Cronopaisaje (54 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cronopaisaje
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Gordon parpadeó ante aquellas frases, haciendo algunos cálculos aritméticos en su mente. El húmedo aire de la biblioteca arrastraba consigo un pesado y solemne silencio. Encontró un usado ejemplar de Astrophysical Quantities, y comprobó de nuevo las coordenadas.

AR 18 5 (±1) Ápex solar: DEC 30 ± 40.

Tomó un lápiz del bolsillo de su camisa y escribió debajo, ignorando la ceñuda mirada de un bibliotecario:

AR 18 5 DEC 30 29.2

Salió a la fresca tarde de otoño.

En el vuelo de Air Cal de vuelta a San Diego, dijo:

—Las coordenadas del mensaje corresponden al ápex solar, eso es lo importante. Teniendo en cuenta la imprecisión de las actuales mediciones, quiero decir.

—¿Eso es lo que significan los signos de más menos uno encima del otro? —dijo Penny, dubitativa.

—Correcto. Correcto.

—No lo comprendo.

—Ésa es la dirección hacia la que se encamina el Sol… y la Tierra con él.

—Bueno, oy veh.

—¿Eh?

—Eso es lo que tú dices. Indica sorpresa. Oy veh.

—No significa… bueno, desánimo. De todos modos, yo no he dicho nunca esto.

—Por supuesto que sí.

—No, en absoluto.

—De acuerdo. Mira, ¿qué significa todo esto, Gordon?

—No tengo la menor idea —mintió.

39 - 14 de octubre de 1963

—Gordon, aquí Claudia Zinnes. Quería que supiera que hemos perdido el efecto anómalo este fin de semana. ¿Y usted?

—No estaba siguiendo el experimento. Lo siento.

—Bueno, hubiera sido una pérdida de tiempo, de todos modos. Ese extraño efecto simplemente se desvaneció.

—Siempre aparece y desaparece de esta manera.

—De todos modos, seguiremos intentándolo.

—Estupendo, estupendo. Yo también.

Gordon pasó toda una tarde con los mapas estelares, intentando determinar los movimientos del punto en Hércules.

Caía por debajo del horizonte durante una buena parte del día. Si existían los taquiones —significara lo que significase el nombre—, venían directamente, en una línea recta entre su equipo de resonancia nuclear y Hércules.

Cuando la Tierra estaba entre él y Hércules, probablemente las partículas resultaban absorbidas.

Eso significaba que, para recibir alguna señal, tenía que poner en marcha el experimento cuando Hércules estuviera por encima del horizonte.

—¿Claudia?

—Sí, sí, soy yo, no le he llamado porque todavía no hemos conseguido…

—Sí, sí, lo sé. Mire, esas coordenadas que usted y yo obtuvimos. Corresponden a la constelación de Hércules. Creo que podemos tener más suerte si únicamente observamos en ciertos momentos, de modo que… Oiga, ¿tiene usted un lápiz a mano? He hecho algunos cálculos. Imagino que entre las seis de la tarde y…

Pero ni en Columbia ni en La Jolla pudieron conseguir ningún nuevo efecto en los momentos que habían calculado. ¿Puede que exista alguna otra interferencia? Aquello complicaría aún más las cosas, pero ¿cuál era la causa? Gordon volvió hacia atrás y estimó los momentos en los que él o Cooper habían registrado señales. La mayoría de ellos correspondía a momentos en los que Hércules estaba en el cielo. En algunos casos, sin embargo, no había registrado la hora en la que había sido efectuada la observación. Algunos otros parecían corresponder a momentos en los que Hércules estaba definitivamente por debajo del horizonte. A Gordon siempre le había gustado la Navaja de Occam: Las entidades no deben multiplicarse más allá de lo necesario. Eso significaba que la teoría más simple que explicara los datos era la mejor. La teoría de las interferencias era simple, pero tenía que tener en cuenta los momentos en los cuales Hércules estaba por debajo del horizonte, por alguna razón. Quizás esos puntos fueran erróneos, y quizá no. Más que llegar a alguna conclusión, Gordon decidió seguir intentándolo y dejar que los datos se mostraran por sí mismos.

Gordon había pasado algunas semanas enseñando electricidad clásica y magnetismo, utilizando el texto estándar de Jackson. Sus notas de clase estaban terminándose ya, e iba con retraso en la corrección de los problemas que había puesto. La familiar nube de peticiones estaba lloviendo sobre él: comités, horas de oficina con los estudiantes; lectura del trabajo de Cooper y discusión con él al respecto; preparar seminarios. La clase de graduados de primer año parecía buena, por lo que podía decir de los problemas que se le planteaban. Burnett y More eran muy listos. La parte media del conjunto —Sweedler, Coon, Littenberg, particularmente— prometía. Estaban los gemelos de Oklahoma, que hacían un trabajo muy irregular y tenían una tendencia irritante a contradecirle. Quizás él estuviera un poco irritable esos días, pero ellos…

—Hey, ¿tienes un minuto?

Gordon alzó la vista de las calificaciones. Era Ramsey.

—Seguro.

—Mira, deseaba hablarte acerca de esa conferencia de prensa que Hussinger y yo vamos a dar.

—¿Conferencia de prensa?

—Sí, vamos a, esto, anunciar nuestras conclusiones. Parece que trata de algo grande —Ramsey permanecía inmóvil en el umbral, sin su habitual animación.

—Bueno, estupendo. Estupendo.

—Deseábamos utilizar esa configuración de una cadena molecular que saqué. Ya sabes, aquella que dijimos de publicar tú y yo juntos.

—¿Necesitas utilizarla?

—Le da mayor fuerza al caso, sí.

—¿Cómo vas a explicar de dónde procede? Ramsey pareció afligido.

—Sí, ése es el problema, ¿no? Si afirmo que procede de tus experimentos, habrá gente que pensará que toda la idea no es más que pura mierda.

—Eso es lo que temo.

—Pero de todos modos, mira… —Ramsey abrió las manos—. Hace que toda la argumentación sea más convincente, ver la estructura…

—No. —Gordon agitó vigorosamente la cabeza—. Estoy seguro de que seréis creídos únicamente sobre la base de los experimentos. No es necesario que me metáis en eso.

Ramsey parecía dubitativo.

—Es un buen trabajo, sin embargo.

Gordon sonrió.

—Déjalo a un lado. Déjame a mí a un lado, ¿de acuerdo?

—Si tú lo dices, está bien —dijo Ramsey, y se fue.

Para Gordon la conversación con Ramsey resultó divertida, un distante recordatorio del mundo real. Para Ramsey y Hussinger, ser los primeros en publicar aquello era un paso crucial. Efectuar una conferencia de prensa ponía un sello adicional que reforzaba su trabajo. Pero Ramsey sabía que nada de aquello hubiera ocurrido sin Gordon, y aquello le preocupaba. El procedimiento correcto era conseguir primero el consentimiento de Gordon a una publicación separada, y luego escribir un emocionado agradecimiento al final de su artículo. Gordon le contó a Penny por la noche aquella conversación, y le comentó lo extraño que le parecía ahora todo el proceso. Era conseguir resultados lo que hacía que la ciencia valiera la pena; los homenajes eran un placer menor, secundario. Las personas se volvían científicos porque les gustaba resolver enigmas, no porque anhelaran ganar premios. Penny asintió, y observó que comprendía un poco mejor a Lakin. Era un hombre que había superado el punto de descubrir algo auténticamente fundamental; la invención científica normalmente lo elude a uno más allá de los cuarenta años. Así que ahora Lakin se aferraba a los honores, los talismanes visibles del éxito. Gordon asintió.

—Sí —dijo—. Lakin es un operador sin autovalores reales. —Era un oscuro chiste de físicos, y Penny no lo comprendió, pero Gordon se echó a reír por primera vez en días.

—Hey, ¿todavía está usted aquí? —dijo Cooper desde la puerta del laboratorio. Gordon alzó la vista de la pantalla del osciloscopio.

—Sí, estoy intentando tomar algunos datos nuevos.

—Dios mío, es tarde. Quiero decir, he pasado por aquí después de una cita para recoger algunos libros, y vi la luz. ¿Ha estado aquí desde que me fui a cenar?

—Oh… sí. Fui a buscar algo a las máquinas distribuidoras.

—Ugh, eso es pura mierda.

—Exacto —dijo Gordon, volviéndose de nuevo hacia el equipo. Cooper avanzó unos pasos y vio los registros de resonancias esparcidos sobre el banco del laboratorio.

—Hey, eso se parece a mis observaciones.

—Sí, es muy parecido.

—¿Está trabajando usted con el antimoniuro de indio? ¿Sabe?, Lakin me ha preguntado por qué se pasa usted tantas horas aquí. Quiere saber qué está haciendo.

—¿Por qué no me lo pregunta a mí?

Un alzarse de hombros.

—Mire, yo no pretendo…

—Lo sé.

Tras unos cuantos comentarios neutrales, Cooper se fue. Gordon había estado cumpliendo con sus tareas normales durante toda la semana, y luego había pasado todas las noches tomando datos, escuchando, esperando. Había algunas líneas irregulares amarillas al azar entre los registros, pero ninguna señal. Todo se estaba erosionando a un simple ruido. Las bombas tosían, los instrumentos electrónicos lanzaban algún ocasional ping. Taquiones, pensó. Cosas más rápidas que la luz. No tenía sentido. Había planteado la idea a Wong, el físico de partículas, y había obtenido la respuesta convencional: violaban la relatividad espacial, y de todos modos no había ninguna evidencia de ellos. Taquiones recorriendo el universo en menos tiempo del que necesitaba el ojo de Gordon para observar un fotón a la pálida luz del laboratorio… Esas cosas iban contra la razón. Entonces apareció un aletear de resonancias interrumpidas. Gordon había trabajado en una forma más rápida de compilar las curvas, y pudo extraer las porciones de código Morse casi inmediatamente.

OCÉANO AMENAZADO.

Unos momentos más tarde, otra ráfaga de interrupciones: LABORATORIO CAVENDISH CAMBRIDGE.

Y luego un estallido de ruido. Gordon asintió para sí mismo. Se sentía cómodo, trabajando allí solo, como un monje. A Penny no le gustaba que pasara tantas horas allí, pero aquello era secundario. Ella no comprendía que a veces tienes que continuar, que el mundo no se rendirá a menos que perseveres.

Cuando la pantalla del osciloscopio se aclaró, hizo una pausa. Caminó por los silenciosos corredores del edificio de física para sacudirse la somnolencia que le estaba invadiendo. En la parte exterior del laboratorio de Grundkin había una gran hoja de papel de ordenador en la cual un estudiante descorazonado había escrito, en la parte de arriba:

Un experimento puede ser considerado un éxito si no más de un 50 por ciento de las mediciones observadas deben ser descartadas para obtener una correspondencia con la teoría.

Gordon sonrió. El público consideraba la ciencia como algo absoluto, seguro, como dinero en el banco. Nunca pensaban que el más ligero error podía conducirle a uno a resultados absolutamente erróneos.

Bajo el enunciado del principio, otros estudiantes habían garabateado sus contribuciones:

La madre naturaleza es una mala puta.

La probabilidad de un acontecimiento determinado es inversamente proporcional a su deseabilidad.

Si tonteas lo suficiente con algo, finalmente terminarás rompiéndolo. Una curva falsificada vale más que un millar de palabras ambiguas.

Ningún análisis es un completo fracaso… siempre puede servir como un mal ejemplo. La experiencia varía directamente en función con el equipo estropeado.

Fue a buscar una barra de chocolate en el distribuidor automático, y regresó al laboratorio.

—Jesús —dijo Penny por la mañana—, pareces como algo que alguien hubiera sacado del fondo de un viejo baúl.

—De acuerdo, de acuerdo. Tengo una clase dentro de una hora ¿Qué hay en la despensa?

—Manteca, eso es todo lo que hay en la despensa… asquerosa manteca de cerdo.

—Como siempre dices tú, oh, vamos.

—Cereales, entonces.

—Tengo hambre.

—Toma dos tazones.

—Mira, tengo que ir a trabajar.

—El no haber sido promovido te ha sacudido bastante fuerte, ¿eh?

—Tonterías, todo tonterías.

—Tonterías, por supuesto.

—Esa mujer, Zinnes. Eso es todo lo que necesitas.

—Como confirmación, sí. Pero no lo comprendemos.

Gordon rebuscó la caja de trigo desmenuzado. Echó los rulitos tostados en un tazón y arrojó la caja al cubo de la basura. En el fondo del cubo había un garrafón de borgoña Brookside.

—¿Te quedarás aquí esta noche? —preguntó Penny.

—Oh sí.

—Recibí una carta de mi madre.

—Oh.

—Te encontraron un poco extraño.

—Tiene razón.

—Podrías haberlo intentado.

—Intenté mostrarme tan frío como un protestante blanco anglosajón.

—Tan frío y tan torpe.

—No sabía que fuera tan importante.

—No lo era. Es sólo una opinión.

—Mira, habrá otras ocasiones.

—Tuviste una llamada.

—Quiero decir, quizá para el día de Acción de Gracias.

—Oh.

—No vimos mucho de San Francisco.

—Procedía de Nueva York. Él dejó de sorber su cereal.

—¿Qué?

—La llamada. Le di el número de tu oficina.

—No he estado mucho en mi oficina. ¿Quién era?

—No lo dijo.

—¿No preguntaste?

—No.

—La próxima vez, pregunta.

—Sí, señor.

—Oh, mierda.

Los titulares del San Diego Union proclamaban: EL RÉGIMEN VIETNAMITA DERRIBADO. Gordon contempló las fotos de los cadáveres en las calles, y pensó en Cliff. El Union decía que se trataba de un golpe de Estado claramente militar. Alguien había atrapado a Ngo Dinh Diem y le había disparado a la cabeza, y aquello había sido el fin de todo. La Administración Kennedy decía que los americanos no tenían nada que ver con ello. Lamentaban todo el asunto. Por otra parte, decían, quizás aquello despejara el camino hacia algunos auténticos progresos en la guerra en aquel lugar. Quizá sí, pensó confusamente Gordon, y arrojó el periódico al cubo de la basura.

Claudia Zinnes había captado algunos de los mismos fragmentos, pero no todos. El nivel de ruido ascendía y descendía. Gordon se preguntaba si no habría presente algún otro efecto, más allá del hecho de que Hércules estuviera visible. Quizá los haces de taquiones no estuvieran bien enfocados. Eso explicaría por qué la señal iba y venía. Conservó esas ideas en su mente, junto con otras sospechas y corazonadas.

Durante las largas noches de observación del osciloscopio volvían a él como las piezas de un rompecabezas, cuyos bordes a veces encajaban y a veces no. Su corazonada estaba basada en la cifra del ápex solar, y lo conducía a una conclusión acerca de los mensajes que encontraba difícil de creer. Intentó mantenerse neutral al respecto. Después de todo, podían haber fácilmente otras explicaciones. Por otra parte, Wong había mencionado el argumento de la causalidad en contra de los taquiones, de modo que al menos existía alguna conexión general. La Navaja de Occam no parecía ser de mucha utilidad allí. Todo el asunto tenía como un aroma de Alicia en el país de las maravillas. Lo cual quería decir, se recordó a sí mismo, que era tremendamente importante atenerse a los hechos, los dígitos, los datos escuetos. Dame un sólido conjunto de números y gobernaré el mundo, pensó, y se echó a reír fuertemente.

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