Cuando la guerra empiece (28 page)

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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

BOOK: Cuando la guerra empiece
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»—Disculpe, soy Robyn Mathers. —Y sin girarse siquiera me contestó en voz baja:

»—Ah, vale, el señor Keogh me ha dicho que estuviese pendiente por si veía a gente joven por aquí.

»Hablamos unos minutos, yo sin salir de debajo de la cama, pero asomando la cabeza afuera. Me dijo que odiaba tener que hacer aquel trabajo, pero que los soldados a veces miraban en las casas después de que salieran los del pueblo, y que los castigaban si habían dejado algo de valor dentro.

»—A veces escondo algo en las habitaciones cuando me parece que es un recuerdo familiar —me dijo—, pero no sé si servirá de algo a la larga.

»También me dijo que habían elegido a las personas menos peligrosas para formar esas cuadrillas, niños y ancianos sobre todo, y que esas personas sabían que, si intentaban escapar o rebelarse, los familiares que tuvieran en el recinto ferial serían castigados.

»—Por eso prefiero no hablar demasiado rato contigo, mi niña —me dijo. Era una ancianita muy maja.

»Otra cosa que me dijo era que la carretera que conecta con la bahía de Cobbler es la clave de todo. Gracias a ella pudieron atacar este distrito tan deprisa y con tanta contundencia. Llevan los suministros a la bahía por barco y desde ahí los mandan en camiones por la carretera.

—Lo que yo decía —intervine yo.

Nunca me había considerado un genio militar, pero me gustó ver que había acertado en esto.

—Total, que nos pusimos a charlar como si fuéramos viejas amigas —prosiguió Robyn—. Incluso me contó que antes trabajaba de limpiadora en la farmacia a tiempo parcial, y cuántos nietos tenía y cómo se llamaban. Parecía haberse olvidado de lo que me había dicho sobre tener una conversación corta. Si hubiera tenido un par de minutos más, habría sido capaz de llevarme a la cocina y prepararme un té, pero de pronto me di cuenta de que se oían unos pasos muy sigilosos que se acercaban por el pasillo. Escondí la cabeza como una tortuga, pero os aseguro que me moví mucho más rápido que cualquier tortuga. Y lo siguiente que vi fueron unas botas justo al lado de la cama. Eran negras, pero estaban muy sucias y llenas de marcas y rozaduras. Era un soldado, y se había acercado a hurtadillas para sorprenderla. Yo pensé, ¿y ahora qué hago? Intenté recordar todos los movimientos de artes marciales que me sonaran, pero lo único que se me ocurría era darle en la entrepierna.

—Le pasa eso mismo con todos los tíos —apuntó Kevin, pero Robyn hizo oídos sordos.

—Tenía mucho miedo, porque no quería causarle problemas a esa señora tan simpática. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. Y sigo sin saberlo. Pero tampoco quería que me mataran, soy así de rara. Estaba tan paralizada que era incapaz de hacer nada. Oí que el soldado decía, con voz muy suspicaz, algo tipo «Tú hablas». Entonces fue cuando me di cuenta de que la cosa pintaba muy fea. Rodé por el suelo hasta el otro lado de la cama y después salí arrastrándome por debajo de la colcha. Estaba en un pequeño hueco que había entre la cama y la pared, de un metro de ancho o así. Oí que la señora decía con una risa nerviosa:

»—Hablaba sola. Al espejo.

»Me pareció una explicación muy mala, y supongo que lo mismo pensaría él. Solo podía juzgar por lo que oía y suponía. Sabía que iba a registrar la habitación, y me imaginé que empezaría levantando la colcha y mirando debajo de la cama. Después daría la vuelta por los pies de la cama y miraría en el armario empotrado o en el hueco donde estaba yo. No había más sitios para esconderse allí. Era un dormitorio muy austero, nada agradable. Total, que me preparé para el frufrú que haría al levantar la colcha, y efectivamente había tanto silencio que lo oí. De hecho, incluso me pareció oír los latidos del corazón de la señora. Por lo menos, mis propios latidos sí que los oía. No sé ni cómo no los oía el soldado. En cualquier caso, lo peor fue que no se produjo el segundo frufrú que debería haber producido al soltar la colcha. Estaba sufriendo lo inimaginable, preguntándome si él todavía estaría mirando debajo de la cama o si iría a echar un vistazo al sitio donde estaba yo. Os juro que escuché con tanta atención que me pareció que me crecían las orejas. Era corno si tuviera dos antenas parabólicas, una a cada lado de la cabeza.

—Y las tienes —comentó Kevin, que no dejaba escapar ni una.

—Y al final oí algo, un levísimo crujido que supuse que venía de su bota. Parecía estar dando la vuelta por los pies de la cama. Ya no me oía el corazón, porque se me había parado. Y pensé, bueno, no puedo quedarme aquí tumbada esperando a que me peguen un tiro. Tengo que arriesgarme. Así que volví a rodar debajo de la cama. Y efectivamente, un segundo después, vi sus botas en el hueco donde había estado antes. Pero los flecos del borde de la colcha todavía se movían por el lado por donde los había tocado al moverme y lo pasé fatal, inmóvil y preguntándome si él se habría dado cuenta. Estaba convencida de que los tenía que haber visto: a mí me parecía que estaban muy a la vista. Se quedó allí parado una eternidad. No sé qué estaría mirando. No había mucho que mirar, solo un cuadro de un puente largo sobre un riachuelo, en Suiza o algún sitio así. Luego, las botas empezaron a girar sobre sí mismas y empecé a oír al soldado haciendo ruidos más fuertes, abriendo los armarios de uno en uno y registrándolos. Y después le dijo a la señora:

»—Vamos, casa siguiente. —Y se fueron los dos.

»Me quedé allí tumbada un buen rato, por si era una trampa, pero al final llegó Kevin, me sacó de allí y me dijo que se habían ido. La verdad es que lo pasé muy mal. Bueno, ya os podéis hacer una idea.

»Corrie también habló con alguien, en la cocina, ¿no es así? —preguntó a Corrie, que hizo un leve asentimiento—. Y fue cuando te dijeron lo de las bajas causadas en los dos enfrentamientos que hemos tenido con ellos, ¿no?

—Sí —contestó Corrie—. Creo que causaron bastante sensación. Hablé con un hombrecillo extraño que aparentaba unos cincuenta años.

Tampoco sé cómo se llama. No quería hablar mucho conmigo, porque tenía miedo de que nos pillaran. Pero me dijo que había cierta actividad de guerrilla. También era suya la teoría de la invasión «limpia».

—Y aquí se acabaron nuestras conversaciones secretas con las cuadrillas —siguió diciendo Robyn—. Volvimos a nuestro escondite y nos quedarnos allí hasta el anochecer. —Al contar la parte siguiente, miró a Homer. Era como si ella y los demás se sintieran un poco culpables pero, al mismo tiempo, no aceptaran reproches sobre la forma en que habían hecho las cosas—. Bueno, ya sé que habíamos planeado con gran detalle que Kevin y Corrie espiarían en el recinto ferial y todo eso, pero las cosas se ven diferentes cuando estás allí. Preferirnos no perdernos de vista en ningún momento mientras estuviéramos en Wirrawee.

—Qué bonito es el amor adolescente —bromeé, pero Robyn siguió hablando sin hacer una pausa siquiera.

—Y esa noche decidimos seguir todos juntos. En primer lugar, salimos a la carretera, para ver qué ocurría allí. Resulta que la están usando mucho. En la hora que estuvimos allí, pasaron dos convoyes. Uno estaba formado por cuarenta vehículos y el otro por veintinueve. O sea, que está siendo muy transitada, para ser una vieja carretera rural. No había visto tanto movimiento desde el festival de surf. Después volvimos al pueblo y nos acercamos al recinto ferial. Daba mucho miedo, supongo que por lo que os pasó cuando estuvisteis allí. De hecho, me pareció muy valiente por parte de Corrie y Kevin que quisieran volver. Os aseguro que es un sitio peligroso. En el recinto ferial está su cuartel general y los barracones, además de nuestra gente, y supongo que por eso lo tienen tan bien vigilado. Han talado la mayoría de los árboles del aparcamiento, es decir, que no hemos podido encontrar ningún lugar refugiado al que acercarnos. Supongo que precisamente por eso los habrán talado. Y han puesto alambre de espino en todo el perímetro, a unos cincuenta metros de la valla principal. No me imaginaba que hubiera tanto alambre en Wirrawee. Y han instalado focos nuevos, reflectores, que iluminan todos los alrededores como si fuera de día. Había un montón de pájaros desorientados volando por allí. Solo llegamos a espiar desde Racecourse Road, cosa que hicimos durante una hora o así. Me imagino que nos daba demasiado miedo acercarnos más, pero sinceramente no creo que hubiera mucho que ver, solo un montón de centinelas y soldados patrullando. Si alguien estaba pensando en presentarse allí en uniforme de camuflaje y abrirse paso a tiros para rescatar a todo el mundo, ya puede volver a la cama y seguir soñando con el reino mágico de Disney. Esto no es la tele, es la vida real.

Si tengo que ser sincera, y he prometido que lo sería, todos habíamos tenido esos delirios en un momento u otro. Eran solo sueños, pero eran unos sueños con mucha fuerza, en los que liberábamos a los nuestros, lo arreglábamos todo, éramos unos héroes. Pero en secreto, aunque eso me hiciera sentir culpable y avergonzada, me aliviaba ver ese sueño aplastado de forma tan contundente. En realidad, la perspectiva de hacer algo así era tan temible, tan aterradora, que me daba vértigo pensar en ella. Estaba segura de que moriríamos si lo intentábamos, de que moriríamos con las tripas reventadas y desparramadas por el suelo del aparcamiento del recinto ferial, para acabar pudriéndonos al sol entre un enjambre de moscas. No podía sacarme de la cabeza esa imagen, salida probablemente de todas las ovejas muertas que había visto a lo largo de mi vida.

—Nos alegró poder alejarnos de ese sitio —prosiguió Robyn—. Volvimos al pueblo y revoloteamos por allí como murciélagos, intentando contactar con dentistas o con cualquier otro del pueblo. Y eso me recuerda que ya va siendo hora de que te quite esos puntos —añadió, dirigiendo una dulce sonrisa a Lee, que parecía un poco nervioso. Yo todavía estaba intentando imaginar a Kevin revoloteando, cosa nada fácil—. Pero no encontramos a nadie —siguió diciendo Robyn—. No vimos ni un alma. Seguramente todavía queda alguien por los alrededores, pero deben de ser muy pocos y estar muy bien escondidos. —Entonces sonrió y se relajó—. Y con esto terminamos nuestro informe sobre el estado de la nación. Muchas gracias y buenas noches.

—Oye, igual sí que acabamos siendo nosotros la nación —observó Kevin—. Puede que seamos los únicos que quedamos libres, o sea, que seríamos nosotros el Gobierno y todo eso, ¿no? Me pido ser primer ministro.

—Yo seré el jefe de la policía —dijo Chris.

Cada uno eligió un puesto, o se lo dieron los demás. Homer era el ministro de Defensa y jefe del Estado Mayor. Lee era el pensionista del año, por lo de su pierna. Robyn quería ser ministra de Sanidad pero fue nombrada arzobispo.

—Yo seré ministra de Kevin —dijo Corrie. A veces podía llegar a ser un poco cargante.

Fi era la fiscal general, ya que sus padres son abogados. Yo fui nombrada poeta del reino, cosa que me hizo bastante ilusión. A lo mejor fue eso lo primero que le dio a Robyn la idea de que yo escribiera nuestra historia.

—Bueno, ahora os toca a vosotros —dijo Chris al cabo de un rato—. ¿Qué habéis estado haciendo vosotros aquí, aparte de poneros morenos?

Ya habían podido admirar el gallinero y probar los huevos, así que les pusimos al día acerca de todo lo demás, sobre todo acerca de la cabaña del Ermitaño, que pensamos que podría convenirse en una buena base secundaria para nosotros.

—Quiero encontrar una salida por el fondo del Infierno, hacia el río Holloway —dije—. Estoy convencida de que este arroyo va a parar allí. Si tuviéramos una salida trasera, este refugio sería todavía más seguro. Y desde el río podríamos acceder a toda la zona de Risdon.

Lee y yo no les contamos lo de la caja metálica con los papeles del Ermitaño. No teníamos motivos para hacerlo. Ni siquiera habíamos acordado no decírselo a los demás. Nos parecía un asunto demasiado privado.

—Escuchad, estas gallinas me han hecho pensar en otros animales que podríamos tener —dijo Kevin—. Yo no soy vegetariano, y quiero comer carne. Y creo que tengo la solución.

Todos esperamos con expectación mientras él se inclinaba hacia delante y decía una sola palabra con un tono solemne, casi reverente:

—Hurones.

—¡Ay, no! —chilló Corrie—. ¡Qué horror! ¡Son asquerosos! No los soporto.

Kevin parecía afectado por aquella falta de lealtad por parte de la única persona con la que normalmente podía contar.

—No son asquerosos —afirmó, con voz dolida—. Son limpios e inteligentes, y muy sociables también.

—Sí, tan sociables que se te suben por la pernera del pantalón —dijo Homer.

—¿Qué son los hurones? —preguntó Fi—. ¿Se comen?

—Sí, se hacen bocadillos con ellos. Y no se los mata. Se comen vivos, mientras se retuercen y chillan entre las dos rebanadas de pan. Es la comida más nutritiva del mundo. —Ese era Kevin, haciéndose el gracioso. Acto seguido, dio una lección a Fi sobre los hurones, en cuyo transcurso se hizo patente que él tampoco sabía gran cosa de ellos.

—Es verdad que esos viejos que viven en las afueras de Wirrawee, los mineros retirados, tienen algunos hurones y se alimentan de conejos —apuntó Homer—. Están pelados, y es así como tienen su ración de carne.

—¿Lo veis? —dijo Kevin, sentándose sobre sus talones.

Era una idea bastante buena. Yo tampoco sabía gran cosa sobre ellos, excepto que tenías que tapar todas las madrigueras con redes, con las que se topaban los conejos al intentar escapar, y se quedaban atrapados allí. Y aunque no había muchos conejos en las montañas donde nos refugiamos, la verdad es que abundaban bastante en el distrito. Pero entonces Chris encontró una pega.

—¿No deben de estar todos muertos, los hurones? —preguntó—. Si han hecho prisioneros a sus dueños, o los han matado, no hay nadie que los cuide y los mantenga con vida.

Kevin adoptó un aire de suficiencia al contestar:

—En principio, sí. Pero mi tío, el que vive después de la salida de Stratton, los deja correr libres. Los tiene a montones, y los ha adiestrado para que vengan cuando silba. Son como perros. Saben que recibirán comida cuando oyen esa llamada. Algunos se vuelven salvajes, pero tiene tantos que no le importa.

Así pues, añadimos los hurones a nuestra lista de cosas que conseguir, hacer o investigar.

—Voto por ir a planchar la oreja un rato —dijo Homer, poniéndose en pie mientras se estiraba y bostezaba—. Igual Ellie podría organizar otra visita guiada a la cabaña del Ermitaño después del almuerzo, para los que deseen participar en esta única y fascinante experiencia histórica. Podríamos celebrar un consejo de guerra esta tarde, para planear nuestra próxima estrategia.

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