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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (7 page)

BOOK: Criopolis
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—Siempre he encontrado suficientes. —Más de una docena de veces la vida de Miles la habían salvado personas a las que apenas conocía—. Supongo que eso me obliga a serlo a mi vez cuando me toque el turno.

—Ja, ja —dijo Suze.

—A Jinni y a Lucky les gusta —declaró Jin, deseoso de ayudar.

Los finos labios esbozaron una mueca sarcástica.

—Oh, bueno, si la rata y la gata están las dos de acuerdo, ¿quién soy yo para discutir…?

Un instante después, la puerta se abrió del todo, y Jin pudo entrar.

Suze podría haber tenido cualquier edad, desde unos ochenta bien sufridos a un siglo bien conservado. Ciertamente, pensó Miles, un par de décadas atrás había sido una cabeza más alta; ahora necesitaría zapatos de tacón para superar el metro y medio, pero en cambio llevaba sandalias planas de plástico que chasqueaban en sus resecos talones al andar. Llevaba la cabeza cubierta de rizos despeinados y grises. Podría haber parecido más joven si sonriera, pero las arrugas estaban profundamente marcadas en su boca fruncida. Sus pantalones anchos, su camisa y su camisola no iban conjuntados, pero al ser negros, no podían desentonar.

Su habitáculo consistía en dos habitaciones. Una antesala llena del mismo tipo de basura rescatada que Miles había visto abajo, en lo que tal vez fueran los dominios de algún recepcionista. La otra habitación, una generosa oficina en la esquina con ventanas en dos lados, sin duda fue territorio de ejecutivos. Había un petate arrugado junto a una pared interior; localizó la comuconsola, con su mesa y su silla, junto a la otra. Una mesa astillada contenía un jarrón y una palangana, toallas húmedas, y un leve aroma a jabón competía con el olor a vieja del lugar. El alto armario, con las puertas cerradas, podría contener cualquier cosa. Un par de sillas giratorias, un sofá del que se salía el relleno, y dos sillones, todo mobiliario usado de oficina, sugerían que Suze tal vez no se mantuviera tan apartada como parecía.

Suze le señaló la comuconsola.

—Está encendida.

—Gracias, señora —dijo Miles, ocupando el asiento ante ella.

Suze y Jin lo miraron por encima del hombro. Encontrar los servicios de noticias locales le llevó sólo unos instantes. Seleccionó el inglés estándar del Nexo en un menú de unas cuantas docenas de opciones de idioma, la mitad de las cuales no pudo identificar. Aunque el ruso de Barrayar no estaba entre ellos, cosa que podría venirle bien si necesitaba hablar en privado con su guardaespaldas, si es que Roic todavía estaba vivo…

Como sospechaba, el incidente del día anterior por la mañana en la crioconferencia estaba bien cubierto en las noticias. El comentario, como de costumbre, era rutinario y no demasiado informativo, pero los suplementos en detalle resultaron más útiles: incluían una lista completa de los secuestrados, con imágenes, y llamamientos de las autoridades locales para que todo el que tuviera información la ofreciera. Roic y Miles estaban en la lista, igual que el doctor Durona, desgraciadamente. Dos organizaciones extremistas distintas, de ninguna de las cuales había oído Miles hablar antes (para que luego dijeran de los informes de seguridad de Seglmp sobre Kibou-daini), reclamaban el crédito, o la culpa, de los secuestros.

—¡Ése es usted! —exclamó Jin emocionado, señalando la cara de Miles en el holovid. A Miles no le parecía que la foto le favoreciera, pero era reconocible. No estaba seguro de si era algo bueno o no, en ese momento—. Miles Vor-vor-vorkono-sequé —continuó Jin.

—Vorkosigan —corrigió Miles automáticamente.

—Así que se vio pillado en ese lío estúpido —dijo Suze—. Galáctico, ¿eh?

Suze no era tan ajena a las noticias como Jin. Interesante.

—Los secuestradores parecían querer capturar a exteriores. Un grupo de nosotros se había reunido en el vestíbulo para hacer una visita guiada. Aparecía en los actos programados, así que el golpe no fue necesariamente un trabajo desde dentro.

—Ha dicho usted antes que le robaron.

—Y eso hicieron, hasta los zapatos. Pero el sedante con el que me pincharon mientras me llevaban fue una decisión desafortunada. En vez de dejarme fuera de combate, me volvió maníaco. Me escapé.

—¿Por qué no volvió al hotel?

—Bueno, luego aparecieron las alucinaciones. Unas diez horas de alucinaciones, creo.

Suze lo miró con profundo recelo. Miles esperaba que pareciera una historia demasiado retorcida para ser inventada.

Nueve delegados capturados… no, ocho, sin contar a Miles, aunque los secuestradores no habían confesado haberlo perdido. El consulado de Barrayar, pequeño como era aquí, sin duda ya habría informado de esto, aunque el mensaje no podía haber llegado todavía a casa. «Maldición.» El almirante Miles Naismith, mercenario libre, nunca había tenido una dirección, ni herederos de su fortuna. El lord Auditor Miles Vorkosigan sí. No podía informar. Y, sin embargo, qué interesante posibilidad para volverse temporalmente invisible se le había entregado…

Los antiguos instintos de las operaciones encubiertas se sacudían en su interior, y no estaba seguro del todo de quererlos. Podía salir de aquí y entrar en cualquier tienda o restaurante, y tarde o temprano encontrar a alguien que le dejara llamar y conseguir ayuda para que vinieran a recogerlo. La llamada, naturalmente, no sería segura y estaría completamente abierta a todos los que lo buscaban, no sólo las autoridades. Sin embargo, si las autoridades, o en cualquier caso la gente poderosa que sospechaba que estaban detrás de ellas, no hubieran atraído su atención negativa dos noches antes, no habría vacilado en hacer exactamente eso. Pero ahora dudaba.

Suze acercó una silla giratoria y se derrumbó en ella, observando con más atención mientras él leía. Jin se agitó de un lado a otro, aburrido mientras Miles, con el ceño fruncido, repasaba holopantallas llenas de datos inútiles en su mayoría.

—Eh, Suze-san, ¿quieres que te traiga algunos rollitos de canela? Ako los estaba sacando del horno.

—¿Tienen café ahí abajo? —preguntó Miles, distraído—. ¿Puedes traerme un café solo?

Jin arrugó la nariz.

—No sé cómo puede nadie beber esa porquería.

—Es un gusto que se adquiere cuando eres mayor. Más o menos como el interés por las chicas.

Suze hizo un ruido con la garganta que bien podría haber sido una risa, o flema.

Jin arrugó aún más la nariz, pero hizo una especie de gesto de asentimiento con todo el cuerpo, y se marchó.

—¡Dos cafés! —llamó Suze tras él.

Jin agitó una mano mientras salía por la puerta.

Miles se volvió en la silla a mirarlo: el chico ya no podía oírlo.

—Buen chaval, ése.

—Sí.

—Me alegro de que lo recogieran. ¿Qué sabe usted de él? —«empieza a sonsacar datos, milord Auditor»—. Me ha dicho que su padre murió y que su madre está congelada, lo que supongo que lo convierte en una especie de huérfano. Cabría pensar que su madre es demasiado joven para un criosecuestro a largo plazo. Normalmente, a esa edad sólo se utiliza como último recurso de emergencia para mantener a la gente hasta que se la pueda tratar.

Como le había sucedido al propio Miles en su momento. Ni siquiera podía añadir «y lo mío me costó», porque a pesar de las imperfecciones de su resurrección, su vida y todo lo que había vivido en la pasada década había sido un regalo. «Y un regalo debido a la amabilidad de extraños, no los olvides.» El Grupo Durona era tan extraño como uno puede imaginar.

El bufido de Suze tuvo ahora un decidido tono evaluador. Lo miró de arriba abajo y evidentemente llegó a algún tipo de decisión a su favor, pues dijo:

—El padre de Jin se mató en un accidente de construcción. No tenía ni criocontrato ni crioseguro, así que se le negó el tratamiento hasta que fue demasiado tarde, aunque supongo que las cosas sucedieron brutalmente rápido en su momento.

Miles asintió. El criotratamiento de emergencia tenía que ser rápido o resultaba inútil, lo que daba un nuevo significado a la frase «los veloces o los muertos». Tenía poco sentido revivir un cadáver cuando la mente era irrecuperable; bien podías clonar a la víctima y empezar desde cero.

—La madre de Jin se volvió un poco loca después de eso. Lanzó una campaña para que la congelación fuera un derecho público universal, y fue también contra el robo de tumbas de las corporaciones. Se convirtió en su portavoz, hace unos cuantos años. Litigios, protestas. Entonces una de las manifestaciones acabó en violencia… nunca descubrieron de quién fue la culpa, aunque tengo mis propias sospechas… y fue arrestada. Alegaron enfermedad mental, no una acusación de locura criminal, porque eso habría obligado a tomar medidas más estrictas, y algún amable amigo del tribunal se ofreció a congelarla hasta que pudiera descubrirse su cura.

Miles apretó los dientes.

—Eso dejó helada a la oposición, ¿no?

—Podríamos decir que sí.

—¿Protestaron sus parientes? ¿O alguien?

—Su grupo de campaña quedó arruinado por los gastos de todo aquello. Sus parientes estaban avergonzados de ella: corrieron el riesgo de perder sus empleos, ¿sabe? Imagino que se alegraron en secreto cuando la quitaron de en medio. —Suze lo miró—. No parece usted especialmente sorprendido.

Miles se encogió de hombros.

—He visto bastantes mundos, y conocido a montones de personas. Y una amplia gama de sistemas. He visto cosas peores. Por ejemplo, Jackson's Whole, que está dirigido por lo que de hecho son señores de la guerra tecnológicos y sus hampones, tiene cierta refrescante sinceridad respecto a su corrupción. No tienen que fingir que su mal es bueno para vendérselo a los votantes.

—Déjeme que le diga una cosa, joven… el sucio secretito de la democracia es que tener derecho a voto no significa que tengas capacidad de elección. —Suspiró—. Hasta hace veinte, treinta años, no se estaba mal aquí. Había cientos y cientos de criocorporaciones, todas dirigidas por gentes distintas con ideas distintas, así que sus graneros de votos se compensaban unos a otros.

«Entonces una de ellas creció lo suficiente para empezar a engullir a las demás. No porque eso fuera bueno para Kibou, o para sus criopatrones, o para la avaricia de sus jefes, sino porque podían. Hoy en día sólo hay media docena de grandes corporaciones que lo controlan casi todo, para unos cuantos grupos dispersos demasiado pequeños para que importen.

—Jin dijo que usted era Suze la secretaria —dijo Miles lentamente—. ¿De qué es secretaria?

Su arrugado rostro, brevemente animado por la furia, se acercó.

—Este lugar, en tiempos, fue una corporación familiar reducida, y yo era la secretaria ejecutiva de nuestro jefe. Luego nos compraron… nos engulleron y nos dejaron en cuadro. No porque el comprador nos quisiera, sino porque lo que quería era eliminarnos.

—¿Quién los compró? ¿CrisBlanco, por ejemplo?

Suze negó con la cabeza.

—No, Shinkawa Perpetua. Pero CrisBlanco los compró a ellos más tarde. —Una sonrisa torcida sugirió que consideraba que la justicia era cósmica, aunque un poco tardía.

—Pero ¿cómo acabaron viviendo en este cascarón?

—Un montón de nosotros perdimos nuestros trabajos entonces, ya puede imaginar. Nada de jubilaciones de oro para simples empleados. Tuvimos que irnos a otra parte. —Vaciló—. Otra gente fue llegando más tarde.

—Secretaria ejecutiva, ¿eh? Supongo que sabría dónde se enterraron todos esos cadáveres.

Ella le dirigió una brusca mirada… ¿de miedo? ¿Esta dura criatura que parecía una bruja? Pero antes de que Miles pudiera continuar con esta línea de interrogatorio Jin regresó, cargando con una bandeja llena. Contenía, además de los rollitos prometidos, que olían a canela, un cartón de leche y dos tazas diferentes, y un termo entero de café. Miles, orgulloso de su contención, no se abalanzó hacia él, sino que esperó a que su anfitriona le sirviera.

Lo hizo sufrir al acercarse a su alto armario y regresar con una botella de agua sin etiqueta. Se sirvió en su taza…, un pelotazo, comprendió Miles, y después de una pausa, lo miró alzando los ojos.

—¿Quiere un poco de refrescante?

—Hummm… no, gracias. Sólo café.

La bebida corrió por su garganta, suficientemente reconfortante por sí sola. Jin se sentó en la otra silla giratoria, masticando feliz los rollitos y haciendo girar el asiento con un chirrido continuo que hizo que Suze diera un respingo y tomara un largo sorbo de su bebida mejorada.

Volvió a fruncir el ceño al contemplar a Miles, que no supo qué había dicho para molestarla, justo cuando pensaba que estaba ganando su favor. Estaba claro que no se trataba de alguien que hubiera sido lo bastante afortunada para salvar una comuconsola operativa, sino una especie de líder de esta extraña comunidad secreta.

—Jin puede llevarlo al Café de Ayako —dijo de pronto—. Desde allí puede llamar a sus amigos para que vengan a recogerlo.

Jin se irguió y protestó.

—¡Pero si todavía no le he enseñado cómo vuela Gyre!

—No puede quedarse aquí, Jin.

Jin se calló.

Estaba claro que a Suze le gustaba Miles aún menos como delegado secuestrado que como mero turista perdido con cierta debilidad por los alucinógenos recreativos. Decidió entonces probar otra táctica.

—Vine a esa conferencia para aprender sobre las crioleyes y la ciencia de Kibou-daini, pero acabé recibiendo insinuaciones de varias franquicias de criocorporaciones. Después de cuatro días, un montón de delegados estaban dispuestos a firmar contratos en el acto. En cierto modo, el ataque de los extremistas fue una desgracia afortunada. Mi jefe me envió aquí para hacer un informe completo de su sistema de criogenización, pero parece que me estaba perdiendo algunas piezas bastante grandes.

—Entonces será mejor que se ponga en marcha para cazarlas, ¿no?

«¿Y qué clase de pieza eres tú? Ciertamente, un misterio.»

—Lo cierto es que ahora que la conferencia ha terminado, soy dueño de mi tiempo. Pero podría venirme bien otro día de descanso tras la experiencia de ayer, si Jin está dispuesto. Aunque necesito informar a un tipo. Jin, si te diera la dirección, ¿crees que podrías entregar en mano una carta a un hombre al otro lado de la ciudad?

Jin se animó.

—¡Claro! Uh… tal vez. ¿Qué parte de la ciudad?

—La zona este.

—Hum… sí, podría hacerlo.

Miles decidió ignorar el leve tono de duda de su voz.

—¿Dónde estamos ahora, por cierto?

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