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Authors: Juan Valera

Tags: #Cuento, Relato

Cuentos (43 page)

BOOK: Cuentos
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Si alguna mocita soltera ó alguna casada joven siente veleidades de dejarse seducir y sonsacar, hay con frecuencia un padre ó un marido que la sana y endereza con una buena vara de mimbre. Ni debe estar muy seguro y descuidado el seductor, por mucho respeto que inspire. No basta á veces la inocencia, si es que infunde recelos algún galán. Cierto compañero mío de colegio, en el Sacro Monte, fué, años há, á curar las almas en un lugar de mi provincia. Era gran teólogo, recto y virtuoso; pero bien hablado, elegantísimo, peripuesto y agradable; era hombre que en el siglo XVIII hubiera figurado, en una corte, como el más delicioso abate. Pues bien; en el pueblo la tomaron con él, y, como vulgarmente se dice, le
abroncaron
. El
bronquis
que le dieron llegó hasta tirarle algunos tiros, pero con pólvora sólo, para asustarle. Él calculó que de la pólvora, si no surtía efecto, se podría con facilidad pasar á los perdigones, y se largó con la música y la teología á otra parte menos difícil.

Semejantes extremos son raros, por fortuna. La cordobesa no es coqueta, sino muy prudente y sigilosa, y á nadie compromete. Aunque sea de la más humilde condición, acostumbra á desahuciar al paciente enamorado, hablando de su honor, como las damas calderonianas. Cuando esto no basta, ni chilla, ni alborota, ni escandaliza; pero se defiende cual una Pentesilea; lucha como el ángel luchó con Jacob, en las tinieblas de la noche; y robusta, aunque angélica, suele echarle la zancadilla, derribarle, y hasta darle una soba, todo con muda elocuencia y en silencio maravilloso. Y no se extrañe esto, porque en la clase de muchachas pobres, y aun en algunas acaudaladas labradoras, es notable la robustez. Son más duras que el mármol, no sólo de corazón, no sólo en el centro, sino por toda la periferia. Cierto día hicimos una gira de campo con las más garridas y principales mozas del lugar. Una de ellas, creyendo el asiento más alto, se sentó de golpe sobre un montón de tejas. Eran de las macizas y mejores de Lucena. Tres vimos rotas. Ella nos dijo con encantadora modestia que ya, antes de la caída, lo estaban.

No se entienda, por lo dicho, nada que amengüe ó desfigure en lo más mínimo la esbeltez y gentileza de mis paisanas. Una cosa es la densidad y la firmeza, y otra el desaforado volumen. La moza, que desde niña trabaja, anda mucho y va á la fuente que está en el ejido, volviendo de allí con el cántaro lleno, apoyado en la cadera, ó con la ropa lavada por ella en el arroyo, es fuerte, pero no gorda. La fuente ó el pilar era el término de mi paseo cotidiano, y allí me sentaba yo en un poyo, bajo un eminente y frondoso álamo negro. Al ver lavar á las chicas, ó llenar los cántaros y subir con ellos tan gallardas, airosas y ligeras, por aquella cuesta arriba, me trasladaba yo en espíritu á los tiempos patriarcales; y ya me creía testigo de alguna escena bíblica como la de Rebeca y Eliacer; ya, comparándome con el prudente Rey de Ítaca, me juzgaba en presencia de la Princesa Nausicáa y de sus amables compañeras. Nada de miriñaques ni ahuecadores en aquellas muchachas. El pobre vestido corto, sobre todo en verano, se ciñe al cuerpo y se pliega graciosamente, velando y revelando las formas juveniles, como en la estatua de Diana cazadora.

Por desgracia, las damas del lugar han adoptado, en cuanto cabe, casi todas las modas francesas, y van perdiendo el estilo propio de vestir y peinarse. Todas usaron ingentes miriñaques totales, y ahora usan el miriñaque parcial y
pseudocalípigo
que priva. El día menos pensado abandonarán la mantilla y se pondrán el sombrerito. Todas se peinan, tomando por modelo el figurín, y suelen llamar á este peinado de
cucuné
ó de
remangué
, á fin de darle, hasta en el nombre, cierto carácter extranjero. Las faldas, en vez de llevarlas cortas, las llevan largas, y van barriendo con la cola el polvo de los caminos. En resolución, es una pena este abandono del traje propio y adecuado.

Á pesar de tales disfraces, la belleza, ó al menos la gracia, el garbo y el salero, son prendas comunes en mis paisanas. Tienen en el andar mucho primor, y más aún si bailan. Los rigodones, y el vals, y la polka se van aclimatando; pero el fandango no se desterró todavía. Hasta las señoritas salen á hacer una mudanza, si las sacan y obligan en cualquiera fiesta campestre, y se mueven y brincan con gallardía y desenfado, y repiquetean con brío las castañuelas. Mujeres hay del pueblo que, en esto de bailar y tocar las castañuelas, vencen á la Teletusa, celebrada por Marcial, en aquel epigrama que principia:

Edere lascivos ad Bætica crusmata gestus.

Si la mujer casada, como ya queda expuesto, es un modelo de paciencia conyugal, la soltera es casi siempre un modelo de novias. Puntualmente baja á la reja todas las noches á hablar con el enamorado, á lo que se llama
pelar la pava
. En cada calle de cualquier lugar de Andalucía se ven, de diez á una de la noche, sendos embozados, como cosidos á casi todas las rejas. Tal vez suspira él y exclama:

—¡Qué mala es usted!

Y ella responde:

—¡Pues no, que usted!…

Y exhala otro suspiro.

Así se pasan horas y horas.

Tiene tal encanto este ejercicio, para el hombre sobre todo, que no pocos noviazgos se prolongan más que el de Jacob y Raquel, que duró catorce años, sólo por no perder el encanto de pelar la pava. Las pobres muchachas lo sufren con paciencia, pero languidecen y se ponen ojerosas.

Verdad es que luego, cuando se casan, no sucede, como en otras partes, que la mujer sigue sirviendo, trabajando y afanando. Aunque sea el novio un miserable jornalero, procura que su novia, no bien llega á ser su mujer, salga de todo trabajo, no vuelva á escardar ni á coger aceituna, y sea en su casa como reina y señora. Si está sirviendo, se despide y deja de servir; y ya no cose, ni lava, ni plancha, ni friega, ni guisa, sino para su marido y para sus hijos. El hombre, salvo en raras ocasiones, es quien trabaja, busca ó granjea ó garbea lo necesario para el sostén de toda la familia.

La cordobesa, sea de la clase que sea, es todo corazón y ternura; pero sin el sentimentalismo falso y de alquimia que ha venido de extranjis. Nadie (vergüenza es confesarlo) ha pintado á la cordobesa del pueblo, verdaderamente enamorada y apasionada, como el novelista Mérimée. Su Carmen es el tipo ideal de la humilde y baja de condición, aunque sublime por el alma. Como reza el dístico del poeta griego, que sirve de epígrafe á la novela, Carmen sabe morir y amar; es admirable cuando se entrega por amor y cuando por amor muere; tiene dos horas divinas: una, en la muerte; otra, en el tálamo.

De atrás le viene al garbanzo el pico
, según el decir vulgar. Desde muy antiguo es la cordobesa espejo, luz y norte de enamoradas. Sus ojos, como los de Laura, inspiran platónicos y casi místicos afectos, y hacen que un moro, como Ibn Zeidún, escriba canciones más finas que las del Petrarca, merced á la Princesa Walada, que era asimismo poetisa.

Los amores de dos mujeres cordobesas han tenido un inmenso influjo bienhechor en el mundo: han contribuído, casi han sido causa de las más preciadas glorias para España, y de acontecimientos tan providenciales, que sin ellos la actual civilización europea no se explicaría. Sin Zahira, enamorada de Gustios, no hubiera nacido Mudarra; los siete infantes de Lara no hubieran tenido vengador; la flor de la caballería castellana hubiera perecido antes de abrir el cáliz; acaso no hubiéramos poseído al Cid, pues á no inspirarse en la espada de Mudarra y cobrar aliento con ella, no hubiera muerto al Conde Lozano ni dado principio á tanta hazaña imperecedera. Si Doña Beatriz Enríquez no se enamorara en Córdoba de Colón, consolándole y alentándole, Colón se hubiera ido de España; hubiera muerto en un hospital de locos; no hubiera descubierto los nuevos orbes, cuya existencia había columbrado y vaticinado más de mil cuatrocientos años antes un inspirado cordobés, y para cuyo descubrimiento le dio ánimo y bríos aquella apasionada é inmortal cordobesa.

Véase, pues, de cuánto son y han sido capaces mis paisanas.

Imposible parece que, siendo tan buenas, las descuiden y abandonen los pícaros hombres. Además de las peregrinaciones de que ya hemos hablado, las dejan para irse al casino, donde se pasan las horas muertas. Razón le sobraba al gran Donoso al tronar tanto contra el casino, en su elocuente libro
Sobre el Catolicismo
. Es verdad que siempre ha habido casino, sólo que antes, para los ricos, se llamaba la casilla, y estaba en la botica, y para los pobres, el casino estaba en la taberna. Pero, en el día, ni las boticas ni las tabernas han acabado, y todo lugar, por pequeño que sea, pulula, hierve en casinos. Cada bandería, cada matiz político tiene el suyo. Hay casino conservador, casino radical, casino carlista, casino socialista y casino republicano. Las infelices mujeres se quedan solas. ¡No sé cómo hay mujer que sea liberal! Todas debieran ser absolutistas, y muchas lo son en el fondo.

La única compensación que trae á la mujer el liberalismo novísimo es que debilita bastante la autoridad conyugal y paternal, que antes era terrible y hasta tiránica. Á la vara se le llamaba el gobierno de una casa; pero á la mujer briosa, como lo es la cordobesa, más le duele cuando la desdeñan que cuando le pegan; más la quebranta un desaire que una paliza.

De todos modos, la mujer cordobesa, como las demás españolas, conserva siempre un manantial purísimo de consuelo para sus sinsabores y disgustos: este manantial es la religión cristiana. No hay cordobesa que no sea profundamente religiosa.

Entre los hombres ha cundido la impiedad. El soldado licenciado, de retorno á su casa, ha solido traer algún ejemplar del
Citador
; los periódicos se leen, y no todos son piadosos; y por último, no falta estudiante que vuelve de la universidad inficionado de Krause y hasta de Hegel, y que echa discursos á los rústicos, á ver si los hace panteistas y egoteistas.

La mujer no entiende, ni quiere entender, tan enrevesados tiquismiquis, y sigue apegada á sus antiguas creencias. Ellas son el bálsamo para todas las heridas de su corazón; ellas le llenan de esperanzas inmarcesibles; ellas abren en su ardiente imaginación horizontes infinitos, dorados por la luz divina de un sol de amor y de gloria.

Hasta para menos elevadas exigencias y para más vulgares satisfacciones es la religión un venero inagotable. Casi todo honesto mujeril pasatiempo se funda en la religión. Si no fuese por ella, ¿habría romerías tan alegres como la de la Virgen de Araceli y la de la Virgen de la Sierra de Cabra? ¿Habría Niño Jesús que vestir? ¿Habría procesión que ver? ¿Habría paso de Abraham, Descendimiento, judíos y romanos, apóstoles y profetas,
encolchados
,
ensabanados
y
jumeones
, hermanos de cruz, y demás figuras que salen por las calles en Semana Santa? Nada de esto habría. No tendría la mujer jubileos y novenas, ni oiría sermones, ni adornaría con flores ningún altar, ni engalanaría ninguna Cruz de mayo, ni se complacería tanto en el mes de María. Las golondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron á Cristo con el pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y no acudirían todos los años á hacer el nido en el alero del tejado ó dentro de la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos y chirridos. Todo para la mujer estaría muerto y sin significado, faltando la religión. La pasionaria perdería su valor simbólico; y hasta el amor al novio ó al marido ó al amante, que ella combina siempre con el presentimiento de deleites inmortales, y que idealiza, hermosea y ensalza con mil vagos arreboles de misticismo, se convertiría en cualquiera cosa, bastante menos poética.

Tal es, en general, la mujer de la provincia de Córdoba. Si entrásemos en pormenores, sería este escrito interminable. En aquella provincia, como en todas, hay mil grados de cultura y de riqueza, que hacen variar los tipos. Hay además las diferencias individuales de caracteres y de prendas del entendimiento.

He omitido un punto muy grave. Voy á tocarle, aunque sea de ligero, antes de terminar el artículo. Este punto es filológico: el lenguaje y el estilo de la cordobesa.

La cordobesa, por lo común (y entiéndase que hablo de la jornalera ó de la criada, y no de la dama elegante é instruída), aspira la
hache
. Tiene además notable propensión á corroborar las palabras con sílabas fuertes antepuestas. Cuando no se satisface con llamar tunante á cualquiera, le llama
retunante
; y no bastándole con Dios, exclama: ¡
Rediós
! En varios pueblos de mi provincia, así como en muchos de los pueblos de la de Jaén, es frecuentísima cierta interjección inarticulada que se confunde con un ronquido. La cordobesa, por último, adorna su discurso con mil figuras é imágenes, le salpimenta de donaires y chistes, y le anima con el gesto y el manoteo.

El adverbio
á manta
se emplea á cada instante para ponderar ó encarecer la abundancia de algo. Las voces
mantés
,
mantesón
,
mantesada
y
mantesonada
,
mantesería
y
mantesonería
, salpican ó llenan tanto todo coloquio como en Málaga la de
charrán
y sus derivados. Más singular es aún el uso del gerundio en diminutivo, para expresar que se hace algo con suavidad y blandura. Así, pues, se dice: «D. Fulano se está
muriendito
. La niña está
deseandito
casarse ó
rabiandito
por novio».

En la pronunciación dejan un poco que desear las cordobesas. La
zeda
y la
ese
se confunden y unimisman en sus bocas, así como la
ele
, la
erre
y la
pe
. ¿Quién sabe si sería alguna maestra de
miga
cordobesa la que dijo á sus discípulas: «Niñas,
sordado
se escribe con
ele
y
precerto
con
pe
?». Pero si en la pronunciación hay esta anarquía, en la sintaxis y en la parte léxica, así las cordobesas como los cordobeses, son abundantes y elegantísimos en ocasiones, y siempre castizos, fáciles y graciosos. No poca gente de Castilla pudiera ir por alla á aprender á hablar castellano, ya que no á pronunciarle.

Sin adulación servil aseguro que la cordobesa es, por lo común, discreta, chistosa y aguda. Su despejo natural suple en ella muy á menudo la falta de estudios y conocimientos. Sus pláticas son divertidísimas. Es naturalmente facunda y espontánea en lo que dice y piensa. Amiga de reír y burlar, embroma á los hombres y les suelta mil pullas afiladas y punzantes, pero jamás se encarniza.

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