Cuando un hombre se enamora (33 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Cuando un hombre se enamora
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Kitty miró al criado. John le sonrió y luego volvió a mostrar un rostro impasible.

Ella cogió el gran sobre y se dirigió a la escalera. No reconoció la letra, pero era firme y de trazo grueso. Sus dedos temblaban un poco al rasgar la parte superior. Este asunto de los espías le ponía los nervios de punta. Recoger información para arruinar a Lambert había sido una afición, no otra cosa, si bien no dejaba de ser una afición espantosa. El verano anterior, cuando había enviado la información a las autoridades, lo había hecho llena de espanto y sólo como un último intento para ayudar a Alex. Ahora no tenía esa excusa, salvo la convicción de su corazón, y estaba trabajando con espías de verdad. Todo esto la… inquietaba.

Santo Cielo. Lo siguiente sería admitir su orgullo y su desobediencia. Luego su madre y Leam podrían congratularse sobre lo bien que conocían sus defectos.

Sacó el contenido del sobre. A medio camino en la escalera, se detuvo para agarrarse a la barandilla y recobrar el equilibrio.

Era un flamante cuadernillo, recién impreso, de partituras: la versión original en francés de la obra de Racine,
Fedra
, en su adaptación musical. Una tarjeta de visita sobresalía de una de las páginas. La abrió, y la tarjeta en relieve del conde de Blackwood cayó en su mano.

Bajo los compases de unas gráciles notas, al inicio de la página, había un texto, la poesía del dramaturgo. Era la conversación del príncipe Hipólito con un amigo. En él hablaba de la mujer que amaba secretamente, a pesar de saber que no debería hacerlo.

Las manos de Kitty temblaban cuando leyó aquel verso: «Si je la haïssais, je ne la fuirais pas». «
Si la odiara
», leyó ella, con un tembloroso susurro, «
no huiría
».

—¿Cómo quieres que celebremos tu cumpleaños mañana, Kitty? —oyó decir a su madre.

Kitty deslizó la tarjeta de Leam dentro de su manga, continuó subiendo la escalera y puso las partituras bajo el brazo, como si no fuera nada. Como si no lo fuera todo.

Bueno, no exactamente.
Fedra
seguía siendo una tragedia, al margen de la música que uno le pusiera. Kitty recordó los cuerpos esparcidos por el escenario al final del primer acto. Pero se negaba a vivir una tragedia. Las tragedias eran para las jóvenes insensatas, no para ella. Ya no.

—Como tú quieras, mamá —quería que su voz sonara firme, pero su paso era ligero, su respiración breve, ahora debido a algo más que los nervios, más que la ansiedad. Entró en la sala, colocó la partitura en el atril y abrió el pianoforte. Sus manos temblaban cuando las deslizó sobre el banco y las puso sobre las teclas.

Tocaba habitualmente, y ahora las notas fluyeron de sus dedos con facilidad, delicadas y tristes. Pero bajo aquellos compases, la letra era hermosa, plena de deseo y traición, de esperanza y desengaño por un amor imposible, y ella no pudo quedarse en silencio. Cantó a sabiendas que él quería que cantase, y su voz sonaba horrible. Su garganta no estaba acostumbrada a cantar y, de todos modos, la emoción la ahogaba. Eso la hizo reír, y se permitió esta dulce liberación. Se permitió sentir.

Era realmente espantoso, y sus dedos tropezaban con las teclas.

—Kitty, ¿qué es lo que estás cantando? Suena realmente horrible —su madre estaba de pie en la puerta.

—Oh, no es la música, soy yo —sus manos se movían por las teclas de marfil y ébano—. Pero conseguiré hacerlo bien. Necesito practicar.

Practicar para permitir que la vida habitara de nuevo en ella. Practicar para dejar atrás el pasado.

—Creía que ibas a cabalgar un rato.

—Quizá más tarde.

Tarareó la melancólica melodía, sus labios esbozaban una sonrisa, irrefrenables. Él era un hombre peculiar, un hombre imposible, y ella lo amaba.

Capítulo 21

Leam observó el salón de baile lleno de gente, no había nada en su penetrante mirada que revelase su particular interés por alguien o por algo. Esta vez su apariencia engañaba más que nunca.

Fue muy poco lo que encontró sobre Cox en el Ministerio de Defensa, sólo un registro y justificantes de pagos, pero ninguna dirección o condado de origen. Cox no había mentido cuando dijo que había estado con James en el mismo regimiento. Aun así, parecía un fantasma. Un fantasma con una pistola que apuntaba a Kitty Savege y que todavía no había reclamado su autoría. Al parecer, ahora era él el que jugaba.

—No puedo creer que tengas este aspecto y yo esté a tu lado —murmuró Constance, cogiendo una copa de ratafía de la bandeja que pasaba un criado.

—Lo has hecho tantas veces antes, querida, y no necesitas estar a mi lado. Estoy seguro de que hay al menos una docena de caballeros que estarían encantados de acompañarte —unas bailarinas hacían piruetas sobre el escenario acompañadas de clavicémbalos, violines, violonchelos y flautas. Dos arañas que pendían del alto techo iluminaban la reunión con un resplandor acalorado, el salón sofocante y lleno a rebosar de la alta sociedad.

—Yo no estaría tan segura, pero me temo que tú te marcharías si me alejo sólo por un momento —dijo ella contemplando sus desaliñadas galas nocturnas.

—No pienso marcharme por ahora —antes de salir de casa para ir a buscar a Constance un chico le había traído una nota de Grimm. Kitty iba asistir al baile esta noche. Leam no sabía si huir o quedarse y poner a prueba su valor. Se había propuesto no pedirle nada hasta que estuviera completamente seguro de que ella estaba a salvo. Se lo debía.

Así que se quedó. Sólo deseaba verla.

—No soy un truhán como para dejarte con tus entusiasmados admiradores sin la conveniente protección —le dijo en voz baja a su prima—. ¿Dónde está tu dama de compañía, la señora Jacobs?

—En algún rincón manteniendo una charla íntima —Constance sonrió.

—Pensaba que mi tío vendría esta noche.

—Papá cambió de planes. Pero quizás… ¡Oh!, ahí está Wyn. ¡Qué agradable sorpresa!

Pero Leam no le prestó atención. Una mujer había entrado en el salón de baile. Una mujer ingeniosa. Una mujer con tanto orgullo y cordialidad como belleza. Entre los bailarines, vio su espléndido cabello recogido levemente con unas horquillas brillantes, la suave línea de sus mejillas, los hombros sedosos y los brazos cubiertos a medias por un ligero vestido de color marfil. Un hombre sediento bebía mientras la miraba. Ella sonreía a su acompañante, un caballero elegante, y Leam sintió un ramalazo de placer desde el pecho hacia la garganta.

Pero ya no tenía las obsesiones que había sentido tiempo atrás. En cambio, la confianza se le mezcló con los celos. Ella lo quería y no deseaba jugar con él.

Yale se acercó a Constance.

—Buenas noches, primos —saludó, con las manos cruzadas en la espalda—. Blackwood, no te he visto desde hace una eternidad. ¿Dónde has estado esta semana?

—Eso no te importa.

—¿Persiguiendo a los rebeldes escoceses pese a haber dicho que no lo harías? Buscando información sobre Chamberlayne, supongo. El director parece decidido a tenerte sujeto de nuevo, ¿no es así?

—Aquí no puedo darte tu merecido, Yale, pero sería un placer hacerlo fuera. ¿Me acompañas?

—Estoy seguro de que te encantaría. Nuevamente te pareces a uno de tus perros, con bigotes y todo.

Leam se dirigió a su prima:

—Ahora que tienes una compañía adecuada, Constance, me marcho. Yale, haz algo de provecho y acompaña a la dama a casa cuando lo desee, ¿lo harás?

Constance puso su mano sobre el brazo de Leam.

—Tenemos que hablar contigo ahora. En privado —le dijo.

Él miró al galés. La dama enarcó su negra ceja.

Leam arrugó la frente.

—«
¡Qué agradable sorpresa!
», Constance —dijo con calma—, tus dotes para la interpretación impresionan, a veces incluso a mí.

A ella se le formaron hoyuelos al sonreír.

—Gracias —respondió.

—¿Y si me niego?

—No quieres negarte —los ojos del galés se perdieron en el gentío. Leam le siguió la mirada, hasta Kitty.

Su enfado aumentó vertiginosamente.

—¿Debo suponer que vosotros dos os habéis confabulado con Gray otra vez? —preguntó con tranquilidad, mientras se iba enervando.

—Oh, no exactamente —dijo Constance con dulzura—. Más bien al contrario. Pero no frunzas el ceño. Por desgracia, estás disfrazado.

Ella le cogió con cuidado el brazo, dedicándole una amplia sonrisa entre dientes como si se estuviera divirtiendo.

Leam se volvió hacia atrás para mirar a Kitty. Ella también lo miró. A través del salón de baile, sus ojos grises le invitaban, con una sonrisa juguetona en los labios, y no parecía existir otra cosa entre ellos que el puro deseo y la belleza de la armonía. En ese instante, hubiera ido hacia ella, la habría sacado del baile y le habría hecho el amor. Entonces, no habría otra cosa entre ellos que lo que ambos deseaban.

Ella miró más allá de la espalda de él y su sonrisa se eclipsó. Dio media vuelta y se deslizó entre la multitud hasta desaparecer en la otra sala.

—Ven, milord —le dijo Yale—. Tenemos que informarte de algunos asuntos.

Él obedeció.

Kitty se acercó a lord Chamberlayne, abriéndose paso entre la gente, entre amigos y conocidos, como hacía en las fiestas; mantenía la cabeza alta, el rostro relajado, ajena a las miradas y los rumores, que se habían reanudado desde que Lambert había sido desterrado.

—Milord —dijo tocándole el brazo, como una hija—. ¿Podría hablar un momento con usted?

—Por supuesto, lady Katherine —él saludó a sus acompañantes y se puso al lado de ella. A su alrededor, la música subía y bajaba, sólo para volver a subir. Kitty aún sentía la mirada de Leam en su interior, cálida, comunicándole tantas cosas sin una palabra, como siempre.

—¿Su madre no se encuentra bien? —preguntó lord Chamberlayne—. Me temo que la he perdido entre el gentío.

—Oh, no, milord. Yo le buscaba por algo diferente. A ver —le costaba pronunciar mentiras. Los ojos grises de lord Chamberlayne brillaban, más claros que los de su padre. En su cara había compasión, cosa que no había visto nunca en la de su padre. Este hombre tenía un corazón tierno. Si sólo hubiese otra opción; pero nada la habría convencido de la necesidad de hacer aquella pantomima de no ser por la desastrosa apariencia de Leam, su rostro barbudo y, sobre todo, su mirada antes de encontrarlo. Tenía que hacerlo y descubrir la verdad por el bien de su madre y por el de Leam.

Lord Chamberlayne le cogió la mano y la posó sobre su brazo.

—Kitty, espero que pueda confiarme cualquier preocupación, sea importante o no. La considero como si fuera mi propia hija, si la tuviera.

—Claro, usted sólo tiene un hijo.

—Sí. Y lo veo muy poco, porque prefiere permanecer en la casa de Escocia.

—Sí —ella hizo una pausa—. Como ve, he venido en busca de consejo, o mejor dicho, de ayuda en relación con un caballero escocés.

—¿Tiene un admirador del que desea hablarme? Sé que no soy su padre, pero espero que algún día pueda ayudarle como si lo fuera.

—Oh, bien, gracias —ella fue al grano—. En realidad, milord, no es un admirador. Me temo que sus intenciones iban más allá de una simple admiración y ahora estoy en un cierto apuro.

Él se puso tenso.

—¿Ese caballero la ha ofendido?

—No, no sin mi consentimiento —se apresuró a decir Kitty. Las palabras se le escapaban de la boca—. Bien, no me avergüenza del todo admitir que yo esperaba más de él. Pero me decepcionó.

—¿Quiere que vaya a verle de su parte, Kitty? —preguntó él con la cara rígida—. Si lo desea, puedo hacerlo, considero a su familia como la mía propia.

Ella sintió que estaba perdiendo coraje. ¿Cómo podría un hombre de esa lealtad hacia su madre ser un traidor a su patria?

—Creo —dijo despacio— que no será necesario. Y, por otra parte, podría ser bastante incómodo para él.

—Sería más sencillo entenderla si le pusiera un nombre a ese individuo —dictaminó él levantando una ceja.

Así lo hizo Kitty, le dijo el nombre y le soltó el resto de la falsa historia, el barco y su cargamento robado, y que su confianza hacia un amigo como lord Chamberlayne podría ser de ayuda para descubrir la villanía del conde de Blackwood ante las autoridades pertinentes. Le dijo también el lugar y la hora a la mañana siguiente en que Leam había planeado encontrarse con un informante. ¿No sería estupendo si los oficiales del gobierno estuvieran allí para arrestarle por sus delitos?

Fue sorprendente lo rápido que los ojos de lord Chamberlayne brillaron con interés y cómo le pidió que le diera más detalles. A Kitty le dolía el corazón. Recordó que la seguridad de su madre y la de Leam estarían a salvo gracias a esta comedia.

Lord Chamberlayne le dio un golpecito en la mano con la ceja levantada.

—Veré qué le aportan al caballero unas actividades indignas como esas.

—Yo también lo veré. También estaré allí mañana por la mañana.

—No puedo permitirlo —le dijo él firmemente—. Esos hombres no están para juegos.

—¿Kitty? ¿Douglas? —su madre apareció al lado—. Los dos parecéis unos conspiradores. Espero no interrumpir.

—No, mamá, en absoluto. Estábamos dándonos las buenas noches. He bailado hasta caer exhausta y no puedo quedarme ni un minuto más. ¿Podrás encontrar otro modo de volver si me llevo el carruaje?

Su madre la miró con sus ojos marrones, llenos de sabiduría, y finalmente dijo:

—Sí, querida, claro.

Kitty se escapó hacia el salón de baile. Pero allí tampoco halló alivio para sus tumultuosos sentimientos. Se abrió camino a duras penas entre la multitud de invitados que se divertían bebiendo y bailando, y atravesó el vestíbulo lleno de juerguistas, luego otra sala y otra. Bajó la escalera de la mansión hasta la fría planta baja. ¿Qué había hecho? ¿Por qué había confiado en ellos? Todo lo que quería era verlo de nuevo, estar con él, y sin embargo, otra vez, esta deshonestidad y esta simulación.

Llegó al pasillo que había bajo el hueco de la escalera, completamente vacío, pero una criada corría de un sitio a otro. La muchacha pasó por delante con un saludo rápido y Kitty apoyó la espalda contra la pared, con sus manos quietas por detrás, y respiró lentamente.

Una puerta se abrió en el otro extremo del pasillo y apareció el conde de Blackwood. Se oía la música del piso superior, pero los latidos de su corazón la acallaron. Ambos se miraron inmóviles, con los ojos brillantes.

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