Cuentos desde el Reino Peligroso (42 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantástico

BOOK: Cuentos desde el Reino Peligroso
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Nos queda, por fin, el último y más íntimo deseo: la Gran Evasión, escapar de la muerte. Los cuentos de hadas ofrecen numerosos ejemplos y variantes del que podría considerarse evasor nato, que yo llamaría espíritu fugitivo. Como los ofrecen otros estudios y otras narraciones, en especial las de inspiración científica. Los cuentos de hadas no los escriben las hadas, sino los hombres. Las historias humanas sobre los elfos están impregnadas del afán de escapar de la Inmortalidad. Pero no podemos esperar que nuestras historias sobrepasen el denominador común. Aunque con frecuencia lo logren. Pocas lecciones quedan en ellas más claras que la carga que supone ese tipo de inmortalidad, o mejor sería decir ese transcurso inacabable de la vida hacia el que el «fugitivo» se precipita. El cuento de hadas ha sido y sigue siendo especialmente apto para este tipo de enseñanzas. Para George MacDonald, la muerte fue el mayor tema de inspiración.

Pero el valor «consolador» de los cuentos de hadas ofrece otra faceta, además de la satisfacción imaginativa de viejos anhelos. Mucho más importante es el Consuelo del Final Feliz. Casi me atrevería a asegurar que así debe terminar todo cuento de hadas que se precie. Sí aseguraría cuando menos que la Tragedia es la auténtica forma del Teatro, su misión más elevada; pero lo opuesto es también cierto del cuento de hadas. Ya que no tenemos un término que denote esta oposición, la denominaré Eucatástrofe. La eucatástrofe es la verdadera manifestación del cuento de hadas y su más elevada misión.

Ahora bien, el consuelo de estos cuentos, la alegría de un final feliz o, más acertadamente, de la buena catástrofe, el repentino y gozoso «giro» (pues ninguno de ellos tiene un auténtico final),
[38]
toda esta dicha, que es una de las cosas que los cuentos pueden conseguir extraordinariamente bien, no se fundamenta ni en la evasión ni en la huida. En el mundo de los cuentos de hadas (o de la fantasía) hay una gracia súbita y milagrosa con la que ya nunca se puede volver a contar. No niegan la existencia de la discatástrofe, de la tristeza y el fracaso, pues la posibilidad de ambos se hace necesaria para el gozo de la liberación; rechazan (tras numerosas pruebas, si así lo deseáis) la completa derrota final, y son por tanto evangelium, ya que proporcionan una fugaz visión del Gozo, Gozo que los límites de este mundo no encierran y que es penetrante como el sufrimiento mismo.

Lo que caracteriza a un buen cuento de hadas, a los mejores y más completos, es que por muy insensato que sea el argumento, por muy fantásticas y terribles que sean sus aventuras, en el momento del climax puede hacerle contener la respiración al lector, niño o adulto, puede acelerarle y encogerle el corazón y colocarlo casi, o sin casi, al borde de las lágrimas, como lo haría cualquier otra forma de arte literario, pero manteniendo siempre sus cualidades específicas. Hasta los cuentos modernos consiguen a veces estos efectos. No es fácil; de toda la narración depende cuál será la atmósfera del desenlace, que por otra parte da glorioso sentido a todo el relato. Al cuento que en alguna medida logre esto nunca podremos considerarlo un fracaso total, cualesquiera que sean sus defectos y la mezcolanza o confusión de sus propósitos. Así ocurre con el cuento de hadas de Andrew Lang, Prince Prigio, tan insatisfactorio en otros muchos aspectos. Cuando leemos que «todos los caballeros tornaron a la vida y gritaron alzando sus espadas: "¡Larga vida al príncipe Prigio!"», el gozo cobra algo de esa extraña y mítica característica del cuento de hadas, más sublime que el suceso narrado. Y ocurre así en el cuento de Lang porque ese fragmento citado es una «fantasía» más profunda que el resto de la narración, que en general adolece de frivolidad y de la cínica sonrisa del cortesano y sofisticado Conté?
[39]
Este efecto resulta mucho más poderoso y estremecedor cuando se da en un buen cuento de hadas.
[40]
Cuando en un relato así llega el repentino desenlace, nos atraviesa un atisbo de gozo, un anhelo del corazón, que por un momento escapa del marco, atraviesa realmente la misma tela de araña de la narración y permite la entrada de un rayo de luz.

Siete largos años he servido por ti, y la helada colina he subido por ti, y la maldita ropa he lavado por ti, ¿y tú no despertarás y vendrás a mí?

El la oyó y fue hacia ella.
[41]

Epílogo

E
ste «gozo» que yo he elegido como carácter o sello del auténtico cuento de hadas (y del de aventuras) merece mayor atención. Probablemente, todo escritor, todo subcreador que elabora un mundo secundario, una fantasía, desea en cierta medida ser un verdadero creador, o bien tiene la esperanza de estar haciendo uso de la realidad; esperanza de que (si no todos los detalles)
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la índole típica de ese mundo secundario proceda de la Realidad o fluya hacia ella. Si de verdad consigue una cualidad a la que justamente se le pueda aplicar la definición del diccionario, «consistencia interna de la realidad», es difícil entonces concebir que la haya logrado sin que la obra forme parte de esa realidad. La cualidad específica del «gozo» en una buena fantasía puede así explicarse como un súbito destello de la verdad o realidad subyacente. No se trata sólo de un «consuelo» para las tristezas de este mundo, sino de una satisfacción y una respuesta al interrogante: «¿Es eso verdad?» La contestación que di al principio (por demás adecuada) fue: «si habéis creado bien vuestro propio mundo, sí; en ese mundo es verdad». Eso le basta al artista (o a lo que de artista tiene el artista). Pero una rápida ojeada nos muestra que en la «eucatástrofe» la respuesta puede ser más importante; puede ser un lejano destello, un eco del evangelium en el mundo real. El uso de este término dará una pista de por dónde va mi epílogo. Es un tema profundo y peligroso. Por mi parte resulta una presunción tocarlo; pero si, por un milagro, lo que yo diga alcanza a tener cierta validez, ello se deberá tan sólo al hecho de ser una faceta de una verdad incalculablemente rica, como es evidente; de una verdad que tan sólo es finita porque la capacidad del Hombre, para quien se hizo, es asimismo finita.

Me atrevería a decir que al aproximarme desde este ángulo a la Historia del Cristianismo he tenido siempre la impresión —una impresión jubilosa— de que Dios redimió a los hombres, criaturas caídas y a su vez creadoras, en una forma que respondía a éste tanto como a los otros aspectos de su extraña naturaleza. El Nuevo Testamento ofrece un relato maravilloso, o un relato de género más amplio, que abarca toda la esencia de las historias de fantasía. Contiene muchas maravillas, particularmente artísticas
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, hermosas y emotivas, «míticas» en su significado intrínseco y absoluto; y entre esas maravillas está la mayor y más completa eucatástrofe que pueda concebirse. Pero esta historia ha entrado ya en la Historia y en el mundo primario; el deseo y las aspiraciones de la subcreación se han sublimado hasta la plenitud de la Creación. El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación. Una historia que comienza y finaliza en gozo. Posee de manera preeminente la «consistencia interna de la realidad». Nunca los hombres han deseado más comprobar que el contenido de una historia resulta cierto, ni hay relato alguno que por sus propios merecimientos tantos escépticos hayan dado por verdadero. Porque su Arte ofrece la índole suprema y convincente del Arte Primario, es decir, de la Creación. Rechazarlo sólo conduce a la tristeza o a la ira.

No es difícil imaginar la singular emoción y el júbilo que llegaríamos a experimentar si descubriésemos que algunos de los más bellos cuentos de hadas son «primariamente» verdaderos, que su contenido es histórico, sin que tengan por ello que perder la significación mítica y alegórica que poseen. Y no resulta difícil porque a nadie se le pide que intente concebir algo cuyas cualidades se desconocen. El gozo tendría exactamente la misma naturaleza, si no el mismo grado, que el que proporciona el desenlace en un cuento de hadas; con el mismo sabor de la verdad primaria. (Si no, su nombre no sería «gozo».) Se va el alma detrás de la Gran Eucatástrofe (o delante de ella, que en este caso la dirección es lo de menos). La alegría cristiana, la Gloria, es del mismo tipo; pero elevada y gozosa de modo preeminente, que sería infinito si nuestra capacidad no fuera limitada. Claro que ésta es una historia excelsa. Y cierta. El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres... y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado.

Pero en el reino de Dios la presencia de los fuertes no subyuga a los débiles. El Hombre redimido sigue siendo hombre. La narración, la fantasía, todavía continúan y deben continuar. El Evangelio no ha desterrado las leyendas; las ha santificado, en particular el «final feliz». El cristiano ha de seguir trabajando, en cuerpo y alma, ha de seguir sufriendo, esperando y muriendo. Pero ahora puede comprender que todas sus inclinaciones y facultades tienen una finalidad, que pueden ser redimidas. Se lo ha tratado con tanta munificencia que quizás ahora se atreva a pensar con cierta razón que en Fantasía podrá asistir realmente a la floración y multiplicación de la Creación. Quizá todos los cuentos se tornen reales; mas con todo, una vez redimidos, se parecerán tanto y al mismo tiempo tan poco a las formas con que salen de nuestras manos como el Hombre, una vez salvado, a la criatura caída que ahora conocemos.

Epílogo

U
na de las grandes recompensas de ser ilustrador de libros es el aliciente y la oportunidad que supone regresar a historias que leí muchos años antes y dedicarme de nuevo a ellas —a menudo con más atención a los detalles—, además de hallar placer en obras que son nuevas para mí. Leí algunos de los relatos del presente volumen por primera vez hace apenas unos meses y lamenté no haberlos tenido a mano cuando mis hijos esperaban cuentos para ir a dormir todas las noches.

Muchos de los cuentos infantiles más populares tienen sus raíces en historias inventadas para niños concretos y este método casual y con frecuencia imprevisto genera un torrente de ideas que más tarde se perfeccionan para convertirse en alta literatura. Con los relatos breves y los poemas de Tolkien soy aún más consciente de la presencia del autor y de sus hijos. Hay elementos y acontecimientos tan asombrosamente originales que sólo podían surgir como resultado de observaciones y conversaciones iniciadas por dos o más mentes llenas de vida. En mi imaginación, veo al marinero de «Errabundo» cobrar vida cuando el autor enseñó a sus hijos un insecto flotando, o volando a través de un estanque un día de verano, y especuló sobre las aventuras en las que se embarcaba. Para mí evoca —con más intensidad aún que las imágenes surrealistas y maravillosas— ese momento mágico de transmisión, cuando una idea de una mente arraiga en otra y nace una nueva historia o criatura.

Algunos de los otros poemas y relatos tienen un tono más sutil, personal y elegiaco, y puedo imaginarme su composición en el estudio del profesor, entre clases y tutorías, en momentos de relajación o aburrimiento, como los de los escribas cuyas reflexiones semejantes a baikus han sobrevivido en los bordes de los manuscritos que estaban copiando. Independientemente de cuál fuera su génesis, la considero mucho más próxima al autor y valoro su capacidad para contar historias aún más por la levedad del tacto y la invención que aporta a algunas de sus obras menos trascendentales.

Creo que ahora necesitamos buenos narradores de historias, tanto como cuando la tradición oral era la única manera de transmisión; y que la transmisión activa de narraciones desempeña un papel fundamental en el desarrollo del cerebro. La calidad de los relatos que nos rodean cuando crecemos tiene una importancia vital para nuestro bienestar, igual que la calidad del alimento que ingerimos y el entorno que nos rodea. El aspecto más hermoso de esta narración compartida —y tenemos grandes ejemplos en Cuentos desde el Reino Peligroso— es que la colaboración y el compromiso entre el narrador y el público los embarca en un viaje juntos, un viaje que puede llevarlos a los lugares más inesperados y maravillosos.

Alan Lee

Notas

[1]
Niggler
, que dedica demasiado tiempo y esfuerzo a detalles sin importancia.
(N. de la t.)
.

[2]
Lefnui, Morthond-Kiril-Ringló, Gilrain-Sernui y Anduin.

[3]
Este nombre perteneció a una princesa de Gondor, a través de quien Aragorn proclamabadescender de la línea meridional. También era el nombre de una hija de Elanor, hija a su vezde Sam; pero ese nombre, si es que está conectado con el poema, debe haberse derivado deél; no puede haber surgido en la Frontera Oeste.

[4]
Grindmuro
era un pequeño muelle sobre la ribera norte del Torna-sauce; estaba fuera de la Cerca, y estaba bien protegido y vigilado por un
grind
o valla que se extendía incluso hasta el lecho del río. Espino (Colina del Zarzal) era una caserío ubicado sobre un terreno elevado tras el muelle, en una lengua de tierra estrecha, entre el fin de la Cerca Alta y el Brandivino. En
Mithe
, la desembocadura del Río de la Comarca, había un desembarcadero, desde el cual bajaba un sendero hacia Hoya del Bajo que seguía hacia el Pontón y pasaba por Junquera y Cepeda.

[5]
De hecho, probablemente fueron ellos mismos quienes le dieron ese nombre (es una forma típica de Los Gamos), que se debe haber añadido a los muchos que ya tenía.

[6]
Me refiero aquí a una evolución anterior al desarrollo del interés por el folklore de otros países. Las palabras inglesas, como en el caso de
elf
, han sido largamente influidas por el francés (del que derivan
fay, faerie y fairy
); pero en tiempos aún recientes, y en función de su presencia en traducciones, tanto
fairy
[hada] como elf [elfo] han adquirido buena parte de la aureola de los cuentos alemanes, escandinavos y célticos, así como muchas características de los
huldu fólk, daoine-sithe y tylwyth teg
.

[7]
Para la probabilidad de que el irlandés Hy Breasai/ desempeñara algún papel en la denominación del Brasil, véase Nansen, In Northern Mists, II, pp. 223-230.

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