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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (29 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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El tono de Logan tras hacer una pausa se volvió más ronco.

—Los oí acercarse y supe que teníamos problemas incluso antes de verlos. Cuando una lancha viene directamente hacia ti a gran velocidad, el motor emite un ruido particular. Es como si el cerebro pudiera captar subconscientemente el sonido que se adelanta al movimiento del motor apenas una milésima de segundo, y supe que estábamos en apuros. Apenas tuve tiempo de girar la cabeza antes de ver cómo se nos echaba encima a cincuenta kilómetros por hora. —Cerró ambas manos hasta formar un puño, con los dedos tensos—. En ese momento, Victor ya se había dado cuenta de lo que pasaba, y todavía puedo recordar su expresión, entre una horrible mezcla de miedo y de sorpresa, exactamente la misma expresión que había visto en las caras de mis amigos en Iraq antes de morir.

Resopló pesadamente.

—La lancha se nos echó encima y partió el bote por la mitad. El casco golpeó con furia a Victor en la cabeza. Lo mató en el acto. Un minuto antes me estaba hablando de lo feliz que se sentía con su vida de casado, y al siguiente, mi mejor amigo (el mejor amigo que he tenido en mi vida) estaba muerto.

Elizabeth puso la mano en la rodilla de Logan y se la apretó con ternura. Se le había puesto la cara pálida.

—Cuánto lo siento…

Él no parecía oírla.

—No es justo, ¿sabes? Sobrevivir a tres viajes a Iraq, a algunas de las atrocidades que habíamos…, ¿solo para morir en un viaje de placer con un amigo? No tiene sentido. Después de eso, me desmoroné. No físicamente, pero sí desde un punto de vista anímico: era como si hubiera caído en un profundo pozo donde permanecí mucho tiempo. Tiré la toalla. No podía comer ni dormir más que un par de horas por las noches, y a veces no podía dejar de llorar. Victor me había confesado que sufría unas terribles pesadillas en las que veía a soldados muertos; después de su muerte, yo empecé a padecerlas. De repente, la guerra había cobrado vida nuevamente y me perseguía. Cada vez que intentaba dormir, veía a Victor o escenas de las ofensivas en las que habíamos intervenido y me ponía a temblar como un flan. Lo único que me ayudó a no volverme completamente loco fue
Zeus
.

Logan realizó una pausa para mirar a Elizabeth. A pesar de sus recuerdos, se quedó impresionado por la belleza de su cara y por la oscura cortina dorada de su pelo. Su cara reflejaba una enorme compasión.

—No sé qué decir.

—Ni yo tampoco. —Él se encogió de hombros—. Todavía no sé cómo encajarlo.

—Pero sabes que no fue culpa tuya, ¿verdad?

—Sí —murmuró él—. Pero ahí no acaba la historia. —Apoyó la mano sobre la de ella, consciente de que había ido demasiado lejos como para detenerse ahora—. A Victor le gustaba hablar de nuestro destino —dijo finalmente—. Creía fervorosamente en esas cosas, y en nuestro último día juntos, me dijo que yo sabría cuál era mi destino cuando lo encontrara. Por más que lo intenté, no pude quitarme esa idea de la cabeza. Seguía oyéndolo repetir una y otra vez la misma frase, y poco a poco, lentamente, me di cuenta de que, a pesar de que no estaba seguro de dónde lo encontraría, sabía que no sería en Colorado. Un día decidí coger mi mochila y ponerme a caminar. Mi madre pensó que había perdido el juicio. Pero con cada nuevo paso que daba en la carretera, empecé a sentirme liberado de nuevo, como si el viaje fuera el remedio que realmente necesitaba para curarme. Y cuando llegué a Hampton, supe que ya no necesitaba seguir caminando. Este era el lugar al que tenía que llegar.

—Y te quedaste.

—Sí.

—¿Y tu destino?

Logan no respondió. Le había contado toda la verdad que podía, y no quería mentirle. Se quedó mirando la mano de Elizabeth debajo de la suya, y de repente, tuvo la impresión de que no estaba obrando debidamente. Sabía que tenía que acabar con aquella situación antes de que fueran más lejos. Levantarse del sofá y acompañarla al coche. Despedirse de ella y abandonar Hampton antes de que saliera el sol a la mañana siguiente. Pero no acertaba a articular las palabras, no podía levantarse del sofá. Una extraña fuerza se había apoderado de él, y se giró hacia ella con una creciente expresión de asombro. Había atravesado el país en busca de una mujer que solo conocía por una fotografía y había acabado enamorándose lentamente pero sin ninguna duda de aquella mujer real, vulnerable y hermosa, que lo hacía sentir vivo de una forma que no sentía desde la guerra. No lo comprendía completamente, pero en toda su vida jamás había estado más seguro de algo.

Lo que Logan vio en su expresión le bastó para confirmarle que ella sentía exactamente lo mismo, y con suavidad la atrajo hacia sí. Al acercar su cara a la de ella, pudo notar su respiración acelerada mientras él le rozaba los labios una y luego otra vez, antes de finalmente sellarlos con un beso.

Hundió la mano en su melena, y en su beso le ofreció todo lo que tenía, todo lo que quería ser. Oyó un suave gemido de satisfacción mientras deslizaba el brazo alrededor de su cintura. Abrió la boca levemente y sintió su lengua contra la suya. De repente, supo que ella era la mujer de su vida, que lo que les estaba pasando era bueno para los dos. La besó en la mejilla y en el cuello, mordisqueándole la piel con suavidad, y luego volvió a besarla en los labios. Se levantaron del sofá, todavía abrazados, y él la guio en silencio hasta la habitación.

Hicieron el amor lentamente. Thibault se movía sobre ella, deseando que aquella sensación no se acabara nunca, mientras le declaraba su amor entre susurros. Podía sentir cómo aquel cuerpo femenino temblaba de placer, una y otra vez. Después, ella se quedó acurrucada debajo de su brazo, con el cuerpo completamente relajado. Hablaron y rieron y se acariciaron, y después de hacer el amor una segunda vez, él se quedó tumbado a su lado, mirándola fijamente a los ojos antes de deslizar el dedo índice con ternura por su cuello. Logan sintió que las palabras tomaban forma en su interior, unas palabras que jamás se había imaginado que le diría a nadie.

—Te quiero, Elizabeth —le susurró, consciente de que era totalmente sincero.

Ella le buscó los dedos y luego empezó a besarlos uno a uno.

—Yo también te quiero, Logan.

Clayton

Keith Clayton espió a Beth mientras ella salía de aquella casa. Sabía exactamente lo que había sucedido ahí dentro. Cuanto más vueltas le daba a la cuestión, más ganas le entraban de seguirla para mantener una pequeña charla con ella. Ansiaba explicarle el estado de la situación para que comprendiera, para que se diera cuenta de que esa clase de relación era simplemente inaceptable. Con un par de bofetones bastaría; su intención no era hacerle daño, solo avisarla de que no pensaba aceptar ningún jueguecito. Pero se dijo que con esa actitud tampoco conseguiría nada. Y además no era capaz de hacerlo. Nunca había pegado a Beth. No era su estilo.

Pero ¿qué diantre estaba sucediendo? ¿Acaso la situación podía empeorar aún más?

Primero había descubierto que ese tipo trabaja en la residencia canina. Luego habían pasado unos días cenando juntos en casa de ella, intercambiando las típicas miraditas de las películas de Hollywood. Y luego —y aquí era cuando la cosa alcanzaba realmente un punto inaceptable— salieron juntos a bailar a ese tugurio, y después, a pesar de que no había podido espiarlos a través de las cortinas, no le quedaba ninguna duda de que ella se había comportado como una desvergonzada. Probablemente lo habían hecho en el sofá. Quizá porque ella se había excedido con la bebida.

Recordó esos días. Solo hacía falta darle una copa de vino y continuar llenándosela cuando ella no miraba, o rociar sus cervezas con un poco de vodka, escuchar hasta que a ella se le empezaba a trabar la lengua y entonces acabar gozando de una buena sesión de sexo en el comedor. El alcohol era infalible en tales casos. Solo hacía falta emborracharla un poco, y entonces ella no solo no podía decir que no, sino que se convertía en una verdadera tigresa. Mientras montaba guardia fuera de la casa de
Tai-bolt
, no le costó nada imaginarse su espléndido cuerpo desnudo. Si no hubiera estado tan furioso, quizá se habría excitado, sabiendo que ella estaba ahí dentro, dándose un buen revolcón, excitada y empapada de sudor. Pero la cuestión era que no se estaba comportando exactamente como una buena madre, ¿no?

Keith sabía cómo funcionaban esas cosas. Cuando empezara a tener relaciones sexuales con un hombre, eso se convertiría en una práctica normal y aceptada. Cuando se convirtiera en una práctica normal y aceptada, ella actuaría del mismo modo con cada tipo con el que saliera. Así de simple. Uno llevaría a otro, y a otro, hasta que serían cuatro o cinco o diez o veinte, y lo último que quería era que ella montara un desfile de novios delante de Ben que le guiñaran el ojo cuando salieran por la puerta como queriéndole decir: «¡Tu madre está hecha una máquina de sexo, una verdadera máquina!».

No pensaba permitir que eso sucediera. Beth era tan ingenua como la mayoría de las mujeres, por eso precisamente la había estado vigilando de cerca durante todos esos años. Y por el momento había funcionado, hasta que ese maldito
Tai-bolt
había llegado al pueblo.

Ese tipo era una pesadilla andante. Como si su único objetivo fuera arruinarle la vida a Clayton.

Pues tampoco se lo iba a permitir. De ninguna manera.

En la última semana se había enterado de bastantes cosas sobre
Tai-bolt
. No solo que trabajaba en la residencia canina —aunque, ¿cómo diantre había podido suceder eso?—, sino que además vivía en una chabola ruinosa cerca del bosque. Y después de realizar algunas pesquisas con un tono oficial a los departamentos adecuados en Colorado, la cortesía profesional había obrado el resto. Se había enterado de que
Tai-bolt
se había graduado en la Universidad de Colorado. Y que luego se había alistado en el Cuerpo de Marines, había sido destinado a Iraq y había recibido un par de recomendaciones. Pero lo más curioso era que un par de soldados de su pelotón hablaban de él como si hubiera hecho un pacto con el diablo para permanecer vivo.

Se preguntó qué pensaría Beth de esa historia.

Él no la creía. Había conocido a suficientes marines como para saber que la mayoría tenían el coeficiente intelectual de una lechuga. Sin embargo, albergaba el presentimiento de que algo extraño pasaba con ese tipo, si sus compañeros marines no acababan de fiarse de él.

¿Y por qué atravesar el país andando para acabar en Hampton? Ese pringado no conocía a nadie en el pueblo, y por lo visto, parecía que era la primera vez que pisaba ese lugar. Ahí también había gato encerrado. Clayton no podía zafarse de la sensación de que tenía la respuesta delante de sus propias narices, aunque no acertaba a descifrarla. Lo haría. Siempre lo hacía.

Continuó vigilando la casa, pensando que finalmente había llegado el momento de mantener una pequeña charla con ese tipo. Pero no aquella noche. No con el chucho suelto. La semana siguiente, quizá. Cuando
Tai-bolt
estuviera en el trabajo.

Evidentemente, esa era la diferencia entre él y el resto de la gente. La mayoría de las personas vivían su vida como delincuentes: primero actuaban, y más tarde se preocupaban de las consecuencias. Keith Clayton no. Él pensaba las cosas antes de actuar. Él planeaba, se anticipaba. Y esa era la principal razón por la que hasta ese momento no había actuado, aun cuando los había visto llegar a los dos juntos esa noche y entrar en aquella casa, aun cuando sabía lo que estaban haciendo ahí dentro, aun cuando había espiado a Beth mientras salía por la puerta, con la cara sofocada y la melena despeinada. Tenía la certeza de que en el mundo todo se resumía en quién llevaba las riendas del poder, y justo en ese momento,
Tai-bolt
tenía el poder. Por la tarjeta de memoria. La maldita tarjeta de memoria con las fotos que podían cerrarle el grifo del dinero por parte de su familia.

Pero el poder no suponía nada si no se usaba. Y
Tai-bolt
no lo había empleado. Lo que significaba, o bien que
Tai-bolt
no sabía lo que tenía entre las manos, o bien que ya no tenía la dichosa tarjeta, o bien que era de esa clase de tipos que no se metía en los asuntos ajenos.

O quizá las tres cosas a la vez.

Clayton tenía que estar seguro. Lo primero era lo primero, para no equivocarse. Y eso significaba que tenía que buscar la tarjeta. Si ese tipo todavía la tenía, la encontraría y la destruiría. Y entonces Clayton recuperaría el poder y podría vengarse de
Tai-bolt
. ¿Y si
Tai-bolt
había tirado la tarjeta justo después de encontrarla? Entonces incluso mejor: podría encargarse de
Tai-bolt
sin demora, y todo volvería a la normalidad entre él y Beth. Eso era lo más importante.

¡Maldita fuera! Ella estaba tan guapa cuando había salido de la casa de
Tai-bolt
… Pensar en lo que acababa de hacer le sugería un montón de imágenes eróticas, aunque lo hubiera hecho con
Tai-bolt
. Hacía mucho tiempo que Beth no se acostaba con un hombre, y ahora ofrecía un aspecto… diferente, muy sensual. Y lo más importante era que Clayton sabía que, después de aquella noche, seguramente ella estaría dispuesta a repetir la experiencia.

La idea de amigos con derecho a roce iba cobrando forma.

Beth

—Tengo la impresión de que os lo pasasteis muy bien, anoche —comentó Nana, arrastrando las sílabas.

Era domingo por la mañana. Beth acababa de bajar a la cocina con aspecto risueño. Ben todavía dormía en el piso de arriba.

—Sí —admitió ella, bostezando.

—¿Y?

—¿Y…? Nada.

—Llegaste bastante tarde, teniendo en cuenta que no hicisteis nada.

—Tampoco era tan tarde. Mira, me he levantado a una hora prudente, y con una gran energía. —Metió la cabeza en la nevera, luego cerró la puerta sin sacar nada—. Eso no sería posible si hubiera vuelto demasiado tarde. Además, ¿por qué tienes tanta curiosidad?

—Solo quiero saber si conservaré a mi empleado el lunes. —Nana se sirvió una taza de café y se dejó caer pesadamente en una silla delante de la mesa.

—No veo por qué no has de conservarlo.

—¿Así que salió bien?

Esta vez Beth tardó unos instantes en contestar, mientras recordaba la velada. Removiendo su café, se sintió inmensamente feliz.

—Sí, salió bien.

Durante los siguientes días, Beth pasó tanto tiempo como pudo con Logan, procurando que el cambio no resultara demasiado obvio para Ben. No estaba segura de por qué lo hacía. Le parecía una buena idea, teniendo en cuenta la clase de consejos que daban los asesores familiares y matrimoniales acerca del hecho de salir con alguien cuando había niños de por medio. Pero, en el fondo, estaba segura de que ese no era el único motivo. Resultaba divertido mantener las apariencias, como si nada hubiera cambiado entre ellos; le aportaba a la relación un toque ilícito, casi como de aventura amorosa.

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