Cuentos completos (94 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Y hete aquí que de nuevo veía ahora el mismo tranvía, con Norman, Livvy y Georgette. Y mientras pensaba en ello, el tren desaparecía, el monótono traqueteo se desvanecía por completo, ocupando su lugar los confines del tranvía. Acababa de detenerse y subieron Georgette y ella.

Situadas en la plataforma, sufrieron los embates del monótono y ridículo ritmo del vehículo. Entonces se dirigió a su amiga.

—Hay alguien que te mira, Georgette. ¿Lo conoces?

—¿Yo? —Georgette ensayó una mirada deliberadamente casual por encima de su hombro. Luego añadió—: Sí, lo conozco un poco. ¿Qué crees tú que querrá?

—Averigüémoslo —dijo Livvy. Se sentía complacida en su picardía.

Georgette era conocida por su coqueteo con los hombres y seria divertido comprobar si no pasaba todo de mera fanfarronada. Además, éste parecía bastante… interesante.

Se dirigió hacia la parte de los asientos y Georgette la siguió sin demasiado entusiasmo. Justo cuando Livvy alcanzaba el asiento situado frente al que ocupaba el joven, el tranvía tomó bruscamente una curva haciéndole perder el equilibrio. Livvy intentó desesperadamente atrapar una de las agarraderas de cuero que pendían de la barra superior. La atrapó con la punta de los dedos y pudo sostenerse. Por alguna razón, sin embargo, momentos antes le había parecido que no había ninguna correa lo bastante cercana como para poder sujetarse a ella. Como quiera que fuese, sintió que según las leyes naturales ella debía haber caído. Algo había sido rectificado.

El joven no la miraba. Estaba sonriendo a Georgette y levantándose de su asiento. Tenía unas impresionantes cejas que le conferían un aspecto de competencia y autodominio. Livvy decidió que le gustaba.

Georgette estaba diciendo:

—Oh, no, no te molestes. Vamos a bajar dentro de dos paradas.

—Pensé que íbamos a ir a Sach’s —dijo Livvy.

—Iremos. Pero acabo de recordar que tenía que hacer algo allí. No me llevará más de un minuto.

—¡Próxima parada, Providence! —anunciaron los altavoces. El tren reducía velocidad y el mundo pasado volvió a sumergirse una vez más en la plancha de cristal. El hombrecillo les estaba sonriendo.

Livvy se dirigió a Norman. Se sentía un tanto alterada.

—¿También tú estabas pensando en todo aquello?

—¿Qué ocurre? ¿Acaso no podemos estar tan cerca de Providence? —Miró su reloj—. Creo que sí. —Luego, a Livvy—: No te caíste esa vez.

—Luego lo viste, ¿verdad? —Arrugó el entrecejo—. Claro, ha salido a gusto de Georgette. Estoy segura de que inventó su excusa sólo para evitar mi encuentro contigo. ¿Cuánto hacía que conocías a Georgette, Norman?

—No mucho. Lo bastante para reconocerla nada más verla y creer que debía ofrecerle mi asiento.

Livvy alargó el labio inferior.

—No tienes por qué estar celosa de lo que podía haber sido criatura. Además, ¿qué diferencia habría habido? Hubiera sido suficiente con que nos cruzáramos al salir de tu trabajo.

—No me hubieras mirado.

—Difícilmente.

—Entonces, ¿cómo te hubieras encontrado conmigo?

—De cualquier manera. No sé. Pero reconocerás que estamos discutiendo por algo más bien estúpido.

Providence comenzaba a quedar atrás. Livvy se sintió turbada. El hombrecillo había estado siguiendo su conversación sostenida en susurros, y con la desaparición de su sonrisa mostraba que había comprendido. Livvy se dirigió a él:

—¿Puede mostrarnos algo más?

—Aguarda, Livvy —interrumpió Norman—. ¿Qué vas a hacer?

—Quiero ver el día de nuestra boda. Qué habría pasado ese día si yo hubiera cogido la agarradera de cuero.

—No coincido contigo. Creo que no nos hubiéramos casado el mismo día.

—Señor Alternativa —insistió Livvy pese a todo—, ¿puede mostrármelo? —El hombrecillo asintió con la cabeza.

La plancha de vidrio comenzó a animarse de nuevo. Al principio un tanto borrosamente. Luego, la luz se fue concentrando y condensándose en figuras concretas. Una débil música de órgano resonó en los oídos de Livvy…

Norman saltó incisivamente.

—¿Lo ves? Mira, ahí estoy yo. Es el día de nuestra boda. ¿Estás satisfecha?

Los ruidos del tren comenzaron a desaparecer de nuevo y lo último que oyó Livvy fue su propia voz que decía:

—Sí, ahí estás tú. Pero, ¿dónde estoy yo?

Livvy estaba sentada en uno de los bancos de la iglesia. No había esperado atender la invitación. En los últimos meses se había sentido más y más alejada de Georgette, sin saber exactamente por qué. Se había enterado de su compromiso matrimonial por medio de un amigo común, compromiso entre ella y, naturalmente, Norman. Recordaba muy claramente aquel día, seis meses atrás, cuando lo vio por vez primera en el tranvía. Era la ocasión en que Georgette pareció desear apartarla tan rápidamente de la mirada de aquel hombre. Se había encontrado con Norman otras veces, pero siempre estaba Georgette con él.

Bien, no tenía por qué estar resentida; sin duda no era el hombre que le reservaba el destino. Pensó que Georgette parecía más hermosa de lo que realmente era. En cambio, él era muy guapo.

Se sintió triste y un tanto vacía, como si advirtiera que algo no funcionaba como debiera, algo que de alguna manera ella no podía ordenar en su mente. Georgette había pasado junto a ella, caminando a lo largo de la nave central, sin aparentar verla; en cambio se había fijado en los ojos de Norman y acabó por sonreírle. Livvy pensó que Norman le había devuelto la sonrisa.

Escuchó las distantes palabras mientras la iban alejando de allí:

—Yo os declaro…

El ajetreo del tren se impuso de nuevo… Una mujer caminaba por el pasillo central conduciendo a un niño de la mano. De vez en cuando llegaban las entrecortadas risas de algunas adolescentes sin duda situadas algunos compartimentos más allá. Un empleado de ferrocarriles pasó rápidamente portando algún misterioso mensaje. Livvy lo advertía todo pasivamente.

Permanecía allí sentada, la mirada tendida al exterior, contemplando el relampagueante paso de árboles y postes telefónicos.

—Te casaste con ella —dijo.

La miró durante un momento y luego torció levemente un lado de su boca.

—No en la realidad, Livvy. Mi mujer eres tú. Piénsalo con calma unos cuantos minutos y verás cómo te convences.

—Sí —dijo Livvy—, te casaste conmigo… porque me caí en tus rodillas. De lo contrario, te hubieras casado con Georgette. Si ella no te hubiera querido, te habrías casado con alguna otra. Te habrías casado con cualquiera. Demasiadas para las piezas de tu rompecabezas.

—Muy bien —dijo Norman con excesiva lentitud—, y que yo sea maldito. —Se llevó las manos a la cabeza y ruego las dejó resbalar hasta cubrirse con ellas los oídos como si no quisiera oír nada más—. Escucha, Livvy, escucha: estás sacando estúpidas conclusiones de lo que no es sino un juego de magia. No puedes culparme por algo que no he hecho.

—Podías haberlo hecho.

—¿Cómo lo sabes?

—Tú mismo lo has visto.

—Sólo he asistido a una ridícula sesión de… hipnotismo, supongo. —Su voz se alzó ahora con repentina iracundia. Se dirigió al hombrecillo sentado frente a ellos—: Lárguese, señor Alternativa o comoquiera que se llame. Váyase de aquí. No queremos nada de usted. Salga antes que coja su juego de manos y lo tire por la ventana y a usted detrás.

Livvy lo sujetó.

—¡Detente, detente! Estás en un tren lleno de gente.

El hombrecillo se arrinconó cuanto pudo en su asiento y ocultó su pequeño equipaje tras su diminuto cuerpo. Norman lo miró, luego miró a Livvy, y luego miró a la anciana dama que a través del pasillo contemplaba la escena con evidente desaprobación.

Su rostro cambió varias veces de color y optó por quedarse inmóvil. Se mantuvieron en helado silencio mientras atravesaban New London.

Pasaron quince minutos después de atravesar New London. Norman llamó a Livvy.

Livvy no respondió. Miraba por la ventana sin ver otra cosa que el vidrio.

—¡Livvy, Livvy! ¡Respóndeme! —insistió Norman.

—¿Qué quieres?

—Mira, todo esto es absurdo. Ignoro cómo lo hace el tipo este pero mientras no acredite su legitimidad no tienes por qué ponerte así. Además, ¿por qué te detuviste en aquel momento? Suponiendo que yo me hubiera casado con Georgette, ¿crees que tú habrías estado sola? Deduzco que ya debías estar casada cuando tuvo lugar mi hipotética boda. Quizá por eso me casé con Georgette.

—Yo no estaba casada.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo juraría. Sé cuáles eran mis pensamientos entonces.

—Bueno, te habrías casado al año siguiente.

Livvy sintió que la cólera crecía dentro de ella.

—Y si lo hubiera hecho, seguramente no te habría importado.

—Por supuesto que no. Lo que nos viene a confirmar que en el mundo real no tenemos por qué ser responsables de las opciones y alternativas que se presentaren.

Las ventanas de la nariz de Livvy se hincharon. Pero nada dijo.

—Mira —dijo Norman—. ¿Recuerdas la fiesta del penúltimo Año Nuevo?

—Y cómo no. Me derramaste encima todo un cubo de alcohol.

—No me refería a eso. Aparte, no era más que un frasco de ponche y pudo haber sido peor. Lo que quiero decir es que la dueña de la casa, Winnie, era quizá la mejor amiga que tenías desde antes de nuestro matrimonio.

—¿Y?

—Georgette también era una buena amiga suya, ¿no es así?

—Sí.

—Perfecto. Tú y Georgette hubierais ido a la reunión sin mirar con cuál de las dos yo estaba casado. Dejemos que nos muestre aquella reunión como si yo hubiera estado casado con Georgette y apostaré que tú estabas allí o con tu novio o con tu marido.

Livvy dudó. Se sintió atemorizada, ante aquella posibilidad.

—¿Tienes miedo de probar fortuna?

Fue esto lo que, naturalmente, la decidió. Se volvió hacia él con violencia.

—¡No, no tengo miedo! Y espero estar casada en la hipótesis. No había razón para estar apenada por ti. Es mas, me gustará ver qué ocurre cuando derramas la coctelera sobre Georgette. Te pondrá verde en público. La conozco. Quizá veas entonces alguna diferencia entre las piezas del rompecabezas. —Hizo un gesto enérgico con la cabeza y cruzó los brazos duramente sobre el pecho.

Norman dirigió una mirada al hombrecillo, pero no había necesidad de palabras. La plancha de vidrio yacía nuevamente sobre su regazo.

—¿Lista? —dijo Norman, conteniendo la tensión. Livvy movió la cabeza asintiendo, dejando que el ruido del tren volviera a desvanecerse.

Livvy, todavía resentida del frío exterior, se encontraba en el vestíbulo. Acababa de quitarse el abrigo salpicado de nieve y se frotaba los brazos aún no acostumbrados a la caricia del aire libre.

Los saludos de «Feliz año nuevo» se mezclaban con las chillonas notas de alguna radio encendida. El agudo chillido de Georgette fue casi lo primero que oyó desde su entrada. Se dirigió hacia ella. No había visto a Georgette o a Norman desde hacía semanas.

Georgette alzó una ceja, amaneramiento cultivado por ella en sus últimos tiempos, y dijo:

—¿No viene nadie contigo, Livvy? —La mirada de Georgette recorrió el entorno de su amiga como para descubrir la presencia de alguien y luego regresaron a Livvy.

—Creo que Dick se dejará caer por aquí más tarde —dijo Livvy con indiferencia—. Tenía que hacer antes un par de cosas. —Mientras lo decía se sintió cada vez más indiferente.

—Bueno —dijo Georgette, sonriendo—, Norman está aquí. Eso te protegerá de tu soledad, querida.

Mientras decía esto, Norman apareció procedente de la cocina. Portaba una coctelera en las manos y a medida que caminaba el recipiente de los cubitos de hielo prestaba una nota musical a sus palabras.

—Compongamos, oh alborotadores, un combinado capaz de aplacar vuestros desordenados ánimos… ¡Eh, Livvy!

Caminó hacia ella mientras le dedicaba una cordial bienvenida.

—¿Dónde te has metido todo este tiempo? Me parece no haberte visto en lo menos veinte años. ¿Qué pasa? ¿Acaso Dick no quiere que nadie más te vea?

—Llena mi vaso, Norman —dijo Georgette vivamente.

—En seguida —dijo Norman sin mirarla—. ¿Quieres tú también, Livvy? Te conseguiré un vaso. —Se giró y todo sucedió precipitadamente.

Livvy gritó: «¡Cuidado!» Lo había visto venir, incluso tenía el vago sentimiento de que todo aquello ya había ocurrido antes, pero lo dejó estar como se abandonan los sucesos en manos del destino. El pie de Norman tropezó en el borde de la alfombra; vaciló, luchó por mantener el equilibrio, y la coctelera saltó por los aires cayendo sobre Livvy toda una catarata de helado licor que la dejó calada desde la cabeza hasta los pies.

Se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Los murmullos se detuvieron a su alrededor y durante unos escasos e intolerables momentos gesticuló inútilmente, en tanto Norman repetía «¡Condenación!» en voz alta.

—Ha sido tristísimo, Livvy —dijo Georgette, con frialdad—. Un accidente como otro cualquiera. Espero que el vestido no te haya costado mucho.

Livvy optó por echar a correr. Se introdujo en una habitación vacía y relativamente en calma. A la luz de la lámpara situada junto al armario ropero, buscó entre los abrigos que había encima de la cama intentando encontrar el suyo.

Norman había ido tras ella.

—Livvy, no hagas caso de lo que ha dicho. Lo siento muy de veras. Haré…

—No te preocupes. No te echo la culpa. —Parpadeó rápidamente sin mirarlo—. Iré a mi casa y me cambiaré.

—¿Vas a volver?

—No lo sé. No sé lo que haré.

—Escucha, Livvy… —Los cálidos dedos de Norman estaban sobre sus hombros…

Livvy sintió una curiosa sensación muy dentro de ella, mientras pensaba que algo semejante a telas de araña iba desgarrándose y…

…y los ruidos del tren regresaron.

Algo no había funcionado acorde con el tiempo mientras ella estaba allí…, en el cristal. Fuera del tren sólo se veía el espacio inundado por los tonos del crepúsculo. Las luces del tren fueron encendidas. Pero esto no importaba. Pareció recuperarse del esguince acontecido en sus entrañas.

Norman se frotaba los ojos con el índice y el pulgar.

—¿Qué ocurre? —dijo.

—Ya ha pasado.

Norman miró su reloj.

—Pronto estaremos en New Haven.

—Lo derramaste sobre mí —dijo Livvy como maravillándose.

—Bueno, así fue en la vida real.

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