Criopolis (43 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
9.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

La culata estaba todavía cálida por la mano de Roic, como una silla en la que te sientas demasiado pronto después de que otra persona se haya levantado. El aturdidor era más liviano de lo que Jin esperaba, pero lo bastante sólido. La batería de la culata le daba casi todo su peso. No parecía un juguete.

Jin apuntó tal como Roic le dijo que hiciera y apretó el gatillo. El zumbido en la mano lo sobresaltó, pero no hubo retroceso, y consiguió no dejarlo caer. Animado, Jin dejó que Roic le mostrara cómo funcionaba la mira láser automática y disparó de nuevo. Esta vez, no dio ningún respingo. Y otra vez. La carga alcanzó la pared casi donde apuntaba. Jin no sonrió exactamente, pero sintió que su mandíbula se relajaba.

A estas alturas, Mina estaba ansiosa por intentarlo. «¡Déjame a mí! ¡Déjame a mí!», así que Jin le entregó reacio el aparato. Roic repitió sus instrucciones una vez más, arrodillado prudentemente detrás de Mina y extendiendo una mano para ayudarla a sujetar el arma, que la niña había cogido con ambas manos, y repitió la maniobra.

Roic se levantó, volvió a establecer el código y enfundó el arma.

—¿Mejor?—le preguntó a Jin.

—Sí —respondió Jin, algo asombrado—. Es como una herramienta. Es sólo una herramienta.

—Así es.

Esta vez, cuando Roic le sonrió, Jin le devolvió la sonrisa. Dejó que el soldado los condujera de vuelta a la sala de recuperación.

Miles se inclinó hacia delante y habló seriamente al grabador de holovid seguro.

—Quiero que sepas, Gregor, que si el planeta se viene abajo por todo esto, no es culpa mía. Ya habían puesto las cargas antes de que yo tropezara con el cable.

Reflexionó un instante sobre el inicio de su informe, luego extendió la mano y lo borró. Lo único bueno de la comunicación vid asincrónica que permitían los info-relés del Nexo, que se movían a la velocidad de la luz entre puntos de salto, transmitidos por ellos, era que si no pensabas antes de hablar podías al menos pensar antes de pulsar la tecla de enviar. No es que no hubiera generado algunas de sus mejores ideas cuando su cerebro corría para alcanzar su boca en movimiento. También algunas de las peores. Se preguntó de qué tipo serían sus recientes ejemplos.

Contempló la sala hermética del consulado, que tenía para él solo después de haber mandado a descansar al agotado Johannes para embarcarse en esta grabación privada y personal. Como Johannes era lo más parecido a un analista de Seglmp tal como lo concebía el consulado, Miles había pasado gran parte de los dos últimos días entrenándolo para decidir qué información surgida del clamor de los datos planetarios locales seleccionar y enviar a Asuntos Galácticos de Komarr. La multitarea es siempre una buena cosa. Johannes demostró ser un estudiante bastante diligente. Si el agregado hubiera sido una de las estrellas más brillantes del Servicio Imperial, lo habrían enviado a un puesto más importante, pero si hubiera sido menos responsable, no lo habrían mandado a uno tan autónomo.

Miles añadió una nota alabando la disposición del teniente, lo que le recordó a su vez sus primeras sospechas hacia el empleado, Yuuichi Matson. Había captado el final de una conversación entre Matson y su jefe Vorlynkin en la cocina, dos días antes, cuando empezaba el acoso mediático al consulado.

—Me dijeron que podría embolsarme una buena cantidad de baksheesh en este trabajo —se quejaba el empleado—, pero en cinco años nadie me ha ofrecido nada. Y cuando lo hacen, es porque quieren arrojar tierra sobre Sato-san. Sato-san. ¡Como si yo pudiera! ¡Agh!

Los ojos azules de Vorlynkin chispearon.

—Lo estabas haciendo mal, Yuuichi. No hay que esperar ofertas, hay que pedirlas. O al menos darlo a entender. Debería hacerle alguna sugerencia al lord Auditor.

Matson tan sólo sacudió la cabeza y se marchó, con su té verde y su resentimiento. Miles sonrió y se dispuso a añadir una palabra amable hacia el saturado empleado también. Mientras trataba de volver a concentrarse, Miles escrutó el largo índice de adjuntos, datos puros y sinopsis, que había generado para el Cuartel General, una labor tediosa pero necesaria. Esto debería bastar para mantener a algún desgraciado equipo de analistas de Asuntos Galácticos de Seglmp ocupados y felices durante unas cuantas semanas, hasta que contactara con ellos en persona. Bueno, ocupados al menos. El Consejero Imperial, como se llamaba al virrey de Komarr, entraría también en el juego en cuanto este mensaje llegara por tensorrayo codificado. Un análisis completo del timo de las acciones de voto planetario estaría esperando al lord Auditor para cuando llegara a la órbita de Komarr, y también un plan con las medidas a emprender.

Miles se permitió fantasear con Ron Wing y sus amigos que despertaban del crioestasis, esperando haber robado un planeta, tan indigentes y angustiados como el viejo Yani. Lástima, el asunto sin duda quedaría resuelto antes de que la cosa llegara tan lejos. La justicia cósmica era muy atractiva, pero la ordinaria también valdría.

Redactar el informe auditor también había servido para alejar a Miles de los asuntos del consulado que tenían lugar arriba, y de la vista de sus visitantes, ya que había habido consecuencias tras aquella útil noche en el refugio de la señora Suze. Los ejecutivos de NeoEgipto estaban arrestados por conspiración, y posible asesinato, y como el escándalo de los crioconservantes en mal estado y los contratos comodificados había llegado a las noticias en tromba, era probable que se sumaran otras acusaciones para impedir que se salieran de rositas. El intento de secuestro a niños parecía que iba a ser especialmente lesivo para su causa, otro punto más a favor de Jin y Mina, cosa que Miles tenía que acordarse de decirles. Se estaban preparando pleitos en representación de la señora Sato y su grupo, y ella había concedido su primera entrevista, bajo la vigilante protección de Vorlynkin y con los astutos consejos de su nuevo abogado, que trabajaba, con mucho entusiasmo, en el caso.

CrisBlanco y varias otras criocorporaciones, obligadas a hacer declaraciones prematuras tras los acontecimientos, se quejaban como víctimas ultrajadas, y Miles, sonriendo, le deseó a Ron Wing toda la suerte que se merecía en su control de daños. La asterzina estaba muy bien para prenderle fuego a un edificio, pero si querías encender un mundo… bueno…

Miles se recordó por enésima vez que no necesitaba seguir interviniendo en los asuntos de arriba. El cónsul Vorlynkin estaba haciendo un buen trabajo cuidando de los intereses de Barrayar, por no mencionar los de la familia Sato, y Mark se encargaba de los asuntos de la Clínica Durona. Miles había estado incómodamente cerca de poner en peligro su misión principal con CrisBlanco con estos fascinantes asuntos colaterales con NeoEgipto, pero con la nueva empresa de Mark, podrían resultar no ser tan colaterales después de todo. Miles no era de los que no aceptan halagos por una previsión accidental; de hecho, nada de esto habría sucedido si no hubiera seguido hurgando un poco más de lo necesario. Tenía que asegurarse de señalárselo a Gregor.

Ah… Gregor. El mensaje codificado iría destinado solamente al Emperador. Para inspirarse, Miles recuperó un vid de imagen fija de Gregor en uniforme de gala y su mirada más severa, la pose oficial que Gregor llamaba «la mirada de tengo un palo metido en mi culo imperial». Lástima, sólo inspiraba a Miles a querer hacer el payaso hasta lograr que aquel grave rostro mostrara una sonrisa. No, Gregor tenía suficientes payasos en su vida. Empezando con la mitad del Consejo de Condes, aunque rara vez lo hacían sonreír.

Miles empezó a grabar una vez más, y comenzó con fría eficacia:

—Buenos días, Gregor. Como indicaba la nota que envié después del equivocado mensaje de emergencia de Vorlynkin de la semana pasada, las sospechas de juego sucio por parte de CrisBlanco en Komarr han resultado acertadas. Los datos en bruto y mis resúmenes están en el cuerpo principal de mi informe. No estoy seguro de qué hacer con el soborno. No voy a devolverlo, pero tampoco va a ser lo que Ron Wing prometió, lo que hace que entregarlo directamente en el Hospital de Veteranos del Servicio Imperial sea una propuesta cuestionable. Pero podemos tratar eso más tarde. Me detendré en Solsticio en mi camino de regreso si Seglmp de Komarr y el Consejero Imperial quieren hacer más preguntas, aunque en realidad esto debería ser suficiente para ponerlos en marcha.

»Oh, y con respecto a Vorlynkin, quiero que una felicitación auditorial quede registrada en su departamento diplomático por su ayuda ejemplar durante mi visita, oh… ah… mi misión. Y después, ya que me marcho mañana y dejaré toda la limpieza a cargo del pobre hombre. «Mejor él que yo.»

»Mientras tanto, supongo que será mejor que te dé una rápida sinopsis del escándalo de NeoEgipto, ya que ha afectado mi investigación. Todo empezó cuando el partido de chalados locales irrumpió en la crioconferencia y no logró secuestrarme, cosa que describí brevemente en mi último informe, pero después de eso…

Tan sucintamente como pudo, Miles resumió los acontecimientos de los últimos días, desde la llegada de Jin a la puerta de atrás del consulado al arresto del grupo de NeoEgipto. Cuando terminó, estaba un poco cansado. Miles trató de no dar un respingo mientras imaginaba la expresión de la cara de Gregor cuando escuchara todo esto. ¿Desconcertado? ¿Dolorido? ¿Inexpresivo? Gregor podía ser más inexpresivo que Pym.

—Hasta ahora, no han presentado ningún cargo criminal contra mí, y confío en que estaré lejos de Kibou-daini antes de que se le ocurra a nadie del otro lado —concluyó Miles, con alegre certeza. Buscó una nota impactante para terminar—. En el departamento de «solo en Kibou», llegamos a convocar a los muertos para testificar contra los malos, un momento de justicia cósmica si alguna vez ha habido uno.

¿Era una nota un poquito tétrica? Algo que había leído en sus días en la Academia, o más probablemente en sus escaqueos de la Academia, un antiguo relato de la Vieja Tierra. Antes de que la criogenia fuera inventada o incluso imaginada, pero tan extrañamente presente. Las palabras estaban grabadas en su cerebro, aunque su fuente literal se había perdido hacía tiempo, enterrada bajo el caos de las décadas transcurridas y tal vez una pizca de su crioamnesia. «Romperé la puerta del infierno y aplastaré los cerrojos; convocaré a los muertos para que se alimenten de los vivos, y los vivos serán superados por sus huestes…»

Ah, no era algo que quisiera compartir con Gregor. Como Miles sabía bien, Gregor ya tenía tantas chorradas tétricas en su imperial cabeza que era asombroso que no le hubiera estallado el cráneo. Pero eso llevó a Miles al final.

—No me extrañaría que el proyecto de investigación sobre el rejuvenecimiento de Mark no resulte ser más importante, a la larga, que mi misión. Es demasiado pronto para juzgar, pero habrá que echarle un ojo al Grupo Durona, y no sólo los de los espías de Seglmp. Unas palabras en privado al oído de la tía abuela Laisa, si está buscando una inversión mejor que CrisBlanco Solsticio, podría ser una recompensa adecuada por habernos llamado la atención sobre este asunto, ya puestos.

»Me he perdido la nave de salto comercial a Escobar de hoy, pero tengo reservado pasaje en la de mañana. Estoy ansioso por volver.

»Oh, y dile a Laisa de mi parte: buena caza.

Miles cerró la grabación, la selló con los procedimientos de seguridad, la adjuntó a su informe codificado y la puso en camino.

20

El sol de la tarde calentaba el jardín trasero del consulado, repleto del sonido de las criaturas. Gyre se acicalaba con el pico y murmuraba en su asidero. Las gallinas escarbaban la hierba y dormitaban en sus nidos. La esfinge husmeaba y murmuraba entre las flores, estornudando ocasionalmente, como la madre de Jin. En lo alto de la mesa, la tortuga masticaba lentamente un trozo de lechuga, resto de la ensalada del almuerzo de Mina. Lucky estaba sentada en el regazo de la madre, enseñando las garras cada vez que las caricias cesaban, exigiendo al parecer quedarse sin pelo a base de arrumacos. Cierto que las ratas, que habían salido antes y a las que habían dado de comer algunos bocados especiales, estaban durmiendo enroscadas en sus jaulas, pero de todas formas nunca hacían mucho ruido. Todo estaba lleno de vida aquí, pensó Jin con satisfacción.

Habían sacado una mesa para almorzar bajo un árbol, mamá, y Jin, y Mina y el cónsul Vorlynkin, y tía Lorna, invitada por primera vez a visitar a su hermana rediviva. Jin se horrorizó al enterarse de que venía, pero como ella parecía quererlo de vuelta en la casa tan poco como él quería regresar allí, acabaron extrañamente en el mismo lado. Ella aprovechó la oportunidad para reprenderlo por haberse escapado. Las dos veces.

—Tiene razón, Jin. —La apoyó su madre—. Todos se preocuparon mucho cuando no supieron qué te había pasado. Por lo que tus tíos sabían, podrías haber muerto.

—Pero si no me hubiera escapado, nunca habría conocido a Miles-san —dijo Jin—. Y mamá seguiría congelada.

Vorlynkin-san sonrió ante la expresión de desconcierto de tía Lorna.

—Me temo que es una lógica aplastante.

Se había quitado la chaqueta por el calor, y se acomodó en su silla en mangas de camisa, más relajado de lo que nunca lo había visto Jin. Pero, claro, la mayor parte del tiempo había estado siguiendo a Miles-san, y Miles-san tenía una extraña habilidad para no relajar a la gente.

Miles-san y el soldado Roic se habían marchado el día anterior, para subir a bordo de una lanzadera orbital y coger una nave de salto con rumbo a Escobar, desde donde, según les había explicado el cónsul Vorlynkin a Jin y Mina con la ayuda de un mapa de agujero de gusano, el lord Auditor pasaría a una nave con destino a los planetas Sergyar y Komarr, y finalmente a Barrayar, donde estaba su verdadero hogar. «El de todos aquellos niños y los ponis», supuso Jin. A pesar de la continua procesión de abogados, policías y periodistas que entraron y salieron del consulado, por no mencionar a Jin y a Mina y a su madre y ahora sus parientes, Jin tenía que admitir que todo se había vuelto mucho más silencioso por aquí desde que el hombrecito se había marchado. Todo había sido muy emocionante en su momento, pero Jin no lamentaba la tranquilidad. En cualquier caso, el desfile de gente había sido supervisado con atención por el cónsul, a su manera más formal e intimidatoria, por no mencionar barrayaresca y alta, y nadie había intentado llevarse de nuevo a la madre de Jin.

Mina había entrado en el consulado para ir al cuarto de baño, pero ahora la puerta trasera se abrió de golpe y salió toda emocionada, con una caja familiar en las manos. El teniente Johannes la seguía con cautela.

Other books

Lieberman's Day by Stuart M. Kaminsky
All the Broken Pieces by Cindi Madsen
The Stiff and the Dead by Lori Avocato
The Summoning by Mark Lukens
The Good Girl by Fiona Neill
Blood Trust by Eric Van Lustbader
The Wild Girl by Kate Forsyth
Sheepfarmers Daughter by Moon, Elizabeth