túnica casi militar, los pantalones y las botas cortas lo hacían en los Vor de Barrayar. El calculado traje se reforzaba con unos ojos sagaces y una atención sobria.
Al lado de Wing gravitaba el tipo que había planteado delicadamente el soborno de CrisBlanco al lord Auditor en la fiesta la noche anterior a que los terroristas/activistas/idiotistas atacaran, interrumpiendo tan burdamente su prometedora relación. Hideyuki Storrs tenía el título de vicepresidente ejecutivo de desarrollo. Vestía una versión estilizada del atuendo de su jefe, más o menos como el traje estudiosamente local de Vorlynkin, la tradición modificada por la utilidad; Miles lo había catalogado como un sicario de alto rango, pero no del círculo interno. El departamento de desarrollo quería claramente continuar donde se habían quedado cuando fueron interrumpidos, y Miles recordó no dejarse engatusar demasiado pronto. No tenía sentido desperdiciar la ventaja. La mitad de las acciones de Miles de ayer habían sido escalar la cadena de mando hasta quién sabe quién. Mientras Aida le entregaba el grupo a Storrs, que hizo las presentaciones formales a Wing, Miles pensó con satisfacción: «Objetivo avistado. Apuntando.» Por la sonrisa de Wing, Miles se preguntó si estaría pensando algo parecido.
«Soy más importante para ti de lo que debería. ¿Por qué?»
—Estoy encantado de que nos haya permitido compensar algunas de las inconveniencias que ha sufrido últimamente, lord Vorkosigan —dijo Wing.
Miles hizo un gesto con la mano libre, indicando que no era culpa suya, contradicho por una fina mueca, y contestó:
—Sólo podemos estar agradecidos de que nadie haya resultado malherido o muerto en la huida.
—Ciertamente —reconoció Wing—. Como compensación, esto nos permite mostrarle nuestras instalaciones de manera mucho más detallada de lo que lo habría hecho en la visita general.
—Una compensación parece adecuada, sí.
—¿Le apetece tomar algo? ¿Té? ¿O seguimos la costumbre galáctica y empezamos ahora mismo?
—Prefiero empezar ya, sí. Mi tiempo no es ilimitado.
—Síganme, entonces…
El grupo siguió a Wing al paso del bastón de Miles, que no era del todo fingido. Entre su aventura bajo tierra y los habituales efectos secundarios de los malditos ataques, sus dolores y achaques le estaban pasando factura. Aida se mantuvo a su lado, como esperando atajarlo si se caía. Les mostraron rápidamente las partes públicas más bonitas de la sede central, y luego un flotador los llevó a otro edificio, donde se recibía a los patrones. Tanto el vestíbulo frontal como los muelles de descarga posteriores parecían ocupados.
—Nuestros patrones proceden de dos fuentes —explicó Wing, conduciéndolos por los pasillos, que olían a hospital—. Algunos, que han sufrido colapsos metabólicos súbitos e inesperados, son procesados por los hospitales y luego se los trae para que se los almacene a largo plazo. Otros, que eligen un modo menos azaroso, acuden a nuestras clínicas para que los procesemos aquí mismo.
—Espere, ¿vienen vivos? —preguntó Roic.
—Cuanto más sano estés cuando te congelan, mejores serán las probabilidades de un revivir sano —contestó Storrs.
—Eso es cierto —murmuró Raven.
Roic enarcó las cejas, y le dirigió una mirada a Miles que sólo podía decir: «Ay, sí.»
—¿Quiere observar con más atención los procesos técnicos? —dijo Wing—. Esa sección no se muestra habitualmente en las visitas públicas, por supuesto. Tenemos unas veinte congelaciones previstas para hoy. Los traslados, naturalmente, no tienen cita previa.
Miles, que ya había soportado una vez todo el proceso de manera demasiado íntima, aunque no consciente, rechazó la macabra invitación; Roic pareció aliviado, Vorlynkin lo soportó todo con expresión impasible. Raven, siguiendo una indicación de Miles a su espalda, aceptó la invitación y se fue con Storrs. Miles se alegró de salir del edificio de procesamiento: el olor del lugar, aunque no desagradable, le provocaba escalofríos.
—¿Y cuántas criorresurrecciones hacen aquí al día? —le preguntó a Wing, cuando estuvieron de vuelta en el flotador y en marcha. Wing y él compartían el asiento delantero, con la mejor vista, con Aida sentada tras ellos a contramarcha, y Vorlynkin y Roic compartían el último asiento, oyéndolo todo.
Wing sólo vaciló un instante.
—Tendría que hacer los cálculos. —Se volvió a mirar mientras el flotador avanzaba sobre los terrenos bien cuidados —. ¿Cómo es que conoce al doctor Durona?
Incluido en esta excursión a… bueno, no a petición de Miles, Raven simplemente había sido anunciado en el número de ocupantes del vehículo de tierra.
—Mi ayudante Roic y él estuvieron juntos durante el secuestro. Una experiencia que crea lazos, supongo.
—Ah, eso lo explica todo. Su Roic parece un tipo en quien yo también querría escudarme en una crisis.
Estaba claro que Wing no tenía problemas en interpretar ayudante por guardaespaldas. Nadie, al mirar a Roic y Miles, habría pensado otra cosa. Miles estaba seguro de que Wing aún no había descodificado las complejidades del oficio de hombre de armas.
—Me sorprendió saber que tiene usted un pariente que es uno de los principales accionistas del Grupo Durona —continuó Wing—. A menos que Vorkosigan sea un apellido común en Barrayar.
—¿Mark?
Así que finalmente han descubierto eso. Otra pista, una de varias, de que la visita auditora de Miles a Kibou había sido una sorpresa para la criocorporación, y que todavía estaban intentando ubicarlo. Miles había conocido planes rebuscados, planeados con años de antelación: las maniobras de Wing olían a improvisado, tal vez a sólo días.
—Es mi hermano menor, de hecho.
—¿De verdad? —Wing sonrió—. ¿Cree usted que nuestro proyecto de expansión a Komarr le resultaría también interesante a él?
«Sí, pero no como piensas.»
—Preferiría dejar a Mark al margen. Es un negociante muy taimado. Mientras que yo he trabajado toda la vida en el servicio público a cambio de muy poca paga, él ha acumulado beneficios envidiables, superándome. Una de las cosas que más me entusiasman de este proyecto es la oportunidad de derrotarlo por fin en su propio juego. —Miles arrugó los labios en una sonrisa de vulpina rivalidad fraternal.
Wing la pilló de inmediato, lo cual decía algo a su favor.
—Comprendo. ¿Y tiene su hermano algo parecido a su influencia en los asuntos públicos, lord Vorkosigan?
—No, suele ir a lo suyo.
—Lástima.
—No desde mi punto de vista.
—¿Y el resto de su numerosa familia? ¿Se lleva usted bien con ellos?
—Oh, sí. Aunque una oportunidad para alardear delante de todos ellos no se presenta todos los días. —Miles dejó que su voz adquiriera un tono levemente quejumbroso—. Siempre he tenido mucho que demostrar, en Barrayar.
Toma, deja que Wing digiera eso. Un bonito equilibrio entre celosa avaricia y la promesa de una influencia que merecía la pena conseguir. Y soportaría una investigación superficial. «Gracias, hermano.»
Wing frunció el ceño, dubitativo.
—¿No le informará el doctor Durona?
—Digamos que estoy trabajando en eso. —Miles bajó la voz para enmascararla con el zumbido del vehículo—. ¿Conoce el viejo dicho, mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca aún?
Wing asintió.
—Es bueno —vaciló—. A continuación, hemos preparado para usted una presentación del Proyecto Komarr. ¿Deberíamos invitar al buen doctor a ver otra parte de las instalaciones mientras tanto?
—No será necesario. A menos que tenga alguna innovación técnica que prefiera no mostrar a unos rivales potenciales.
—No, la instalación de Komarr se basará en tecnología comprobada y de confianza. Nuestras innovaciones se dedican todas al modelo comercial.
—Entonces no hay ningún problema. Creo que Raven es de esos técnicos a los que los negocios les vienen grandes.
¿Hasta qué punto era provinciano este tal Wing? Raven era del puñetero Jackson's Whole, donde el comercio era arte, ciencia, guerra y supervivencia-hasta-el-amanecer.