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Authors: Edgar Allan Poe

Tags: #Relato

Cuentos completos (51 page)

BOOK: Cuentos completos
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»Júpiter recogió el pergamino, envolvió en él el escarabajo y me lo dio. Poco más tarde desandamos el camino y me encontré con el teniente G… Al mostrarle el insecto me pidió que se lo prestara para llevarlo al fuerte. Acepté, y se lo puso en el bolsillo del chaleco, sin el pergamino en que había estado envuelto y que yo conservaba en la mano durante la inspección. Quizá el teniente temió que yo cambiara de opinión y pensó que era preferible asegurarse en seguida… Ya sabe usted cuán entusiasta es en todo lo que se refiere a la historia natural. Al mismo tiempo, y sin tener idea de lo que hacía, yo debí de guardarme el pergamino en el bolsillo.

»Recordará usted que, cuando me senté a la mesa con intención de dibujarle el escarabajo, no encontré papel donde suele estar. Miré en el cajón sin verlo. Revisé mis bolsillos en busca de alguna vieja carta, cuando mis dedos tocaron el pergamino. Si le doy todos estos detalles sobre la forma en que ese papel llegó a mi posesión se debe a que lo ocurrido me impresionó profundamente.

»No dudo que usted me tachará de fantasioso, pero había establecido ya una especie de conexión. Dos eslabones de una gran cadena se juntaban. Había un bote en una playa, y no lejos del bote había un pergamino —no un papel— con una calavera pintada. Usted me preguntará cuál puede ser la conexión. Le contesto que la calavera es el bien conocido emblema de los piratas. En todos los combates se iza la bandera con el cráneo de muerto.

»Dije que aquel trozo era de pergamino y no de papel. El pergamino es durable, casi indestructible. Las cuestiones de poca importancia se consignan rara vez en pergamino, ya que no se presta como el papel para las finalidades ordinarias de la escritura o el dibujo. Esta reflexión sugería que aquel cráneo tenía un sentido… y un sentido importante. Tampoco dejé de observar, de paso, la
forma
del pergamino. Aunque algún accidente había destruido una de sus puntas, podía verse que la forma original era oblonga. Justamente el tipo y la forma adecuados para consignar un documento importante, algo que debía ser cuidadosamente preservado y largamente recordado».

—Un momento —interrumpí—. Dijo usted que al dibujar el escarabajo el cráneo
no estaba
en el pergamino. ¿Cómo puede establecer, entonces, una conexión entre el bote y el cráneo, puesto que este último debió de ser dibujado (¡Dios sabe cómo y por quién!) después que usted hubo trazado el diseño del escarabajo?

—¡Ah, todo el misterio está ahí! Y eso que, por comparación, no me costó mucho resolverlo. Mis pasos eran seguros y no podían llevarme más que a una solución. He aquí, por ejemplo, cómo razoné. Al dibujar el escarabajo no había ningún cráneo en el pergamino. Al completar mi croquis se lo pasé a usted, y no dejé de observarlo de cerca hasta que me lo devolvió.
Usted
por tanto, no podía haber dibujado la calavera, y no había nadie más capaz de hacerlo. Vale decir que aquel dibujo no nacía de una intervención humana. Y sin embargo… estaba ahí.

»A esta altura de mis reflexiones traté de recordar, y
recordé
con toda claridad, los incidentes acaecidos durante el período en cuestión. El tiempo era frío (¡oh raro y feliz accidente!) y ardía un fuego en el hogar. Como mi caminata me había hecho entrar en calor, me senté cerca de la mesa. Pero usted acercó su silla a la chimenea. Justamente cuando le alcanzaba el pergamino y usted se disponía a inspeccionarlo, apareció Lobo, mi terranova, y le saltó a los hombros. Usted lo acarició y lo mantuvo a distancia con la mano izquierda, mientras la derecha, que sostenía el pergamino, colgaba entre sus rodillas muy cerca del fuego. En un momento dado pensé que las llamas iban a alcanzarlo, y me disponía a prevenírselo, pero antes de que pudiera hablar retiró usted el pergamino y se absorbió en su examen. Considerando todos estos detalles, no dudé un instante de que
el calor
era el agente que había hecho surgir en la superficie del pergamino el cráneo que encontré dibujado en él. Bien sabe usted que siempre han existido preparaciones químicas mediante las cuales se puede escribir sobre papel o pergamino, de modo que los caracteres resultan invisibles mientras no se los someta a la acción del fuego. Suele emplearse el zafre disuelto en
aqua regia
y diluido en cuatro veces su peso en agua; resulta de ello una coloración verde. El régulo de cobalto disuelto en esencia de salitre produce un color rojo. Estos colores desaparecen en un tiempo más o menos largo después de la escritura pero vuelven a ser visibles cuando se los expone al calor.

»Me puse, pues, a examinar con cuidado el cráneo. Sus contornos exteriores, es decir, las líneas más próximas al borde del pergamino eran mucho más
precisos
que los otros. No cabía duda de que la acción del calor había sido desigual e imperfecta. Encendí inmediatamente un fuego y sometí cada porción del pergamino al máximo de calor. Al principio, lo único que noté fue que las líneas más pálidas del dibujo se reforzaban; pero, continuando el experimento, vi aparecer en un rincón, opuesto diagonalmente a aquel donde se encontraba el cráneo, el dibujo de algo que al principio me pareció una cabra. Examinándolo con más detalle terminé por reconocer que se trataba de un cabrito».

—¡Vamos, vamos! —exclamé—. Bien sé que no tengo derecho a reírme de usted, ya que un millón y medio de dólares es demasiado dinero para ninguna broma… Pero no irá usted a agregar un tercer eslabón a su cadena; no irá a buscar una relación especial entre sus piratas y una cabra. Bien se sabe que los piratas no tienen nada que ver con las cabras. Solamente los granjeros se interesan por ellas.

—Ya le he dicho que el dibujo no representaba una cabra.

—Un cabrito, entonces… pero es casi la misma cosa.

—Casi…, aunque no enteramente —dijo Legrand—. Quizá haya oído hablar de un tal capitán Kidd. Por mi parte, consideré inmediatamente que el dibujo equivalía a una especie de firma jeroglífica o simbólica
[16]
. Si digo firma es porque su posición en el pergamino sugería esta idea. Del mismo modo, el cráneo colocado en el ángulo diagonalmente opuesto producía el efecto de un sello, de un símbolo estampado. Pero lo que me desconcertó profundamente fue la ausencia de toda otra cosa: faltaba el cuerpo de mi imaginado documento… el texto mismo.

—Supongo que esperaba usted descubrir una carta entre el sello y la firma.

—Algo así, en efecto. Debo confesar que me sentía invadido por un presentimiento de buena fortuna inminente. Apenas si puedo decir por qué… Supongo que era un deseo más que una verdadera seguridad, pero… ¿creerá usted que las tontas palabras de Júpiter sobre el escarabajo, cuando afirmó que era de oro verdadero, tuvieron un gran efecto sobre mi fantasía? Y luego, la serie de accidentes y coincidencias… tan extraordinarias. ¿Se da usted cuenta de lo accidental que resulta que todos esos acontecimientos tuvieran lugar el
único
día del año en que el frío fue lo bastante intenso para requerir fuego, y que sin aquel fuego, o sin la intervención del perro en el preciso momento en que se produjo, yo no habría llegado jamás a ver el cráneo y no estaría en posesión del tesoro?

—Prosiga usted… ardo de impaciencia.

—Pues bien, no creo que ignore las muchas historias que se cuentan y los mil vagos rumores sobre tesoros enterrados por Kidd y sus compañeros en las costas atlánticas. Sin duda tales rumores deben de tener algún fundamento. Y el hecho de que hayan continuado tanto tiempo y en forma ininterrumpida me llevó a pensar que el tesoro
seguía
enterrado. Si Kidd hubiese escondido por un tiempo el fruto de sus pillajes, para recobrarlo más tarde, es difícil que los rumores hubieran llegado a nosotros sin mayores variantes. Observará usted que las historias que se cuentan aluden siempre a buscadores de tesoros y no a los que los encuentran. Si el pirata hubiera recobrado su dinero, la cuestión estaría terminada. Se me ocurrió que algún accidente —digamos la pérdida del documento indicador del sitio exacto— le había impedido recobrar su tesoro, y que dicho accidente llegó a conocimiento de sus compañeros, que de otra manera no hubieran oído hablar jamás de tesoro alguno; en su afán por descubrirlo a su turno, sin resultado, aquéllos habrían dado origen a los rumores que con el tiempo llegaron a ser generales y corrientes. ¿Oyó usted hablar alguna vez de que en esta costa se encontrara algún tesoro importante?

—Jamás.

—Y sin embargo es bien sabido que Kidd llegó a acumular inmensas riquezas. Consideré, pues, como cosa segura que la tierra guardaba aún su tesoro, y no le sorprenderá si le digo que tuve la esperanza, por no hablar de certeza, de que aquel pergamino hallado de manera tan rara contenía las informaciones concernientes al lugar donde se encontraba el botín.

—Pero, ¿cómo procedió usted?

—Volví a acercar el pergamino al fuego, luego de avivar el calor, pero nada apareció. Pensé entonces que la capa de suciedad que lo cubría era responsable del fracaso, por lo cual limpié cuidadosamente el pergamino con agua caliente. Hecho esto, lo coloqué en el fondo de una olla de estaño, con el cráneo hacia abajo, y puse la olla sobre brasas de carbón. Pocos minutos después, cuando el fondo se hubo recalentado, retiré el pergamino y, para mi inexpresable júbilo, lo encontré manchado en varias partes, por lo que parecían ser números trazados en hilera. Volví a colocarlo en el fondo de la olla, dejándolo así un minuto más. Cuando lo saqué presentaba el aspecto que va usted a ver.

Y luego de recalentar el pergamino, Legrand lo sometió a mi inspección. Toscamente trazados en rojo, entre la calavera y el cabrito, aparecían los siguientes signos:

53‡‡†305))6*;4826)4‡).4‡);806*:48†8¶60))85;1‡(;:‡*8†83

(88)5*†;46(;88*96*’;8)*‡(;485);5*†2:*‡(;4956*2(5*—4)8¶8*;

4069285);)6†8)4‡‡;1(‡9;48081;8:‡1;48†85;4)485†528806*81

(‡9;48;(88;4(‡?34;48)4‡;161;:188;‡?;

—Pues bien —declaré, devolviéndole el pergamino—, por mi parte me quedo tan a oscuras como antes. Si todas las joyas de Golconda dependieran de la solución de este enigma, estoy seguro de que no llegaría a conseguirlas.

—Sin embargo —repuso Legrand— la solución no es tan difícil como parece desprenderse de una primera mirada a los caracteres. Bien ve usted que los mismos constituyen una cifra, es decir, que encierran un sentido; pero, teniendo en cuenta lo que se sabe de Kidd, no podía imaginarlo capaz de emplear los criptogramas más difíciles. Decidí inmediatamente que se trataba de una cifra de la especie más sencilla, pero que para la torpe inteligencia del marino resultaba absolutamente indescifrable sin la clave.

—¿Y la descifró usted?

—Muy fácilmente. He resuelto otras que eran mil veces más difíciles. Las circunstancias y cierta tendencia personal me han llevado a interesarme siempre por estos enigmas, y considero muy dudoso que una inteligencia humana sea capaz de crear un enigma de este tipo, que otra inteligencia humana no llegue a resolver si se aplica adecuadamente. Es decir, que apenas hube fijado en forma ordenada y legible aquellos caracteres, poco me preocupó la dificultad de descifrarlos.

»En este caso —y en todos los casos de escritura secreta— la primera cuestión se refiere
al idioma
de la cifra, ya que los principios para lograr la solución —sobre todo en el caso de las cifras más sencillas— dependen de las características de cada idioma. En general, no queda otro recurso que ensayar, basándose en las probabilidades, todos los idiomas conocidos por el investigador, hasta coincidir con el que corresponde. Pero en nuestro caso las dificultades se veían suprimidas por la firma. El juego de palabras acerca de «Kidd» sólo tiene valor en inglés. De no mediar esta consideración, hubiera empezado mis búsquedas en español y en francés, considerando que un secreto de tal naturaleza no podía haber sido escrito en otros idiomas, tratándose de un pirata de los mares españoles. Pero, en vista de lo anterior, estimé que el criptograma estaba trazado en inglés.

»Notará usted que entre las palabras no hay espacios. De no ser así, el trabajo hubiera resultado comparativamente sencillo. Me hubiese bastado empezar por un cotejo y un análisis de las palabras más breves; apenas hallada una palabra de una sola letra, como ser
a
o
I
(uno, yo), habría considerado obtenida la solución. Pero como no había división, mi primer tarea consistió en establecer las letras predominantes, así como las más raras. Luego de contarlas, preparé la siguiente tabla:

El signo
8
aparece
33
veces
»
;
»
26
»
»
4
»
19
»
»

»
16
»
»
)
»
16
»
»
*
»
13
»
»
5
»
12
»
»
6
»
11
»
»
(
»
10
»
»

»
8
»
»
1
»
8
»
»
0
»
6
»
»
9
»
5
»
»
2
»
5
»
»
:
»
4
»
»
3
»
4
»
»
?
»
3
»
»

»
2
»
»

»
1
vez
»
.
»
1
»

»Ahora bien, la letra que aparece con mayor frecuencia en inglés es
e
. Las restantes letras se suceden en el siguiente orden:
a o i d h n r s t u y c f g l m w b k p q x z
. La
e
predomina de tal manera, que es raro encontrar una frase de cualquier extensión donde no figure como letra dominante.

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