Authors: James Lowder
Vangerdahast se despidió del rey con una reverencia y cerró la trampilla. El golpe de la hoja de madera contra el marco produjo una corriente de aire que agitó suavemente los tapices que cubrían las paredes de la pequeña habitación.
Azoun volvió a pasearse, ensimismado en el análisis de los argumentos para unificar a Cormyr, Sembia y Los Valles. Examinó uno a uno todos los detalles; descartaba algunos y se le ocurrían otros. Pero había algo que tenía muy claro: la cruzada había demostrado, a pequeña escala, que la alianza sería beneficiosa para todos.
Esto no podía negarlo nadie. Las relaciones entre los tres países y las ciudades estados que habían enviado sus tropas a la cruzada eran excelentes. Con la excepción de Zhentil Keep, claro está. El aumento de los ataques de las bandas provenientes de la Ciudadela Oscura preocupaba a todos, y el Keep se veía ahora enfrentado a un aislamiento político cada vez mayor.
Pero, por encima de todo lo demás, la cruzada le había demostrado a Azoun que podía cambiar el mundo. Al fin de cuentas, la Alianza era un producto de sus sueños, de sus ideales. Desde luego había fallado un par de veces, al aceptar las soluciones fáciles por necesidades políticas. Los Valles lo acusaban con razón de los problemas originados por la Ciudadela Oscura. Después de explicar a los señores de Los Valles el alcance del tratado suscrito con el Keep, el rey no había ofrecido ninguna excusa por sus acciones. La culpa era exclusivamente suya y la aceptaba.
Esto era lo que le recomendaba la conciencia, y Azoun cada día se atendía más a ella. Quería forjar una nueva nación en las Tierras Centrales, un nuevo imperio regido por el bien y la ley. Si era posible lo haría.
El rey se detuvo para abrir la ventana. Contempló el espectáculo que le ofrecía Suzail, próspera y en paz, iluminada por el sol otoñal. «Todo Faerun podría ser así», pensó.
El comentario de Koja sobre el mundo y los grandes hombres surgió de pronto en la memoria del rey. Su humildad se rebeló ante la sola idea de considerarse a sí mismo grande, pero Azoun comprendió que el lama se había referido no sólo a Yamun Khahan sino también a él. Pensó en el comentario mientras miraba el vuelo de las gaviotas por encima de los muelles y el bullicio en el paseo.
Azoun cerró la ventana. «Si Koja está en lo cierto —pensó—, entonces debo conseguir lo que pueda en el poco tiempo de que dispongo.»