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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (27 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—Pues sí. No es fácil ir cargado con un montón de libros cuando uno se dedica a atravesar el país andando.

—Si te deshaces de ellos cuando los acabas, no resulta tan complicado.

Llegaron al coche, y cuando Thibault enfiló hacia la puerta del conductor para abrirle la puerta a ella, Beth sacudió la cabeza.

—Puede que te haya pedido que salgas conmigo, pero, sintiéndolo mucho, te toca conducir a ti.

—¡Y yo que pensaba que iba a salir con una mujer liberal! —protestó.

—Soy una mujer liberal. Pero, de todos modos, tú conduces. Y también pagas la cuenta.

Él se rio mientras la acompañaba hasta el otro flanco del coche. Cuando Logan se hubo acomodado detrás del volante, ella echó un vistazo hacia el porche.
Zeus
parecía confuso por lo que estaba pasando, y lo oyó gimotear de nuevo.

—Parece triste.

—Y probablemente lo está. Casi nunca nos separamos.

—Qué dueño más desalmado —lo reprendió ella con un tono burlón.

Él sonrió mientras daba marcha atrás.

—¿Hacia dónde he de ir, hacia el pueblo?

—No —contestó ella—. Esta noche no vamos al pueblo. Has de tomar la autopista en dirección a la costa. Tampoco vamos a la playa, pero hay un lugar donde se come muy bien que está de camino a la costa. Ya te avisaré cuando tengas que abandonar la autopista.

Thibault hizo lo que ella le había indicado, conduciendo por carreteras tranquilas bajo la mortecina luz del atardecer. Al cabo de unos minutos llegaron a la autopista, y a medida que el coche incrementaba su velocidad, las siluetas de los árboles a ambos lados empezaron a difuminarse. Las sombras se extendieron sobre la carretera, oscureciendo el interior del vehículo.

—Háblame de
Zeus
—le pidió ella.

—¿Qué quieres saber?

—Lo que tú desees contarme. Algo que aún no sepa.

Logan podría haber dicho: «Lo compré porque una mujer en una foto tenía un pastor alemán», pero no lo hizo. En vez de eso, contestó:

—Compré a
Zeus
en Alemania. Volé hasta allí para recogerlo en persona.

—¿De veras?

Él asintió.

—El pastor alemán en Alemania es como el águila en Estados Unidos. Es un símbolo del orgullo nacional, y los que se dedican a la cría de esta raza se toman su trabajo muy en serio. Quería un perro fuerte, obediente y trabajador, y el mejor lugar para encontrar los mejores perros con esas características es sin duda Alemania.
Zeus
desciende de una larga estirpe de campeones de Schutzhund.

—¿De qué?

—De los reputados campeonatos de Schutzhund, en los que los perros no solo tienen que superar pruebas de obediencia, sino también de rastreo y defensa. Y te aseguro que es un campeonato muy duro e intenso. Normalmente dura dos días y, como norma, los ganadores tienden a ser los perros más inteligentes y mejor adiestrados de todos los que compiten. Y puesto que
Zeus
proviene de una larga estirpe de campeones de Schutzhund, ha sido criado para ambas cosas.

—¿Y lo adiestraste tú? —preguntó ella, sin poder ocultar su sorpresa.

—Desde que tenía seis meses. Durante nuestro viaje hasta aquí desde Colorado, lo entrené cada día.

—Es un animal increíble. Cuando ya no lo quieras puedes dárselo a Ben. Él estará encantado, seguro.

Thibault no dijo nada.

Ella se fijó en su expresión y se acercó más a él.

—Solo estaba bromeando. Jamás te separaría de tu perro.

Thibault notó la calidez que irradiaba del cuerpo de Elizabeth a su lado.

—Y hablando de Ben, ¿cómo ha reaccionado cuando le has dicho que íbamos a salir juntos esta noche? —quiso saber él.

—Oh, le ha parecido bien. Él y Nana habían planeado pasar la noche viendo vídeos. Hace un par de días hablaron por teléfono y decidieron que montarían una larga sesión de cine de esas que tanto les gustan.

—¿Lo hacen a menudo?

—Solían, pero esta será la primera vez desde que Nana sufrió la embolia. Sé que Ben estaba entusiasmado con la idea. Nana prepara palomitas de maíz y normalmente accede a que Ben se acueste más tarde.

—A diferencia de su madre, por supuesto.

—Por supuesto. —Ella sonrió—. ¿Qué has hecho hoy?

—Oh, tareas domésticas. Limpiar, hacer la colada, la compra y cosas por el estilo.

Ella enarcó una ceja.

—Estoy impresionada. Eres un tipo realmente hogareño. Seguro que incluso sabes hacer pan, ¿no?

—Por supuesto.

—Tendrás que enseñar a Ben; seguro que le encantará.

—Eso está hecho.

En el exterior, las primeras estrellas empezaban a emerger y los focos del coche barrían las curvas de la carretera.

—¿A dónde vamos exactamente? —se interesó él.

—¿Te gusta el cangrejo?

—Me encanta.

—Bueno, por lo menos empezamos bien. ¿Y qué me dices de bailar SHAG?

—Ni siquiera sé qué es eso.

—Pues no te quedará más remedio que aprender rápidamente.

Cuarenta minutos más tarde, Thibault aparcó delante de un local que tenía toda la pinta de ser un antiguo almacén. Elizabeth lo había guiado hasta una zona industrial en pleno centro de Wilmington, y habían aparcado delante de una estructura de tres pisos con una fachada de ladrillo que por los lados estaba revestida por unos amplios tablones de madera. Apenas se diferenciaba de los edificios contiguos, a no ser porque había casi un centenar de coches en el aparcamiento y por la estrecha tarima con una barandilla de madera que circundaba el edificio, decorada con las típicas lucecitas blancas navideñas.

—¿Cómo se llama este sitio?

—Shagging for Crabs.

—Me cuesta creer que atraiga a muchos turistas.

—No, solo vienen los de la localidad. Una de mis amigas en la universidad me habló de él, y siempre había tenido ganas de venir.

—¿No has estado antes?

—No. Pero he oído que es muy divertido.

Acto seguido, Beth ascendió por la tarima de madera, que crujió bajo sus pies. Delante de ella, el río brillaba intensamente, como si lo hubieran iluminado por debajo del agua. El sonido de la música proveniente del interior del local se intensificó. Cuando abrieron la puerta, la música estridente los embistió como una ola, y los asaltó el aroma a cangrejo y a mantequilla que impregnaba el aire. Thibault se detuvo un instante para examinar el ambiente.

El local era amplio y sin adornos. La primera mitad de la sala estaba atestada de docenas de mesas de madera con sus respectivos bancos, cubiertas por manteles de plástico a cuadros rojos y blancos que parecían clavados a la madera. Las mesas estaban muy juntas entre sí y en fila, y Thibault vio numerosas camareras que se dedicaban a depositar cubos llenos de cangrejos en las mesas. En el centro de cada una habían colocado unos recipientes con mantequilla fundida, y unos cuencos pequeños delante de los asientos. Todo el mundo llevaba puesto un pechero de plástico y se dedicaba a pelar los cangrejos de los cubos comunitarios y a comérselos con los dedos. La cerveza parecía ser la bebida preferida.

Delante de ellos, eh el lado más cercano al río, vio una larga barra, si se la podía denominar así. Más bien era un enorme y viejo tablón de madera colocado encima de varios barriles de madera. La gente intentaba abrirse paso hasta la barra, lo cual era difícil, dada la gran cantidad de personas amontonadas en aquel reducido espacio. En el lado opuesto del edificio estaba lo que parecía la cocina. Lo que más le llamó la atención fue el escenario situado al fondo del local, donde una banda tocaba
My
girl, de los Temptations. Por lo menos cien personas bailaban frente al escenario, siguiendo los pasos indicados de un baile que a Logan no le resultaba familiar.

—¡Caramba! —gritó por encima del bullicio.

En ese momento se les acercó una mujer delgada y pelirroja, de unos cuarenta años y con delantal.

—¿Qué tal, chicos? —los saludó arrastrando las sílabas—. ¿Queréis cenar o bailar?

—Las dos cosas —respondió Elizabeth.

—¿Cómo os llamáis?

Los dos se miraron sorprendidos.

—Elizabeth… —dijo él.

—Y Logan —acabó ella.

La mujer escribió los nombres en un trozo de papel.

—Y una pregunta más: ¿juerga o familiar?

Elizabeth la miró desconcertada.

—¿Cómo dices?

La mujer reventó el globo que acababa de hacer con el chicle que mascaba.

—Es la primera vez que venís, ¿verdad?

—Sí.

—Mirad, tendréis que compartir mesa. Es la costumbre. Podéis elegir entre una mesa de juerga, lo que significa que os sentaré con gente que tiene muchas ganas de divertirse, o podéis pedir una familiar, que acostumbra a ser un poco más tranquila. Pero no os puedo garantizar cómo será la gente con la que compartiréis mesa, claro. Solo hago la pregunta. Así que, ¿qué queréis? ¿Familiar o juerga?

Elizabeth y Logan se miraron nuevamente y llegaron a la misma conclusión.

—¡Juerga! —contestaron al mismo tiempo.

Acabaron sentándose en una mesa con seis jóvenes que estudiaban en la Universidad de Carolina del Norte. La camarera los presentó como Matt, Sarah, Tim, Allison, Megan у Steve, у los universitarios alzaron sus botellas de cerveza uno tras otro y los saludaron:

—¡Hola, Elizabeth! ¡Hola, Logan! ¿Os apetecen cangrejos?

Thibault soltó una carcajada nerviosa, pero se detuvo en seco al ver que los universitarios lo miraban fijamente.

La camarera le susurró:

—Tenéis que contestar: «Queremos cangrejos, especialmente si podemos compartirlos con vosotros».

Esta vez Logan rio con ganas, y Elizabeth también, antes de pronunciar las palabras, aceptando el ritual que todo el mundo seguía en el local.

Se sentaron uno delante del otro. Elizabeth acabó sentada al lado de Steve, que no ocultó su interés por su nueva compañera extremamente atractiva, mientras que Thibault se sentó al lado de Megan, quien no mostró ni el más mínimo interés en él, porque era evidente que estaba encandilada con Matt.

Una camarera rolliza se les acercó deprisa y, sin apenas detenerse, gritó:

—¿Más cangrejos?

¡Sí, más cangrejos! replicaron los seis universitarios a coro.

A su alrededor, Thibault oyó la misma contestación una y otra vez. La respuesta alternativa que también escuchó fue: «¡No nos digas que traes más cangrejos!», que, por lo visto, quería decir que en aquella mesa ya no querían más cubos de cangrejos. A Thibault le recordó el musical de THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW, en el que los asiduos sabían todas las coletillas oficiales y los recién llegados las aprendían al vuelo.

La comida era de primera calidad. El menú únicamente ofrecía un producto, preparado según un único estilo, y cada cubo iba acompañado de servilletas y pecheros. Todos lanzaban los restos de cangrejo al centro de la mesa —una tradición—, y de vez en cuando, unos quinceañeros que llevaban delantales iban pasando a recoger los restos con una escobilla y una pala.

Tal y como les había advertido la camarera, sus compañeros de mesa tenían muchas ganas de juerga. No paraban de contar chistes y de mostrar un visible —aunque inocente— interés por Elizabeth, y de tomar cerveza, lo que avivaba su energía bulliciosa. Después de la cena, Thibault y Elizabeth fueron al lavabo para lavarse las manos. Cuando ella salió del baño, se colgó de su brazo.

—¿Estás listo para mover el esqueleto? —le preguntó sugestivamente.

—No estoy seguro. ¿Cómo se baila esto?

—Aprender a bailar shag es como hacerse con el espíritu del sur. Tienes que relajarte mientras escuchas las notas de la música del océano.

—Por la forma en que lo describes, supongo que ya has bailado este tipo de música antes.

—Una o dos veces —admitió con falsa modestia.

—¿Y piensas enseñarme?

—Seré tu pareja. Pero la clase empieza a las nueve.

—¿La clase?

—Cada sábado por la noche. Por eso hay tanta gente. Ofrecen una clase para principiantes mientras los asiduos del local se toman un descanso, y tendremos que hacer lo que nos digan. Empieza a las nueve.

—¿Y qué hora es?

Beth echó un vistazo a su reloj.

—Es hora de que te prepares para aprender a bailar shag.

Elizabeth era mejor bailarina de lo que había sugerido, lo que afortunadamente ayudó a que Logan se sintiera más cómodo en la pista de baile. Pero lo más fascinante de bailar con ella era la sensación de descarga eléctrica que sentía cada vez que se tocaban, y la fragancia de ella cuando él la hacía girar en sus brazos, una mezcla de calor y perfume. Su melena parecía haber cobrado vida propia en aquel ambiente húmedo, y su piel brillaba a causa de la transpiración, aportándole una imagen natural y salvaje. De vez en cuando, ella lo miraba a los ojos mientras daba vueltas, con los labios entreabiertos con una sonrisa segura, como si supiera exactamente el efecto que provocaba en Logan.

Cuando la banda decidió tomarse un descanso, el primer instinto de él fue abandonar la pista con el resto de la confluencia, pero Elizabeth lo retuvo y al cabo de unos segundos empezaron a sonar las primeras notas de Unforgettable, de Nat King Cole, por los altavoces. Ella alzó la vista hacia él, y él supo lo que tenía que hacer.

Sin hablar, Logan deslizó un brazo por su espalda y le buscó la mano, luego afianzó su posición. Ella le sostuvo la mirada mientras él la estrechaba con firmeza, y empezaron a moverse despacio al son de la música, dando vueltas lentamente.

Apenas era consciente de las otras parejas que ocupaban la pista de baile a su alrededor. Mientras la música sonaba en los altavoces, Elizabeth se acercó tanto a él que Logan incluso podía oír cada uno de sus lentos y lánguidos suspiros. Él entornó los ojos mientras ella se apoyaba en su hombro, y en un instante, ya nada le importó. Ni la canción, ni el local, ni las otras parejas a su alrededor. Solo ella. Se entregó a la agradable sensación de sentir el cuerpo de Elizabeth tan cerca, pegado al suyo, y se movieron lentamente en pequeños círculos sobre el suelo lleno de serrín, perdidos en un mundo que parecía estar creado solamente para ellos dos.

Mientras conducía de vuelta a casa por las carreteras oscuras, Thibault le cogía la mano y sentía el dedo pulgar de ella que se deslizaba despacio sobre su piel en medio del silencio reinante en el coche.

Cuando aparcó al lado de su casa un poco antes de las once,
Zeus
seguía tumbado en el porche y alzó la cabeza en el momento en que Thibault apagó el motor. A continuación, él se giró para mirarla.

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