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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (28 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—Gracias por una noche tan especial —murmuró. Esperaba que ella dijera lo mismo, pero lo sorprendió con su respuesta.

—¿No piensas invitarme a entrar? —sugirió ella.

—Sí —contestó él simplemente.

Zeus
se sentó cuando Thibault abrió la puerta de Elizabeth, y se levantó cuando ella salió del coche. Entonces empezó a mover la cola.

—Hola,
Zeus
—gritó Elizabeth.

—Ven —le ordenó Thibault.

El perro bajó los peldaños del porche y corrió hacia ellos. Los rodeó con muestras efusivas, gimoteando sin parar. Su boca quedó entreabierta mientras soltaba un prolongado gemido, como si buscara captar la atención de ambos.

—Nos echaba de menos —dijo ella, inclinándose hacia
Zeus
—. ¿A que sí, grandullón? —Al inclinarse hacia delante, el perro le lamió la cara. Rápidamente ella se apartó, arrugando la nariz antes de secarse la cara con la mano.

Thibault enfiló hacia la casa.

—Ven, entremos. Pero te prevengo: no esperes gran cosa.

—¿Tienes una cerveza en la nevera?

—Sí.

—Entonces no te preocupes.

Subieron los peldaños del porche. Thibault abrió la puerta y encendió el interruptor de la luz: una lámpara de pie iluminó tenuemente una butaca emplazada junto a la ventana. En el centro de la estancia había una mesita decorada únicamente con un par de velas, con un sofá de dos plazas a su lado. Tanto el sofá como la butaca estaban cubiertos por unas fundas de tela de color azul marino; detrás de ellos, una estantería albergaba una pequeña colección de libros. Un revistero vacio junto con otra lámpara de pie completaban el mobiliario minimalista.

No obstante, la estancia ofrecía un aspecto pulcro. Thibault se había esmerado en limpiarlo todo y en poner orden durante el día. El suelo de madera de pino estaba fregado, las ventanas lavadas, y no había ni una mota de polvo. A Logan no le gustaba el desorden y no soportaba la suciedad. El polvo constante en Iraq únicamente había reforzado esa tendencia a la limpieza.

Elizabeth examinó la escena antes de entrar en el comedor.

—Me gusta —dijo—. ¿Dónde has comprado los muebles?

—Ah, ya estaban en la casa —respondió él.

—Por eso tienes fundas en los sofás.

—Exactamente.

—¿No tienes televisor?

—No.

—¿Ni radio?

—No.

—¿Qué haces cuando estás aquí?

—Duermo.

—¿Y?

—Leo.

—¿Novelas?

—No —confesó, pero rápidamente cambió de parecer—. Bueno, un par. Pero normalmente leo biografías y libros de historia.

—¿Ninguno sobre antropología?

—Tengo uno de Richard Leakey, pero no me gustan excesivamente los libros de antropología posmodernista que parecen dominar el panorama actual, y de todos modos no es fácil adquirir esos libros en Hampton.

Ella rodeó los muebles, deslizando un dedo por las fundas de tela.

—¿Sobre qué escribe?

—¿Quién? ¿Leakey?

Ella sonrió.

—Sí. Leakey.

Logan frunció los labios un momento, como si estuviera organizando sus pensamientos.

—La antropología tradicional centra básicamente su interes en cinco áreas: cuando el hombre empezó a evolucionar, cuando empezó a caminar erguido, por qué existían tantas especies de homínidos, por qué y cómo evolucionaron esas especies y qué representa todo esto para la historia de la evolución del hombre moderno. El libro de Leakey trata principalmente sobre las últimas cuatro áreas, poniendo un énfasis especial en cómo influyó la elaboración de herramientas y armas en la evolución del HOMO SAPIENS.

Ella no podía ocultar su sorpresa, y Logan supo que la había impresionado.

—¿Qué hay de esa cerveza que ibas a ofrecerme? —preguntó ella.

—Ah, sí, dame un minuto. Mientras tanto, ponte cómoda.

Logan regresó con dos botellas y una caja de cerillas. Elizabeth se había sentado en medio del sofá; él le pasó una de las botellas y se sentó a su lado, luego depositó las cerillas sobre la mesa.

Ella inmediatamente cogió la cajita y encendió una cerilla, observando cómo la pequeña llama temblaba en un intento por sobrevivir. Con un movimiento elegante, acercó la llama a las dos velas y las encendió, luego apagó la cerilla.

—Espero que no te importe. Me encanta el olor a cera.

—En absoluto.

Él se puso de pie para apagar la lámpara. La estancia quedó únicamente iluminada por el tenue y cálido resplandor de las velas. Cuando regresó al sofá, se sentó más cerca, mientras Elizabeth mantenía la vista fija en la llama de las velas. Un sugerente juego de sombras se proyectaba en su cara. Logan tomó un sorbo de cerveza, preguntándose qué debía de estar pensando ella.

—¿Sabes cuánto tiempo hace que no estoy con un hombre a solas en una habitación iluminada únicamente por un par de velas? —le dijo, girándose hacia él.

—No.

—Es una pregunta con trampa. La respuesta es que nunca he estado con un hombre a solas en una habitación iluminada únicamente por un par de velas. —Ella parecía sorprendida ante aquella constatación—. ¿No es extraño? He estado casada, tengo un hijo, he salido con algunos chicos, y nunca antes me había encontrado en una situación similar. —Elizabeth vaciló. Parecía un poco turbada—. Y si quieres que te diga la verdad, es la primera vez que estoy en casa de un hombre desde que me divorcié. Dime una cosa —prosiguió ella, con la cara muy cerca de la de Logan—: ¿me habrías invitado a entrar si yo no te lo hubiera pedido? Contesta con sinceridad, por favor. No me mientas.

Logan hizo girar su botella un par de veces con una mano.

—No estoy seguro.

—¿Por qué no? —quiso saber ella—. ¿Qué pasa conmigo que…?

—No, no es por ti —la interrumpió él—. Es más por Nana y por lo que ella podría pensar.

—¿Porque es tu jefa?

—Porque es tu abuela. Porque la respeto. Pero, principalmente, porque te respeto a ti. Esta noche me lo he pasado fenomenal. No puedo pensar en ninguna otra ocasión que se pueda equiparar en los últimos cinco años.

—Y, sin embargo, no ibas a invitarme a entrar. —Elizabeth parecía confundida.

—Yo no he dicho eso. Digo que no estoy seguro.

—Lo que significa que no.

—Lo que significa que estaba intentando pensar en el modo de invitarte sin que te sintieras ofendida; en cambio, tú has sido muy directa. Pero si lo que realmente me estás preguntando es si quería invitarte a entrar, la respuesta es sí, sí que quería.

Logan le rozó la rodilla con la suya.

—¿A qué viene este interrogatorio?

—Digamos que no he tenido demasiada suerte en mis anteriores citas.

Él prefirió no contarle lo que ya sabía, pero cuando alzó el brazo, notó que ella se apoyaba en él.

—Al principio no me importaba —dijo finalmente Elizabeth—. Quiero decir que estaba tan ocupada con Ben y con la escuela que no le daba importancia. Pero más tarde, cuando siempre me pasaba lo mismo, empecé a preocuparme. Empecé a plantearme si el problema era yo. Y me empecé a formular un montón de preguntas absurdas. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Acaso no prestaba la debida atención? ¿Olía mal? —Elizabeth intentó sonreír, pero no pudo ocultar la sombra de la tristeza y de la duda—. Lo que decía, preguntas absurdas. Pero de vez en cuando conocía a algún chico y pensaba que la relación iba bien hasta que de repente él no volvía a llamarme. No solo no volvía a llamarme, sino que a veces me lo encontraba por casualidad unas semanas más tarde y él se comportaba conmigo como si fuera una apestada. No lo comprendía. Y todavía no lo comprendo. Y eso me preocupa. Me duele. A medida que acumulaba más y más decepciones, me daba cuenta de que no podía continuar echando siempre la culpa a los chicos, y al final llegué a la conclusión de que el problema era yo. Quizá simplemente tenía que hacerme a la idea de vivir sola el resto de mis días.

—Tú no tienes ningún problema —terció él, apretándole cariñosamente el brazo para reconfortarla.

—Dame una oportunidad. Ya verás como acabas por encontrarme algún defecto.

Thibault podía notar la aflicción que se ocultaba bajo aquella fachada.

—No. No creo que encuentre ninguno.

—Eres encantador.

—Soy sincero.

Ella sonrió y tomó un sorbo de cerveza.

—Normalmente sí que lo eres.

—¿Normalmente? ¿Acaso dudas de mí?

Ella se encogió de hombros.

—He dicho que normalmente lo eres.

—¿Y eso qué se supone que quiere decir?

Elizabeth depositó la botella de cerveza en la mesa e intentó reorganizar sus pensamientos.

—Me pareces un tipo estupendo. Eres listo, trabajador, amable, te portas maravillosamente con Ben. Todo eso lo sé, o al menos es lo que creo, porque es lo que veo. Pero es lo que no me cuentas lo que hace que no acabe de estar segura de ti. A veces me digo a mí misma que te conozco, y entonces, cuando realmente pienso en ello, me doy cuenta de que no es verdad. ¿Cómo eras en la universidad? No lo sé. ¿Qué pasó en tu vida después? No lo sé. Sé que fuiste a Iraq y sé que has llegado andando hasta aquí desde Colorado, pero no sé el motivo. Cuando te pregunto por qué, simplemente me contestas que te gusta Hampton. Eres un chico inteligente, con un título universitario, pero te conformas con trabajar por un sueldo miserable. Cuando te pregunto por qué, alegas que te gustan los perros. —Elizabeth se pasó la mano por el pelo—. Y la cuestión es que tengo la impresión de que me dices la verdad, que no te lo estás inventando, pero que estás omitiendo una parte que me ayudaría a conocerte mejor.

Al escucharla, Thibault intentó no pensar en todas las cosas que le había ocultado. Sabía que no se lo podía contar todo, que nunca sería capaz. Ella no lo entendería, y sin embargo… quería que ella supiera quién era él en realidad. En ese momento se dio cuenta de que le importaba que ella lo aceptara.

—No hablo de Iraq porque no me gusta recordar aquellos días —contestó.

Ella sacudió la cabeza.

—No tienes que contármelo si no quieres…

—Sí que quiero —la interrumpió él, con una voz sosegada—. Sé que lees la prensa, así que probablemente te haces a la idea de lo que era aquello. Pero te aseguro que no es como te lo imaginas, y no hay manera de que pueda expresártelo para transmitirte la experiencia. Es algo que tienes que haber vivido por ti mismo. Quiero decir, normalmente la situación no era tan terrible como probablemente crees. Muchas veces (la mayoría de las veces) llevábamos una vida decente. Más fácil para mí que para otros, ya que yo no tenía esposa ni hijos. Tenía amigos, tenía rutinas. Me pasaba la mayor parte del tiempo cumpliendo órdenes. Pero algunas veces las cosas se ponían feas. Muy feas. Tanto como para desear olvidar mi paso por aquel lugar.

Ella se quedó callada antes de soltar un hondo suspiro.

—¿Y estás aquí en Hampton por lo que pasó en Iraq?

Logan empezó a arrancar la etiqueta de su botella de cerveza, tirando lentamente una de las puntas y rascando el vidrio con la uña.

—En cierto modo sí.

Ella notó su duda y emplazó una mano sobre su antebrazo. La calidez que le transmitió pareció liberar algo en su interior.

—Victor era mi mejor amigo en Iraq —empezó a relatar Thibault—. Estuvimos juntos en los tres viajes. Nuestra unidad sufrió varias bajas, y al final te aseguro que estaba listo para olvidarme de esa etapa de mi vida. Y lo conseguí, casi por completo, pero para Victor no fue tan fácil. Él no podía dejar de pensar en Iraq. Cuando nos licenciamos del Ejército, cada uno nos fuimos por nuestro camino, intentando encontrar una vida con sentido. Él regresó a su hogar en California, yo a Colorado, pero todavía nos necesitábamos el uno al otro, no sé si me entiendes. Hablábamos por teléfono con frecuencia, nos enviábamos mensajes de correo electrónico en los que intentábamos autoconvencernos de que nos sentíamos a gusto de vuelta en casa, de que, tras haber pasado todos los días de los últimos cinco años intentando evitar que nos mataran, no nos afectaba que la gente en Estados Unidos se comportara como si se acabara el mundo cada vez que no encontraba aparcamiento para el coche o que el café con leche que le servían en Starbucks no estaba a su gusto. Al final decidimos organizar un viaje, para pescar juntos, en Minnesota.

Logan se derrumbó. No quería evocar lo que pasó, pero sabía que tenía que hacerlo. Tomó un largo sorbo de su cerveza y dejó la botella sobre la mesa.

—Eso fue el otoño pasado, y yo… yo me sentí feliz de volver a verlo. No hablamos de nuestros recuerdos de Iraq, aunque no teníamos que hacerlo. Nos bastaba con pasar unos días con alguien que sabía lo que habíamos tenido que soportar allí. En esa época, Victor parecía más animado. No completamente, pero al menos un poco más. Se había casado y su mujer estaba embarazada, y recuerdo que pensé que, a pesar de que él me había contado que todavía sufría pesadillas nocturnas y que seguía traumatizado con aquellas imágenes tan duras, se recuperaría.

Logan la miró con una emoción que ella no logró descifrar.

—En nuestro último día, salimos a pescar temprano por la mañana. Estábamos solos, en un pequeño bote de remos, y el lago estaba completamente en calma, como un espejo, como si fuéramos las primeras personas en perturbar sus aguas. Recuerdo que contemplé un halcón que sobrevolaba el lago mientras su imagen se reflejaba directamente bajo él, y pensé que nunca había visto algo tan bello. —Sacudió la cabeza ante tal recuerdo—. Nuestra intención era acabar de pescar antes de que el lago se llenara de gente, y luego queríamos ir al pueblo a comer y tomarnos unas cervezas. Una pequeña celebración de despedida de nuestro viaje. Pero las horas pasaron y al final nos quedamos en el lago más tiempo que el que nos habíamos propuesto.

Logan empezó a frotarse la frente, intentando no perder la compostura.

—Ya me había fijado en aquella lancha antes. No sé por qué, pero me fijé en ella, entre el montón de embarcaciones que surcaban el lago. Quizá mi experiencia en Iraq tuvo algo que ver, pero recuerdo que me dije a mí mismo que lo mejor era no perderla de vista. Se movía de un modo extraño. Era como si los tripulantes estuvieran haciendo todo lo contrario que el resto de las embarcaciones. Solo se trataba de un grupito de adolescentes con ganas de divertirse, ya sabes, practicar esquí acuático, hacer el tonto… En total había seis personas en la lancha, tres chicos y tres chicas, y parecía que habían decidido dar una última vuelta a toda velocidad por el lago mientras el agua aún estaba caliente.

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