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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (11 page)

BOOK: Criopolis
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La cabina de seguridad tenía grandes ventanales de cristal que daban a la rotonda. Dentro hacía frío, y cuando la puerta se cerró cayó un maravilloso silencio, lo que normalmente habría sido un alivio para Jin, pero ahora no lo fue. Había un montón de pantallas conectadas, y Jin advirtió que algunas de ellas eran vidcámaras que apuntaban a las caras de la gente cuando subían o bajaban por las escaleras mecánicas. No había reparado en ellas entre el ruido y la confusión y la prisa del lugar. La mujer lo hizo sentarse en una silla giratoria. Sus pies no llegaron a tocar el suelo.

El hombretón, Dan, alzó una linternita.

—Déjame ver tus ojos, chico.

¿Un escáner retinal? Un destello rojo. Jin cerró los ojos con todas sus fuerzas, y se cubrió la cara con las manos. Pero ya era demasiado tarde. Oyó al hombre acercarse a su comuconsula.

—Está asustado, Dan —dijo la mujer. Jin miró por entre sus dedos y vio que tenía en las manos el sobre y lo apretaba y lo sacudía como si fuera un regalo de cumpleaños—. ¿Crees que el motivo podría estar aquí dentro?

Un pitidito en la consola.

—Ajá. Creo que tengo una coincidencia. Ha sido rápido. —El agente Dan se volvió y preguntó—: ¿Te llamas Jin Sato?

—¡No!

—Aquí dice que lleva desaparecido más de un año.

Sin soltar el brazo de Jin, la mujer se acercó a mirar la holopantalla.

—¡Santo Cielo! ¡Apuesto a que su familia se alegrará de recuperarlo!

—¡No, no lo harán! ¡Déjenme ir!

—¿Dónde has estado escondiéndote durante todo un año, hijo? —preguntó el agente Dan, con cierta amabilidad.

—¿Y qué es esto? —preguntó Michiko, sopesando el sobre y frunciendo el ceño.

—¡No puede quedárselo! ¡Devuélvamelo!

—¿Qué hay dentro?

—Es sólo una carta. Una… una carta muy personal. Tengo que entregarla. A… a unos hombres.

Los dos agentes se pusieron rígidos.

—¿Qué clase de hombres? —preguntó Michiko.

—Sólo… hombres.

—¿Amigos? ¿Parientes?

Los parientes no eran buena cosa en el mundo de Jin.

—No. Los he conocido hoy mismo.

—¿Dónde los has conocido?

Jin mantuvo la boca cerrada.

—No tiene ninguna dirección. Ni ningún sello postal. No hay ningún motivo para que no podamos echar un vistazo, ¿no? —dijo Dan.

La mujer asintió y le tendió el sobre. Dan sacó una navaja y lo abrió por abajo, sujetándolo por la parte superior. Cayó un grueso fajo de billetes, seguido de una nota aleteante.

Era más dinero del que Jin había visto junto en su vida. Por la expresión de sus caras, era más dinero del que los dos agentes de seguridad habían visto también, desde luego en manos de un niño.

Dan ojeó el dinero y dejó escapar un largo silbido de sorpresa.

—¿Crees que serán contrabandistas de droga? —preguntó Michiko—. ¿Contrabandistas de sueños-felices?

—Podría ser… Dioses, podría ser cualquier cosa. Enhorabuena, Michiko. No me extrañaría que te ganaras un ascenso.

Mirando el sobre con más respeto, Dan se sacó lentamente un par de finos guantes de plástico del bolsillo y se los puso antes de recoger la nota. Parecía escrita sólo en una parte.

Dan leyó en voz alta.

—«Debemos confiar en que sepa lo que está haciendo. Por favor, contacte con nosotros en persona lo antes posible.» —Volvió la nota a la luz—. No hay ninguna dirección, ni fecha, ni nombres. Nada. Muuuy sospechoso.

Michiko se agachó para mirar severamente a Jin a los ojos.

—¿Dónde encontraste a esos hombres malos, chico?

—No eran hombres malos. Eran sólo… hombres. Amigos de un amigo.

—¿Adónde llevabas todo ese dinero?

—¡No sabía que era dinero!

Michiko alzó las cejas.

—¿Te lo crees? —le preguntó a su compañero.

—Sí, o se habría largado con todo.

—Buen argumento.

—¡No lo habría hecho! ¡Aunque lo hubiera sabido!

—Nadie te ha amenazado ahora, Jin —dijo Michiko más amablemente—. Estás a salvo.

—¡Nadie me amenazó!

Jin nunca se había sentido menos a salvo en su vida. Y si hablaba, Suze y Ako y Tenbury y todos los que eran sus amigos tampoco estarían a salvo. Y Lucky y las ratas y las gallinas, y el grande y hermoso Gyre… Apretando los labios con todas sus fuerzas, miró a los dos oficiales.

—Llama a Servicios Juveniles para que recojan al chico —dijo Michiko—. Supongo que el resto de las pruebas tendrán que ir a Antivicio.

—Sí —respondió Dan. Sus manos enguantadas guardaron el precioso sobre de Jin, el fajo de dinero y la nota en una bolsa de plástico transparente.

—Mis animales —susurró Jin. Miles-san le había encargado una tarea sencillísima, y la había fastidiado. Lo había fastidiado todo. Entre sus párpados cerrados empezaron a correr las lágrimas.

Con un sonido rechinante y una vaharada de polvo, la arandela saltó del hormigón.

—Por fin —jadeó Roic.

5

Roic esperó a que el polvo se asentara, y a que el ocasional eco de los pasos por la galería quedara en silencio durante un buen rato antes de aventurarse a explorar con cautela. La cerradura de la puerta cedió a la fuerza, o más bien el endeble marco se quebró y rompió el mecanismo entero, más ruidosamente de lo que a Roic le habría gustado, pero nadie dio voces ni vino a investigar. Agachándose para que nadie lo viera desde las ventanas, los pies descalzos silenciosos sobre las tablas del suelo a excepción de algún tintineo diminuto en la cadena que le apresaba el tobillo, descubrió que la galería rodeaba el edificio rectangular por tres partes, con escaleras que bajaban a cada extremo. Una docena de habitaciones como la suya ocupaban este nivel. No había ninguna otra planta.

Otro edificio, de cuyas ventanas surgía una pálida luz amarilla, se alzaba en la pendiente a la derecha. Oscurecida por los árboles de detrás parecía haber una zona de aparcamiento, pero la falta de luces de seguridad hacía que los detalles fueran invisibles, tanto para Roic como para cualquiera que pasara en un volador, supuso. Ahora mismo agradecía las sombras. Llegó hasta el fondo. Un tercer edificio, que parecía vagamente un cobertizo, se recortaba bajo y negro en la penumbra en la linde con el terreno arrasado. Roic se preguntó si habrían causado un incendio para despejar el exceso de coníferas.

El corazón de Roic casi se le salió por la boca cuando una voz por encima de su cabeza susurró:

—¡Roic! ¡Aquí arriba!

Roic alzó la cabeza para ver una cara pálida asomar por encima del tejado. Una larga trenza negra colgaba del hombro de la figura, permitiendo que lo reconociera y suspirara aliviado.

—¿Doctor Durona? ¿Raven? ¡Así que también te han capturado!

—¡Chisss! ¡No tan fuerte! íbamos en el mismo transporte. Tú estabas inconsciente. Sube, antes de que vuelva alguien.

Un par de brazos delgados se extendieron hacia abajo. Al parecer Raven estaba tendido.

—Cuidado con mis manos…

Sin más ruido que un gruñido y un roce, Roic escaló al tejado plano. Sus cuidadosas pisadas no hicieron ningún sonido que pudiera oírse a sus pies, y los dos buscaron refugio al amparo de un conducto de ventilación.

Raven Durona podría haber pasado por nativo de Kibou-daini, pues físicamente parecía un delgado intelectual eurasiático, con una nariz grande y el pelo negro y liso hasta la cintura, hasta que abría la boca y aquel acento no local salía a la luz. Delegado del Grupo Médico Durona en Escobar, era la única otra persona en la crioconferencia que Roic conocía, y moderadamente en cualquier caso, pues milord los había mantenido apartados el uno del otro. Raven había aceptado la señal con un simple gesto con la cabeza y un arqueo de ceja, y evitó a Roic y milord después. Dejando a milord a un lado, advirtió Roic en retrospectiva, para seguir sus propias pistas.

Roic se sentó con las piernas cruzadas, y el criocirujano de Escobar se abrazó las rodillas y ambos se inclinaron para murmurar, casi mudos:

—¿Has visto algún guardia?

—No, pero nuestros captores están todavía despiertos —respondió el doctor Durona con el mismo tono. Están casi todos en el comedor, pero algunos suben de vez en cuando. Duermen debajo de nosotros.

—¿Cómo escapaste de tu habitación?

—Cirugía en el pestillo de la ventana de mi cuarto de baño.

Una salida que sin duda había sido auxiliada por el hecho de que el hombre era flaco como una serpiente. Los hombros de Roic no habrían cabido.

—¿Y las cadenas?

—¿Cadenas? ¿Tú tenías cadenas? ¡Qué especial, Roic!

—Da igual. ¿Viste a qué distancia estamos de Northbridge? ¿Y sabes dónde demonios estamos?

—A unos cien o ciento cincuenta kilómetros, supongo. En el único vistazo que pude echar sólo vi bosque por todas partes. No parece que haya carreteras: todo el mundo debe de venir en volador o aerotransporte. Este lugar era una especie de lago donde la gente de Northbridge pasaba los fines de semana, antes de que la presa reventara con una tormenta y el lago desbordara el río. La reconstrucción se enmarañó con pleitos, así que las instalaciones llevan muertas un par de años. Pertenece a uno de nuestros secuestradores. Y tal vez por eso a los Libertadores del Legado se les ocurrió este loco plan en primer lugar.

—¿Qué demonios están haciendo…? No, espera. Primero, ¿has visto a lord Vorkosigan?

Raven sacudió su oscura cabeza.

—Me pareció ver que se lo llevaban, en el vestíbulo, cuando me agarraron a mí y tú estabas lanzando a gente al tubo ascensor y gritándoles para que siguieran subiendo… Te juro que algunos de esos delegados te tenían más miedo a ti que a nuestros atacantes. Pero no lo he visto desde entonces. Aquí sólo hay otros seis rehenes, además de tú y yo. Todos encerrados durante la noche. Parece que los L.L.N.E. tenían pensado capturar sólo a tres rehenes. No les hizo mucha gracia tu intervención.

—¿Cuántos tipos malos hay?

—¡Qué expresión tan propia de Barrayar! Una docena, supongo. No los he visto a todos juntos. Se turnan para hostigarnos.

—¿Cómo?

—Nos dan charlas, sobre todo. Sobre los inflexibles y gloriosos objetivos de los Libertadores del Legado de Nueva Esperanza.

—Oh. Vi una muestra.

—¿Sólo una muestra? Los demás hemos soportado horas. Nos conducen al comedor y nos arengan hasta que se quedan roncos.

—¿Cómo es que no me han invitado a mí?

—Tienes fama de ser un bárbaro barbián barrayarés, ¡prueba a decirlo tres veces seguidas!, demasiado peligroso para andar suelto. Cadenas, ¿eh? Tuviste suerte de perderte la clase. Creo que podrían estar tratando de inculcar en nosotros algún tipo de síndrome de identificación con nuestros secuestradores, pero lo están haciendo mal. El viejo barón Ryoval se los habría comido a todos crudos para desayunar.

Roic había oído hablar al hermano-clon de milord, lord Mark, citar al difunto barón Ryoval de Jackson's Whole sólo una vez (un comentario: «y entonces exploraremos los interesantes efectos concentrados de amenazar el ojo que te queda») y no había sentido ganas de seguir preguntando. Pero se había visto obligado a retroceder, de hecho, a pesar de tener más de medio metro de altura que lord Mark. Roic sólo sabía que todo el Grupo Durona, treinta y cinco o más hermanos clónicos que poseían extraordinarios talentos médicos, consideraban que debían su huida de la tecno-esclavitud jacksoniana y una nueva vida libre a lord Mark y lord Vorkosigan. El motivo para la peculiar mezcla de acentos de Raven, y de todos los otros Durona, era que todos eran refugiados de Jackson's Whole que llevaban más de una década viviendo en Escobar. El motivo de que el infame barón estuviera difunto era lord Mark. El motivo por el que Roic y Raven habían acabado sentados juntos en este tejado… todavía no estaba claro.

Bueno, habían invitado a Raven a la conferencia para que diera una ponencia ilustrada sobre las técnicas de criorresurrección después de la muerte por trauma extremo, que milord y por tanto Roic habían presenciado hacía tres días, después de que Raven diera a entender, durante un encuentro casual en un tubo-ascensor del hotel, que milord encontraría un interés especial en el complicadísimo caso del Paciente C, una fea muerte por una granada de agujas en el pecho. Fue, según informó Raven a su público, uno de sus primeros y más memorables casos como joven cirujano auxiliar. Milord de hecho se había sentido entusiasmado. Roic había cerrado los ojos. Pero ahora no venía al caso.

—Sí, pero ¿por qué os dan sermones esos idiotas?

—Airean su causa, supongo. Como en los últimos días en la crioconferencia, en realidad, pero al contrario. Y con peor comida.

—¿Los reprime el gobierno, o los censuran los medios locales?

—Para nada, según parece. Incluso tienen un sitio en la red planetaria que cuenta a todo el mundo lo que quieran saber sobre sus puntos de vista. Parece que nadie quiere saber gran cosa, así que han recurrido a formas más extremas de llamar la atención. Ahora bien, robar a punta de pistola funciona. Vender a punta de pistola… no sale tan bien. Hoy hemos empezado todos asustados de muerte. Pero al final fue sólo un coñazo. —Raven se frotó la nariz—. Parece que piensan seguir así durante días. De ahí mi intento de huida, pero no va demasiado bien.

—Los dos hemos llegado hasta aquí…

—Sí, pero estamos en mitad de cien kilómetros de bosque… muchos más si damos una vuelta equivocada, y aunque el bosque no esté repleto de depredadores devoradores de personas, sería una locura lanzarse a la oscuridad sin zapatos ni equipo. Y todos los vehículos del aparcamiento están cerrados a cal y canto. Lo he comprobado.

—Oh. Lástima.

Raven miró a Roic, especulando.

—Creo que yo solo no podría saltar contra alguien que baje de su volador y apoderarme del aparato antes de que se cierre, pero si urdimos una emboscada juntos…

Roic, resignado, interpretó esto como «si tú saltas sobre él y yo te animo…».

Raven frunció el ceño.

—Excepto que esa gente no parece ir ni venir muy a menudo. Todos aquí encerrados, sin hacer ningún ruido. Hasta que apareciste tú, estaba empezando a preguntarme si debería regresar a mi habitación y fingir que esto no ha sucedido nunca y esperar a una oportunidad mejor.

—Me parece que yo no podré hacer eso —dijo Roic, recordando el marco destrozado de la puerta. Estiró el cuello para mirar por encima del borde del tejado aquella tercera estructura a oscuras. Si aquello de allí era una orilla…—. ¿Qué es ese otro edificio?

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