Cuentos completos (486 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Me alegrará contar la historia con la máxima precisión posible, por lo que valga —dijo Deryashkin—. No hay muchos detalles, pero de que implica asesinato no puede haber duda. Tal vez, antes de empezar, un poco más de brandy. Gracias, amigo mío —le dijo con amabilidad a Henry.

Deryashkin le dio un sorbo al brandy y dijo:

—Ocurrió a última hora de esta mañana. Zelykov y yo… Zelykov es colega, un hombre brillante en biología y genética, un poco reprimido en la época de Lysenko, pero excelente. No habla bien en inglés y yo actúo como intérprete de él. Esta mañana Zelykov y yo pasamos un par de horas en el Departamento de Biología de la Universidad de Columbia.

»Cuando nos fuimos, no estábamos seguros acerca de cómo seguir las instrucciones que nos habían dado. No teníamos del todo claro el significado de lo que habíamos oído o qué íbamos a hacer a continuación. Bajamos hacia el río (el Río Hudson, que según tengo entendido, está muy contaminado) y miramos hacia la otra costa, que es muy bonita desde lejos, pero comercializada, me han dicho, y a la autopista, que está en el medio, y no es tan bonita.

»Era un hermoso dia. Bastante frío, pero los días fríos no asustan a un ruso de Tula. Nos sentamos y hablamos en ruso y es un placer hacerlo. Zelykov sólo conoce unas pocas palabras de inglés y hasta para mí es un esfuerzo hablar en inglés sin cesar. Es un gran idioma; no quisiera ser ofensivo; el idioma de Shakespeare y de vuestro Mark Twain y de Jack London, y me gusta. Pero… —echó la cabeza a un lado y frunció los labios— es un esfuerzo, y es agradable hablar en la propia lengua nativa y ser fluido.

»Pero menciono que hablábamos en ruso sólo porque desempeña un papel en la historia. Fíjense que dos jóvenes, que no parecían rufianes, se acercaron. Tenían cabello corto, estaban afeitados, parecían personas acomodadas. Al principio no les presto atención realmente. Me doy cuenta de que se acercan pero estoy interesado en lo que digo y no me resulta claro realmente que van a hablarnos hasta que lo hacen. No recuerdo con exactitud qué dicen, pero es algo como: “¿Les importa que nos sentemos?”.

»Como es natural, no me importa. El banco tiene dos mitades, con una divisoria metálica en el medio. En cada mitad hay espacio más que suficiente para dos personas. Zelykov y yo estamos en una mitad; los dos jóvenes pueden ocupar la otra. Digo: “No, por favor. Acomódense. Siéntense y descansen”. Algo por el estilo.

»Pero (y esto es importante) en ese momento le estaba hablando en ruso a Zelykov, así que cuando los dos jóvenes hicieron la pregunta contesté, sin pensarlo, también en ruso. Lo habría corregido, pera ellos se sentaron de inmediato y no nos prestaron más atención, así que pensé: Bueno, ya está hecha y no es necesario decir más nada.

»¿Comprenden sin embargo el significado de esto? —y aquí hizo una pausa, y se dio un golpecito en la nariz con el índice.

—No. No comprendo —dijo Rubin de inmediato.

—Creyeron que éramos extranjeros.

—Y lo son —dijo Rubin.

—Ah —dijo Deryashkin—, pero extranjeros que no podían hablar en inglés.

—¿Y eso qué importancia tiene, señor Deryashkin? —intervino Trumbull.

Deryashkin trasladó el índice a la palma de su mano izquierda, subrayando cada énfasis.

—Si ellos creen que hablamos en inglés, ocupan otro banco; pero como se dicen para sí: “Ajá, aquí tenemos extranjeros que no nos entenderán”, se sientan junto a nosotros y hablan sin reservas, y desde luego yo escucho. Hablo con Zelykov, pero también escucho.

—¿Por qué escuchó? —dijo Halsted, con los ojos puestos en su copa de brandy vacía—. ¿Parecían sospechosos?

—Para mí, sí —dijo Deryashkin—. Son estudiantes, ya que estamos cerca de la Universidad de Columbia y llevan libros. Como es natural, sé que la comunidad estudiantil norteamericana es muy activista y, en algunos casos, destructiva.

—Hace tres años —interrumpió Rubín con ardor—. Ahora no.

—Es lógico, usted defiende —dijo Deryashkin de buen humor—. Yo no critico. Comprendo que muchos estudiantes fueron motivados por la hostilidad a la guerra, y eso lo comprendo. Cualquier idealista humano estaría a favor de la paz. Sin embargo es innegable que bajo la máscara del idealismo puede haber también elementos indeseables. Además, estamos sentados en un parque. Está vacío y no hay nadie con quien podamos contar que nos ayude si los estudiantes están armados y son hostiles. Por otra parte es bien sabido que en Nueva York los transeúntes no interfieren cuando se desarrolla un acto criminal.

»En realidad no creo que estemos en peligro inmediato, pero sería temerario no mantener la atención. Tengo en cuenta a los rufianes y, sin mirarlos, escucho un poco.

—¿Por qué les llama rufianes? —dijo Rubin—. Hasta ahora no han hecho nada, salvo sentarse; y hasta para eso pidieron permiso con cortesía.

—La cortesía —dijo Deryashkin— no puede tenerse muy en cuenta. Fue sólo para comprobar qué éramos nosotros. Y les llamo rufianes porque es lo que eran. De lo que hablaban era de un plan de asesinato.

Una evidente atmósfera de incredulidad circuló por la mesa cuando Deryashkin hizo una pausa efectista, en ese momento. Por último Avalon preguntó:

—¿Está usted seguro de eso, señor Deryashkin?

—Por completo. Emplearon la palabra inglesa “murder" (asesinato), señor Rubin —dijo Deryashkin con gravedad—. La oí varias veces. Estoy seguro de que usted conoce el inglés mucho mejor que yo, pero dígame si en el idioma inglés hay alguna palabra parecida a "murder"
[31]
. Si hubiesen dicho "mother" (madre), puedo darme cuenta de la diferencia. Puedo pronuncia la th inglesa y puedo oírla, así que no coloco una d donde no corresponde. Oigo la letra m inicial con claridad, así que no es… eh… “girder”, digamos, que creo que es la palabra para las vigas de acero que se emplean en la construcción de edificios. Oigo “murder”, asesinato. ¿Cuando uno habla de asesinato de qué habla sino de matar?

—Podrían estar usando la palabra en una expresión familiar —dijo Gonzalo—. Si estaban discutiendo un futuro partido de fútbol con otro colegio, podrían decir: "¡Asesinaremos a esos inútiles!".

—Hablaban con demasiada seriedad como para que fuera eso, mi querido señor —dijo Deryashkin—. No discuten sobre un partido de fútbol. Hablan en tonos bajos, graves, muy graves. Y también hay que tener en cuenta qué más dicen.

—¿Bueno, qué más dijeron? —preguntó Trumbull.

—Hubo algo acerca de “yacer en las sombras” que es algo que no se hace en los partidos de fútbol: Yacerían en las sombras esperando atrapar a alguien… tomarlo por sorpresa, asesinarlo.

—¿Dijeron todo eso? —preguntó Rubin.

—No, no. Esa es mi interpretación —Deryashkin frunció el entrecejo—. También dijeron algo acerca de atarlos. “Atarlos en la oscuridad”. Eso dijeron. Lo recuerdo con precisión. También se habló de una señal.

—¿Qué señal? —preguntó Avalon.

—A ring of a bell. El tañido de una campana. También oí eso. Creo que se trata de una conspiración bien organizada. Yacerán al acecho al caer la noche; habrá una señal cuando llegue la persona indicada o no haya moros en la costa; algún tipo de tañido: después atarán a la víctima o víctimas y los asesinarán.

—En mi mente no existen dudas —prosiguió Deryashkin—. Al principio sólo habla un rufián (como si recitara el plan) y cuando termina el otro dice: “¡Muy bien! ¡Lo recuerdas bien! Repasaremos algunos otros detalles, pero lo lograrás”. Y le advirtió que no hablara.

—¿Que no hablara? —dijo Rubin.

—Se mencionó varias veces. Lo de hablar. Los dos lo hicieron. Con mucha gravedad.

—¿Quiere usted decir que se sentaron juntos a dos extraños, hablaron hasta por los codos, y se advirtieron el uno al otro que no debían hablar? —dijo Rubin.

—Ya dije varias veces que suponían que no hablábamos en inglés —dijo Deryashkin, un poco tenso.

—Mira, Manny —dijo Trumbull—, no vamos a pelear por esto. Tal vez el señor Deryashkin tiene algo de razón. Hay grupos radicales dispersos entre las corporaciones estudiantiles de Norteamérica. Han hecho volar edificios.

—No han planificado y llevado a cabo asesinatos a sangre fría —dijo Rubin.

—Siempre hay una primera vez —dijo Avalon, ceñudo, y evidentemente preocupado.

—Bien, señor Deryashkin —dijo Trumbull—, ¿hizo usted algo?

—¿Hacer algo? —Deryashkin parecía confundido—. ¿Retenerlos, quiere decir? No era fácil. Escucho, trato de comprender, enterarme de todo lo posible, sin mostrar que escucho. Si ven que escucho, verán que comprendemos y dejarán de hablar. Hasta podríamos estar en peligro. Así que no los miro mientras escucho y de pronto se hace el silencio y ellos se alejan.

—¿No los siguió? —preguntó Drake. Deryashkin sacudió la cabeza con energía.

—Si son rufianes están armados. Es bien sabido que las armas de mano se venden sin reservas en Norteamérica y que es muy común que los jóvenes lleven armas. Son jóvenes y parecen fuertes, y yo tengo casi cincuenta años y soy hombre de paz. Veterano de guerra, pero hombre de paz. En cuanto a Zelykov, tiene problemas de pecho y no puedo contar con él. Si los rufianes se van, que se vayan.

—¿Informó algo a la policía? —preguntó Halsted.

—¿Yo? ¿Para qué? ¿Qué evidencia tengo? ¿Qué puedo decir? Ahora mismo veo que todos ustedes son escépticos y se trata de hombres inteligentes que conocen mi ocupación y entienden que soy un hombre de responsabilidad, un hombre científico. Sin embargo son escépticos. ¿Qué sabría el policía aparte de que oí esas cosas dispersas? Y soy un ciudadano soviético. ¿Es posible que un policía acepte la palabra de un extranjero ruso contra dos jóvenes norteamericanos? Y no quisiera verme envuelto en un gran escándalo que afectaría mi carrera y tal vez pondría en un aprieto a mi país. Así que no digo nada. No hago nada. ¿Pueden sugerir que diga o haga algo?

—Bueno, no —dijo Avalon, reflexionando—, pero si una de estas mañanas despertamos y descubrimos que se ha llevado a cabo ese asesinato y que algún grupo estudiantil es responsable, no nos sentiremos exactamente bien. Yo no me sentiría bien.

—Tampoco yo —dijo Trumbull—, pero entiendo la posición del señor Deryashkin. Sobre la base de lo que nos ha contado, por cierto le costaría mucho convencer a un terco sargento de policía. A menos que tuviese alguna evidencia concreta. ¿Tiene alguna idea del aspecto de los estudiantes, señor Deryashkin?

—En absoluto. Los vi por un instante cuando se acercaron. Después de eso no los miré, sólo escuché. Cuando se fueron, sólo les vi la espalda. No noté nada fuera de lo común.

—¿Entonces no le sería posible identificarlos?

—Bajo ninguna condición. Lo he pensado. Me dije si las autoridades del colegio me mostraran las fotos de todos los jóvenes que asisten a la Universidad de Columbia, no podría distinguir a los dos que estaban sentados en el banco.

—¿Tomó nota de cómo iban vestidos? —preguntó Gonzalo.

—Hacía frío, así que llevaban sobretodos —dijo Deryashkin—. Sobretodos grises, creo. En realidad no tomé nota.

—Sobretodos grises —murmuró Rubin.

—¿Llevaban algo fuera de lo común? —dijo Gonzalo—. ¿Sombreros extraños, guantes de lana, bufandas a cuadros?

—¿Vas a identificarlos de ese modo? —dijo Rubin—. ¿Quieres decir que piensas en ir a la policía y que ellos dirán: “Ese tiene que ser Bufandas Garfinkel, el famoso rufián. Siempre lleva bufandas a cuadros”.

—Cualquier información… —dijo Gonzalo con paciencia.

Pero Deryashkin interrumpió:

—Por favor, caballeros, no noté nada por el estilo. No puedo darles ninguna ayuda en cuanto a la ropa.

—Y su compañero, el señor… eh… —dijo Halsted.

—Zelykov.

—¿Y el señor Zelykov? —la voz suave de Halsted parecía pensativa—. Si él notó algo…

—No, ni los miró. Discutía sobre genes y ADN. Ni siquiera sabía que estaban allí.

Halsted se apoyó la palma con delicadeza sobre su alta frente y echó hacia atrás el cabello inexistente.

—No puede estar seguro, ¿verdad? —dijo—. ¿Hay algún modo en que pueda llamarlo ahora mismo y preguntarle?

—Sería inútil —protestó Deryashkin—. Lo sé. Créanme. Cuando se fueron, le dije en ruso: “¿Te das cuenta de la criminalidad de estos rufianes?”, y él dijo: “¿Qué rufianes?”. Yo dije: “Esos que se van”. Y él se encogió de hombros y en vez de mirar siguió hablando. Se estaba poniendo frío hasta para nosotros y nos fuimos. Él no sabe nada.

—Eso es muy frustrante —dijo Halsted.

—Demonios —dijo Rubin—. En esto no hay nada importante. No lo creo.

—¿Quiere usted decir que miento? —dijo Deryashkin, ceñudo.

—No —dijo Rubin—. Quiero decir que es una mala interpretación. Lo que usted oyó no puede implicar un asesinato.

—¿Todos ustedes, caballeros, creen que lo que oí no puede implicar un asesinato? —dijo Deryashkin, aún ceñudo.

Avalon con los ojos fijos en el mantel, un poco embarazado, dijo:

—En realidad no puedo afirmar que esté seguro de que se planeaba un asesinato, pero creo que debemos actuar como si su hubiese planeado un asesinato. Si nos equivocamos no habremos hecho más que pasar por tontos. Si tenemos razón podríamos salvar una o más vidas. ¿El resto está de acuerdo en eso?

Hubo un murmullo incierto que parecía de asentimiento, pero Rubin cerró un puño hostil y dijo:

—¿Qué demonios quieres decir con actuar, Jeff? ¿Qué se supone que debemos hacer?

—Podríamos ir a la policía —dijo Avalon—. Tal vez para el señor Deryashkin sería difícil conseguir una audiencia; pero si uno (o más) de nosotros lo respalda…

—¿De qué serviría? —dijo Rubin, sardónico—. Si hubiera cincuenta millones como nosotros para presentar a nuestro amigo, la evidencia seguiría reducida a la memoria imprecisa de alguien que recuerda unos pocos fragmentos de conversación y que no puede identificar a los interlocutores.

—En ese sentido el señor Rubin tiene razón —dijo Deryashkin—. Además, no tomaré parte. Se trata de vuestra ciudad, de vuestro país, y no me inmiscuiré. De todos modos no podría hacerse nada, y cuando se lleve a cabo el asesinato será una lástima, pero no se puede evitar.

—No pasará nada —dijo Rubín.

—¿No? —dijo Deryashkin—. ¿Entonces cómo puede explicar lo que oí? Aunque se pase por alto todo lo demás, queda sin embargo la palabra “murder”, asesinato. La oí con claridad más de una vez y es una palabra que no puede confundirse con otra. En el idioma inglés no hay nada parecido a “murder” que yo haya podido confundir con esa palabra. Con seguridad si alguien habla de asesinato es porque se tiene que estar tramando un asesinato. Creo que usted es el único presente, señor Rubin, que lo duda.

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