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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (19 page)

BOOK: Criopolis
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—Para que vaya tomando nota, Vorlynkin —continuó milord—. CrisBlanco fue examinado y aclarado por Seglmp cuando sus primeros equipos sondearon Komarr hace dieciocho meses, pero Seglmp estaba buscando conexiones con el espionaje militar y similares. Su plan comercial pasó las comisiones locales komarresas, y fueron aceptados. Nadie les habría echado una segunda ojeada en años, si no hubiera sido por el viejo y anticuado nepotismo.

»En los últimos meses, mientras las instalaciones que hemos visto en el vid de Wing se terminaban, CrisBlanco empezó a firmar contratos con futuros clientes. Como era de esperar, se centraron en los clubes de mujeres mayores de clase alta de Solsticio. Al mismo tiempo, otro equipo de ventas inició una oferta estratégica de opciones a ciertos ricos e influyentes komarreses, para dar a los poderes locales una participación en el futuro éxito de sus operaciones. Calculo que los dos equipos de ventas no compararon sus listas, pues no se dieron cuenta de que algunas de esas damas ricas son comerciantes jubiladas komarresas que saben leer un balance en la ceja de un mosquito.

»Y una de esas viejas damas miró las dos propuestas que se le presentaban y dijo: "Esto huele, pero no sé cómo", así que las llevó a su amada sobrina-nieta, quien dijo: "Tienes razón, tía, pero no sé cómo", y llevó entonces el problema a su devoto marido, más conocido como el Emperador Gregor Vorbarra, quien se lo entregó a su leal Auditor Imperial, diciendo, y aquí cito: "Toma, Miles, eres mejor zambulléndote en el váter y encontrando el anillo de oro que nadie más que conozca. Adelante." Y yo dije: "Gracias, señor", y cogí la nave rumbo a Kibou-daini.

Vorlynkin volvió a parpadear. Con fuerza. Roic pensó que la sagaz emperatriz komarresa servía a Gregor de más formas que la producción conjunta de varios niños temiblemente listos.

—La otra cosa que las viejas ricas komarresas suelen tener es un exceso de opciones de voto… ¿Tengo que explicárselo, Raven? —continuó milord, tan tranquilo.

—Sí, por favor —respondió Raven, sentándose fascinado.

—El sistema, como de costumbre, es herencia de la historia de la colonización de Komarr. Ahora mismo no se puede vivir en el planeta (aunque está sometido a una terraformación a largo plazo), y todas las colonias están dentro de arcologías selladas, las Cúpulas.

—Eso lo sabía…

—Bien. Para potenciar el desarrollo de las cúpulas, los primeros colonos komarreses establecieron un sistema de recompensas. Además del inalienable derecho a una-persona-un-voto con el que nacen y mueren todos los komarreses, la colonia recompensó con votos adicionales a aquellos que aceptaban el trabajo y el riesgo de crear más espacio donde vivir. Eran heredables, comerciables, vendibles y en general acumulables. La base de la oligarquía komarresa tal como existe ahora es la posesión por parte de los clanes de estas acciones de votos planetarios. Es teóricamente una democracia, pero algunos son más iguales que otros. ¿Me sigue?

Raven asintió.

—Entonces, ¿cree que CrisBlanco piensa acumular esos votos? —dijo Vorlynkin, quien, después de todo, había tenido dos años para observar Kibou-daini en funcionamiento.

—Ahora sí. Komarr tiene una larga historia de intentos de fraude con su sistema de votación. Con el tiempo ha acumulado gran número de reglas para impedirlo. Entre otras cosas, las acciones de votos no pueden ser poseídas por corporaciones: tienen que estar en manos de individuos. Hay sistemas testados contra las delegaciones y todo eso. Los contratos de CrisBlanco fueron aceptados por los reguladores komarreses, y, si alguien siguiera defendiendo ese punto, lo habríamos aceptado.

»Mis dos hipótesis de trabajo son que o bien CrisBlanco ha sobornado a algunos reguladores (una posibilidad que ahora me parece convincente), o que han descubierto un modo de sortear el sistema de reglas para ocultar su verdadera intención hasta que sea demasiado tarde. O ambas.

Roic no pudo dejar de pensar que milord no debería parecer tan digno de admiración, diciendo estas cosas delante de Vorlynkin, que seguía levemente irritado. Pero, bueno, así era milord.

—Lo único que me hizo dudar es que es imposible que esto sea un plan para hacer rico a nadie, aunque el sistema de acciones de votos de Komarr les dé un buen empujón comparado con Kibou. El margen de beneficios de lo que podría decirse que es una industria de servicios es muy pequeño, y sin embargo CrisBlanco ha estado gastando dinero como un lord Vor borracho. ¿Por qué tomarse tantas molestias con unos beneficios que nunca llegarán a ver en vida? Hasta lo último que me dijo Wing esta tarde, que planeaba hacerse congelar en Komarr.

Milord miró orgullosamente alrededor, como si esperaba que todos los presentes estallaran en aplausos, y se sintió claramente decepcionado cuando sólo recibió tres miradas neutras.

Inhaló, visiblemente achantado.

—Demos marcha atrás, Miles. Lo que sospecho ahora es que se trata de un timo a dos niveles. Creo que hay un círculo interno de ejecutivos de CrisBlanco que piensan capear los años en crioestasis, y ser revividos todos a tiempo para recoger los beneficios. De hecho, si son tan listos como creo, probablemente se irán turnando, para que siempre haya alguien del equipo despierto para cuidar sus intereses. Y mientras tanto, silenciosa, automática e incruentamente… comprarán Komarr. O tal vez no tan incruentamente, dependiendo de si consideras que te congelen antes de tiempo es un asesinato, un suicido o no. ¡Es el más lento, el más sutil y, tengo que decirlo, más retorcido plan de conquista planetaria diseñado jamás!

Incluso Vorlynkin saltó ante esas palabras, y abrió la boca lleno de consternación.

—¡Conquista!

—No sé cómo llamarlo si no. Pero todavía me quedan un montón de puntos que conectar antes de poder dar por concluida esta investigación. En cuanto pongamos en marcha los buscadores de datos profundos del consulado, eso es lo primero que quiero examinar: una lista del personal de CrisBlanco que ha pasado últimamente todas sus inversiones a CrisBlanco Solsticio, y planean seguirlas en persona. Porque, según el número, creo que también puede ser un grupo secreto dentro de CrisBlanco que está despojando a su propia compañía para acomodar sus nidos.

—¡Oooh! —exclamó Raven, con justa admiración. Milord le dirigió una sonrisa satisfecha.

Vorlynkin se pasó las manos por el pelo.

—¿Cómo piensa capturar a esos hijos de puta? Sobornar a un Auditor Imperial puede ser todo lo ilegal que queramos en Barrayar, pero estamos en Kibou-daini. Aunque pudiera demostrarlo (y me temo que mi testimonio aquí sería sospechoso), dudo de que Wing recibiera más que una palmadita en la nuca.

—De hecho, preferiría no dar la menor indicación a nadie en Kibou de que los tenemos calados. La venganza ideal sería dejar que CrisBlanco meta la mano hasta donde pueda en el tarro de las galletas de Komarr, tanto que no puedan sacarla, y entonces cortársela por la muñeca cambiando las leyes contractuales lo suficiente para que tengan que soltar los votos. Y dejarlos siendo exactamente lo que fingieron ser, una compañía de servicios con beneficios marginales. Eso sí que dolería tanto como para servir de advertencia a los demás. La nacionalización en bruto es el último recurso: fastidiaría al resto de la comunidad empresarial komarresa sin tener en cuenta las características del caso. Hará falta estudiarlo (me temo que vamos a acabar hasta las orejas de abogados antes de que esto termine), pero con suerte mi parte del trabajo ya habrá terminado para entonces. —Milord miró a Vorlynkin—. ¿Qué opina de nuestro teniente Johannes? Es joven, lo que lo convierte en más pobre y potencialmente más crédulo. ¿Es de fiar?

—Yo… —Vorlynkin hizo una pausa—. Nunca he tenido motivos para dudar de él.

—¿Y su empleado local, Yuuichi como-se-llame Matson?

—Tampoco he tenido nunca motivos para dudar de él. Pero en la vida hemos tenido una situación como ésta.

—Que usted supiera —suspiró milord—. Sin embargo, se han expedido continuamente visados de viaje para el personal de CrisBlanco a través de este consulado.

—Sí, pero todo lo que preguntamos es: ¿negocios o turismo? Más una rápida comprobación en busca de historiales delictivos.

Milord entornó los ojos, especulando.

—Me pregunto si deberíamos añadir un recuadro que dijera «Motivo del viaje: retorcida conquista planetaria»… No, supongo que no.

—¿Y si yo no hubiera intentado denunciarlo? —preguntó Vorlynkin lentamente.

—Entonces no formaría parte de esta reunión, y yo andaría buscando formas de clavarlo también a la pared. De pasada.

Milord se desperezó y cuadró los hombros. A Roic le pareció que Vorlynkin parecía pensativo por fin.

—Pasando a otra cosa —empezó a decir milord, pero lo interrumpió la voz del teniente Johannes a través del comunicador.

—¿Cónsul? ¿Lord Vorkosigan?

—¿Sí? —respondió milord.

—Hum… Su pequeño correo acaba de aparecer en la puerta trasera. Y no viene solo.

Milord alzó las cejas; Vorlynkin las agachó. Raven ladeó la cabeza, curioso.

—No deje que se vaya, Johannes —respondió milord—. Ahora mismo vamos.

Indicando a Roic que abriera la puerta, milord agarró su bastón y se puso en pie.

9

La cocina del consulado parecía acogedora y espaciosa para los baremos de Jin. Tal vez era la fresca luz del atardecer que caía sobre el jardín trasero lo que la volvía tan cálida y brillante. Tal vez eran todos los platos apilados en el fregadero lo que hacía que pareciera tan… bueno, tan «cocinesca», como si pudieras entrar allí y buscar algo que comer a placer sin que nadie te gritara. Pero el ruido de las pisadas por todo el sótano hacía que Jin se agitara incómodo, y cuando la manita de Mina buscó la suya y apretó con fuerza, no la rechazó.

La tímida llamada a la puerta había sido atendida por el teniente Johannes, que había echado una ojeada, había gritado «¡Tú!», y los había dejado pasar, aunque miró con curiosidad a Mina; luego añadió «esperad aquí y no os mováis», y corrió escaleras abajo antes de que Jin pudiera decir tres palabras de su ensayadísima explicación de cómo la policía se había quedado con el dinero de Miles-san. Así que Jin esperaba al cónsul Vorlynkin y su feroz mirada, pero tras él se alzaba el barrayarés más grande que había visto en su vida, media cabeza más alto que el alto cónsul. Llevaba ropas que recordaban a un uniforme militar, tenía el pelo castaño corto y un rostro firme de mandíbula cuadrada, y parecía mayor que Johannes pero más joven que el cónsul. Mina lo miró con la boca abierta.

El gran barrayarés llenaba de tal forma lo que hasta justo antes había parecido una amplia puerta que Jin tardó un momento en reparar en el tipo delgado con el pelo recogido en una trenza oscura que lo seguía, y otro más en divisar a Miles-san detrás de ellos.

El hombrecito los adelantó y se plantó cara a cara frente a Jin. Parecía tan diferente, todo limpio, más adulto, más… amenazador, de modo que Jin tardó un par de segundos en recuperarse de la sorpresa y exclamar:

—¡Mis criaturas! ¡Prometió que las cuidaría!

Miles-san alzó una mano.

—¡Están bien, Jin! Como no volviste a media noche, copié tus instrucciones y se las di a Ako. Cuando di a entender que iba a buscarte, estuvo dispuesta a ayudar.

—Pero ¿cómo ha llegado hasta aquí?

—Caminando. Me llevó toda la noche.

Desde detrás de Jin, Mina preguntó interesada:

—¿Se perdió también?

—No estuvimos perdidos, exactamente —negó Jin, cortado—. Sólo dimos un pequeño rodeo.

—¿Y quién eres tú, jovencita? —le preguntó Miles-san a Mina—. Creo que no hemos sido presentados.

—Mi hermana —murmuró Jin—. No fue idea mía traerla.

—Tengo un nombre —recalcó Mina—. Es Mina. ¿Quiere ver mis ampollas?

Miles-san ni siquiera parpadeó.

—¡Claro! ¿Son grandes? ¿Han reventado ya?

—Oh, sí… me llenaron todos los calcetines de sangre.

—Bueno, señorita Mina, ¿por qué no te sientas aquí…? —Miles acercó una silla de la cocina con un ademán, y casi le hizo una reverencia para que se sentara, como si fuera una dama adulta—. ¿Me las enseñas?

Se volvió y dijo por encima del hombro:

—Johannes. Busque algo de comer para estos chicos. Galletas. Leche. Dulces, lo que sea.

—¿Es usted el galáctico de Jin? —preguntó Mina, quitándose las zapatillas de deporte y tirando de sus calcetines manchados—. Me lo ha contado todo sobre usted.

—Ah, ¿sí?

Miles-san se arrodilló y la ayudó a quitarse los calcetines. Ella dijo «ay, ay» mientras se despegaban de sus postillas.

—Vaya, sí que son ampollas grandes, ¿verdad? —Alzó la cabeza y le dirigió a Vorlynkin-san un gesto que hizo que el cónsul corriera a buscar algo al otro extremo de la cocina.

—La tía Lorna nos compra los zapatos grandes para que los aprovechemos mientras vamos creciendo —le explicó Mina a Miles-san—. Por eso resbalan.

El teniente Johannes, asomado dubitativo a las profundidades del frigorífico, murmuró:

—¿Cerveza…?

—¿Te gusta la cerveza, Mina? —preguntó Miles-san. Ella negó con la cabeza, haciendo que su negro pelo liso le oscilara alrededor de la barbilla—. Ya pensaba yo que no. Tendrá que hacerlo mejor, Johannes. ¿No se supone que todos los agregados son entrenados por Seglmp? ¡Improvise!

Johannes murmuró algo entre dientes que Jin no pudo comprender. Luego hizo una breve encuesta que decidió que la pizza de pulpo de tanque, sin cebolla, era universalmente aceptable, y corrió a pedirla. Vorlynkin volvió con lo que resultó ser un botiquín de primeros auxilios, que tendió al hombre delgado de la trenza, que no parecía barrayarés pero tampoco hablaba como si fuera de Kibou.

Mina se inclinó hacia Miles-san y le susurró ansiosamente:

—Ese tipo grandote no será policía, ¿no?

—Lo era —respondió Miles-san gravemente—, pero ahora trabaja para mí. Por desgracia, el soldado Roic tuvo que renunciar a todos sus principios de policía cuando entró a mi servicio.

El hombretón le asintió piadosamente a Mina.

Mina se echó hacia atrás, aliviada, y dejó que el hombre delgado, a quien Miles-san presentó como Raven y dijo que era médico de Escobar, le atendiera los pies. Vorlynkin observó con atención, el ceño fruncido, hasta que pareció satisfecho con las dotes mostradas, y entonces se irguió y miró a Jin con los ojos entornados.

El hombretón, el soldado Roic, llenó dos vasos de agua y los depositó sobre la mesa. Mina cogió el suyo y lo bebió con ganas, y Jin la imitó más cautelosamente.

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